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Sangre milagrosa

El personal médico y paramédico en Angola fue protagonista de numerosas historias como la del sanitario Raúl.

Quelle: 

Periódico Granma

Autor: 

 

PRESENCIA CUBANA EN ANGOLA

Aquella noche Raúl extrañó como nunca antes a los suyos. Mojado de la cabeza a los pies, la mochila con los medicamentos a la espalda y un frío que le calaba los huesos, hacía lo imposible por mantener el ritmo de las acciones, mientras se cerraba sobre el enemigo el cerco tendido por fuerzas angolano-cubanas en un punto conocido como Sandando, en la provincia de Moxico.

El fuego de ambas partes se tornaba cada vez más intenso, alumbrando la madrugada con la luz intermitente de las trazadoras. A duras penas podía Raúl divisar al compañero que avanzaba a su lado, con quien mantenía una comunicación constante para no perder la cohesión en la penumbra y auxiliarse mutuamente en caso de emergencia.
 
Cada traspié en la oscuridad, cada silbido de proyectil, más que asustarlo, le traían imágenes de su querido Pilón, de los años como sanitario de las FAR, del intenso bregar por las montañas orientales al frente de un puesto de la Cruz Roja... “¡Qué va, esto no es ni la sombra de aquello!”, se decía, como si el destino lo hubiera traído, sin pasaje de vuelta, al mismísimo infierno. Entonces, reía para sus adentros:
 
—Tanta cosa y creo que a estas alturas nadie sabe exactamente ni cómo me llamo. Si me pasa algo, seguro van a decir: “aquí se jodió Pilón”, y nada más. Bueno, de todas formas queda el nombre de mi pueblo. Allí sabrán que no me apendejé...
 
“¡El médico!, ¡el médico!, ¡que venga el médico, coño!” —pri­mero se escuchó un susurro, luego un grito desconcertante. Algo grave había ocurrido a unas decenas de metros del lugar por donde avanzaba Raúl.
 
Era el capitán Jorge Luis, que casi se desangraba tendido sobre la hierba con un tiro en la ingle y otro en el muslo derecho. Había que extraerle de inmediato los proyectiles en un esfuerzo desesperado por salvarle la vida.
 
Ante la preocupación del médico, Raúl no lo pensó dos veces: extendió su brazo para trasfundirle sangre al herido, vena a vena, olvidando el cansancio y las horas que llevaba sin ingerir alimentos. La escena, llena de simbolismo, fue observada en silencio por el resto de los combatientes, profundamente impresionados por el gesto espontáneo del sanitario.
 
Pasados los primeros momentos de tensión ante la baja sufrida, se decidió evacuar al capitán para Luena, recayendo en el propio Raúl la responsabilidad de acompañarlo. Ya en la capital provincial, la salud del oficial continuó deteriorándose. Había perdido mucha sangre, lo que complicaba los esfuerzos
 
médicos por evitarle males mayores.
Al tanto desde el primer instante de lo que ocurría, el sanitario de la montaña y ahora de la agrupación Olivo, en Angola, volvió a donar su sangre. Solo
 
unas horas habían transcurrido de la primera extracción.
 
*     *     *
 
A su paso por Luena, después Luanda y posteriormente en el Destacamento de Protección de Columnas Camilo Cien­fue­gos, Raúl tuvo la satisfacción de haber arrancado de las garras de la muerte a varios cubanos con solo extender su brazo solidario, sin importarle plazos preestablecidos entre donaciones, ni posibles secuelas para su propia salud.
 
Ese fue un mérito que supo conservar en el anonimato, sin altanería, con la misma modestia con que continuó atendiendo a sus compañeros de caravana en caravana. Ni siquiera mencionó una palabra sobre el particular cuando, ante una urgencia familiar, tuvo que viajar momentáneamente a Cuba. Entre sus pertenencias llevaba, sin embargo, dos certificados de reconocimiento entregados por el médico de la “Camilo Cienfuegos”.
 
Solo transcurridos varios meses después, una carta de su esposa Regla, entonces auxiliar de limpieza en el hospital provincial de Cienfuegos, logró estremecerlo al punto de hacerle brotar lágrimas de sus ojos:
 
Negro:
 
El motivo de la presente es para decirte que aquí estuvieron tres compañeros que estaban en Angola contigo. Hay uno de ellos que dice llamarse Jorge Luis Díaz Pérez, capitán del Batallón Olivo en Luena. Me dijo que tú le habías salvado la vida y yo me puse muy contenta al saber de tu actitud y que habías donado la sangre y que estaban muy agradecidos el médico y el recluta. Estuvieron aquí todos ellos y me trajeron diplomas y tetos y me ayudaron a acabar la casa también...
 
*     *      *
 
Raúl y Pilón, Pilón y Raúl. Dos nombres que se hicieron uno: siempre con el deber por delante, presente la gracia oriental, común la salida espontánea. El tipo de gente que parece no sobresalir... hasta el minuto decisivo.
 
Así ocurrió muchas veces. En las buenas y en las malas. En las alturas de la Maestra y en el inhóspito polígono militar. Así le ocurrió también en la Central Electronuclear de Ju­raguá, en Cienfuegos, donde trabajaba como plomero cuando fue llamado a cumplir la misión internacionalista en An­go­la…
 
—Dale, Pilón… plantéale el problema del transporte.
 
—¡Ustedes están locos! ¡Queeé va!
 
—Ah, compay, no te vayas a rajar. Mira que este es el momento de resolver las guaguas pa’ los pases.
 
El dime-que-te-diré transcurría a varios metros en lo profundo de una zanja gigantesca, sin percatarse de que, desde arriba, los observaba una silueta verde olivo bien conocida por todos.
 
Aquello era mucho más que un reto para Raúl y como tal prefirió enfrentarlo. Trepó, entre nervioso y decidido, hasta la superficie, saludó con un escueto “¡Buenas!” a quienes lo rodeaban y enseguida “disparó” la solicitud de sus compañeros: necesitaban un transporte que facilitara el traslado de los trabajadores orientales hasta los lugares de origen.
 
—¿De dónde eres? —le preguntó Fidel.
 
—De Pilón.
 
—¿De qué parte de Pilón?
 
—De Corcojo.
 
—¿Tú vives cerca de Ojo de Toro?
 
—Sí.
 
—Por ahí pasamos nosotros después de desembarcar en el Granma.
 
—Sí, lo sé. Mi bisabuela Longina les prestó servicios a Camilo, al Che y a Raúl.
 
—¡Qué bien! Bueno, dentro de tres días está eso aquí.
 
A la segunda noche de aquel encuentro fortuito, vinieron a despertar a Raúl con un encargo de urgencia: debía recibir 30 ómnibus que le enviaba Fidel.
Entre asustado y perplejo, el joven plomero solo atinó a balbucear, todavía adormecido: “Ah… eso no es conmigo. Vayan a ver al jefe de la empresa…”.
 
Pero la respuesta del enviado fue tajante:
 
—¿Tú no eres Pilón? Pues mira: aquí tienes una nota que te envía el Comandante:
 
Entregar al compañero delegado de las transportaciones de las provincias orientales de la CEN, Raúl Araujo Figueredo, conocido por Pilón, 30 ómnibus. Después te mando el resto.
Fidel