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Reparador de sueños

Fidel Castro Ruz jugando baloncesto
Fidel Castro Ruz jugando baloncesto

Datum: 

02/12/2016

Quelle: 

Periódico Granma

Autor: 

¡Mira que ocurrírsele que creciera el Tur­quino! Sí, que el mismísimo pico de la montaña más alta de Cuba podría crecer. Así de tenaz, acaso, aunque es dichosa esa tozudez de quien no conoce límite a los sueños. Y va por ahí, desandando caminos, digno de fe. Fidel, sembrando hombres.
 
Ellas y ellos lo cuentan. Son sus voces, sus vivencias, las que no podrían olvidarse.
 
Andrés García Suárez, periodista jubilado (Cienfuegos)
 
Hace 66 años Fidel entró en mi vida, cuando yo era un joven de 18 años de edad. Lo co­nocí el 12 de noviembre de 1950 cuando vino a Cienfuegos, como líder de la FEU, a apoyar la huelga que los alumnos del Instituto de Se­gunda Enseñanza desatábamos contra leyes del gobierno de Prío Socarrás, y que luego se convirtió en Huelga General Estu­diantil en el país.
 
Él era entonces un joven de 24 años, alto, espigado, enérgico e inteligente. Aquí fue arrestado y enviado al Tribunal de Urgencia de Las Villas. En el juicio, el 14 de diciembre de 1950, Fidel realizó su primera autodefensa y denunció al régimen corrupto. Fue absuelto.
 
La fría madrugada del 6 de enero de 1959 es­­tuve en el acto masivo frente al Ayun­ta­mi­en­to de la ciudad, frente al parque Martí, donde comenzó la empatía entre los cienfuegueros y él, tras el arribo de la Cara­vana de la Libertad cuando desviándose de la ruta trazada de la Ca­rretera Central, llegó aquí, porque «...a Cien­fuegos había que venir a rendir tributo a los mártires, y a saludar al heroico pueblo del 5 de septiembre», y a ha­blar­nos del «futuro que tendríamos que construir todos juntos».
 
Presencié, al amanecer siguiente, su felici­tación a los trabajadores de la sentina que se llamó El Comercio (propiedad del ministro de Gobernación de Batista, San­tiago Rey Pernas), y que Fidel expropió y convirtió en un periódico digno y revolucionario llamado Cienfuegos Libre.
 
Cuando entre fines de 1970 y los primeros seis meses de 1971, escribía en las montañas del Escambray un libro sobre la transformación de ese macizo montañoso El Escam­bray en ascenso, La Habana, 1973 encontré tres veces a Fidel, que chequeaba las obras, reuniéndose siempre con los constructores y trabajadores.
 
La primera vez lo hallé en el Concentrado de 5to. y 6to. grado de la escuela Conrado Be­ní­tez de Pitajones. Jugaba baloncesto, en­fun­dado en un short verde olivo y sin camisa, con los estudiantes y profesores. Era di­ciembre de 1970 y hacía frío, pero Fidel sudaba.
 
La segunda vez, lo encontré el 15 de enero de 1971 en el hospital de El Nicho, construido en 1962 y dotado de todo lo necesario. Allí supo por los vecinos que no había médico fijo, que daban consultas dos veces a la semana y cuando llovía mucho y no podían llegar, las enfermeras y el resto del personal del hospital se quedaban solos por días y semanas. Fidel montó en cólera y sentenció: «El médico volverá a El Nicho, ¡y pronto!».
 
Regresé por este lugar a mediados de mar­zo y encontré a la joven y bella doctora lla­mada Norma Castañón González, que co­men­zó a trabajar ahí el 17 de febrero, muy feliz «con los siete niños nacidos ese mes, los dos que espero para fin de marzo o principios de abril y otros que deberán nacer felizmen­te en 1972...», y por permanecer en estas montañas que siempre añoré por «tanto heroísmo, tanta abnegación callada, tanto sacrificio para que la Patria viva». Y me contó: «Tam­bién salvé a una niñita. Una mañana, al paso de la lancha que recorre el lago del Ha­na­banilla, venía bajando la loma una mujer con su niña de meses en brazos, angustiada, ha­ciendo señales desesperadas para que nos de­tuviéramos. La asistí a bordo, estaba muy mal pero logramos salvarla. Y pensé: “qué hubiera sido si no triunfa la Revolución, si Fidel no viene a El Nicho en enero”».
 
La tercera vez que encontré a Fidel fue por esos días de diciembre de 1970. Realizaba una visita a la brigada de buldóceres de la brigada constructora que abría la vía Mani­ca­ragua-Jibacoa-La Felicidad-Topes de Collan­tes. Y llegó Fidel. Se reunió con los trabajadores. Observó que un compañero engrasador, Mateo Ojeda Macías, permanecía un poco alejado y lo llamó: «Es que me da pena hablar con usted, así... tengo labio leporino». Fidel lo miró y le preguntó: «¿Tú te quieres arreglar el labio ese». La respuesta llegó como un abrazo: «¡Yo sí!».
 
Los compañeros bromearon delante de Fidel: ��Dice que quiere arreglárselo para buscar una novia». El jefe de la Revolución co­mentó: «Si derribamos lomas para hacer ca­rreteras, arreglamos esos buldóceres cuan­do se rompen, cómo no vamos a arreglar hombres...».
 
Regresé por esa brigada en febrero de 1971 y pregunté por Mateo. Me dijeron: «El 15 de enero de 1971 vino un automóvil a buscar a Mateo, de parte de Fidel. Le han hecho dos operaciones, en el cielo de la boca y en el la­bio, y le dan de alta dentro de dos días, ya anunció su regreso y contó que “hasta ha montado en el elevador del hotel grande ese que le dicen Habana Hilton”, donde está pa­rando». Otro chusco agregó riendo: «Y seguramente viene a presentarnos alguna novia». Esos recuerdos son eternos.
 
Sí, ser contemporáneo de Fidel Castro me alivió la pena de no haberlo sido de José Mar­tí. Ahora me conforta la idea de que el día 3 estarán los dos juntos en Santa Ifigenia, o tal vez en las galaxias, con Chávez, con Camilo y el Che, y tantos hermanos más...
 
Dulce María Anglin Duncan
 
Fue en una de las tantas marchas en las que participamos a raíz de la lucha por el re­greso de Elián…, ese día fui con mi hija, que por aquel entonces solo tenía siete años.
 
Él caminó entre la multitud y se nos acercó, y yo, que tenía tantas cosas para decirle, solo pude llorar, su grandeza me paralizó, enmudecí. Mi hija, tan callada a mi lado, lloraba al igual que yo. Ya en la casa me dijo: «mamá qué grande es» y le dije sí, es un hombre muy alto, y ella respondió: «no mamá, es un hombre MUY GRANDE».
 
Sobran las palabras.
 
Dr. Pedro Ángel Martínez Mahiquez
 
Iniciamos nuestros estudios de Medicina al reabrir la Universidad de La Habana sus puertas, tras la derrota de la tiranía de Batista que dos años atrás las había cerrado.
 
Al cursar nuestro sexto y último año de la ca­rrera surgió la propuesta por parte de una compañera, la Dra. Dolores Luzua, ya falle­ci­da, de graduarnos en el Turquino con Fidel. La propuesta caminó, y se le planteó al Co­man­dante, quien aceptó pero con la con­dición de que teníamos que hacer el recorri­do histórico por todas las Comandancias del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. Esto iba más allá de nuestra propuesta, pues pensábamos que quizá podíamos subir y bajar en el mis­mo día. La idea nos estremeció, pero no de­jaba de ser una oportunidad histórica.
 
Salimos de la Terminal de trenes de La Ha­bana rumbo a Holguín el 6 de noviembre de 1965. Llegamos el 7 de noviembre en ho­ras de la mañana. Ese día por la noche, en acto político masivo con toda la población hol­guinera, Fidel inauguró el flamante Hos­pital V. I. Lenin, fruto de la cooperación internacionalista con la antigua Unión Sovié­tica.
 
De Holguín, partimos hacia el Centro Es­colar Camilo Cienfuegos en el Caney de las Mercedes y de allí, nos trasladamos para Mi­nas de Frío para iniciar el ascenso al Tur­quino.
 
Fueron seis días de duro bregar. Guiados por el Comandante en Jefe día a día íbamos venciendo las etapas. Vegas de Jibacoa, Altos de Mompié, La Plata, Palma Mocha, Alturas de Joaquín hasta el Pico Real del Turquino. La graduación se produjo en el Pico Cuba el 14 de noviembre de 1965.
 
¿Qué nos enseñó Fidel con este ejemplo de acompañarnos a nuestra graduación en tan peculiares condiciones?
 
Considero, como graduado, las siguientes:
 
1. Nos hizo comprender que la salud de nuestro pueblo era una gran prioridad para la Revolución. Honramos ese pensamiento con nuestro juramento donde, entre otros aspectos, renunciamos al ejercicio de la medicina privada, dando así un vuelco a la filosofía de la medicina burguesa.
 
2. Nos hizo comprender y sentir el rigor de escalar montañas, comprendimos al visitar cada Comandancia el heroísmo de los hombres del Ejército Rebelde.
 
3. Puso a prueba nuestra resistencia, sa­biendo que, en ocasiones, estaríamos desesperados por tomar agua, y aprendimos a to­marla de los curujeyes de los árboles como ha­bían hecho los rebeldes.
 
4. Al llegar a una de las comandancias bajo constante lluvia y fango, ya tarde en la noche, la comida que se nos ofreció fue un pedazo de carne para que la cocináramos.
 
Mi escuadra lo más que logró fue chamuscar los bordes de la carne con una maltrecha hoguera. Cuántos recuerdos nos vinieron entonces a la mente, pensando en aquellos hombres que durante meses y años tuvieron que pasar peores vicisitudes y con riesgo de su vida. Aprendimos el precio del sacrificio.
 
5. Conocimos del humanismo y sensibilidad de Fidel cuando al final de cada jornada se reunía con grupos de graduados, los alentaba y nos educaba.
 
Ordenó que un helicóptero trajera a dos compañeras que no habían podido subir por problemas de salud, para que participaran también en su graduación.
 
Ordenó crear un salón de belleza en el Pico Cuba para que las compañeras pudieran arreglarse su pelo y pintarse sus uñas, después del duro bregar de seis días a sol y sereno.
 
El haber compartido con Fidel esos días me marcó para siempre, pues pude comprender mejor su espíritu de sacrificio, su férrea vo­luntad, su sensibilidad humana, su proyección de futuro, lo cual hoy, a 51 años de graduado, lo veo con claridad meridiana.
 
¡Hasta siempre, Comandante! ¡Seguimos escalando Montañas! ¡Los graduados del Turquino no fallarán!
 
Katia Monjes Machado

Tuve mi momento con Fidel, mi libro, sus palabras, su pluma y algunas fotos que un amigo me hizo llegar, recuerda Katia Monjes.
Tuve mi momento con Fidel, mi libro, sus palabras,
su pluma y algunas fotos que un amigo
me hizo llegar, recuerda Katia Monjes.

Todo lo que soy y tengo se lo debo a Fidel y a nuestra Revolución. Provengo de una fa­milia humilde y revolucionaria en la que Fidel ocupó siempre un lugar importante. Mi abuela, combatiente, la mayor de las fidelistas que he conocido; mi hermano, internacionalista de Angola; mi padre, combatiente de la lucha contra bandidos e internacionalista; mis ma­yores todos integrados al proceso revolucio­na­rio, contribuyendo de alguna ma­nera con las luchas de nuestro pueblo.
 
Yo, como casi todos los niños cubanos, tenía el gran anhelo de besar y abrazar a Fidel, de ha­cer Revolución. Así que estudié mucho, participé en todas las actividades, fui dirigente estudiantil, esperaba mi oportunidad. Me gradué y vine a trabajar a la UCI. Llegué en un momento primordial, 2003; por tanto, tuve la oportunidad de verla crecer. De momento me vi con 23 años en la Venezuela de Chávez, efervescente, rodeada de jóvenes del frente Francisco de Miranda, en momentos definitorios para ese hermano país, el referendo del 2004. Y allí tuvimos la oportunidad de hacer Revolución de una manera dife­rente a como lo había hecho hasta ahora, desde un frente de lucha diferente, viví una experien­cia inolvidable y gané amigos para toda la vida.
 
De vuelta en Cuba, participo en el lanzamiento —en la Tribuna Antimperialista— del libro Operación Cóndor, en el que estuvo presente nuestro Comandante. Llegó mi oportunidad. Cuando me vine a dar cuenta estaba a su lado, y me preguntó: «¿Y tú quién eres?». De más está decir que me había quedado sin palabras. Afortunadamente alguien dijo: «Ella es una profesora de la UCI, de las que participó en la misión en Venezuela en el 2004».
 
«Pues que nos acompañe», fue su respuesta y yo, que apenas escuchaba, solo me dejé lle­var hasta un salón ubicado en los bajos de la Tribuna. Conversó con todos, de varios te­mas, conversó conmigo sobre nuestra labor como jóvenes y sus expectativas, apoyó su brazo en mí y yo quedé petrificada. Firmó mi libro con mi pluma que, al usarse para la firma de la autora, apenas tenía tinta, así que la guardó en su chaqueta y sin pensarlo me regaló la de él. Lo besé, le di un abrazo. Tuve mi mo­men­to con Fidel, mi libro, sus palabras, su pluma y algunas fotos que un amigo me hizo llegar más tarde son mi tesoro. Inol­vidable. Hasta siempre, Comandante
 
La Universidad UCI es Fidel. Los jóvenes no fallaremos.
 
Yanis Daimy Lockhart Cintra (5to. grado, escuela Marcelo Muñoz Zamora. Santiago de Cuba)
 
«Fidel sigue aquí»
Fidel Castro no se ha ido
¡no, qué va!
Fidel no se ha ido
ni se irá
en la mañana yo lo vi
con los infantes
en su jardín,
con los pioneros
junto a Martí,
con el obrero
el albañil,
con la doctora,
con la maestra,
el deportista
yo allí lo vi.
Está en las nubes
está en el sol
está en la brisa
en el amor.
Con las estrellas
yo allí lo vi,
el está vivo
está junto a mí.
 
Esteban Peña Peña, profesor de la Universidad de Las Tunas
 
El día 20 de enero de 1978, el Comandante en Jefe asistió en Puerto Padre, Las Tunas, a la inauguración de la nueva terminal de azúcar a granel. Hasta ese día nunca había tenido la fortuna de verle personalmente. Ese día, por fin, pude complacer mi inquietud de joven revolucionario —en ese momento yo cursaba la secundaria básica y para mí era un orgullo—. Mi padre era un machetero y obrero de avanzada y mi hermano, que había estudiado para maestro Makarenko y había estado en Minas de Frío, Tarará y Topes de Collantes, había tenido la fortuna de verlo.
 
Fidel era una leyenda omnipresente para todos. Lo sabíamos vivo, conocíamos al detalle anécdotas de su vida, pero para nosotros que vivíamos lejos de la capital, realmente nos era difícil poder verlo frente a frente.
 
Ese día 20 de enero de 1978 lo vi, pero realmente mi gusto no quedó complacido, pues solo pude observar su figura impresionante a unos 50 o más metros, estando él en la Tribuna.
 
Sin embargo, dos años después, el 14 de junio de 1980, volvió a visitar Las Tunas para inaugurar el Combinado de la Salud (varias instalaciones médicas de la provincia). Ese día lo vi durante el acto un poco más cerca, pero aún lejos para mi gusto.
 
Yo, como parte de un grupo de jóvenes, ha­bía viajado desde Puerto Padre junto a mis compañeros de preuniversitario. El viaje todo fue algarabía y los ómnibus que nos trasla­daron se quedaron lejos de la zona del acto. Al terminar, salí con dos compañeros más en busca del parqueo y mi desconocimiento de la ciudad de Las Tunas en aquel momen­to nos hizo tomar por una vía equivocada. Cuando ya estábamos desesperados tratando de orientarnos y preguntando por lugares que ni nosotros sabíamos cuáles eran, quiso la dicha que el Comandante eligiera justo la vía por donde íbamos caminando para él moverse. Y ahí sí vino lo bueno. Nos pasó saludando sentado en un Jeep verde olivo a muy es­casa velocidad, saludando y sonriente. Cuan­do lo vimos entonces sí me quedé agradecido. El haberme perdido en
 
Las Tunas me hizo un feliz revolucionario ese día.
 
Carlos M. Cabanes Rivero, director General Complejo Hotelero Terrazas-Atlántico-Villa Bacuranao, Islazul, Mintur
 
Transcurría el año 94, pleno periodo especial, y la preocupación del Comandante por la alimentación del pueblo era constante desvelo, y hacía que casi todas las semanas visitara el municipio habanero de Güira de Melena (hoy en Artemisa) para comprobar por sí mismo la marcha de la campaña de la papa, sabiendo la importancia de que la campaña garantizaría la alimentación del pueblo de la capital.
 
Me desempeñaba como oficial de la contrainteligencia militar y formé parte del aseguramiento a su visita cuando estuvo en el contingente Sonrisa de la Victoria.
 
Recuerdo que Fidel conversaba con trabajadores y, después de un rato, se acerca a unos bancos e intenta subir el pie, pero sin prestar atención.
 
Me percato de que la punta de su bota no al­canzaría el borde del banco y pongo mi mano para guiarle, esto sucede muy rápido y realmente apoya todo el peso de la bota en mi ma­no contra el banco. Preocupado me pregunta si me había hecho daño, yo le respondo: «No, Comandante, no fue nada». Me da las gracias y continúa conversando.
 
Yo me separo del gru­po. La mano me latía que parecía que tenía un corazón, me dolía y la tenía enroje­cida.
 
Sin darme cuenta, él me miraba de reojo y me llama nuevamente a su lado y me dice «chico, para la próxima deja que me dé, me hubiese dolido menos». Y puso su mano so­bre mi cabeza.
 
Increíble su capacidad de observarlo todo, de preocuparse por quienes tenían la obligación de preocuparse por él. Absuelto por la historia e inmortal, la Patria lo contempla or­gullosa.
 
Dulce María García Pérez
 
Vivo en Matanzas. Tengo 80 años, soy mi­litante del PCC activa y fui militar toda mi vi­da. Quiero decir que guardo como un tesoro el testimonio de amor por mi Fidel Castro y los recuerdos desde 1960.
 
El 29 de abril de 1960, Fidel convierte el Cuartel Goicuría en escuela. Sobre las tres de la tarde me dirigí hasta allá para verlo, pero llegué tarde, el acto se había terminado. Al­guien me dijo, ve hasta el Reparto Reinol Gar­cía que lo va a inaugurar.
 
Tomé máquina de alquiler y llegué, pero no había nadie, al ratico llegó el helicóptero. Al momento, me vi frente a él y se me ocurrió pedirle algo de re­cuerdo y dentro de la multitud, allí reunida, extendió su mano y me entregó un tabaco H. Hupman que estaba fumando. Lo metí en el vestido que llevaba puesto y, mientras él tomaba agua en una cantimplora, también tomé una pluma que tenía en su camisa. Fidel sonrió dulcemente. Cuando casi terminaba, llegué al helicóptero y él se aproximó y me preguntó mi nombre, cuando me bajaba del helicóptero me dijo: «ten cuidado con las hélices, son peligrosas».
 

Ana Caridad, a la izquierda de Fidel.
Ana Caridad, a la izquierda de Fidel.

Ana Caridad
 
Soy la muchacha que se encuentra a la iz­quierda del COMANDANTE, sí, en mayúscula, como es su grandeza, su obra…
 
Soy graduada en Licenciatura Farma­céu­tica del año 1991, cuando se comienza a gestar por Fidel el polo científico, hoy Bio­Cu­ba­Farma, otra de las obras grandes de su pensamiento.
 
Me encontraba en el Instituto de Farmacia y Alimentos (IFAL) cuando vimos entrar a nuestro Comandante, cuánto júbilo y alegría para todos.
 
Enseguida se puso hablar con los que nos encontrábamos cerca de él. En mi caso, le ex­pliqué que era mi primer año laboral y que había sido en el Centro de Histoterapia Pla­cen­taria; uno de los centros que se encontraba en construcción del polo científico, creado para producir medicamentos de la placenta hu­mana para el tratamiento del vitiligo y la psoriasis.
 
Él me preguntó dónde estaba el centro y le respondo en Valle Grande, La Lisa. Cuanta sorpresa para mí saber que el COMANDANTE se marchó del IFAL, visitó la obra y preguntó por cada detalle e impulsó su terminación. Qué honor para todos los que trabajamos hoy en este centro seguir forjando sus ideas, curar y tratar a los pacientes cubanos y de otros países, a través de las misiones médicas cubanas. ¡HASTA SIEMPRE, COMANDANTE!