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El día que la mafia de Miami soñó con matar a Fidel en Panamá

El Comandante en Jefe denuncia que Rodríguez Mena era, en realidad, el terrorista de origen cubano Luis Faustino Clemente Posada Carriles, quien planeaba asesinarlo durante la Cumbre.

Quelle: 

Periódico Granma

La tarde del viernes 17 de noviembre del año 2000, Franco Rodríguez Mena descansaba en la habitación 310 del hotel Coral Suites, de Ciudad Panamá, y no percibió que agentes de la policía tendían un cerco alrededor del edificio. Horas antes, el Comandante en Jefe Fidel Castro, recién llegado a territorio istmeño, denunciaba ante el mundo que Rodríguez Mena era, en realidad, el terrorista de origen cubano Luis Faustino Clemente Posada Carriles, quien  planeaba asesinarlo durante la X Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno.
 
La asistencia de Fidel a la cita presidencial en Panamá era una oportunidad de oro para la mafia de Miami, en especial la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), para intentar una vez más acabar con la vida del líder revolucionario.
 
La tarea estuvo a cargo de Posada, que ya había probado tener la sangre fría para asesinar. La voladura de un avión cubano en 1976 que provocó la muerte de 73 personas y la organización de una serie de atentados con bombas en hoteles de La Habana a finales de los años 90 del siglo pasado, que costaron la vida del turista italiano Fabio Di Celmo, son solo dos ejemplos de una vida dedicada a causar terror.
 
El plan magnicida consistía en volar el Pa­ra­ninfo de la Universidad de Panamá, donde Fidel hablaría ante más de mil espectadores y varios jefes de Estado. Para esa tarea, Posada contaba con una red de colaboradores dentro del país y la asesoría de un selecto equipo de terroristas compuesto por Gaspar Jiménez Escobedo, Pedro Crispín Remón y Guillermo Novo.
 
La rápida actuación de las autoridades cubanas evitó que los criminales lograran su cometido. A las cuatro de la tarde, mientras Fidel visitaba la Iglesia de San Pablo Apóstol, donde descansan los restos del general Omar Torrijos, un asistente le alcanzó una pequeña nota: “ Ya cogieron a Posada”.
 
Dos años antes, cuando estaba a punto de finalizar el gobierno de Ernesto Pérez Balladares, el diplomático Carlos Zamora Rodríguez asumió el cargo de embajador de Cuba en Panamá. La experiencia acumulada desde entonces —asegura—, “fue esencial para afrontar los acontecimientos de finales del 2000 y la prolongada lucha que sobrevendría después”.
 
Cuando joven, el sueño de Zamora era acompañar a Ernesto Che Guevara en su lucha revolucionaria internacionalista, pero la vida le tendría deparado otro campo de batalla: el servicio exterior cubano.
 
Con apenas 14 años, se vinculó a la sección juvenil del Movimiento 26 de Julio para enfrentar la dictadura de Fulgencio Batista. Después del triunfo de los rebeldes,  estudió Economía en la Universidad de Oriente.
 
La primera asignación de Zamora fue co­mo representante de Cuba ante la ONU, desde 1974 hasta 1977. Ha ocupado diversas responsabilidades en el Ministerio de Relaciones Exteriores y fungido como representante en Naciones Unidas y embajador en Ecuador, Panamá y Brasil. En la actualidad trabaja como subdirector general de América Latina y el Caribe.
 
LA SEDE
 
Zamora arribó al país centroamericano apenas un año antes de que venciera el plazo estipulado en los acuerdos Torrijos-Carter  para la entrega del canal interoceánico a las autoridades nacionales. Ese reclamo histórico del pueblo panameño tardó un siglo en cumplirse.
 
“El Canal de Panamá era un símbolo de la dominación imperialista sobre América Latina. Muchos historiadores consideran que los norteamericanos promovieron la secesión panameña de Colombia con el objetivo de apoderarse del istmo y construir el paso interoceánico, como efectivamente hicieron después. Incluso, los documentos que sellaron la independencia del país se firmaron en un acorazado estadounidense”, recuerda Zamora.
 
“Casi cien años después, los Estados Unidos estaban obligados a cumplir su palabra de devolver el Canal, pero no querían abandonar el territorio panameño. Manejaron varias fórmulas para burlar los tratados, mantener su presencia militar y conservar las instalaciones del Comando Sur  que consideraban estratégicas para el dominio de la región”.
 
A comienzo de 1999, el resultado de las elecciones presidenciales complicó aún más el traspaso: “Todo el mundo esperaba que el partido fundado por Torrijos  ganara los comicios y recibiera el Canal. Pero no sucedió así. Balladares perdió el plebiscito para modificar la Constitución y permitir  la reelección directa que le hubiese abierto la posibilidad de una nueva candidatura.
 
“La decisión del entonces Presidente creó divisiones al interior del PRD. La corriente arnulfista, liderada por Mireya Moscoso, aprovechó la coyuntura para triunfar en las elecciones.
 
“Aún así, la posición cubana no varió y se mantuvo del lado del pueblo panameño. Respaldamos el cumplimiento íntegro de los acuerdos y fuimos contrarios a los intentos de escamotear la soberanía de ese país sobre su territorio”.
 
Poco tiempo después de asumir la presidencia en junio de 1999, Moscoso asistió a la  IX Cumbre Iberoamericana en La Habana, donde se respaldó el traspaso del Canal y se conoció que el país centroamericano acogería la siguiente cita, planificada para finales del 2000.
 
“Terminada la Cumbre en Cuba, quedó el compromiso del líder de la Revolución de asistir a la cita istmeña. Además, nuestro país debía crear las condiciones para traspasar la presidencia del organismo a Panamá.
 
“A pesar de las diferencias políticas, la relación entre los dos países transcurría en un ambiente cordial. Moscoso, durante su primer año de gobierno, mantuvo las principales áreas de cooperación establecidas con Balladares, como las becas para estudiar Medicina en la Isla”.
 
Resulta también llamativo que en la propia Cumbre Iberoamericana se diera un debate sobre el tema del terrorismo. El Salvador, representado entonces por el derechista partido Arena, propuso una iniciativa para condenar al grupo ETA de España, que fue considerada por Cuba como “parcial, selectiva e incompleta”. El  Comandante en Jefe defendió incansablemente una declaración contra todas las formas y manifestaciones de terrorismo, incluido el de Estado.
 
Los sucesos de Panamá, previos incluso a los atentados del 11 de septiembre, demostrarían la razón histórica detrás de la posición cubana.
 
EL PLAN
 
Las altas probabilidades de que el líder cubano asistiera a la Cumbre en Panamá, constituía una excelente oportunidad para la contrarrevolución, en abierta crisis desde la muerte de Jorge Mas Canosa, fundador de la FNCA.
 
La mafia de Miami buscaba un golpe grande para salir de su letargo.
 
En aquel entonces, “el territorio panameño ofrecía condiciones propicias para el atentado: fronteras vulnerables, muchas deficiencias en sus esquemas de seguridad interna y la penetración de los servicios de inteligencia norteamericanos en áreas estratégicas del país, en especial el sector castrense y las comunicaciones”.
 
La contrarrevolución no podía desaprovechar la coyuntura e hizo una “selección de selecciones” para llevar a cabo el trabajo: “Posada Carriles y Novo Sampoll nunca habían actuado juntos. Sampoll tenía un historial propio en la ciudad de New Jersey; se vinculó con la DINA durante la dictadura de Pinochet en las décadas de los años 70 y 80 y participó en el asesinato del diplomático chileno Orlando Letelier”.
 
Posada Carriles, por su parte, radicó varios años en Venezuela hasta que fue apresado por su participación en el atentado al avión de Cubana de Aviación, en 1976; cuando logró escapar de la cárcel se estableció en Ilopango,  en El Salvador, y desde allí estructuró un equipo terrorista que se nutrió fundamentalmente de guatemaltecos, salvadoreños y hondureños.
 
“Por su parte, Jiménez Escobedo era un miembro importante de la FNCA, en Miami, y Remón alcanzó notoriedad con su participación en el asesinato del funcionario cubano Félix García Rodríguez, y la planificación de otros atentados en Estados Unidos”.
 
Si bien los cuatro personajes se dedicaban a lo mismo, tenían independencia en su accionar. La mafia logró reunirlos pensando en dar un golpe fuerte en Panamá.
 
“Los terroristas manejaron más de una variante para lograr su cometido: volar el avión de Fidel en el momento del aterrizaje, hacer un atentado en el trayecto del aeropuerto al hotel donde se hospedaría, o en algún otro de los recorridos que hiciera durante la Cumbre Iberoamericana, y, por último, hacer estallar el Paraninfo de la Universidad… donde se llevaría a cabo un acto de solidaridad con Cuba.
 
“Durante los meses previos a la Cumbre, varios de esos elementos contrarrevolucionarios visitaron Panamá para estudiar el terreno y organizar el apoyo interno. Está comprobado que, entre agosto y septiembre del 2000,  Posada Carriles y Gaspar Jiménez Escobedo entraron al país con los mismos pasaportes que usaron en noviembre.
 
“Los terroristas estudiaron las locaciones de la Cumbre, en especial el hotel donde se hospedarían los jefes de Estado. Pero los operativos de seguridad en la zona complicaron la posibilidad de atentar allí contra la vida de Fidel. Las circunstancias fueron cerrando las distintas posibilidades y decidieron centrar sus esfuerzos en el plan de volar el Paraninfo de la Universidad.
 
“Su entrada al país los días previos a la Cumbre, respondía a ultimar los preparativos del atentado. Una parte ingresó por el aeropuerto internacional y otra por la frontera costarricense y se trasladaron por tierra hasta Ciudad Panamá”.
 
EL ARRESTO
 
Si los terroristas consideraron que podían actuar con impunidad en territorio panameño, no tomaron en cuenta a la seguridad cubana que, desde mucho tiempo atrás, los seguía y estaba al tanto de sus planes.
 
La parte cubana entregó a la panameña un listado de los terroristas, sus alias y los tipos de pasaporte que podían utilizar para entrar al país. Allí aparecían todos los personajes que participaron en la planificación del atentado. Fui testigo de las conversaciones sostenidas con las autoridades de Panamá, en las que expresamos la preocupación de la delegación cubana frente a la presencia de los terroristas y la amenaza que suponían para la seguridad del Comandante en Jefe y la comitiva cubana.
 
“Estoy convencido de que los servicios de seguridad panameños tuvieron en su poder todos los elementos necesarios para detener a Posada y su grupo”.
 
“A pesar de la amenaza, Cuba no rehuyó de su responsabilidad. El Comandante afirmó que no iba a ausentarse por el riesgo. Pero ya en Panamá, y como no se había actuado para detener a los terroristas, teníamos el derecho de hacer una denuncia pública y demandar el cumplimiento de la ley.
 
“Que el propio Fidel hiciera la denuncia tuvo un impacto extraordinario en la prensa nacional e internacional, y fue determinante para que se tomaran medidas contra los terroristas. De haber hecho caso omiso al reclamo cubano, Mireya Moscoso hubiese quedado como cómplice del plan de atentado”.
 
Cerca de las cuatro de la tarde de ese día, agentes de la policía judicial capturaron en el Coral Suite a Posada y Sampoll, quienes compartían la misma habitación. Crespín Remón y Gaspar Jiménez llegaron al lugar en automóvil y se percataron del operativo, pero fueron incapaces de evadir a las autoridades, que los atraparon en las cercanías del hotel.
 
EL JUICIO
 
Con los cuatros hombres detenidos, la investigación de las autoridades panameñas corroboró la denuncia cubana y encontró pruebas del atentado que se proponían llevar a cabo, como nueve quilos de C-4 y diagramas sobre el lugar donde pensaban detonar el artefacto.
 
A pesar de la abundante evidencia, transcurrieron tres años antes de que los terroristas ocuparan el banquillo de los acusados.
 
“El propio pueblo panameño y sus movimientos populares exigieron que se hiciera justicia. Al Paraninfo de la Universidad Nacional de Panamá asistirían unas dos mil personas y personalidades de todas las fuerzas políticas, de izquierda y derecha. De haber tenido éxito los terroristas, Panamá hubiera sido el 11 de septiembre  de América Latina.
 
“La presión popular obligó a Moscoso a iniciar el proceso judicial, a pesar de que, desde el comienzo, su intención era obtener una salida amigable con EE.UU. y los sectores contrarrevolucionarios de Miami que le permitiera dejar en libertad a los terroristas con el menor costo político posible. Pero fracasaron todas las artimañas políticas para evitar el juicio y no lograron vender a la opinión pública la imagen de Posada y sus colaboradores como un grupo de enfermos e indefensos ancianos”.
 
A mediados del 2003, se inició el juicio contra los cuatro terroristas: “El gobierno buscó entonces convertir el proceso en una farsa que condenara simbólicamente a los terroristas y, al mismo tiempo, los dejara en libertad. Pero el plan de la Presidenta chocó contra la fiscal del caso, Argentina Barreda, y el juez Enrique Paniza, quienes mantuvieron una actitud digna y no se dejaron corromper.
 
“Como la Justicia no cedía ante las presiones del Ejecutivo, comenzaron las maniobras de tipo legal: a los terroristas se les imputaban tres cargos  que suponían una pena de entre 11 y 15 años de cárcel, cuando la máxima sentencia establecida por las leyes panameñas es de 20 años de prisión y en este caso, afortunadamente, no se llegó a cometer el atentado. Entonces vetaron al juez Paniza, que estaba a favor de aplicar todo el rigor de la ley, y lo sustituyeron por José Ho Justiniani, un hombre de su confianza. Este último unió todos los cargos en uno solo, y redujo la pena a siete años de prisión, y un año extra para Carriles y Gaspar Jiménez por falsificación de documentos”.
 
EL INDULTO
 
La mafia anticubana de Miami no quedó conforme con la reducción de las sentencias, y presionó a Moscoso para que cumpliera el compromiso inicial de liberar a Posada y su grupo. Pero la Presidenta se enfrentaba a un grave problema: su mandato estaba cerca de finalizar y los terroristas cumplían condenas de siete y ocho años. Además, tenían pendiente un proceso de apelación ante el Tribunal Supremo que podía aumentar las sentencias.
 
“El indulto era la última carta de Mireya Moscoso, pero la Constitución panameña no permitía otorgar ese beneficio por delitos comunes y sin una sentencia firme. Ante la encrucijada, la mandataria inventó una supuesta confrontación entre Panamá y Cuba y acusó a la Revolución de amenazar la seguridad de su país. Fue una maniobra pensada y diseñada para crear las condiciones de cara a la opinión pública nacional e internacional y reducir el impacto político de la medida que, evidentemente, se disponía a tomar.
 
“Como parte de esa estrategia, fui declarado persona non grata y se ordenó mi expulsión de Panamá en 48 horas. Durante la larga batalla para lograr que se hiciera justicia, desde la Cumbre hasta el día del indulto, únicamente cumplimos nuestro deber y nos guiamos por los valores de la Revolución.
 
“A mi arribo a Cuba, el 26 de agosto del 2004, Mireya Moscoso firmó el indulto y puso en libertad a los cuatro terroristas.
 
A las 6:30 de la mañana, abordaron un avión pagado por la mafia de Miami y se dirigieron a Honduras. De ahí, Posada Carriles ingresó ilegalmente en los Estados Unidos, donde permanece libre por los grandes compromisos que tiene con la CIA”.