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Fidel: Primeros y últimos minutos de una caravana

La caravana con las cenizas de Fidel viajó más de mil kilómetros en cinco días para darle la oportunidad a su gente de rendir homenaje. Foto: Armando Franco.
La caravana con las cenizas de Fidel viajó más de mil kilómetros en cinco días para darle la oportunidad a su gente de rendir homenaje. Foto: Armando Franco.

Date: 

04/12/2018

Source: 

Cubadebate

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Casi 58 años después, Fidel repitió la ruta de la Caravana de la Libertad. Sus cenizas viajaron más de mil kilómetros en cinco días, pero esa vez de La Habana a Santiago. La caravana recorrió casi toda Cuba para darle la oportunidad a su gente de rendir un último homenaje al líder de la Revolución cubana. Sus primeros y últimos instantes fueron, de muchos modos, los más impactantes.
30 de noviembre de 2016, 7:00 am:
 
Han pasado cinco días desde que murió. Casi una semana de un silencio absurdo en esta Habana de reguetones subidos de tono y escándalos en la calle. El duelo ha sido largo y, sin embargo, aún no ha habido tiempo suficiente para llorar. Hace falta la sinceridad del sufrimiento. La gente necesita llorar más, tienen las lágrimas trancadas en el pecho. Ya habrá tiempo para demostrar fortalezas.
 
Está saliendo el sol en la Plaza de la Revolución. Nos hemos colocado en líneas organizadas en los inicios de la calle Paseo, justo frente al Teatro Nacional. Seremos los primeros en decir adiós. He pasado la madrugada en la facultad y siento el peso del sueño. Los otros estudiantes han sido tan honestos en las últimas horas que se han metido, de una forma particular, en mi alma. Una vigilia espontánea en la Facultad de Comunicación ha impedido cualquier intento de dormir. Poesías, cantos y declaraciones han pasado ante nuestros ojos sin el menor anuncio de planificación excesiva o sentimiento obligado. La naturalidad ha sido el mejor homenaje.
 
El carro pasa lentamente. En estos primeros metros la gente no grita consignas. Es como si aquella caja de madera imponente nos haya cogido de sorpresa a todos. Los arengadores de guardia se paralizan, algunos lloran en silencio. El sentimiento colectivo es esta especie de estupefacción. Se supone que ese es el momento de llorar, pero no me salen las lágrimas.
 
Cuando ya no distinguimos la caravana se rompen las filas. Salgo caminando casi por inercia con mi hermana y Emilio, ese muchacho agradable de la facultad que vive por la casa. Emilio, casi en shock, empieza a hablar:
 
    “Yo he visto a Fidel dos veces en mi vida. Hoy y un 1ro de Mayo que mi papá me cargó sobre los hombros y me emocioné tremendamente cuando vi aquel puntico verde encaramado en la tribuna. Estoy bastante seguro de que me quedo con el recuerdo de la primera vez”.
 
4 de diciembre de 2016, 6:00 am:
 
Apenas unos segundos después de las seis, llegamos a la Plaza de la Revolución Antonio Maceo. Desde el otro extremo distinguimos al carro fielmente custodiado salir del Memorial y dirigirse hacia la avenida Patria. Nos lanzamos a correr para alcanzarlo y fotografiar los últimos minutos del recorrido de Fidel. Atravesamos la plaza y tomamos la avenida a tiempo para ver, unos metros adelante, el paso lento y simbólico de la caravana. Casi como poseídos, sin hablar entre nosotros, echamos a andar tras ella.
 
Hay aproximadamente tres kilómetros entre la Plaza de la Revolución de Santiago de Cuba y el Cementerio de Santa Ifigenia. Una avenida Patria recientemente reparada conecta ambos lugares. Como en el resto de Cuba, a cada lado de la calle cientos de personas dicen su último adiós a Fidel.
 
Vamos caminado tras la caravana. Observamos lo que queda unos minutos después de su paso, cuando se rompen las filas y las personas echan a andar. Las lágrimas de los que se retiran tras despedirse parecen aún más sinceras ahora; las familias en los portales leen en los periódicos lo mismo que acaban de ver desfilar ante sus ojos; las banderas ya no ondean en lo alto y sin embargo imponen el mismo respeto. No hay un silencio sepulcral como en La Habana. La gente grita unas consignas que salen desde lo más profundo. En Santiago se vive y se siente de otra manera.
 
Ya el día anterior nos sorprendimos con el modo en que miles de pioneros recibieron a Fidel en el Cuartel Moncada; con la urna empañada por el sol santiaguero del que no se escapa ningún día; con los niños pequeños disfrazados de barbudos; con los brazaletes del M-26-7 que adornaban todos los brazos; con aquella señora que, por no tener bandera o foto, salió a la calle a rendir su tributo con su tesoro más preciado: un libro sobre Fidel. La forma tan transparente de sentir las cosas en Santiago de Cuba nos conquistó. Hicimos bien en salir corriendo de La Habana para volver a ver la caravana, para despedirlo otra vez. Estamos en el lugar y en el momento correcto.
 
Nos damos cuenta de que llegamos a Santa Ifigenia cuando no podemos avanzar más. Como nosotros, alrededor de cien personas han caminado hasta allí. La ceremonia será privada y no se puede pasar. A doscientos o trescientos metros de la entrada del cementerio, un grupo de jóvenes -con imágenes de Fidel en sus manos- nos detienen.
 
Los que llegamos hasta ahí no estamos precisamente conformes, aunque sospechábamos que llegaríamos a un punto así. La gente no camina más, tampoco protestan. Empiezan a gritar consignas, lloran: “¡Yo soy Fidel!” “¡Viva Cuba!” “¡Patria o Muerte!…” Unas declaraciones se mezclan con las otras. Estoy, de cierto modo, sorprendida por la intensidad del momento. Pocas veces en mi vida me he sentido así.
 
Justo delante de nosotros, de espaldas, está Alberto Lescay, el artista que dio vida a la escultura de Antonio Maceo que hay en la Plaza de la Revolución de Santiago. Armando me lo enseña y lo fotografía sin que él lo note. Nos sorprende encontrarlo rindiendo un tributo tan humilde como sincero.
 
Suenan de pronto los cañonazos. Apenas unos minutos antes del Himno Nacional. Se hace un silencio sepulcral entre ese grupo de todas las edades que ha acudido sin convocatoria hacia el último instante. Aunque no lo sabremos hasta después, percibimos el solemne momento en que Raúl deposita las cenizas de su hermano dentro de la piedra. Con su adiós, el último, va el nuestro.
 
Me siento en el contén y por primera vez desde que me enteré, lloro. Solo en ese momento me doy cuenta que he pospuesto la despedida una y otra vez: el 25 en la madrugada, en la Plaza de La Habana, a la salida de la caravana, frente al Cuartel Moncada, en la Plaza de Santiago… incluso en la Avenida Patria unos minutos antes. Se me acaban las posibilidades. De algún modo, solo en ese instante, comprendo la magnitud de lo que ha pasado, el golpe que ha sufrido Cuba: Fidel ha muerto. Habrá que buscar otros modos de llevarlo adentro.

En Santiago se vive y se siente de otra manera. Foto: Armando Franco.
Miles de pioneros recibieron a Fidel en el Cuartel Moncada. Foto: Armando Franco.
Los brazaletes del M-26-7 adornaban los brazos de todos los santiagueros. Foto: Armando Franco.
La santiaguera que, por no tener bandera o foto, salió a la calle a rendir su tributo con su tesoro más preciado: un libro sobre Fidel. Foto: Armando Franco.
La caravana comienza su recorrido por la Avenida Patria. Foto: Armando Franco.
Los santiagueros, en sus portales, despiden a Fidel. Foto: Armando Franco.
Los santiagueros leen en los periódicos lo mismo que acaban de ver desfilar ante sus ojos. Foto: Armando Franco.
Entre consignas, un grupo de todas las edades ha acudido sin convocatoria hacia el último instante. Foto: Armando Franco.
Las lágrimas en los últimos instantes de la caravana. Foto: Armando Franco.
Alberto Lescay, de frente a Santa Ifigenia, forma parte de esa ùltima despedida. Foto: Armando Franco.
Un grupo de jóvenes -con imágenes de Fidel en sus manos- nos detienen. Foto: Armando Franco.
A unos metros de Santa Ifigenia, durante el entierro, cientos de cubanos aprovechan la última oportunidad para despedir a Fidel. Foto: Armando Franco.