Reden und Ansprachen

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ A LOS DELEGADOS CUBANOS SELECCIONADOS PARA REPRESENTAR A CUBA EN EL IX FESTIVAL MUNDIAL DE LA JUVENTUD y LOS ESTUDIANTES, EN EL HOTEL COMODORO, EL 26 DE JUNIO DE 1965

Datum: 

26/06/1965

Compañeras y compañeros delegados al IX Festival Mundial de la Juventud y de los Estudiantes:

Durante largos meses la selección de la representación de nuestra juventud al IX Festival ha ocupado de manera importante la atención de nuestro pueblo.

El entusiasmo con que se llevaban a cabo los actos preparatorios y la selección de la delegación cubana, posiblemente habría podido emular con lo que se estuviese haciendo en cualquier otro país.

No sabemos cómo se escogen los delegados; pensamos, naturalmente, que las organizaciones se esfuercen por escoger a los mejores en todas partes. Pero podemos sentirnos absolutamente seguros y satisfechos de que gracias a un procedimiento revolucionario de masas, Cuba ha seleccionado una representación de primerísima calidad, es decir, una verdadera representación de lo mejor de nuestro pueblo y de nuestra Revolución.

Y el pueblo todo apoyó este esfuerzo. Los millones de arrobas cortadas, las miles de caballerías chapeadas, las obras interminables, o incontables, así como el sinnúmero de esfuerzos que se llevaron a cabo como homenaje al IX Festival, hablan por sí mismos del calor con que toda la nación centró su esfuerzo en esta actividad, aun en medio de la zafra azucarera. Y se conciliaron los esfuerzos: la zafra sirvió para ayudar a destacar a muchos, y la selección y el esfuerzo que se hacía para designar a los representantes de Cuba, a su vez, ayudaba a la zafra.

Se dice que se realizaba un esfuerzo tal como si fuese a celebrarse en Cuba el IX Festival. El país escogido como sede, las relaciones nuestras con el pueblo de ese país y con el movimiento revolucionario que ese país representa, sirvieron a la vez de estímulo a nuestro esfuerzo. Y sin duda se había hecho un extraordinario trabajo.

Y ya estaba prácticamente nuestra delegación con las maletas listas, el barco había ya zarpado, cuando de repente el escenario donde habría de efectuarse ese IX Festival cambia abruptamente. No resultaría ya una consigna clara y elocuente hablar del Festival Mundial de los Jóvenes y los Estudiantes por la Solidaridad, la Paz y la Amistad, al efectuarse allí donde en estos instantes "solidaridad, paz y amistad" resultan realmente conceptos muy dudosos. Porque puede decirse que en estos instantes las circunstancias por las que atraviesa Argelia son muy distintas de las circunstancias que movieron a los organizadores del Festival a escogerla como sede del evento.

No resulta de ninguna forma agradable —y es siempre un tema harto espinoso— el enjuiciar acontecimientos que puedan ocurrir en un país más allá de nuestras fronteras. Más doloroso resulta todavía, y más espinoso, cuando esos acontecimientos tienen lugar en un país cuyo pueblo heroico se ganó las simpatías de todo el mundo y, como parte de ese mundo, de nuestro pueblo; cuando esos acontecimientos tienen lugar en medio de un proceso revolucionario que despertó igualmente el interés de todos los pueblos del mundo, pero muy especialmente el interés de los pueblos que han estado luchando enconadamente contra el colonialismo y el imperialismo, de los pueblos que se han liberado o luchan por liberarse de esos yugos, y también de los pueblos que no pueden llamarse subdesarrollados, cuyas capas progresistas se interesaban extraordinariamente por ese proceso revolucionario.

Son estas las circunstancias que, aunque hagan doblemente doloroso y espinoso el análisis, justifican la preocupación —también universal— por los hechos que están ocurriendo allí; y justifican, algo más que el derecho, el deber de opinar. No pretendemos con nuestras opiniones inmiscuirnos en los asuntos internos de ningún país, pero sí pretendemos con nuestras opiniones ejercer el derecho a analizar aquellos acontecimientos, sucedan donde sucedan, que necesariamente influyen en el resto del mundo, que necesariamente afectan los intereses del resto del mundo, que inevitablemente afectan los sentimientos revolucionarios del resto del mundo y los intereses revolucionarios del resto del mundo, porque en una cierta medida los sucesos de Argelia nos afectan a todos.

Y, por eso, lo que allí sucede, en aquel país, que en sus largos y extraordinariamente heroicos años de lucha concitó las simpatías y engendró la solidaridad y la ayuda desde muy diversos puntos del mundo, es algo que de un modo o de otro nos concierne a todos. Y esa es la razón por la cual en esta noche, en esta reunión con los jóvenes seleccionados para partir hacia Argelia, y ante la necesidad insoslayable de dar una respuesta a la pregunta de "¿qué vamos a hacer?" Nos vemos en la necesidad de abordar esta cuestión y responder a esa pregunta.

No vamos a hablar un lenguaje diplomático, vamos a hablar un lenguaje revolucionario. No siempre lo diplomático y lo revolucionario están contrapuestos, algunas veces se contraponen y otras veces se identifican. En este caso nos olvidamos de los aspectos diplomáticos de la cuestión y nos ceñimos al aspecto netamente revolucionario. ¡¿Para qué andar con términos medios?! No se puede abordar este tema sin ofender a unos cuantos, aunque no haya intención de ofender a nadie, sin herir a unos cuantos; no es posible abordar esta cuestión sin que ello conlleve enemistades.

Pero ante circunstancias como estas lo que importa es el punto de vista correcto, el análisis justo y objetivo dentro de lo posible.

En primer lugar, el pronunciamiento militar que derrocó al gobierno revolucionario de Ben Bella no es ni podrá nadie calificarlo de pronunciamiento revolucionario (APLAUSOS).

Es cierto que la crisis surgió en el seno de la Revolución y entre las filas de los revolucionarios; es igualmente cierto que los hombres que figuraron al frente de ese pronunciamiento participaron destacadamente en la lucha por la independencia de Argelia; y es igualmente cierto que entre esas figuras hay figuras que han tenido una línea revolucionaria hasta ese instante buena, con figuras que —aunque habiéndose destacado en el proceso revolucionario— no tenían una buena posición revolucionaria.

Nosotros en nuestras relaciones con Argelia hicimos contactos con los revolucionarios, con los representantes de ese país, viéndolos a todos como parte de una sola cosa. Así, conocimos a distintas de sus figuras, muchos de ellos visitaron a nuestro país, muchos de ellos conversaron y cambiaron ampliamente información con representantes de nuestro país con motivo de las visitas que se hacían aquí o allá, y algunos de esos hombres hoy están en un campo o en otro, algunos de ellos víctimas y otros de ellos victimarios.

Pero independientemente de los nombres, de las figuras y de las personalidades, la calificación de revolucionario o no del pronunciamiento militar se desprende esencialmente de los hechos. Pueden haber pronunciamientos militares revolucionarios, y en cuyo caso ya no sería tan correcto llamarlo pronunciamiento como movimiento revolucionario; a la vez que un pronunciamiento puede ser también algo que, llamándolo más crudamente, se le puede calificar de "putscherazo", cuartelazo o gorilazo.

El objetivo contra el cual se dirige el pronunciamiento es, en primer término, uno de los elementos que determinan el calificativo, aunque no dependerá únicamente del objetivo contra el que se dirige, sino también los fines a los que se dirige.

Hace algo más de 10 años, en otro país del norte de Africa, la República Arabe Unida, gobernaba un rey llamado Farouk, representante de una monarquía feudalista y de los intereses monopolistas extranjeros. Significaba un régimen de la más cruda explotación de los trabajadores y de los campesinos, y en aquellas circunstancias surgió un movimiento militar que condujo al derrocamiento de aquel rey, al establecimiento de la república y a la verdadera independencia de aquel país.

Aquel movimiento fue dirigido por un militar y llevado a cabo por los militares. Aquel pronunciamiento, desde el mismo instante en que tenía lugar, podía calificarse incuestionablemente de pronunciamiento militar revolucionario. El mero hecho de dirigirse contra la forma más anacrónica de gobierno y contra los representantes de los intereses que explotaban al país, calificaba a aquel movimiento, desde el primer instante, como movimiento revolucionario, o pronunciamiento militar revolucionario, o sencillamente revolución.

Aquellas circunstancias eran radicalmente distintas de las circunstancias en que tiene lugar este pronunciamiento argelino. En Egipto se habían enfrentado las fuerzas progresistas del ejército contra el sistema social y el gobierno que lo representaba, se enfrentaban revolucionarios contra feudales, contra imperialistas.

¿Son acaso estas las circunstancias en que tiene lugar el pronunciamiento argelino? No. Es en primer lugar un doloroso choque en las filas revolucionarias, un doloroso y lamentable conflicto en el seno de la revolución, en que las armas y la fuerza se esgrimen contra revolucionarios, no contra un rey feudal, no contra un representante de los intereses imperialistas, no contra un vocero de los explotadores y los reaccionarios, no contra un enemigo del pueblo sino contra el representante de la revolución argelina, contra un luchador revolucionario y antimperialista; contra un combatiente cuya posición, en el campo internacional, en la lucha de los pueblos contra el imperialismo, adquirió en pocos años considerable prestigio en su país y fuera de su país.

Se esgrimen las armas de la revolución y del pueblo contra quien incuestionablemente contaba con el apoyo del pueblo, contra quien incuestionablemente representaba la voluntad mayoritaria del pueblo.

Esta consideración de lo que representaba el gobierno derrocado contra el cual se dirigió el pronunciamiento militar no tiene nada que ver con el enjuiciamiento del trabajo de ese gobierno, no tiene nada que ver con relación a los aciertos o a los errores que inevitablemente cometen los hombres y los gobiernos integrados por hombres.

No se pretende con esto el análisis detallado de equis años de gobierno, lo que se pudo hacer mejor o se pudo hacer peor, porque ya eso es un tema más discutible, ya eso es cuestión de opiniones, de criterios. Podría opinarse si se pudo hacer más o si no se pudo hacer más, si hicieron más de lo que podían o menos de lo que podían, pero a lo que nos estábamos refiriendo era a hechos, que no es cuestión de opiniones ni de criterios sino hechos aceptados por todo el mundo.

Porque, ¿quién podía negar que Ben Bella era el dirigente del pueblo argelino, quién podía negar su histórica participación en la independencia de Argelia y en la revolución argelina? ¿Quién? ¿Qué gobierno, qué partido dijo, antes del derrocamiento alevoso del presidente Ben Bella, que Ben Bella no era un revolucionario, que Ben Bella no era un intérprete de los sentimientos de Argelia, que Ben Bella fuese un traidor a la revolución o que Ben Bella fuese un proimperialista, un conservador, un reaccionario, un déspota?

La Conferencia de Países Afro-Asiáticos, al igual que el Festival de la Juventud, iba a celebrarse allí. Nadie propuso celebrarlo en Viet Nam del Sur, en la capital de los títeres proimperialistas; nadie propuso efectuarlo en Corea del Sur o en Formosa o en la Federación Malaya o en cualquiera de esos países donde los gobiernos son genuina representación de los intereses antisociales y antinacionales. Por consenso prácticamente unánime de todos los movimientos progresistas y revolucionarios, se decidió que la conferencia se celebrase en Argelia, que el Festival se efectuase en Argelia. Nadie, ningún gobierno, ningún partido, dijo que ese señor era un tránsfuga o un traidor o un déspota o un enemigo del pueblo argelino.

Parto pues de realidades, que no es cuestión de opiniones, sino de hechos y de verdades aceptadas universalmente.

Al otro día del inglorioso golpe, ello ya entrañaba una situación delicada para todos los gobiernos y para todos los partidos: ¿Qué hacer? Para nosotros también entrañaba el qué hacer. Y el qué hacer, por qué. Y cuál habría de ser nuestra actitud frente a esos hechos.

Había sido derrocado un gobierno eminentemente amigo nuestro, un gobierno con el que manteníamos magníficas relaciones, porque veíamos en él el representante de la revolución. No es, como algunos han pretendido insinuar, que nosotros veamos este problema a la luz de la amistad, ¡no! ¡A la luz de la verdad, a la luz de los principios, y a la luz de la dignidad!

Nuestras relaciones con el presidente Ben Bella eran sencillamente la expresión de nuestras relaciones y nuestras simpatías hacia la Revolución argelina y hacia el pueblo argelino.

Es cierto que existían hacia el presidente Ben Bella personalmente simpatías grandes por parte de nuestro pueblo, porque no olvidábamos, desde luego, aquel gesto —que no puede ser fácilmente olvidado— del líder revolucionario de Argelia, del presidente del nuevo Estado independiente después de siete años de luchas heroicas, que, vísperas de aquellos días críticos de octubre en 1962, en una atmósfera de creciente tensión, llegó a Estados Unidos invitado por el gobierno de aquel país, de aquel país que mantenía con nosotros un grado de hostilidad tan alto, de aquel país que juzga a los hombres y a los gobiernos y adopta represalias con ellos en la medida que sean más amigos o más enemigos nuestros; y no hay que olvidarse de que el representante de aquel país devastado por la guerra, arrasado por la guerra, rechazando todas las presiones del gobierno imperialista de Estados Unidos, sin tener nada que esperar de nosotros, nada que recibir de nosotros, acepta espontáneamente y sin vacilaciones visitar a nuestro país, agraviar a los imperialistas y viajar de Washington a La Habana, precisamente en aquellos días, en aquellos críticos y tensísimos días.

Recordamos nosotros nuestros contactos con aquel dirigente, su carácter decente, bondadoso, revolucionario, ¡pero no con las palabras, sino con los hechos! ¡Porque el revolucionario verdadero no es el revolucionarismo de palabra, sino el revolucionarismo de hechos! (APLAUSOS.)

Y no fue palabrería barata, fue el gesto hondamente solidario y revolucionario, tan cabalmente comprendido por nuestro pueblo, que le tributó al visitante uno de los más calurosos recibimientos que se haya hecho nunca en nuestro país a un visitante del exterior.

Pero recordamos también la embarazosa situación en que nos encontrábamos nosotros con el visitante, porque la crisis se gestaba. El gobierno de Estados Unidos había hecho determinados planteamientos, ante la preocupación expresada por el visitante acerca de la hostilidad de Estados Unidos hacia Cuba. Y le habían dicho que si las armas que había en Cuba no eran ofensivas, no habría problema, que si las armas eran ofensivas, entonces podrían haber problemas.

Esto en aquella inaceptable, para nosotros, calificación de las armas. Porque la soberanía de un país no entraña ni puede entrañar, por ningún concepto, la obligatoriedad de rendir cuentas acerca de su armamento.

Y cuando Estados Unidos concertaba sus convenios militares con Turquía —fronteriza con la Unión Soviética, más próxima a la Unión Soviética geográficamente que Cuba a Estados Unidos—, o con Japón, o con Italia, o con cualquiera de los numerosos países con que tenían concertados convenios militares, y en los cuales colocaban el tipo de armas que estimasen convenientes, desde cohetes estratégicos con cabezas termonucleares hasta bases de submarinos atómicas, o de bombarderos atómicos, no admitían —ni ellos ni los gobiernos con los cuales concertaban sus acuerdos— que alguien les pidiese cuentas, ni se consideraban en la obligación de rendirle cuentas a nadie.

Y por eso nosotros nunca aceptamos aquellas disquisiciones, nunca estuvimos de acuerdo con aquellas disquisiciones. No vamos a remover aquel barro de aquellos días, porque para nosotros fueron la expresión del más extraordinario heroísmo del que un pueblo pueda dar muestras y de la máxima dignidad de que un pueblo pueda hacer gala.

Pero no vamos a entrar en el fondo de los errores tácticos en el terreno de la política, de los pronunciamientos públicos que pudieron haber servido para hacerle el juego al enemigo. Porque cuando se cuenta con el derecho y la verdad para hacer algo no es necesario acudir a la mentira, a la vez que a la mentira no debe ser necesario acudir nunca.

Pero es el hecho que los imperialistas habían elaborado aquella doctrina de las armas ofensivas o no ofensivas. Nosotros entendíamos bien claramente que podrían ser armas estratégicas, si se quiere, o no estratégicas, armas nucleares o armas convencionales.

Pero en los días en que nos visitó el presidente Ben Bella, muy próximos a la crisis, todo el plan del fortalecimiento militar de nuestro país estaba en plena marcha, y el establecimiento de armas nucleares estaba culminando. ¿Qué hacer con aquel visitante? ¿Aceptar calladamente la explicación que daba de lo que habían planteado los imperialistas? ¿Dejarlo marchar sin decirle una palabra, sin explicarle la tempestad que se avecinaba y la verdad de los hechos? ¿Revelar, acaso, secretos o hechos que debían mantenerse rigurosamente en secreto? ¿Divulgar el alcance del fortalecimiento militar de nuestro país y la naturaleza de ese fortalecimiento?

Era en verdad una situación delicada y embarazosa. Y, ¿qué hicimos? No le dijimos que íbamos a tener armas nucleares, pero se lo dimos a entender. Le explicamos la filosofía de nuestra posición, la verdad de nuestra situación respecto al imperialismo yanki, su incesante intromisión en nuestros asuntos, su implacable hostilidad, sus planes agresivos, sus criminales propósitos de aplastar a nuestra patria, los peligros que se cernían sobre nuestro país, el peligro de una guerra convencional cuando les diera la gana, además del peligro de una guerra nuclear si esta estallaba por cualquier razón en cualquier parte del mundo.

Y le explicamos cómo nosotros dirigíamos nuestra estrategia hacia la simplificación de este problema, para salirnos de esta alternativa y quedarnos con un solo riesgo sobre nuestras cabezas, el riesgo que de todas formas corríamos de la guerra termonuclear, si esta estallaba por cualquier razón en cualquier parte.

Y a buen entendedor, pocas palabras. Y Ben Bella demostró ser un magnífico entendedor, y un comprensivo entendedor, un inteligente entendedor.

De más está decir que no es esta sola la razón de la presencia de las armas estratégicas, puesto que nosotros no pensábamos solo en nuestros intereses puramente nacionales, sino que nuestro pensamiento, cuando se tomó la decisión, estuvo puesto no en la seguridad de nuestro país solamente, sino que nuestro pensamiento estuvo puesto, esencialmente, en la seguridad de todo el campo socialista, en la seguridad y en el fortalecimiento de todos los enemigos del imperialismo. Y hay que decir que en el criterio de los dirigentes cubanos, cuando adoptaron la decisión, no fue la seguridad del país el fundamento esencial, sino la coincidencia plena de las dos políticas: nuestra política nacional y nuestra política internaciona; la identificación plena, sin contradicciones de ninguna índole de nuestra política revolucionaria, porque se fortalecía nuestra patria y se fortalecía el campo socialista.

Naturalmente que puede ser objeto de múltiples discusiones, si se quiere, porque todo se puede discutir, acerca de si significaba o no un fortalecimiento estratégico del campo socialista; acerca de si hacían falta cohetes aquí o no; acerca de que si eran duros o eran blandos, es decir, si estaban enterrados o estaban en la superficie. Es lo cierto y lo incuestionable —sin pretender dejar sentada, definitivamente aclarada la cuestión— que la historia se encargará de esclarecer que los proyectiles estratégicos situados en Cuba tenían que recorrer una distancia incomparablemente más corta que los proyectiles estratégicos instalados en el territorio de la Unión Soviética (APLAUSOS).

Creemos que no es la hora presente, y que pertenece a la historia esclarecer las intenciones de todos y cada uno de los que actuaron en aquella ocasión.

Se producen cambios en los gobiernos, situaciones nuevas; los hombres van pasando, los hechos quedan y la historia recogerá los hechos de los hombres. Pero digo simplemente que —en nuestro concepto y no sin fundamento muy sólido—: ¡La presencia de los proyectiles en Cuba implicaba el fortalecimiento del poderío de todo el campo socialista!

Esto, para no pasar por encima de esta delicada cuestión sin esclarecer alguno que otro punto que no debe permanecer oscuro. Pero en lo esencial me refería —y es el motivo de que salga a relucir en el día de hoy— al problema práctico que se nos presentó con la visita de Ben Bella en aquellos momentos, horas después de haber conversado con el presidente de Estados Unidos. ¿Y cuál fue nuestra actitud y cuál fue la suya? Porque, ¿qué entendió? Entendió pronto y bien; y, además, nos dijo que estaba bien, que comprendía nuestra posición. Y algo más: cuando se redactó el comunicado cubano-argelino —y hay que decir que cuando esos comunicados se redactan siempre aparecen posiciones más radicales y menos radicales, y las posiciones del Ministerio de Relaciones Exteriores no eran en aquel momento más radicales— las posiciones más diáfanas y más radicales en el comunicado fueron las posiciones representadas por Ben Bella, no por la cancillería argelina.

No recuerdo si este Butterfly o "Butterflyka" (RISAS), era el canciller o un predecesor suyo. Pero es lo cierto que al redactarse aquel comunicado, nunca se nos olvidará que, una vez presentado a Ben Bella —comunicado que tenía que ser el resultado de los planteamientos de ambas partes, en que por la nuestra no teníamos ni debíamos de ninguna manera plantear cosas que fuesen a serle difíciles a la otra parte, a nuestro visitante, la aceptación de los planteamientos nuestros— recuerdo que una vez leído el comunicado final, ya próximo a partir —al parecer recordando la conversación que habíamos tenido acerca de armas ofensivas o no ofensivas, y cuando aclaré esto no les dije, involuntariamente omití, que además de aquella explicación acerca de las alternativas explicamos también nuestra posición respecto a la calificación de armas en ofensivas o defensivas— al parecer, recordando aquella conversación que había sido, sin duda de ninguna clase, la más importante cuestión que habíamos tratado, nos dice: "Hay que añadirle a este comunicado esta frase: 'que Cuba tiene el derecho a adoptar cualquier medida que estime pertinente para la defensa de su seguridad'" (APLAUSOS).

Y esa frase, más o menos textualmente, tiene que estar ahí en los archivos, en aquel comunicado. Y fue a iniciativa suya, demostrando qué bien y qué claro entendió nuestra posición y cómo nos despertó la suficiente confianza, la suficiente gratitud a su gesto en aquellos momentos que, sin entrar en lo estrictamente casuístico o concreto, no vacilamos en explicarle la filosofía de nuestra posición y las bases de nuestra posición, y todo lo demás lo dedujo él. De donde un secreto algo extraordinariamente importante —sin algo—, mucho del secreto aquel tan importante lo conoció cuando visitó a nuestro país.

Y aquellas relaciones y aquella amistad entre los dos pueblos se hacían cada vez mayores. Circunstancias vinieron después, momentos de crisis para Argelia, momentos difíciles para la revolución argelina, en que ellos recabaron nuestra ayuda, ¡y hombres y armas de nuestro país!, cruzando el Atlántico en un tiempo récord, llegaron a Argelia (APLAUSQS), dispuestos a combatir junto a los revolucionarios argelinos! Y cuando nuestros hombres fueron allá, juntos estaban los que hoy se dividen, juntos a Ben Bella estaban los que hoy volvieron, en lucha fratricida, las armas contra él.

La distancia no fue aquella vez obstáculo para llegar los primeros. Internacionalismo proletario de hecho, de hechos y no de palabrería barata (APLAUSOS). Nosotros, el país pequeño, amenazado incesantemente por los imperialistas, nos despojábamos de parte de nuestros armamentos más importantes y los enviábamos al pueblo argelino. Todos estos hechos fueron jalonando las relaciones y la amistad entre ambos pueblos, en sus mejores y más gloriosos momentos.

Tal vez, o sin tal vez desgraciadamente, esas armas que un día salieron para la revolución y para la defensa del pueblo argelino, en un momento glorioso y de hermosa solidaridad, han sido empleadas en un momento inglorioso, en acto fratricida, contra el gobierno y el pueblo argelinos.

Pero lo importante, lo que queda, son los hechos que van forjando una historia en las relaciones entre dos países y entre dos revoluciones. Corresponderá a los historiadores argelinos, o de cualquier país, porque todos se consideran con el derecho a opinar de lo que ocurre en cualquier parte, enjuiciar el trabajo de Ben Bella al frente del gobierno argelino. Muchos podrán estar satisfechos y muchos podrán no estar satisfechos, pero algunos, tal vez muchos —y entre esos estamos nosotros—, no tenemos la menor duda de la extraordinaria buena fe con que trabajó Ben Bella, de la honradez de sus propósitos y de sus posiciones en las conferencias internacionales donde estaba Cuba; y donde también somos testigos excepcionales de que las posiciones más revolucionarias las representaba Ben Bella y no Bouteflika, ese ministro de Relaciones Exteriores, cuya insubordinación marcó el momento culminante del derrocamiento de Ben Bella, porque —sin que nadie lo dude— ese "intelectual del cuartelazo" no es un revolucionario, sino un hombre de derechas —que como tal lo conoce el pueblo argelino y lo conocen en todo el mundo— un hombre de derechas, enemigo del socialismo, es decir, enemigo de la revolución argelina, aunque en esa proclama —como en todas las proclamas en estos casos— se emplee un cierto lenguaje revolucionario, ni siquiera un todo lenguaje, sino un cierto, porque ahí no se habla ni una sola palabra del movimiento de liberación de los pueblos, de la ayuda al movimiento de liberación de los pueblos; ayuda que, sin duda de ninguna clase, Ben Bella no regateó nunca, solidaridad que Ben Bella no negó nunca.

Y ese señor, portavoz, vocero, y uno de los prohombres del cuartelazo, es un hombre de derecha, es un reaccionario. Y creo que esos perfiles sirven para ir definiendo una situación.

Y en aquella conferencia internacional la posición de Ben Bella era la más revolucionaria. No nos puede resultar fácil juzgar y tenemos que atenernos a los hechos. Cada uno tendrá sus opiniones, cada uno tiene su estilo; otros tal vez habrían hecho otras cosas. Quizás con un poco más de malicia, de menos nobleza y bondad, no habría sido víctima de lo que fue víctima, y habría previsto el peligro, peligro que nosotros veíamos desgraciadamente. Porque veíamos que en torno a Boumedienne se arremolinaba una camarilla, veíamos que en torno a Boumedienne se agrupaban oficiales que gustaban hablar mal de Ben Bella. Y aquí, desgraciadamente, muchas veces en visitas de delegaciones, nuestros compañeros podían ver con dolor que una cierta casta de militares se manifestaba con cierto desdén del Presidente argelino, influenciados evidentemente por cierta concepción militarista.

Naturalmente que nosotros no íbamos a salir con el chisme, porque aquello además era una actitud bastante generalizada en los hombres que rodeaban a Boumedienne. No estoy juzgando a Boumedienne. Omitamos el juicio por lo que ha hecho ahora, para que sea la historia la que lo juzgue por lo que hizo ahora y lo que haga después. Pero es incuestionable que alrededor de su figura... El es un hombre muy callado, parco de palabras, difícil de saber lo que piensa; pero no eran parcos ni cortos de palabras sus adláteres.

Y desgraciadamente ocurrió el cuartelazo. Si Ben Bella hubiera tenido más malicia y menos ingenuidad no habría habido cuartelazo, las masas se habrían encargado de desarmar a los cuartelarios; pero ocurrieron los hechos infortunados. Y, repito, nosotros nos basamos no en ponderaciones sino en lo que sabemos a ciencia cierta, y no entraña el análisis de la obra de Ben Bella, pero sí el análisis de sus intenciones, de sus características, de su decencia, de su nobleza, de su bondad, de su pasión por la revolución y por Argelia, demostrada en numerosas ocasiones.

Y ahora, ante la noticia de los hechos, ¿íbamos nosotros a hacer tabla rasa de toda esta historia, de todos los vínculos que nos unían a la revolución argelina y a sus más legítimos representantes, a hacer leña del árbol caído porque ya no gobierna en Argelia y tratar a toda costa de ganarnos la benevolencia de los que subieron al poder por la punta de la espada o con la punta de la espada? ¡No!, porque estaríamos incurriendo en el más repugnante oportunismo político (APLAUSOS).

¿Podríamos formular nuestro apoyo al cuartelazo? No, porque en las condiciones argelinas, en medio del proceso revolucionario, no encontramos de ninguna forma justificable la forma en que procedieron. Podíamos, todo lo más, esperar para ver si lo improbable y casi imposible ocurriera, de que habiendo empleado ignominiosos y traicioneros procedimientos, más adelante demostraran —sin lugar a dudas de ninguna índole— intenciones verdaderamente revolucionarias, demostraran que son más revolucionarios que Ben Bella y demostraran que van delante y no detrás de la revolución argelina. Para entonces bien podíamos exonerarlos o ser tolerantes con sus gravísimas faltas de hoy por la forma en que fuesen capaces de repararlas mañana, pero no es, no es posible esperar esto. No es lo probable; puede ser posible, pero no es lo probable.

Imaginemos que estos señores fuesen todavía más revolucionarios, que les pareciese corta y perezosa la revolución argelina, que quisiesen profundizarla, ir más lejos, llegar más lejos; imaginemos por un instante que los argumentos o los motivos que inspiraron su acción tuviesen fundamentos, al menos en intención; imaginemos hipotéticamente que tuvieran la razón. ¿Cuando se tiene la razón es necesario acudir a la traición? ¿Es que acaso el pronunciamiento militar era el único camino que les quedaba? ¿Era acaso la situación de Nasser, en el Egipto, frente al rey Farouk? ¡De ninguna forma! Si muchos de los ministros están todavía ahí.

Si es cierto que representaran un sentimiento del pueblo los autores del cuartelazo, si fuese cierto que tenían la razón, ¿por qué acudieron al cuartelazo? ¿Por qué no plantearon el problema ante las masas, ante el pueblo? ¿Por qué no plantearon el problema en el seno del partido, en el seno de los revolucionarios? ¿Cómo nosotros, marxista-leninistas, podríamos aceptar, en las condiciones específicas de Argelia, un cuartelazo, con las agravantes de nocturnidad y alevosía que tanto nos recuerdan aquel 10 de marzo, por la hora y la forma en que se realizó, como nos lo recuerda por las primeras formas de represión que ya están utilizando contra el pueblo, empleando soldados, carros de bomberos, tiros, golpes, perseguidoras aullando sus sirenas?

Con profunda tristeza nos recuerda los días ulteriores al 10 de marzo. No sería justo decir que este cuartelazo es similar al del 10 de marzo en la composición de las fuerzas. No, pero en los métodos se parece como una gota de agua a otra. Y tiene que parecerse, porque siempre que se muevan los soldados contra el sentimiento del pueblo la represión surge. Y la represión contra el pueblo y contra las masas es muy parecida en cualquier parte, en cualquier época.

Si se consideraban con la razón e intérpretes del sentimiento de la mayoría argelina, ¿por qué no acudieron a las masas, por qué no acudieron al partido? Si además de la fuerza, si además de los mandos militares tenían la razón y tenían el sentimiento del pueblo, ¿por qué acudieron a la fuerza? ¿Por qué no dilucidaron el problema ante las masas y ante la organización política de esas masas revolucionarias? Y creo que quien esté realmente convencido de que tiene la razón y de que tiene el sentimiento del pueblo, no le faltaría el valor para plantear las cosas ante el pueblo y ante sus instituciones representativas. Quienes no estén seguros de tener la razón y de tener e interpretar el sentimiento del pueblo, sí acuden a lo único que pudieran tener en un momento determinado: la fuerza. Y nosotros, como marxista-leninistas, no podemos cohonestar ese procedimiento cuartelario contra las masas y contra el partido.

Independientemente de lo que hagan después —si fuesen más revolucionarios que el mismísimo Carlos Marx— no dejaríamos de decirles, a la vez que seríamos capaces de reconocer sus virtudes, de expresarles sus errores y la falta que han cometido, y el daño que pueda derivarse de su conducta para la revolución argelina, y el daño para el movimiento revolucionario de Africa y de otras partes del mundo, la desconfianza que pueden despertar en el seno de otros países liberados de Africa, y lo infortunado de instaurar en aquel continente, en medio de un proceso revolucionario, el método cuartelario.

¿Y cómo —si ciertamente quisiesen ser más revolucionarios— habrían de realizar esas intenciones más revolucionarias? ¿Acaso podrían hacer ellos, con un pueblo dividido, lo que Ben Bella, lleno de buenas intenciones, no pudo hacer con un pueblo unido? ¿Acaso con un pueblo dividido podrían enfrentarse al peligro imperialista? ¿Acaso podrían librar duras batallas, las duras batallas que un proceso de radicalización de una revolución entrañan inevitablemente? ¿Cómo habríamos podido nosotros librar esas duras batallas con un pueblo dividido? Batallas que hemos ganado como pueblo unido, ¡con todas las fuerzas del pueblo unido! ¿De dónde van a engendrarse las energías a espaldas de la masa? ¿Se engendrarán acaso de los cuarteles? ¡No! ¡La energía que emane de los cuarteles, divorciados del pueblo, jamás será suficiente para resistir el poder de los imperialistas, que solo puede contrarrestarse con la tremenda energía revolucionaria y la fuerza que se engendra en el pueblo, sobre todo en el pueblo unido!

Radicalizar la revolución en esas condiciones sería extraordinariamente difícil; imposible desde luego que no sería. Pero para enfrentar esas dificilísimas batallas y esas dificilísimas situaciones, requeriría —por parte de los que han sustituido a Ben Bella— un talento político y una audacia revolucionaria de la que no parecen hacer gala los Bouteflika y compañía, un apoyo que no sería el de los conservadores, sino el de las masas revolucionarias, el de los trabajadores, el de los campesinos, el de los estudiantes. Y mal veo que nadie pueda ganarse la voluntad de esas masas a culatazos y a tiros; dudo de que puedan ganarse la voluntad de las masas quienes no crean en las masas, quienes desprecien la fuerza de las masas y pretendan sustituirla con la fuerza de los cuarteles, a espaldas del pueblo.

No en balde hicieron lo posible los autores del golpe por impedir que se popularizara el carácter del ejército argelino, que se asociara estrechamente fuerzas armadas, clase obrera y campesinado, como ha ocurrido en nuestro país. Porque a los efectos de fomentar un espíritu militarista resulta contraproducente organizar unas fuerzas armadas netamente populares y revolucionarias, profundamente enraizadas en el pueblo y en sus clases revolucionarias y progresistas. Reprimiendo a los estudiantes, a los jóvenes, a los trabajadores, mal veo que nadie, por muy poseído que estuviera, por muy bien intencionado, por muy imbuido de ideas revolucionarias y propósitos revolucionarios, pudiera marchar a ninguna parte.

Y como vemos las noticias, los cables, las represiones, creemos que los hechos irán demostrando cada vez más lo injustificado del procedimiento y las consecuencias dolorosísimas que pueda traer para Argelia. Pero hay algo más: el ejército argelino surgió en una parte considerable de entre los combatientes revolucionarios. Es muy difícil que ninguna camarilla, en tan pocos años y en medio de un proceso revolucionario, haya podido inculcarle un espíritu de casta, haya podido arrasar con el sentimiento patriótico y revolucionario de los hombres, de los combatientes que integran aquel ejército. Y ejércitos de ese tipo no sirven para la represión, ejércitos de ese tipo no pueden ser conducidos largo tiempo contra el pueblo, ejércitos de orígenes revolucionarios, en medio de un proceso revolucionario, contra el pueblo revolucionario, es de locos y de suicidas contar con su adhesión incondicional.

Por eso, con dolor vemos hoy el cuadro de Argelia. En lo más profundo de nuestros corazones deseamos que ese país hermano pudiera salvar el enorme abismo que han abierto a sus pies, superar sus dificultades sin sangre. Para ello sería necesario, para ello sería necesario que los que emprendieron la aventura comprendiesen a tiempo el alcance de sus actos y las consecuencias que puedan traer para su país; sería necesario casi un milagro, porque en la disyuntiva en que están, marchar hacia adelante de manera firme y decidida, demostrando con los hechos las intenciones de que pretenden hacer gala, en cuyo caso —si fuesen audaces, si tuviesen capacidad, si comprendiesen que esa batalla no se puede librar sin pueblo— tendrían un camino difícil aunque no imposible, obstáculos grandes aunque no insalvables.

El camino de la contrarrevolución no podrá instaurarse en Argelia, el despotismo militar, la reacción política y la represión no pueden perdurar en un país cuyo pueblo hace apenas unos años surgió a la independencia y a la libertad a costa de cientos de miles de muertos, de un pueblo que aprendió a manejar las armas y a pelear contra un ejército un buen número de veces más numeroso y mejor armado que el de Boumedienne. La represión, la reacción y la contrarrevolución no tienen lugar posible en Argelia.

Nuestra actitud estará determinada por los hechos y basada en los principios. Nuestro deseo, que fuesen capaces de comprender la barbaridad que han cometido. Y si no fuesen capaces de esto, nuestro deseo de que tuviesen el valor de demostrar con hechos que son más revolucionarios que el hombre que han derrocado, que son capaces de justificar con los hechos lo que de ninguna manera puede tener justificación en cuanto a los procedimientos. Y nuestra posición estará determinada por lo que hagan, no importa lo que hagan ahora. Si deciden romper relaciones con nosotros, no serían los primeros cuartelarios que rompieran. Nosotros no pensamos en el hoy, pensamos en el mañana, y no actuamos como oportunistas sino como marxista- leninistas (APLAUSOS).

Si estos que dieron el golpe demuestran con los hechos estar contra el imperialismo, demuestran con los hechos estar de corazón con la revolución argelina y de estar en cuerpo y alma con la revolución de los pueblos oprimidos de Africa y de todo el mundo, entonces no les negaremos nuestro apoyo, no les negaremos nuestro respaldo.

Y si un día los imperialistas, por ser revolucionarios, se volvieran contra ellos y amenazaran a Argelia, no les negaríamos ya nuestro apoyo moral, no les negaríamos ni nuestra sangre para ayudarlos, para ayudar a la revolución argelina, para ayudar al pueblo argelino.

Porque, ¿con quién estamos y estaremos? Estamos y estaremos con el pueblo argelino y los que interpreten su voluntad revolucionaria. ¡Y el pueblo argelino estará con los revolucionarios! Y nuestro apoyo será, por tanto, a la revolución, y el pueblo será quien lo determine mañana, y es quien ya lo está determinando hoy.

Por estas razones consideramos que nuestra delegación no debe ir al Festival de Argelia (APLAUSOS PROLONGADOS Y EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel, Fidel!"), puesto que han desaparecido las circunstancias que justificaban nuestra presencia allí, puesto que nuestra presencia, la presencia de nuestra delegación ejemplar no puede ir a cohonestar allí lo que desde ningún concepto se puede considerar ejemplar, sino, en todo caso, de muy mal ejemplo.

Esto quiere decir que no iremos a Argelia. ¿Y a dónde iremos? (EXCLAMACIONES DE: "¡Donde sea!") ¡Donde sea! (APLAUSOS.)

No podemos nosotros determinar si habrá de efectuarse en otro país, en cuál país. Si es en Argelia en las actuales condiciones, no iremos (APLAUSOS); si se celebra en cualquier otro país donde existan condiciones que justifiquen la presencia de esta delegación y la presencia de las delegaciones juveniles de otros países, colaboraremos con el mismo entusiasmo y participará en pleno nuestra delegación en ese Festival. Pero eso lo determinarán —y seguramente que lo determinarán pronto— los que organizaron el Festival. Si el Festival, por los infortunados sucesos argelinos, no puede efectuarse con la participación de todos, entonces esperaremos mejores tiempos. Estaríamos de acuerdo con que se escogiese otra fecha, otro sitio, y asistiríamos si se dan las condiciones que permitan la concurrencia de las representaciones de las juventudes de todo el mundo y si existiesen, como siempre han existido, los requisitos y las condiciones que justifiquen la presencia nuestra.

Para ustedes esto yo sé muy bien que no es en ningún sentido una mala noticia. Interpretando el sentimiento de ustedes estoy seguro de que es, por el contrario, la noticia que moralmente más los satisface.

Y ante los ojos de todo el pueblo, el viaje y el congreso o el Festival en sí mismo, solo era una parte, porque una parte muy importante, extraordinariamente valiosa, han sido los métodos y el camino que se siguió en la selección de nuestra juventud y el título de "delegación ejemplar" no lo iba a recibir fuera de Cuba, sino lo recibieron en Cuba y por parte del pueblo. Y si este año no hubiera Festival y lo hubiera el año que viene, o el otro año, esta delegación, los jóvenes que la integran y que seguramente en su casi totalidad, y hasta probablemente en su totalidad, seguirían sus miembros ostentando la misma conducta que motivaron su designación, esta delegación sería la que represente a Cuba; porque ustedes no van a envejecer en un año, ni en dos años, ni van a cambiar, y por lo tanto seguirán siendo nuestra delegación ejemplar, si no hubiera Festival este año.

¿Y mientras tanto qué hacemos?, ¿a dónde vamos? (EXCLAMACIONES DE: "¡A la caña! ¡Al café!") Podríamos hacer algo mejor todavía que el café, en espera de que se resuelva el problema del Festival, o en espera de que haya Festival; si no lo hay, el tiempo que se iba a invertir en viaje y en Festival —y esa es la idea que quiero sugerir— trasladarse a una zona de Oriente (APLAUSOS) e iniciar con el esfuerzo de ustedes lo que podría ser una de las más útiles y a la vez más adecuadas, más apropiadas y más prometedoras de las actividades de nuestra juventud hoy, y es iniciar de una manera revolucionaria la repoblación forestal de nuestro país (APLAUSOS).

Desde el principio de la Revolución se viene haciendo un esfuerzo en este sentido, pero cuando visitamos muchos lugares de Cuba y miramos regiones enteras, montañas bajo el destructor efecto de la erosión completamente desprovistas de bosques, desperdiciándose la tierra, afectándose las condiciones climáticas, y vemos que estas regiones devastadas por una explotación inícua y despiadada, imprevisora, que arrasó los bosques de este país, y vemos que estas extensiones comprenden cientos y cientos de miles de hectáreas donde pudieran sentarse las bases de una riqueza incalculable que aportaría miles y miles de millones a la economía del país en un futuro ni siquiera muy lejano, del cual los jóvenes todos serían usufructuarios, pienso que solo con un esfuerzo revolucionario y de masas, bien organizado con el frente forestal, movilizándose a los jóvenes en el verano a zonas que realmente son saludables, agradables, verdaderamente capaces de atraer a cualquier joven, preparando los viveros en las cantidades necesarias, haciendo los planes con tiempo, reuniendo los recursos, podríamos, empezando este año con este esfuerzo que sería relativamente modesto, como sembrar, por ejemplo un millón de pinos empezando por una vasta meseta de impresionante belleza situada cerca de la zona de Mayarí, en los pinares de Mayarí (APLAUSOS).

Comenzar de una manera prácticamente simbólica y que la experiencia sirva para que nuestra juventud se proponga en los años venideros, mediante la movilización masiva —puesto que el café puede ser atendido por unos 20 000 jóvenes y ya este año hay más de 40 000 como fuerza disponible (APLAUSOS)... Hay delante una tarea que pudiera convertirse en uno de los objetivos más positivos, más hermosos y útiles desde todos los órdenes para nuestra juventud: el compromiso de reconstruir lo que fue destruido por la explotación; el compromiso de crear —con toda la riqueza y la belleza que entraña—, de nuevo los bosques de nuestra patria.

Y en el curso de unos pocos años, esas cientos de miles de hectáreas podrían estar sembradas de nuevo, podrían ser cuidadas por grupos de trabajadores dedicados al mantenimiento y al cuidado de los bosques, con todas las técnicas modernas para luchar contra los incendios y para protegerlos. Y nuestra juventud, con su esfuerzo y con su entusiasmo, con un mínimo de inversiones, podría crear una fabulosa riqueza que nadie más que ella y mejor que ella habrá de disfrutar.

Porque si invitásemos a nuestros ancianos a sembrar los bosques con árboles que se van a cortar dentro de 10 ó dentro de 15 años, nos parecería un absurdo. Pero estoy seguro, incluso, de que muchos hombres, por el placer de crear, interpretando aquel bello sentimiento de Martí de que para ser un hombre se requería —para sentirse plenamente hombre— tres cosas: escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol; estoy seguro de que muchos plantarían un árbol por plantar un árbol, aunque nada esperasen de ese árbol. Pero, ¿acaso invitar a los jóvenes a esta tarea no es muy lógico? ¿A quién si no a los jóvenes de este país se ha de invitar para hacer aquellas cosas que ellos más que nadie son los que las van a disfrutar?

Y podríamos aprovechar esta ocasión y esta circunstancia para iniciar con ustedes, jóvenes ejemplares, esta tarea a la que estoy seguro le darían tal impulso moral y tal fuerza, que tomando después en sus manos nuestra juventud comunista esa empresa, la llevaría a término con éxito seguro y entraría en el cauce amplio de la Revolución y en la historia de la Revolución con una realización positiva más, con una creación nueva.

Aprovecho pues esta circunstancia y esta oportunidad para plantearle a nuestra juventud esa hermosa tarea y para invitarlos a ustedes a que siembren los primeros árboles de ese magno esfuerzo.

No creo que nos falten los pequeños arbolitos para sembrar un millón de pinos. En visita reciente a esa zona, donde ya se han sembrado unos cuantos millones, nos informaron que sembrarían este año 3 600 000; es decir que debe haber suficientes pinitos para que ninguno de ustedes se quede sin sembrar unos cuantos (RISAS).

Además, ya hemos estado discutiendo un plan con los compañeros de Repoblación Forestal para que el año próximo toda la meseta aquella quede sembrada. Y el año que viene allí mismo se podría hacer un esfuerzo mucho mayor, movilizando varios miles y sembrando unas cuantas decenas de millones si consiguen todas las semillas. Que ahora los compañeros se han dedicado a recoger todas las semillitas de pino, del pino que se da allí, en toda la isla. Y si logran reunir toda la semilla, se puede dejar ya el año que viene terminado aquel plan completo; sembrar unas 20 000 ó 25 000 hectáreas. Y así progresivamente hasta que no quede una sola montaña pelada, estéril y erosionada.

UNA COMPAÑERA DEL PUBLICO.- Fidel: dígale a la juventud que me lleve. Tíreme una colcha, Fidel, dígale a la juventud que no me deje (RISAS).

COMANDANTE FIDEL CASTRO.- Yo creo que la juventud no es solo un estado vital, sino un derecho de todo aquel que no se deje vencer por los años y nunca pierda su espíritu juvenil (RISAS Y APLAUSOS).

Creo que con esto tenemos una tarea concreta en qué invertir nuestra actividad en espera de los acontecimientos, en espera de este Festival, o para invertir el tiempo que habríamos de invertir en el Festival.

Tenemos la tarea concreta y sabemos también cuál es nuestra línea y cuál es nuestra posición. Y ningún sitio más adecuado, y ningún auditorio más caracterizado, para exponer esta línea política internacional de nuestro país y este plan concreto de trabajo para nuestros jóvenes.

Y casi es innecesario decir que estamos seguros de que ustedes tomarán en sus manos y harán suya esta línea y esta tarea.

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)

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