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Corresponsal de guerra en Angola: Los muertos que los pongan ellos (II)

Los jefes angolano y cubano del frente Este, comandantes Dangereaux Kimenga y Carlos Fernández Gondín, segundo y tercero de derecha a izquierda, y otros miembros del Estado Mayor en las horas previas al avance para la toma de la capital provincial de Moxico (antigua Luso).

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Cubadebate

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Los festejos por la proclamación de la independencia de casi medio milenio de colonialismo lusitano en Angola tuvieron como punto central el Forte Sao Miguel, situado en una elevación de la capital angolana desde la cual se domina una ancha bahía y una franja de tierra, la Ilha.
 
Un intento de acuerdo entre las tres fuerzas, el MPLA, la Unita y el FNLA, plasmado en el Tratado de Alvor, quedó hecho trizas cuando los dos últimos trataron de liquidar a los miembros del primero; pero fueron vencidos y obligados a retirarse de Luanda, tras provocar serios daños y dejar una impresión clara de lo que habría sido el país bajo su control.
 
Prueba fehaciente de los desmanes del FNLA y la Unita llegó a través de colega Hugo Rius, quien describió en una entrevista el hallazgo de frigoríficos en los cuales se conservaban partes humanas que los miembros de esas entidades consumían por causas rituales pues creían que ingerir los riñones y el corazón de los enemigos transfería su coraje.
 
A fines de noviembre aún eran perceptibles los efectos de los combates por el control de la capital a la que llegó el grueso del grupo de periodistas, ya que dos de sus miembros viajaron por separado a Cabinda, el enclave angolano rico en petróleo que Mobutu Sese Seko deseaba anexarse.
 
A pesar de la tensa situación en los teatros de operaciones, el presidente Agostinho Neto encabezó los festejos por el nuevo año, 1976, celebrados en la residencia del gobernador colonial, devenida sede del Gobierno de la flamante República Popular de Angola.
 
Horas antes en uno de los salones de la antigua residencia del gobernador colonial el médico y poeta presenció, acompañado de su esposa, Eugenia, el entonces canciller Paulo Jorge, Lucio Lara, miembro del Buró Político del MPLA y otros dirigentes de su equipo la grabación del discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro en la clausura del I Congreso del Partido Comunista de Cuba.
 
Impasible, con un hablar quedo y pausado que resultaba difícil relacionar con la persona que había escrito Havemos de voltar, el poema credo, canto de optimismo y firmeza que se probaría cierto tras años de guerra con las tropas de Portugal, potencia colonial subdesarrollada, un enemigo que se probaría un diminuto componente en el mosaico de intereses que pugnaban por instalar el neocolonialismo.
 
A pesar de su hermetismo, en el rostro de Neto se dibujó una leve sonrisa al escuchar la revelación del Presidente cubano sobre el rechazo de Cuba a los pronunciamientos, no por discretos menos insistentes, de altos funcionarios estadounidenses como Henry Kissinger, de distender las presiones sobre Cuba, bloqueo incluido, a cambio de suspender el apoyo al MPLA.
 
“Y ahora la manzana de la discordia es Angola. Los imperialistas pretenden prohibirnos que ayudemos a nuestros hermanos angolanos. Pero debemos decirles a los yankis que no se olviden de que nosotros no solo somos un país latinoamericano, sino que somos también un país latinoafricano”, señaló el Comandante en Jefe cubano en su alocución.
 
Es probable que ese haya sido uno de los factores que impelieron al mandatario angolano, que tenía decenas de solicitudes pendientes, a conceder a la prensa cubana en diciembre de 1975 su primera entrevista como jefe de Estado, difundida en el cotidiano vespertino Juventud Rebelde.
 
En Angola se jugaba el destino del cono sur africano: de una parte las fuerzas anticolonialistas y, del otro, Sudáfrica, con una estrategia basada en ser el Sol de una constelación de estados satélites, las ex colonias lusitanas, su apéndice Rhodesia –hoy Zimbabwe– donde reinaba Ian Smith, y Nambia, país que controlaban desde principios de siglo a través de un fideicomiso expirado y, en la cúspide de esa pirámide, la OTAN.
 
La importancia concedida por la alianza atlántica al destino de Angola quedó en evidencia por el prolijo suministro de medios y municiones a los adversarios del MPLA en el cual participaron el Egipto de Anuar El Sadat e Irán, cuyo monarca, el Sha Mohamed Reza Pahlevi, resultaría un ídolo con pies de barro, barrido por la revolución islámica a principios de 1979, apenas transcurridos cuatro años de su involucración en la crisis angolana.
 
Pocas semanas más tarde comenzaría el empuje decisivo que eliminó al FNLA como fuerza a tener en cuenta en el norte, donde después habría un intento con mercenarios reclutados a toda prisa sobre todo en Portugal y el Reino Unido, capturados sin que pudieran entrar en combate y juzgados en público.
 
Esos soldados de fortuna y sus deposiciones constan en un libro, Fin del Mito de los Mercenarios, obra del político y periodista cubano Raúl Valdés Vivó, quien participó en la organización del proceso público a esos prisioneros, capturados en el norte y llevados a Luanda donde en una entrevista filmada contaron cómo, dónde y quiénes los había reclutado.
 
En el este la situación a principios de 1976 aún era complicada por la cercanía de Zaire y los frecuentes ataques aéreos contra el Caminho de Ferro de Benguela, el ferrocarril por el cual se transportaba el mineral extraído en el cinturón del cobre en Zambia hasta el puerto angolano de Lobito para su exportación a Europa.
 
Pero la situación estaba a punto de cambiar pues desde la base aérea de Texeira de Souza (hoy Saurimo), en el este, se preparaba un avance hacia la provincia de Luso (hoy Moxico), mientras en el sur las fuerzas sudafricanas y la Unita estaban siendo empujadas hacia la frontera con Namibia.
 
Junto al arrojo y la acometividad de las tropas angolano-cubanas uno de los factores de peso en la dinámica de la ofensiva fueron los lanzacohetes múltiples BM-21, bautizados “el rey de la selva” por los sudafricanos que habían basado sus avances en la preparación artillera con sus temibles cañones de 155 milímetros.
 
Una participación protagónica, aunque anónima, la tuvieron los trabajadores civiles cubanos que junto a los angolanos reconstruyeron los puentes derribados en su huída por los elementos de la Unita y las tropas africanas para impedir el avance de las fuerzas legales.
 
El rugir de las BM-21 –que al ser disparadas hacen una primera explosión al romper la barrera del sonido, premonición de sus efectos devastadores al impactar en los blancos y esparcirse de manera horizontal, a ras del suelo– les provocaba un temor que llegó a adquirir ribetes de pánico, además de los efectos de la aviación de combate.
 
El resto es historia: la captura de la capital provincial de Moxico –donde los oficiales enemigos huyeron de manera tan precipitada que dejaron en las mesas el rancho aún humeante el almuerzo–, junto a la ofensiva en el sur, completaron el panorama que aconsejó a Pretoria firmar en abril de 1976 los acuerdos de Cunene.
 
Con esa medida de emergencia, control de daños en prevención de una catástrofe interna, como me dijera años después el presidente del Congreso Nacional Africano Oliver Tambo, el apartheid entró en una crisis que impondría la liberación de Nelson Mandela y la celebración de elecciones con participación de la mayoría negra, el fin de su dominación en Namibia y la conjuración del peligro que representaba para las antiguas colonias en el cono sur africano.
 
Transcurrirían años antes de que se materializaran esos cambios, pero la suerte estaba echada: el África del neocolonialismo, donde aún persisten otros problemas derivados de la dominación foránea, comenzaba a ser parte de un pasado contra el cual se rebeló más de un siglo antes Carlota, una anónima esclava lucumí en la lejana provincia cubana de Matanzas.
 
(*) Corresponsal de guerra en Angola.