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Los hijos de África

Combatientes de la Unidad de Exploración en Menongue, sur de Angola. Dic/1987

Quelle: 

Periódico Granma

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La llegada a la Unidad de Tránsito de Fu­tungo, en Luanda, el 14 de septiembre de 1987 resultó brusca. ¿Qué era eso de que un hombre le dijera a otro muñeco?
 
Rápidamente supimos que la frase era una constante para todo el que se estrenara en mi­sión internacionalista en Angola. ¿La razón? Justo en el sitio ocupado por dicha unidad ha­bía existido una fábrica de muñecas en la épo­ca del colonialismo portugués.
 
La jocosidad del cubano no cesa ni en las circunstancias más riesgosas. Allá, a unos 14 000 ki­lómetros, en situación de guerra, llegó a crearse un vocabulario propio entre combatientes. Así, los coterráneos de un lugar de Cuba se llamaban entre sí tierra, los llegados en fechas cercanas acuñaron el vocablo tiempo, a las cartas las nombraron gorriones…
 
Lo más importante para los recién graduados periodistas llegados de La Habana era la lección de Historia contemporánea que en vi­vo comenzaban a recibir desde la propia bienvenida. Por esos días, entre los límites de Fu­tungo, conocieron de hombres que cumplían su segunda, tercera y hasta cuarta misión en África u otras latitudes.
 
Entonces abundaron los relatos del heroísmo derrochado en parajes como Quin­fan­gon­do, Quibala, Sumbe, Cabinda, Cangam­ba… Otros hablaron de la presencia del Co­man­dante en Jefe en territorio angolano en mo­mentos complejos del conflicto.
 
Allí estaban los hijos de África, de Carlota, nombre con el que se denominó la operación desde el inicio, en alusión a una rebelde esclava cubana del siglo XIX.
 
LA GUERRA TIENE LA CARA FEA
 
Ya se los había adelantado antes de partir el destacado director de fotografía Ángel Al­de­rete, mientras recibían adiestramiento en el manejo de las cámaras de cine, video y fotografía en los Estudios Fílmicos de las FAR: “la guerra tiene la cara fea”. Pero para cualquier ser humano, y en particular para un reportero (a) la vivencia es insustituible.
Una contienda bélica se las trae. Los ojos de Francisco brillan a pesar de la tristeza. Parecen vislumbrar el final, aún lejano, de la victoria.
 
Este niño angolano tomó ese nombre tan común en la Mayor de las Antillas tras incorporarse a las tropas cubanas luego de sobrevivir, al precio de quedar huérfano y sin familia, a la masacre de Kassinga.
 
Francisco se hizo hombre entre el fuego de las armas; transitó entre una y otra unidad cu­bana, y un buen día con el pasar de los años, supimos que es todo un profesional y vive en la central provincia de Villa Clara.
 
Los escenarios impactan cuando muestran las huellas de la metralla. Más allá del rostro de los pobladores, los sacrificios y el dolor solo compensado por el triunfo definitivo y la consolidación de la independencia, también es de lamentar el daño sufrido por el patrimonio cultural y el entorno.
 
La caravana Antonio Maceo tiene bien pue­s­to el nombre. Radica en Huambo, la se­gunda ciudad en importancia, situada en el centro del país, pero llega hasta donde requieran de suministros las brigadas y grupos tácticos emplazados en la extensa geografía angolana.
 
Los desafíos se plantean aquí y allá. Los zapadores demuestran singular destreza en la detección y desactivación de las minas.
 
Cada puesto tiene importancia. ¡Qué decir de los comunicadores!, decisivos a la hora de brin­dar información útil para el camino a seguir, según la situación operativa. No por casualidad aquella tarde en la difícil caravana de Huambo-Cuito Bie-Menongue, el general de brigada Jorge García Cartaya ordenó apartarnos de la carretera (más bien terraplén) sembrada de minas, y continuar a campo traviesa buena parte del recorrido.
 
El cierre técnico, como lo indica su nombre, viaja en la cola del convoy. Tienen la misión de asistir a otros ante cualquier eventualidad de tipo mecánico.
 
Pero aquel atardecer las balas trazadoras sobre el pavimento fueron el aviso de que además de trabajar en la avería presentada, había que tomar posición desde las escotillas del camión Ural para responder al ataque sor­pre­sivo.
 
CUITO CUANAVALE, EL VIRAJE
 
Hacia finales de 1987 Cuito Cuanavale se convirtió en un poblado desierto. Paisaje de­solador el de sus casas inhabitadas, los de­pósi­tos de agua agujereados, la hierba seca… Se extraña el canto de los niños y su optimista sonrisa.
 
Los racistas sudafricanos se han empeñado en tomar posición allí donde confluyen los ríos Cuito y Cuanavale, y dan el nombre al lugar.
 
Las agrupaciones angolanas y cubanas em­plazadas en el territorio responden con es­toi­cismo los constantes ataques de la aviación, la artillería de largo alcance de 155 mm, del tipo G-5 y G-6, y de los lanzacohetes múltiples Valkirie.
 
Cada medio enemigo tiene su antídoto. En las alturas los mirages no son más que nuestros migs; desde tierra los artilleros de BM-21 también saben ganar.
 
Todo funciona bajo tierra; desde el café de primera hora de la mañana hasta el fuego ininterrumpido de nuestro medios y fuerzas frente al hostigamiento enemigo que no tiene mo­mento fijo.
 
Sobre los tablones colgantes que hacen de puente sobre el río, hay que pasar como una suerte de cuerda floja, pero es el camino obligado para llegar donde también tenemos hermanos de lucha. El panorama es difícil, mas el op­timismo no se pierde. En medio de las condiciones adversas de esos días de batallas y gloria, el colega Roger Ricardo Luis, quien fue­ra en­viado especial de este diario junto al fo­torreportero Ricardo López, les expresa a los muchachos una frase que después acaba en título de un libro: Prepárense para vivir.
 
Los combatientes cubanos y de las Fuerzas Armadas Populares para la Liberación de Angola, FAPLA, integrados en las brigadas 25, 59, 13, 36 entablan combates frecuentemente. Dicen que el 14 de febrero de 1988 fue de “am­­panga”. El “cachimbeo” —como gusta de­cir a los angolanos— empezó temprano. Esa fecha será recordada por los años de los años como el día menos amoroso de los vividos por estos jóvenes. Ya vendrán mejores días de los enamorados, se dijeron entre sí los combatientes como consuelo emergente ante el episodio vivido.
 
Por aquellos días la Revolución Cubana, con su espíritu internacionalista, vivía una prue­ba crucial y la única elección era la vic­toria.
 
Quizá nadie imaginó que la historia reservara celebridad para tan pequeño poblado. Opor­tunamente, sin que se apagara aún el fuego de los medios de combate, el Consejo de Estado de la República de Cuba acuerda instituir la me­dalla A los heroicos defensores de Cuito Cua­navale.
 
Tres años después, en el verano de 1991, du­rante su visita a Cuba, el líder sudafricano Nel­son Mandela afirmó: “Cuito Cuanavale marca el viraje en la lucha para librar al con­tinente y a nuestro país del azote del apartheid”.
 
LA VICTORIA DE CARLOTA
 
No toca receso. La Agrupación de Tropas del Sur avanza en el flanco suroccidental. T´chipa también entra en las páginas de la epopeya. Y en Calueque nuestros pilotos dan el golpe de gracia el 27 de junio de 1988. Fue tal que en lengua africaner los invasores escriben su sentir en una pared: Migs 23 nos partieron el corazón.
 
Y con ello apuran la retirada con la mente puesta en una salida en la mesa de conversaciones. El régimen del apartheid se tambalea.
 
22 de diciembre de 1988: Se firman los acuer­dos finales entre Angola, Cuba y Sudá­frica, y con ello se garantiza el respeto a la so­beranía e integridad territorial de Angola y la aplicación de la Resolución 435/78 para la independencia de Namibia.
 
Comienza la retirada paulatina del contingente internacionalista. Los últimos soldados cubanos salen de Luanda el 25 de mayo de 1991.
 
Dos días después, al informar al Coman­dante en Jefe de la conclusión victoriosa de la Operación Carlota, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces Ministro de las FAR, afirmaba: “La gloria y el mérito supremo pertenecen al pueblo cubano, protagonista verdadero de esta epopeya que corresponderá a la historia aquilatar en su más profunda y perdurable trascendencia”.