Artikel

El Movimiento 26 de Julio

Datum: 

01/04/1956

Quelle: 

Bohemia

Las piedras del Morro son sobrado fuertes para que las derritamos con lamentos y sobrado flojas para que resistan largo tiempo a nuestras balas.
JOSÉ MARTÍ


En el mismo lugar de oprobio y vergüenza debieran escribirse un día los nombres de quienes estorban la tarea de libertar a su patria como los de quienes la oprimen. En Cuba hay, desdichadamente, muchos que hasta no hoy no han hecho absolutamente nada por redimirla de la tiranía y, sin embargo, han estorbado todo lo posible. Lo sabemos muy bien quienes desde hace varios años no hemos descansado un minuto en el cumplimiento áspero y duro del deber.

Al salir de las prisiones, hace diez meses, y comprender con claridad que al pueblo no se le devolverían jamás sus derechos, si no se decidía a conquistarlos con su propia sangre, nos dimos al empeño de vertebrar una fuerte organización revolucionaria y dotarla de los elementos necesarios para darle la batalla final al régimen. Para los que hemos hecho de esto una misión en la vida, no era lo más duro. Más ardua y fatigosa ha sido la lucha contra la mala fe de los políticos, las intrigas de los incapaces, la envidia de los mediocres, la cobardía de los intereses creados y esa especie de conjura mezquina y cobarde, que se interpone siempre contra todo grupo de hombres que intenta una obra digna y grande en el medio donde se desenvuelve.

El cuartelazo que sumió al país en el caos y la desesperación fue tarea fácil. Tomó desprevenidos al pueblo y al gobierno. Se gestó en la sombra por un puñado ínfimo de desleales, que se movieron libremente y perpetraron sus planes criminales mientras la nación dormía confiada e inocente. En unas horas, Cuba, de país democrático, pasó a ser, ante los ojos del mundo, un eslabón más en el grupo de naciones latinoamericanas encadenadas por la tiranía. La tarea de devolver al país su prestigio internacional, de recuperar las libertades que le arrebataron al pueblo y, con ello, una nueva era de verdadera justicia y redención para las partes más sufridas, explotadas y hambrientas de la nación es, en cambio, por amarga paradoja, incomparablemente más dificultosa y dura.

Cuatro años llevamos luchando para reconstruir lo que se destruyó en una noche. Se lucha contra un régimen que está alerta y temeroso de la arremetida inevitable; se lucha contra camarillas políticas que aparentemente opuestas a la situación no se interesan por un cambio radical en la vida del país, sino por retrotraerlo a la política letal e infecunda donde los cargos legislativos fabulosamente remunerados, las altas posiciones burocráticas y las fortunas consiguientes puedan asegurarse de por vida y si es posible de padres a hijos; se lucha contra las intrigas y maniobras de hombres que hablan a nombre del pueblo y no tienen pueblo; se lucha contra la prédica nefasta de los falsos profetas que hablan contra la revolución a nombre de la paz y olvidan que en los hogares hambrientos, temerosos y enlutados no hay paz desde hace cuatro años; contra los que pretenden anatematizar nuestra postura intransigente presentando como panacea salvadora el veneno de una componenda electoral y teniendo el buen cuidado de callar que, en cincuenta y cuatro años de república, los arreglos, las componendas y las mediaciones, al no curar de raíz los males, no han dado otros frutos que la miseria espantosa de nuestros campos y la pobreza industrial de nuestras ciudades, con su secuela de cientos de miles de familias, descendientes de nuestros libertadores, sin un pedazo de tierra, más de un millón de personas sin empleo y un porcentaje de analfabetos que alcanza la cifra bochornosa de un 40%. Compárese todo esto con las fortunas, las fincas, los palacios y los progresos personales obtenidos por cientos de políticos a lo largo de nuestra existencia republicana.

Dinero robado, invertido en Cuba, en los Estados Unidos y en todas partes del mundo. Y todo eso se ha hecho tan natural en el olvido manifiesto de la más elemental justicia, y los conceptos morales se tornan tan contradictorios y paradójicos que la Sociedad de Amigos de la República, por ejemplo, hace recientemente, por un lado, dramáticos pronunciamientos oponiéndose a la amnistía común por la peligrosidad que entraña para la sociedad la impunidad del delito, y por otro, se sienta a dialogar solemnemente con Anselmo Alliegro, Santiago Rey, Justo Luis del Pozo y otros personajes gubernamentales sobre cuyos hombros de personeros de situaciones presentes y pasadas, de sangre y de robo, pesan más culpas que todas las que puedan caber a todos los reclusos de la Isla de Pinos juntos.

Por ser un inconforme que no se resigna con el fatalismo político que hasta aquí hemos vivido, por desear para mi patria un destino mejor, una vida pública más digna, una moral colectiva más elevada, por creer que la nación no existe para disfrute y privilegio exclusivo de unos cuantos, sino que pertenece a todos, y todos y cada uno de sus seis millones de habitantes y los millones que la pueblen en el porvenir, tienen derecho a una vida decorosa y de justicia, de trabajo y bienestar, por luchar por ese ideal sin vacilar ante ningún riesgo o sacrificio, sin dudar en entregar los mejores años de la juventud y de la vida, cual lo están haciendo hoy centenares de hombres de nuestra generación con incomparable desinterés, poco falta para que se nos trate de presentar ante la opinión pública como réprobos de la sociedad, o caprichosos sostenedores de una línea que no fuese la más honrada, leal y patriótica de este instante.

Este artículo no es solo, por tanto, una réplica al último publicado contra nosotros en la revista Bohemia por quien escribió, con olvido de muchos vínculos de compañerismo y de lucha, cual si fuese conveniente renegar de ellos en las horas difíciles, el pensamiento del grupo que dirige oficialmente el Partido Ortodoxo (fracción mediacionista). Es una réplica a todos los que nos combaten de buena o de mala fe; es una réplica a los políticos que reniegan de nosotros, por interés o por cobardía; es una réplica en nombre de nuestro movimiento a tanto hombre ciego, a todos los sietemesinos que no tienen fe en su pueblo.

Empezando por aclarar conceptos y situar las cosas en su punto, repito aquí lo que dije en el Mensaje al Congreso de Militantes Ortodoxos, el 16 de agosto de 1955; «el Movimiento Revolucionario 26 de Julio no constituye una tendencia dentro del partido: es el aparato revolucionario del chibasismo, enraizado en sus masas, de cuyo seno surgió para luchar contra la dictadura cuando la ortodoxia yacía impotente dividida en mil pedazos. No hemos abandonado jamás sus ideales, y hemos permanecido fieles a los más puros principios del gran combatiente cuya caída se conmemora hoy...».

Aquel mensaje donde se proclamaba la línea revolucionaria fue aprobado unánimemente por la concurrencia de quinientos representativos de la ortodoxia procedentes de toda la isla, que, puestos de pie, lo aplaudieron durante un minuto. Muchos de los dirigentes oficiales se encontraban presentes y ninguno de ellos pidió la palabra para hablar en contra. Desde aquel instante la tesis revolucionaria nuestra fue la tesis de las masas del partido; estas habían expresado sus sentimientos de manera inequívoca; desde aquel minuto las masas y las dirigencias comenzaron a marchar por senderos distintos. ¿En qué momento los militantes del partido revocaron aquel acuerdo? ¿Acaso en las concentraciones provinciales donde el grito unánime fue: «¡revolución!, ¡revolución!, ¡revolución!»? ¿Y quiénes sosteníamos la tesis revolucionaria sino nosotros? ¿Y qué organismo podía llevarlo a la práctica, sino el aparato revolucionario de aquella masa chibasista, el Movimiento 26 de Julio? Han transcurrido siete meses desde entonces. ¿Qué hizo la dirigencia oficial a partir de ese día? Defender su tesis dialoguista y mediacionista.

¿Qué hicimos nosotros? Defender la tesis revolucionaria y entregarnos a la tarea de llevarla a la práctica. ¿Cuál fue el resultado de la primera? Siete meses lamentablemente perdidos. ¿Cuál fue el resultado de la segunda? Siete meses de fecundo esfuerzo y una poderosa organización revolucionaria que muy pronto estará lista para entrar en combate.

Hablo sobre hechos, no sobre fantasías; me baso en verdades, no en sofismas. Podríamos probar que la inmensa mayoría de la masa del partido, ¡lo mejor de sus filas!, sigue nuestra línea, sin embargo, no lo andamos proclamando todos los días ni hablando a nombre de la ortodoxia como hacen otros cuyo respaldo es muy hipotético a estas alturas. ¡Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde la última reorganización hace cinco años! ¿Y quién ha dicho que las lideraturas son eternas, que las situaciones no cambian; más aún en un proceso de convulsión donde todo se altera vertiginosamente? ¡Tanto cambian, que algunos, producto de aquella reorganización, como Guillermo de Zéndegui, está hoy cómodamente instalado en el gobierno! No se sabe todavía, sin embargo, en qué parte de Oriente están enterrados Raúl de Aguiar y Víctor Escalona, delegados de la gloriosa asamblea municipal de La Habana, asesinados por el régimen. Hubiera sido bueno preguntárselo a los comisionados gubernamentales en las amables contertulias del Diálogo Cívico, donde se recordaban los cargos electivos, pero no los muertos...

Bueno es advertir que examinando mi expediente dentro del partido donde todo el mundo me vio luchar incansablemente sin figurar nunca en ningún cargo, jamás fui protagonista, ni antes ni después del 10 de marzo, de aquellas bochornosas polémicas que tanto daño hicieron a la fe de sus masas. Las páginas de los periódicos están llenas de aquellas querellas y mi nombre no aparece en ninguna. Yo dedicaba íntegramente mi tiempo y mis energías en organizar la lucha contra la dictadura, sin ningún respaldo de los encumbrados dirigentes. Lo imperdonable es que la historia se repita, y que en un instante en que el Diálogo Cívico se rompe y que los hechos demuestran la certeza de nuestra tesis, cuando era de esperarse el respaldo del aparato político del partido a nuestro movimiento, hayamos recibido de allí la más injustificable agresión tomando como ruin pretexto un incidente en que no nos cabe la menor responsabilidad. Aquel ridículo episodio ha querido ser presentado como un heroico triunfo; pero no contra Batista, sino contra el movimiento que está a la vanguardia de la lucha frente al régimen. ¡Además de falsa y mentirosa, la supuesta victoria será pírrica! Lo más infame es que ahora se trate de excluirme a mí de toda culpa, para verter el peso de la intriga sobre los compañeros abnegados de la dirección nacional de nuestro movimiento, que en Cuba libran la más dura y riesgosa lucha, sin aparecer nunca en ningún periódico, porque saben del sacrificio silencioso, y no tienen afán de publicidad, ni practican el exhibicionismo vergonzoso de los que bajo la capa del patriotismo están desde ahora haciéndose la campaña para concejales, representantes y senadores. Sus nombres no aparecen ahora en público, porque mañana aparecerán en la historia. Ahora los envidiosos los detractan, y si alguno de ellos cae en la lucha, esos mismos que lo calumnian no vacilarían en invocar sus nombres en la tribuna como mártires, tal vez para pedir de inmediato el voto de la concurrencia...

No quiero agudizar la pluma para que no se llame al enjuiciamiento sereno ataque despiadado, como se calificó a mi anterior artículo. Pero no prescindiré de entrar en aclaraciones de principios para que quede demostrado quiénes han interpretado mejor el pensamiento del fundador de la ortodoxia. Hagamos una breve incursión en la historia del partido después del 10 de marzo. A raíz de la reunión de Montreal el organismo se dividió en tres fracciones. Las pugnas interminables entre Agramonte y Ochoa, tomaron carácter de cisma, en esa ocasión, al tratarse en la asamblea de la Artística Gallega la moción de Pardo Llada favorable a un entendimiento con los demás partidos para la lucha insurreccional contra el régimen. El grupo partidario de mantener la línea de independencia política, por boca del profesor Bisbé, en dramático discurso, declaró que no había lugar a discusión porque se trataba de una cuestión de principios, y, en consecuencia, abandonó íntegro la reunión. Partiendo de aquel episodio surgieron tres vertientes: la montrealista, la independentista y la inscripcionista. El grupo independentista excomulgó a Pardo Llada porque se sentó en Montreal con Tony Varona, Hevia y demás auténticos, alegando que había violado la línea de independencia.

El grupo montrealista calificaba, a su vez, de estática e inoperante la posición del grupo independentista. Ambos excomulgaron al grupo inscripcionista, alegando que se había acogido a la legislación electoral de la dictadura. La masa cayó en estado de verdadera desesperación y desconcierto. Muchos ortodoxos sinceros se enrolaron en la Triple A de Aureliano Sánchez Arango, considerando que cualquier camino era bueno para derrocar al régimen; otros no pudieron pasar por encima de los escrúpulos de conciencia que les había despertado la prédica de la línea de independencia chibasista; y otros, aunque ciertamente los menos, se fueron a llenar los cuadros del partido inscrito. Los ortodoxos que simpatizaban con la fracción montrealista se sentían insatisfechos por las dudas acerca de su posición ideológica; los que seguían al grupo independentista se encontraban, a su vez, disgustados por la falta de acción. Fue entonces cuando en medio de aquel caos surgió de las filas del partido un movimiento que por su proyección era capaz de satisfacer las verdaderas ansias de la masa, un movimiento que sin violar la línea de independencia chibasista enarbolaba resueltamente la acción revolucionaria contra el régimen; un movimiento que no podía suscitar escrúpulos de conciencia a nadie en el cumplimiento vertical y limpio del deber: ese movimiento fue el 26 de Julio. Lo que hay que preguntarse no es si en aquella primera jornada alcanzó el éxito; tampoco lo alcanzó Chibás en la jornada e 1948 que fue, sin embargo, un triunfo moral. Lo que hay que preguntarse es lo que pudo hacerse por un grupo anónimo de la masa, sin recursos de ninguna clase, que demostró todo lo que puede esperarse del decoro y la dignidad del hombre; lo que hay que preguntarse es si el éxito no hubiera sido posible de haber contado nosotros con el respaldo del partido. Soy de los que creen firmemente que a raíz del golpe, si la ortodoxia, con sus firmes postulados morales y el inmenso influjo que legó Chibás en el pueblo, el buen concepto de que gozaba, incluso, en las fuerzas armadas, ya que contra ellas no podía vertirse la propaganda que se hacía contra el partido desplazado del poder, se hubiera enfrentado resueltamente al régimen enarbolando la bandera revolucionaria, hoy Batista no estaría en el poder. Para calcular sus posibilidades de recaudar fondos para la lucha, baste recordar aquella cuestación de un centavo para libertar a Millo Ochoa, que alcanzó en veinticuatro horas la cifra de 7 000 pesos. En la calle los hombres y las mujeres del pueblo decían: «Si es para la revolución, estoy dispuesto a dar diez pesos en vez de un centavo».

Han pasado tres años desde entonces y solo el movimiento ha mantenido su postura y sus principios. El grupo independentista que excomulgó a los montrealistas, porque se sentaron en aquella ocasión junto a los representativos de otros partidos, lo vemos en el Muelle de Luz sentado junto a los líderes de los partidos que antes rechazaron... Es curioso que los que rechazaron un entendimiento con los demás partidos para una acción revolucionaria, se unan en cambio, con esos mismos partidos para mendigar unas elecciones generales; y más curioso todavía que todos los que excomulgaron al grupo inscripcionista por acogerse a una legislación del régimen, se reúnan ahora con los delegados de la dictadura para implorarles un arreglo electoral.

Y ¡qué infamia! Allí, en esa misma reunión, en presencia de los alabarderos del dictador, el comisionado de la fracción ortodoxa mediacionista declaró que «la línea de Fidel Castro no tenía el respaldo del Consejo Director». Nuestra línea era, sin embargo, la línea aprobada, unánimemente, en el Congreso de Militantes Ortodoxos, el 16 de agosto de 1955. Hoy reniegan de mi nombre. No renegaron, en cambio, cuando, a la salida de la prisión honrosa de dos años que sufrí, necesitaron unas declaraciones mías de adhesión para fortalecer el maltrecho prestigio de la dirigencia oficial; entonces mi modesto apartamento era honrado constantemente con la visita de esos mismos líderes. Hoy, cuando respaldar la línea digna de quien ha cumplido honestamente su deber, puede ser peligroso, resulta lógico que se entone un mea culpa ante los exigentes delegados de la tiranía.

Es cierto que ese comisionado más adelante nos defendió; nos defendió a su modo. Dijo que nuestra actitud estaba justificada porque el régimen nos había cerrado toda oportunidad de actuar en Cuba. Y yo le pregunto al grupo en cuyo nombre habló el comisionado, ¿si nuestra línea está justificada porque el régimen nos cerró toda posibilidad de actuar en Cuba no está más que justificada la adopción de esa línea por un partido que le arrebataron el triunfo a ochenta días de unas elecciones y hace cuatro años que no se le deja actuar en Cuba?

La mediación ha resultado un completo fracaso. Nos opusimos resueltamente a ella porque descubrimos desde el primer instante una maniobra del régimen, cuyo único propósito desde el 10 de marzo ha sido perpetuarse indefinidamente en el poder. Detrás de la fórmula de la Asamblea Constituyente está la intención de reelegir a Batista a la terminación de su mandato. Pero en primer término la dictadura se propuso ganar tiempo, y lo ha logrado plenamente gracias a la prodigiosa ingenuidad de don Cosme, a quien primero insultaban, luego elogiaban y ahora insultan otra vez. Batista lo recibe en Palacio los días más críticos de su gobierno cuando el país estaba convulsionado por la heroica rebeldía estudiantil y el formidable movimiento de los obreros azucareros en demanda del diferencial que les habían esquilmado. Batista necesitaba una pausa: citó a don Cosme de nuevo para quince días más tarde. En la primera entrevista simuló cederlo todo; en la segunda, se mostró más reservado, y fue ganando de este modo casi tres meses, hasta el 10 de marzo, en que desde el campamento de Columbia, en pleno Diálogo Cívico, les dio otro cuartelazo a los incautos delegados oposicionistas.

Si no se creía en los resultados del diálogo, ¿qué se pretendía asistiendo a él? ¿Acaso poner en evidencia al régimen ante el pueblo? ¿Es que al pueblo necesita demostrársele que este régimen es una atrocidad y una vergüenza para Cuba? ¿Para eso valía la pena perder tantos meses que podrían haberse dedicado a otro tipo de lucha? ¿O es que por ventura alguien creía sinceramente en hallar una solución por esa vía? ¿Se puede ser tan ingenuo? ¿No basta observar cómo los principales jefes y personeros del régimen se enriquecen abiertamente y compran fincas, repartos y negocios de toda índole en el país, a la vista de la nación, evidenciando la intención de permanecer largos años en el poder? ¿No dice nada la estatua de Batista fundida en Columbia y las armas modernas de todos los tipos que constantemente se están adquiriendo?

Es realmente impúdico ir a sentarse allí con los delegados del gobierno cuando todavía no se sabe dónde están enterrados muchos hombres de los que el régimen ha asesinado; cuando no ha sido castigado uno solo de los que han victimado a más de un centenar de compatriotas. ¿Y los muertos: serán olvidados? ¿Y las fortunas mal habidas: serán convalidadas? ¿Y la traición de marzo: quedará sin castigo para que vuelva a repetirse? ¿Y la ruina de la república, el hambre espantosa de cientos de miles de familias: quedará sin esperanza de solución real y verdadera?

No es culpa nuestra si el país ha sido conducido hacia un abismo en que no tenga otra fórmula salvadora que la revolución. No amamos la fuerza; porque detestamos la fuerza es que no estamos dispuestos a que se nos gobierne por la fuerza. No amamos la violencia, porque detestamos la violencia no estamos dispuestos a seguir soportando la violencia que desde hace cuatro años se ejerce sobre la nación.

Ahora la lucha es del pueblo. Y para ayudar al pueblo en su lucha heroica por recuperar las libertades y derechos que le arrebataron, se organizó y fortaleció el Movimiento 26 de Julio.
¡Frente al 10 de marzo, el 26 de julio!

Para las masas chibasistas el Movimiento 26 de Julio no es algo distinto a la ortodoxia: es la ortodoxia sin una dirección de terrate-nientes al estilo de Fico Fernández Casas sin latifundistas azucareros, al estilo de Gerardo Vázquez; sin especuladores de bolsa, sin magnates de la industria y el comercio, sin abogados de grandes intereses, sin caciques provinciales, sin politiqueros de ninguna índole; lo mejor de la ortodoxia está librando junto a nosotros esta hermosa lucha, y a Eduardo Chibás le brindaremos el único homenaje digno de su vida y su holocausto: la libertad de su pueblo, que no podrán ofrecerle jamás los que no han hecho otra cosa que derramar lágrimas de cocodrilo sobre su tumba.

El Movimiento 26 de Julio es la organización revolucionaria de los humildes, por los humildes y para los humildes.

El Movimiento 26 de Julio es la esperanza de redención para la clase obrera cubana, a la que nada pueden ofrecerle las camarillas políticas; es la esperanza de tierra para los campesinos que viven como parias en la patria que libertaron sus abuelos; es la esperanza de regreso para los emigrados que tuvieron que marcharse de su tierra porque no podían trabajar ni vivir en ella; es la esperanza de pan para los hambrientos y de justicia para los olvidados.

El Movimiento 26 de Julio hace suya la causa de todos los que han caído en esta dura lucha desde el 10 de marzo de 1952 y proclama serenamente ante la nación, ante sus esposas, sus hijos, sus padres y sus hermanos que la revolución no transigirá jamás con sus victimarios.

El Movimiento 26 de Julio es la invitación calurosa a estrechar filas, extendida con los brazos abiertos, a todos los revolucionarios de Cuba sin mezquinas diferencias partidaristas y cualesquiera que hayan sido las diferencias anteriores.

El Movimiento 26 de Julio es el porvenir sano y justiciero de la patria, el honor empeñado ante el pueblo, la promesa que será cumplida.