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Cuba 1952. Paisaje anterior a la asonada

Eduardo Chibás en una de sus alocuciones radiales. De pie, en primera fila (tercero de derecha a izquierda), Roberto Agramonte. Detrás de este, el joven abogado Fidel Castro. (Foto: Autor no identificado)
Eduardo Chibás en una de sus alocuciones radiales. De pie, en primera fila (tercero de derecha a izquierda), Roberto Agramonte. Detrás de este, el joven abogado Fidel Castro. (Foto: Autor no identificado)

Datum: 

10/03/2022

Quelle: 

Revista Verde Olivo

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En los comicios parciales de 1950 el partido de Carlos Prío, entonces en el Gobierno, fue derrotado en importantes alcaldías, como las de La Habana y Holguín, y en la lid por el escaño de senador venció su más encarnizado oponente, Eduardo Chibás. La transparencia con que transcurrió la votación, la ausencia de fraudes, así como la manera en que quienes detentaban el poder aceptaron su fracaso, crearon un espejismo en amplios sectores de la sociedad cubana, acerca de la viabilidad de la opción electoral en la vida política del país.
 
El suicidio de Eduardo Chibás (agosto de 1951), en medio de una aguda polémica en torno a la corrupción administrativa, constituyó una verdadera conmoción. El Partido del Pueblo Cubano (PPC, Ortodoxo) pasó a ser la segunda fuerza política del país, solo superado por la gubernamental, los autodenominados auténticos. Mientras estos, los liberales y los batistianos tenían que pagarles a sus correligionarios para que se inscribieran en las respectivas organizaciones, los afiliados al chibasismo –sobre todo en La Habana y Las Villas– lo hacían gratis y llenaban con donaciones una simpática alcancía (un cochinito con una escoba), que colocaba este Partido en sus sedes municipales.
 
A los politiqueros tradicionales se les prendieron sus bombillas de alarma. Rápidamente auténticos, liberales y demócratas concertaron una coalición con miras a las elecciones generales de junio de 1952. Ya en enero de ese año, la Alianza se hizo séxtuple con las admisiones de los republicanos, del Partido de la Cubanidad, liderado por Grau San Martín –el cual tuvo un importante desprendimiento en Las Villas al carenar el alcalde cienfueguero Arturo Sueiras y miles de sus correligionarios en la Ortodoxia–, y del Nacional Cubano, del alcalde habanero Nicolás Castellanos, quien rompía así un pacto con Fulgencio Batista de apoyarlo en sus aspiraciones presidenciales.
 
Un sondeo realizado en diciembre de 1951 por Raúl Gutiérrez, entonces el as de las encuestas en Cuba, daba al ortodoxo Roberto Agramonte el 29 por ciento de la intención de voto, el 27 por ciento a los candidatos auténticos –pujaban a la sazón Carlos Hevia, Félix Lancís y Tony Varona–, y un 14 a Batista. El sargento devenido general descendía vertiginosamente, pues una encuesta anterior, estando vivo Chibás, le otorgaba el 19 por ciento. Por su parte, Prío oyó consejos y catapultó a Hevia como único candidato de la Alianza.
 
El 28 de enero de 1952 el Partido Socialista Popular (PSP, comunista) proclamó su respaldo a Agramonte como candidato presidencial, pero ambas organizaciones concurrirían separadamente a los comicios en la boleta senatorial al no aceptar pactos la Ortodoxia. En esta, entretanto, ingresaban varios politiqueros tradicionales, de ningún modo afines a la ideología de su fundador, Eduardo Chibás, como fue el caso de Ramón Vasconcelos.
 
En febrero los tres contendientes (la Séxtuple Alianza, la Ortodoxia y el Partido Acción Unitaria, es decir, los batistianos) comenzaron a perfilar sus boletas senatoriales (seis candidatos por provincia, el ticket ganador obtenía seis escaños; el segundo lugar, tres; el tercero, nada). En el caso de la coalición gubernamental debían anunciarlas a inicios de marzo, mientras que sus rivales tenían para hacerlo hasta finales del mes.
 
El presidente Prío se tomó muy en serio el que se le considerara “líder de la Alianza” y en La Habana, por ejemplo, impuso a su hermano Antonio y a los castellanistas Díaz Garrido y Galeote –ambos como parte de su compromiso con el alcalde habanero–, quienes no gozaban de mucha popularidad. Los tres restantes serían el liberal Felo Guas Inclán y los auténticos Félix Lancís y Virgilio Pérez. En cuanto a los dos primeros, poseían grandes maquinarias políticas que les otorgaban condición de favoritos. Mientras en Las Villas el mandatario priorizaba al poco carismático Tino Fuentes por encima de Martínez Fraga (Partido Demócrata) y de la auténtica Alicia Hernández de la Barca.

Prío hizo poco caso a quienes le alertaron sobre los movimientos extraños
de Batista entre militares retirados y en activo. / Autor no identificado

En la prensa nacional comenzaron a aparecer inquietantes declaraciones de avezados politiqueros con respecto al destino de la coalición gubernamental. Manuel Capestany, veterano senador villareño, afirmó que su provincia “se había vuelto ortodoxa”. Su paisano Pastor del Río confesó a la revista Gente de la semana que para la Alianza “La Habana y Las Villas están perdidas”. Prío acudió a Raúl Gutiérrez para que en un nuevo sondeo ratificara o refutara tales aseveraciones.
 
La encuesta, filtrada parcialmente por el periódico Avance en sucesivas ediciones, le dio la razón a Pastor del Río. La inclusión de Leonardo Fernández Sánchez y Guido García Inclán en la boleta senatorial ortodoxa en La Habana no la había debilitado. La incorporación de Raúl Chibás, hermano de Eddy, en la de Las Villas la había fortalecido. Para consuelo del mandatario, su coalición tenía una ventaja en la intención de voto aparentemente irreversible en Pinar del Río y Matanzas, una pequeña superioridad en Oriente y un signo de interrogación en Camagüey donde, en opinión de Gutiérrez –compartida off the record por los especialistas en periodismo político Gustavo Herrero y Mario Riera–, se decidiría la elección presidencial y la mayoría senatorial.
 
El respaldo del PSP a Agramonte le había otorgado, al menos teóricamente, en el supuesto de que todos los afilados de ese Partido votaran por el candidato ortodoxo, una pequeña ventaja sobre su rival Carlos Hevia. Mas la diferencia entre ambos no sobrepasaba el 4 por ciento y cualquier experto en elecciones programadas mediante la democracia representativa conoce que ello no implica una superioridad irreversible. Faltaban aún tres meses para los comicios y en ese tiempo podían pasar muchas cosas, a favor o en contra de la Alianza. Ejemplos sobran en la historia de candidatos que mayorearon los sondeos y después perdieron los comicios.
Si Agramonte continuaba en el primer lugar de la intención de voto y Carlos Hevia aún tenía posibilidades de remontar la desventaja, Fulgencio Batista no contaba ni con la más remota probabilidad de llegar a la presidencia mediante las elecciones.
 
¿Y el tercer contendiente, Fulgencio Batista? Muy mal. Había descendido, si hemos de creer los testimonios del auténtico Segundo Curti y del ortodoxo Pepín Sánchez al 10 por ciento (-9 con respecto a marzo de 1951; -4 por ciento con respecto a diciembre de ese año). Si Agramonte continuaba en el primer lugar de la intención de voto y Carlos Hevia aún tenía posibilidades de remontar la desventaja, Fulgencio Batista no contaba ni con la más remota probabilidad de llegar a la presidencia mediante las elecciones. Solo le quedaba apelar a su método favorito.
 
El candidato a representante Fidel Castro (ortodoxo) y Segundo Curti (auténtico) alertaron sobre los movimientos extraños de Batista entre los militares retirados y en activo. A Curti, Carlos Prío le hizo poco caso. Tanto el candidato presidencial ortodoxo como Millo Ochoa, quien encabezaba el Consejo Director del PPC-O, desestimaron las denuncias del joven abogado. Otro alto dirigente del chibasismo, Jorge Mañach, al ser interpelado en un programa televisivo, en la noche del 9 de marzo, acerca de los rumores de una posible asonada, respondió que no consideraba tan insensato y poco patriótico a Batista como para interrumpir violentamente el ritmo constitucional del país.
 
Horas después el sargento devenido general golpista entraba en el campamento Columbia por la posta cuatro. Se iniciaba así el más feroz régimen dictatorial que ha ensangrentado a Cuba. Sin embargo, como profetizara entonces Fidel: “Hay tirano otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. Hay opresión en la patria, pero habrá algún día otra vez libertad”.

Al entrar por la posta cuatro del campamento Columbia, Batista inició
la más feroz tiranía que ha ensangrentado Cuba. / Autor no identificado)

Fuentes consultadas
 
Testimonios recogidos a los periodistas Pedro García Yanes, Luis Martínez Sisto, Manuel Varela y Enrique de la Osa, y a Segundo Curti, Luis Orlando Rodríguez, Roberto García Ibáñez, Omar Borges, Pepín Sánchez (hijo) y Silveiro Almanza por el autor de este trabajo. Los libros Cuba política, de Mario Riera, y Batista, el golpe, de Juan Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt. Textos periodísticos aparecidos en El País, Avance, Prensa Libre, Diario de la Marina, BOHEMIA y Gente de la Semana entre el 16 de diciembre de 1951 y el 10 de marzo de 1952.