Artikel

La Historia me Absolvera, esa pequeña gigante de nuestra Literatura política

Datum: 

00/10/1983

Quelle: 

Revista Mujeres
Las posibilidades de una revolución verdadera y la existencia de un líder capaz de conducir al pueblo a la conquista de ese objetivo, tuvieron que ser reconocidas en la acción armada del 26 de Julio de 1953 —el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba—. Por eso sobre el Moncada se maquinó la práctica del olvido como táctica y estrategia de enemigos y presuntos amigos, cuando no fue suficiente la tergiversación de la verdad de los sucesos ni el torrente de infamias lanzadas sobre los protagonistas del asalto a la segunda fortaleza militar en importancia del país, y en particular contra el joven abogado Fidel Castro, jefe del Movimiento con el cual comenzó la última etapa de la lucha revolucionaria en Cuba, hasta el triunfo del Primero de Enero de 1959.

La Historia me Absolverá, como se conoce el ya histórico alegato de autodefensa del Moncada, improvisado por Fidel en la pequeña sala de estudios de las enfermaras en el Hospital Civil “Saturnino Lora", el 16 de octubre de 1953 (hace 30 años), sería el magistral documento {aunque de distribución clandestina un año después cuando él lo reconstruyó en la cárcel), que revelaría la verdad sobre los hechos del 26 de Julio, denunciaría los crímenes perpetrados por la tiranía, plantearía el porqué del Moncada y la proyección futura de una revolución nacional liberadora, todavía más inexcusable e impostergable luego de haberse producido el glorioso asalto, con su secuela de asesinatos ordenados por el llamado entonces gobierno de facto de Fulgencio Batista, que tanto odio azuzó contra los heroicos jóvenes de la Generación del Centenario del Apóstol José Martí, cuya memoria conculcada reivindicaron los asaltantes del Moncada y Bayamo, encabezados por Fidel Castro, quien habría de proclamar a Martí, Autor Intelectual del Asalto al Moncada, durante el memorable juicio por la Causa 37.

Si un libro histórico tiene y tendrá cada vez más trascendencia en nuestra literatura política es La Historia me Absolverá. En su edición original, una pequeña obra de 36 páginas, sin pie de imprenta, apenas sin interlíneas y sin foliar, impresa en un papel semibond de baja calidad, con portada de cromo blanco, cuyo título se imprimió en tinta roja como la sangre que derramaron los combatientes muertos en la acción, o los más, asesinados; formateada y compuesta por un simple operario de imprenta —Tomás Sotolongo— en un pequeño chinchal de impresión directa; encuadernada al abrigo de 11 noches por manos tensas, deseosas de terminar prontamente la tarea inminente encomendada a Haydeé Santamaría y a Melba Hernández, por Fidel Castro desde la prisión política de Isla de Pinos. Ya en ese momento iba primando la función necesaria de programa político y factor aglutinador que tenía el alegato del Moncada que conocemos hoy como La Historia me Absolverá porque, poco antes, por la urgencia de la denuncia, Fidel había redactado un sintético documento, también de circulación clandestina y muy escasa, que recogía en sus páginas la relación y magnitud de los crímenes de la tiranía en los días del Moncada. Era mucho más breve que La Historia me Absolverá y en su primera página tenía la efigie de José Martí y esta frase: "Para Cuba que sufre”.

Fidel había preguntado a los magistrados que lo juzgaban en la salita de las enfermeras el 16 de octubre por qué ese juicio insólito; cómo teniendo un Palacio de Justicia tan confortable habían decidido celebrar esa vista en aquel espacio tan reducido: temían a que la verdad se escuchara por muchos; él se los dijo. La conjura del silencio había comenzado con la censura de prensa el 26 de Julio. Ochenta y dos días después, el 16 de octubre, se mantenía, y seis periodistas presentes en la Sala no podríamos publicar nada de lo que escucháramos o viéramos, nuestra presencia era nula, al menos en aquel momento. Tampoco había grabadoras, ni taquígrafos, ni fotógrafos; se habían propuesto hacer olvidar lo que para la tiranía constituía una verdadera pesadilla.

Pero ocurrió de manera diferente. Cada una de las personas presentes que escucharon a Fidel tan próximo, incluyendo los guardias quienes constituían la mayoría en aquella salita, salieron de ella impresionados, convirtiéndose en los primeros propaladores de La Historia me Absolverá: por eso podíamos afirmar que la pre edición de esta obra fue oral. A pocas horas de terminarse el juicio casi todo Santiago de Cuba sabía qué había dicho Fidel Castro en la salita de las enfermeras, y en los días sucesivos en cualquier lugar de Oriente había una versión, mejor o peor contada, sobre aquel proceso.

La palabra fue llevando las primeras ideas de pueblo en pueblo, pero ello iba despertando mayor avidez por conocer los detalles, por profundizar en la razón de ese valeroso asalto, por saber la proposición de ese nuevo y heroico líder que se había revelado, destacándose entre los demás supuestos o validos dirigentes de los partidos de la oposición, que realmente dejaron de existir como partidos el mismo día 26 de Julio de 1953. El propio Raúl Castro había dicho en el juicio del Moncada, refiriéndose a la ortodoxia: "un partido que ya no existe", porque los valores habían cambiado a partir de aquel domingo de julio.

Sin embargo, transcurrirían varios meses, casi un año, para que el pueblo cubano tuviera su nueva arma de combate, la que lo prepararía para la próxima y definitiva acción: sería un arma ideológica y de propaganda. Los enemigos la temerían tanto como a una bala de fusil. Esa arma convertiría en victoria estratégica el revés táctico del 26 de Julio, era La Historia me Absolverá, donde Fidel esbozaba con criterio marxista el programa popular avanzado de su Movimiento. La concepción marxista de esa "pequeña gigante" de la literatura política estaría presente en el sentido general de la obra misma, en las tuerzas sociales cuyos intereses expresaba y en los resultados históricos que habría de desencadenar; los cuales superaron a aquellos que, de manera expresa, se leían en La Historia me Absolverá y eran los que nuestro pueblo podía comprender entonces, de ahí también el carácter marxista, en tanto dialéctico, del alegato de defensa del Moncada.

Otras cocas que diré son anécdotas, recuerdos de tres décadas. Era por la mañana del 16 de octubre de 1953. Yo había ido como de costumbre —desde el 21 de septiembre— al Palacio de Justicia para ver si convocaban alguna otra vista del juicio inconcluso —Causa 37— por los sucesos del Moncada. En esta ocasión había un papel de china escrito a máquina pegado en la puerta de la Audiencia, decía que el juicio a Fidel Castro, Abelardo Crespo y Gerardo Poli, convocado por la Sala Primera se celebraría en el Hospital Civil. Parecía una broma pero era cierto; alegaron que Abelardo Crespo —herido en combate— hospitalizado en el "Saturnino Lora", no podía ser trasladado a la Audiencia. Eso lo manifestaron de palabra.

Cerca de mí, leía el papel otro joven periodista santiaguero llamado Arístides Garzón, entonces estudiante de Derecho —ya fallecido—, a quien siempre veía en el juicio. Eran poco más de las siete de la mañana pero casi corrimos hasta el hospital. De no haber coincidido en la entrada con el “ministerio público" —el fiscal Mendieta Hechavarría— que nos identificó, no hubiéramos podido entrar porque la lista de los periodistas que había tenido vigencia durante el juicio grande en el Palacio de Justicia se había quedado en la Audiencia y en la salita del Hospital apenas cabían seis sillas más.

Por muchas medidas que se tomaron, la noticia corrió por todo Santiago en breve tiempo y dentro del “Saturnino Lora" había expectación. Casi todos los enfermos y acompañantes que pudieron, se asomaron a las puertas de las salas y al corredor de las habitaciones de pensionistas por donde debían llevar al acusado Fidel Castro. El tiempo pasó rápido, ya dentro de la estrecha salita, escuché un revuelo, hablaban afuera alto, oí pisotones, culatazos sobre el piso, voces de mujeres... Salí como otros a la puerta aún abierta de la salita de estudio de las alumnas de enfermería y supe qué había pasado: dos muchachas, una maestra y otra empleada del comercio habían querido decirle a Fidel que el pueblo de Santiago estaba con él. Ellas eran María Antonia Figueroa y Nilda Ferrer. Fue un minuto de gran tensión, podían haber sustraído a Fidel nuevamente de aquel juicio —su única tribuna—, pero el Jefe de la Revolución apretó el paso y llegó rodeado de su escolta de desaforados guardias a la entrada de la salita donde aguardaban, ya sentados, los magistrados y el Fiscal.

Las habitualmente lentas formalidades judiciales se produjeron de forma atropellada segundos después del ingreso de Fidel a la Sala, y de inmediato el Tribunal abrió la sesión:

De nuevo el examen al acusado principal, sus descargos contundentes y su interrogatorio a los testigos, incluidos el Coronel Chaviano —El chacal de Oriente—; y el Comandante Andrés Pérez Chaumont, "jefe de las operaciones fantasmas” que se desarrollaban en las mazmorras del Moncada. Una tras otra las falacias del mando militar iban siendo destruidas.

Luego fue la petición de sentencia y cargos del Fiscal, tan sintéticos que se contradecían con la importancia que él mismo le había dado al juicio. Durante su autodefensa, Fidel llamaría la atención sobre este hecho. El Tribunal no quería darle argumentos que responder al abogado Fidel Castro quien comenzó a hablar despacio, en voz baja; pero como todos estábamos tan cerca en ese recinto, tan estrecho, lo escuchábamos bien. Dijo que ojalá hubiera tenido trente a él a todo un ejército; es que en aquel momento todos los guardias estaban como absortos escuchando aquella palabra distinta, que libraba el combate de la verdad. Definitivamente el acusado se había convertido en el acusador.

Tenían que condenarlo, estaba previsto. El se adelantó al veredicto: "Condenadme, no importa, la historia me absolverá” —expresó para terminar.

Después —ya dije— reconstruiría el texto en el presidio político, y este se convertiría en esa pequeña obra gigante que todos conocemos como La Historia me Absolverá.