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Algunos aspectos de interés (tercera parte y final)

Fuente: 

Periódico Granma

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¡CUANDO LA PAZ MUNDIAL PENDÍA DE UN CABELLO!
 
Miércoles 24 de octubre: A las 10:00 a.m., hora de Washington, entró en vigor la “cuarentena” proclamada y comenzó una reunión del Co­­mité Ejecutivo. Los barcos rusos seguían na­vegando hacia Cuba; algunos estaban llegando a la distancia establecida para la intercepción, así que tendrían que decidir si los detenían o no. Poco después informaron que dos mercantes, el Gagarin y el Komiles, estaban cerca de la barrera. La intercepción sería antes del mediodía. A continuación comunicaron que un submarino soviético estaba entre los dos barcos, por lo que la tensión, de por sí elevada, alcanzó niveles incalculables.
 
Veamos lo que Robert Kennedy relató sobre los minutos siguientes: “Había llegado el mo­mento que esperábamos que no llegase nunca (...) Se había enviado un portaaviones y unidades antisubmarino a interceptarlos (…) ¿Es­taba el mundo al borde de un holocausto? ¿Era por nuestra culpa? ¿Nos habíamos equivocado? ¿Hubiéramos debido hacer otra cosa, o no hacer nada? El Presidente se llevó la mano al rostro y se tapó la boca. Abrió y cerró el puño. Parecía tener la cara chupada, doloridos y casi grises los ojos (...) Entonces escuché su voz: ‘¿No hay alguna manera de evitar nuestro primer choque con un submarino ruso?’ ‘No —respondió McNamara—, el peligro es demasiado grande para nuestros barcos. Los comandantes tienen instrucciones de evitar las hostilidades por todos los medios posibles; pero tenemos que estar preparados para esto’.
 
“Había llegado el momento de la decisión final (...) Sentí que estábamos al borde de un precipicio, sin salida posible. El momento era ahora, no la semana próxima; no mañana, ‘para tener otra reunión y decidir’; no dentro de ocho horas, ‘para poder enviar otro mensaje a Jruschov’. No; nada de esto era ya posible. A mil millas de nosotros, en la vasta superficie del océano Atlántico, se tomarían las decisiones finales en los próximos minutos. El presidente Kennedy había iniciado el curso de los acontecimientos, pero ya no podía controlarlos. Tenía que esperar..., teníamos que esperar (...)
 
“Entonces, un ordenanza trajo una nota. ‘Señor Presidente, tenemos un informe que parece indicar que algunos barcos rusos se han detenido’.
 
“¿Se han detenido? ¿Qué barcos son? ¿Se ha comprobado la veracidad del informe? (...) Al poco rato, llegó el informe completo, los 20 barcos más próximos se habían detenido o habían dado media vuelta.
 
“Bueno, no habrá que interceptar ningún barco por el momento”, dijo el Presidente (...) Después, la reunión se prolongó. Pero todos parecíamos haber cambiado. Por un instante, el mundo se había detenido; ahora, volvía a girar”.[1]
Jueves 25 de octubre: Al final del día el regimiento de Candelaria-San Cristóbal y el segundo grupo de combate del de Santa Cruz de los Pinos-San
 
Cristóbal estaban listos para el combate. Además, esa noche comenzó el traslado, desde el puerto de Isabela de Sagua hacia la región oriental, de las cargas nucleares que faltaban para los cohetes alados tácticos FKR.
 
La situación empeoraba cada día. En el círculo que rodeaba al Presidente consideraban que si los soviéticos persistían, a pesar de la “cuarentena”, en el incremento la preparación de las fuerzas coheteriles, quedaría como última alternativa la del uso de las armas, con el golpe aéreo masivo y la ulterior invasión. Al atardecer, Kennedy decidió aumentar la cantidad de vuelos a baja altura sobre Cuba, a partir de la mañana siguiente, de dos al día a uno cada dos horas.
 
Viernes 26 de octubre: A partir de la mañana se incrementaron los vuelos rasantes, con lo que aumentaba el peligro de un golpe aéreo sorpresivo aprovechándolos. Teniendo en cuenta eso, el Comandante Fidel Castro tomó la decisión de disparar contra todo avión que violara el espacio aéreo a partir del amanecer del 27 de octubre. Se comunicó al jefe de la Agrupación de Tropas Soviéticas que Fidel quería reunirse con él.
 
Esa tarde, en Washington, se recibió una carta de Jruschov para el Presidente, en la que cerca del final planteaba: “Si se dieran aseveraciones del Presidente y del Gobierno de los Estados Unidos, de que ese país no participará en la invasión a Cuba e impedirá a otros que realicen actos similares y si ustedes retiran su flota, esto cambiaría de inmediato (...) Entonces cesaría también la cuestión sobre el armamento, ya que si no hay amenaza el armamento es una carga para cualquier pueblo”.[2]
 
Al atardecer se efectuó la reunión del Co­mandante Fidel Castro y el jefe de la ATS, en la que el líder cubano argumentó la decisión de hacer fuego contra los aviones en vuelo rasante a partir del amanecer siguiente. Sobre la base de la información disponible, los mandos cu­bano y soviético llegaron a la conclusión de que era inminente una agresión de los Estados Unidos, con mayor probabilidad un golpe aéreo, que debía esperarse en las próximas 24-72 ho­ras, es decir, entre el 27 y el 29 de octubre.
 
A las 9:30 p.m. la Jefatura de la ATS autorizó que los medios de los grupos coheteriles antiaéreos comenzaran a irradiar al espacio. A los jefes de unidades de la defensa antiaérea se les autorizó a abrir fuego contra los aviones que atacaran las posiciones y objetivos de las tropas. Además, para reducir el tiempo de preparación de la primera salva con los cohetes de alcance medio, durante esa noche las cargas nucleares para el regimiento de la región central fueron llevadas, en camiones especiales climatizados, hacia lu­gares cercanos a sus posiciones de lanzamiento, mientras que a los tres regimientos les puntualizaron las misiones de combate y les entregaron las tareas de vuelo para los cohetes, las que ga­rantizarían que las cargas nucleares describieran las trayectorias previstas hasta los blancos seleccionados en territorio norteamericano. A partir de ese momento el hacha de piedra estaba al doblar de la esquina.
 
CUANDO EL CABELLO DEL QUE PENDÍA LA PAZ MUNDIAL PERDIÓ LA MITAD DE SU ESPESOR
 
Sábado 27 de octubre: Desde el amanecer las baterías antiaéreas cubanas dispararon con­tra los aviones en vuelo rasante, mas los pilotos de aquellos aviones veloces aumentaban velocidad y altura y se retiraban hacia el mar, de forma que ninguno fue derribado.
 
Este día, además, el primer grupo de combate del regimiento de cohetes de alcance medio de Santa Cruz de los Pinos-San Cristóbal también estuvo listo para el combate, con lo que la división coheteril estratégica estaba preparada con sus 24 rampas de lanzamiento.
 
A las 10:00 a.m. comenzó la reunión del Comité Ejecutivo, en la que se analizó la proposición de Jrushchov en la carta de la tarde anterior. Los participantes no lo sabían aún, pero durante el desarrollo de la misma se había producido un hecho trágico, y de impredecibles consecuencias... Un avión
 
U-2 había ingresado al espacio aéreo de la Isla, voló a lo largo de la misma y fue derribado, pereciendo el piloto, mayor Rudolf Anderson, Jr.
 
¿Por qué y por decisión de quién fue derribado el U-2? Sobre esto se han propagado distintas versiones.
En primer lugar: ¿por qué fue derribado? No había necesidad militar de hacerlo, pues Cuba había sido tan fotografiada durante las últimas dos semanas que poco importaban algunas fotos más o menos, máxime que no se habían producido maniobras, durante las últimas ho­ras, para cambiar de lugar las unidades principales ni nada por el estilo. Los vuelos se hacían diariamente, a baja y a gran altura, para mantener el control de la marcha de los trabajos en los emplazamientos de los cohetes y del ensamblaje de los IL-28, además de verificar que el resto de las unidades continuaban en sus posiciones.
 
El sábado por la mañana los aviones aparecieron “paseando” en vuelo rasante, igual que siempre, y aunque les tiraron en muchos lugares se escabulleron sin complicaciones. Sin embargo, el U-2, que ni se veía debido a la altura a que volaba, ni tan siquiera se oía el ruido de su motor, fue el que pagó los platos rotos.
 
Ahora la segunda cuestión: ¿quién dio la orden de derribarlo? El U-2 volaba en alturas de alrededor de 20 km, y los cohetes antiaéreos, únicos que podían alcanzarlo, estaban en ma­nos de los soviéticos. En su entrevista con Ma­ría Shriver, en 1992, el comandante Fidel Castro expresó:
 
“Lo más probable es que en la atmósfera que se crea, cuando nuestras baterías antiaéreas disparan contra todos los aviones en vuelo rasante, la orden de disparar contra el U-2 se originó en la orden dada a nuestras fuerzas antiaéreas. Si se me pregunta quién tiene la responsabilidad no vacilo en decir que fue nuestra. No se podía permitir que continuaran los vuelos rasantes, era un disparate y una locura, porque nadie sabía en qué momento podía empezar el fuego y las desventajas militares en ese caso eran tremendas (…) Estuve de acuerdo en que se disparara contra el U-2. Podía lamentar la muerte de un piloto, pero la acción me pareció correcta”.
 
Una variante tan absurda como la de que el propio Comandante Fidel Castro había lanzado los cohetes no requiere mucho análisis; sin embargo, supongamos que hubiera decidido hacerlo. ¿Adónde hubiera ido el Primer Mi­nis­tro a realizar las supuestas funciones de cazador? Lógicamente, se hubiera dirigido a los grupos  de cohetes antiaéreos emplazados en El Mariel o en Bahía Honda, cercanos a la capital y a los regimientos de cohetes de alcance me­dio ubicados en la provincia de Pinar del Río, por donde casi siempre volaban los U-2. Pero es que el avión fue derribado en la provincia de Oriente, por el grupo emplazado cerca de Ba­nes, lugar sobrevolado escasamente por di­chos aviones, por lo que se puede desechar sin dudas esta tonta y malintencionada versión.
 
También se planteó que había sido ordenado por el alto mando soviético. Sin embargo, resulta impensable que lo hubiera hecho el jefe de la Agrupación de Tropas Soviéticas (ATS), pues sabía perfectamente que lo indicado por Moscú era no disparar. También es ilógico que la orden fuera de Jrushchov, a no ser que quisiera que las cosas se pusieran mucho peores de lo que estaban, lo que no era así, evidentemente.
 
Llegamos a la variante de que la orden fue dada por algún otro jefe de la ATS. Se han mencionado tres nombres: coronel Gueorgui Vo­ronkov, jefe de la división coheteril antiaérea de la región oriental, a la que estaba subordinado el grupo de Banes; mayor general Leonid Gar­buz, sustituto del jefe de la
 
ATS para la Pre­paración Combativa; y teniente general Stepan Grechko, sustituto del jefe de la ATS para la Defensa Antiaérea.
 
En una entrevista publicada en 1989, el ya teniente general Voronkov declaró lo siguiente: “Los aviones yanquis sobrevolaban el cielo cubano (...) Mi criterio era de que así no se podía continuar. Los norteamericanos se sentían con derecho a todo. El 27 de octubre me informan que un U-2 cruzaba el espacio aéreo de la Isla, luego voló sobre dos pequeñas unidades que estaban bajo mi mando, y al acercarse a una tercera, ¡ahí mismo di la orden combativa! ¡Con el primer proyectil lo derribamos!”[3]
 
Ahora bien, la división coheteril del coronel Voronkov tenía 12 grupos en la región oriental, pero el que derribó al U-2 fue el de Banes, el último a la derecha por la costa norte. Si el avión volaba hacia oriente, antes de llegar al grupo de Banes debió pasar, por lo menos, por las zonas de destrucción de cuatro grupos de la división, antes de ser derribado; entonces, surge una pregunta: ¿si él fue quien decidió derribarlo, por qué esperó a hacerlo con el último grupo, antes de que abandonara el territorio?, hubiera sido más lógico darle la orden a una unidad anterior, para tener reserva por si el que recibiera la orden fallaba. Además, de que nadie sabía que iba a pasar, en el último momento, sobre el grupo emplazado cerca de Banes.
Veamos ahora los aspectos principales del relato hecho por el general Garbuz: “Llegué al puesto de mando de la Agrupación esa mañana. Allí estaba de guardia el teniente general Stepan Grechko, quien me dijo: ‘Hace más de una hora da vueltas sobre nosotros un ‘visitante’. Con­sidero que es necesario derribarlo, ya que puede descubrir nuestras posiciones (…)  En­tonces informaron que el U-2 variaba el curso; al llegar a Guantánamo giraba hacia el norte, era evidente que se marchaba (...) Después de algunas reflexiones Grechko exclamó: ‘Bueno, pues respondamos juntos’ (...) Los coheteros cumplieron la orden (...) La decisión de interrumpir el vuelo fue dictada por la necesidad operativa. No se podía permitir que en los Estados Unidos recibieran la información sobre (…) las posiciones de lanzamiento de los cohetes de alcance medio y de los antiaéreos”.[4]
Analicemos ahora algunos puntos débiles de este relato. Si el U-2 voló de Pinar del Río a Oriente, pasando sobre los puntos fundamentales de importancia militar, debe haber atravesado las zonas de destrucción de no menos de 15 grupos antiaéreos, entonces: ¿por qué esperaron a que llegara a Guantánamo y girara al norte para destruirlo con el último grupo en su recorrido?; además de que después de pasar sobre Guantánamo pudo no haber pasado sobre el grupo de Banes, dejándolos con un palmo de narices, y se hubiera retirado tranquilamente con toda su “valiosísima” información, que “no podía llegar a los Estados Unidos”.
 
Por la forma del relato da la impresión de que aquel era el primer vuelo de un U-2 sobre Cuba y no se podía dejar que escapara con toda la información recogida; pero no era así, desde hacía dos semanas esos aviones volaban casi a diario sobre la Isla, por lo que todo lo que ese vuelo pudo fotografiar ya había sido fotografiado más de una vez, es decir, no constituía una información nueva, de primera mano e importancia decisiva, que lo revelaría todo en Wa­shington. También podría alegarse que los generales desconocían sobre los vuelos precedentes de los U-2, por lo que se horrorizaron con aquel. Eso sería por lo menos muy dudoso. Pero aceptemos que no lo supieran porque no habían sido informados sobre ello y no podían ver ni oir a los U-2 debido a la altura a que volaban; sin embargo, desde el 23 de octubre el país era peinado diariamente por los vuelos rasantes, y para darse cuenta de eso no había ni que salir de los locales de trabajo, pues el aullido de los motores a reacción era tremendo y todo se estremecía prácticamente cuando pasaban.
Entonces, ¿quién ordenó derribar el U-2? Sencillo: ningún gran jefe tomó la decisión, el pequeño jefe del grupo antiaéreo emplazado en la zona de Banes, mayor Ivan Guerchenov lo­calizó el avión, lo comunicó al puesto de mando de su regimiento y pidió autorización para derribarlo, le contestaron que esperara; en eso perdió las comunicaciones y, basándose en lo que planteaba el reglamento de combate, vigente entonces en las Tropas Coheteriles An­tiaéreas soviéticas, referente a que al perder las comunicaciones en una situación combativa el jefe del grupo tomaba las decisiones, tomó su decisión y la puso en práctica.
 
El autor de estos artículos, varios meses más tarde, en mayo de 1963, fue uno de los que ingresaron en las FAR, respondiendo al llamado hecho por el Comandante Fidel Castro para que personal con el nivel de preparación necesario asimilara el complejo armamento que fue entregado a Cuba después de la Crisis. Durante los meses que estuvimos en las unidades con los soviéticos, asimilando la técnica, ellos nos relataron en múltiples ocasiones la forma en que había sido derribado el U-2.
 
Si el avión llegó a Guantánamo y giró hacia el norte, debe haberse aproximado sobre la parte sur de la provincia. En la figura que acompaña este relato se ven las posiciones de los grupos coheteriles antiaéreos emplazados en el territorio y los límites de sus zonas de destrucción para 21 km, que era la altura de vuelo del U-2. En la figura también aparece la trayectoria probable del avión. Como puede apreciarse, antes de llegar al de Banes pudo ser derribado por otros dos grupos, por lo menos. Es seguro que durante todo el vuelo solicitaron autorización para derribarlo no menos de diez jefes de grupos, pero ningún otro perdió las comunicaciones en el momento preciso ni tuvo la audacia y los... pantalones del mayor Guerchenov.
 
Pero volvamos ahora a lo que ocurría aquel sábado 27 de octubre, cuando el mítico cabello estaba perdiendo la mitad de su espesor.
A las 4:00 p.m. se efectuó en Washington otra reunión del Comité Ejecutivo. En medio de la reunión, cayó la bomba de que un U-2 había sido derribado y el piloto estaba muerto. Los integrantes de la Junta de Jefes de Estados Mayores que se encontraban presentes, argumentaron ardientemente a favor de que fuera asestado el golpe aéreo masivo sorpresivo contra Cuba, y que se iniciara la invasión, otros planteaban que debían ejecutar la respuesta prevista para el caso, el ataque al grupo coheteril que había derribado la nave. McNamara dijo que en esa situación debían estar listos para asestar el golpe aéreo.
 
Al principio fue casi unánime la opinión de que debían atacar y destruir las bases de los cohetes antiaéreos. El Presidente estaba informado de que esas armas eran operadas y controladas por soviéticos y consideraba el ataque al U-2 como una escalada por su parte, pero, en definitiva, tuvo la serenidad y sangre fría para postergar la represalia inmediata, y planteó: “No es el primer paso el que me preocupa, sino que ambos bandos escalemos el cuarto y el quinto peldaños..., y no digo el sexto, porque probablemente no quedará nadie vivo para hacerlo”.[5]
 
Finalmente decidieron enviar a Jruschov una carta respondiendo a la recibida en la tarde anterior. El contenido fundamental del mensaje era: “Si he leído bien su carta, los elementos básicos de sus proposiciones —que en general me parecen aceptables— son los siguientes:
 
“1.Ustedes retirarán estos sistemas de ar­ma­mento de Cuba, bajo la adecuada inspección por la ONU, y se comprometerán, con las debidas garantías, a no introducir, en lo sucesivo, armamento de esta clase.
 
“2. Por nuestra parte nos comprometemos (...): a) a levantar rápidamente el bloqueo; b) a dar garantías de que Cuba no será invadida.
 
“No veo ninguna razón que nos impida completar este arreglo y anunciarlo al mundo dentro de un par de días”.[6]
 
Al anochecer, el Presidente encargó a su hermano que se encontrara con el Embajador de la URSS y le comunicara un mensaje verbal para su transmisión a Jrushchov. Su esencia consistía en que si los cohetes no eran retirados inmediatamente, los Estados Unidos iniciarían las acciones combativas no más tarde de los primeros días de la semana siguiente, es decir, el 29 o 30 de octubre. También se planteó que estaban dispuestos a retirar los cohetes norteamericanos de Turquía e Italia, lo que se haría de cuatro a seis meses después de la salida de los proyectiles soviéticos de Cuba, pero este aspecto debía ser mantenido en secreto. Robert Ken­nedy pidió que transmitieran que el Pre­sidente estaba sometido a una presión muy fuerte por los militares.
 
Era muy necesaria una respuesta positiva, lo más rápido posible.
 


UNA “SOLUCIÓN” NO SATISFACTORIA PARA CUBA
 
Domingo 28 de octubre: Como se ha sabido posteriormente, en la noche del 27 al 28 de octubre, en Moscú no durmieron muchos de los integrantes del Presidium del Comité Cen­tral, ni de los dirigentes principales de los Mi­nis­terios de Defensa y de Relaciones Exte­rio­res. En la casa de campo gubernamental, en Oga­riovo, era examinada la proposición del Presidente de los Estados Unidos sobre la retirada de los cohetes soviéticos de Cuba a cambio de la garantía de no invadir el país; también se tenían en cuenta las informaciones transmitidas por Fidel Castro y por los militares soviéticos acerca de la inminencia del ataque.
 
Hasta que se tomó la decisión aprobándola. Teniendo en cuenta la urgencia del momento se decidió no esperar por la lentitud del cifrado y los métodos normales para enviar los mensajes, sino transmitir la carta de Jrushchov a Kennedy en texto claro por Radio Moscú.
 
El contenido fundamental de la carta era: “Veo con respeto y confianza la declaración (…) de que no se cometerá un ataque contra Cuba (...) Entonces los motivos que nos impulsaron a prestar una ayuda de ese carácter desa­parecen. Por eso hemos dado instrucciones a nuestros oficiales (...) de adoptar las medidas para que cese la construcción de esos objetivos, para su desmontaje y devolución a la Unión Soviética”.[7]
 
Esta noticia fue recibida con júbilo en Wa­shington, especialmente después de la tensión de las últimas horas y días. Mas algunos integrantes de la Junta de Jefes de Estados Ma­yores continuaron insistiendo en la necesidad de la acción militar, afirmando que no se po­día creer en los rusos ni en Castro y había que liquidar el régimen de la Isla. Opinaban que, en cierto modo, habían sido traicionados, perdiendo la oportunidad que veían al alcance de la mano. Cuando se supo la noticia,  durante la reunión del Comité Ejecutivo, el almirante Anderson exclamó que ellos “habían perdido la partida”, y con visible indignación preguntó a los presentes: “¿Por qué, después de todo, no atacamos a Cuba mañana?”[8].
 
Mientras tanto, cuando la dirección cubana supo por la radio del acuerdo, hecho sin consultarlos, manifestó su inconformidad, pues la ga­rantía de la palabra del Presidente norteamericano tenía muy poco valor para ellos, como había demostrado la historia de los últimos años. Por eso, en la tarde de aquel domingo el Comandante Fidel Castro planteó sus conocidos “Cinco Pun­tos”, manifestando que: “No existirían las garantías de que hablaba Ken­nedy, si, además de la eliminación del bloqueo naval que prometía, no se adoptaban las medidas siguientes:
 
“1. Cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presión comercial y económicas que ejercen los Estados Unidos contra Cuba.
 
“2. Cese de todas las actividades subversivas, lanzamientos y desembarcos de armas y explosivos por aire y mar, organización de invasiones mercenarias, infiltración de espías y sabotajes (…)
 
“3. Cese de los ataques piratas (…)
 
“4. Cese de todas las violaciones del espacio aéreo y naval por aviones y navíos de guerra norteamericanos.
 
“5. Retirada de la Base Naval de Guan­tá­namo y devolución del territorio cubano ocupado por Estados Unidos”.[9]
 
¿Qué solicitaba el dirigente cubano con esos planteamientos? ¿Acaso un pedazo de la luna o algo inconcebible, imposible de otorgar a nadie? ¡No! Eran cuestiones sencillas, que podían ser las justas aspiraciones de cualquiera de los países del mundo, eran derechos elementales. ¡Qué mal estaba la justicia y la equi­dad, cuando alguien tenía que hacer aquellas demandas! Sin embargo, los gobernantes norteamericanos no quisieron ni oir hablar de los cinco puntos, considerándolos como un programa inalcanzable entonces. Y cabría preguntarse: ¿por qué?, ¿por qué el pueblo cubano no podía aspirar por el momento al cese del bloqueo económico, a que terminaran las actividades subversivas, el sabotaje y los ataques piratas, entre otras cosas? ¿Es que acaso eran privilegios de los que no gozaba ningún otro pueblo del mundo?
 
Terminaba así la etapa más candente de la Crisis.
 
La Fase abierta de la Crisis tenía en aquellos momentos siete días de vida. La “cuarentena” estaba implantada desde hacía cinco días... Cualquiera podía pensar que la partida estaba en punto de mate. Mas, si lo pensaba se equivocaba de medio a medio: la Crisis, aunque con menor intensidad y peligro subsistió aún durante 23 días. Aunque casi no se pueda creer.
 
El 29 de octubre comenzó el desmantelamiento de los emplazamientos y el 31 los trabajos habían finalizado. Comenzaba entonces un prolongado litigio
 
motivado por la exigencia norteamericana de que fueran retirados también los bombarderos ligeros IL-28; vendrían nuevas amenazas y tensiones que se prolongarían otras tres semanas. Durante este periodo exigieron también la verificación del desmantelamiento y salida de los cohetes. Esas ilusiones se estrellaron contra la actitud firme y digna de los dirigentes cubanos que no permitieron ninguna inspección del territorio nacional. En definitiva, por otra concesión de los soviéticos la salida de los cohetes fue verificada en el mar, fuera de las aguas jurisdiccionales de Cuba.
 
En definitiva, la “cuarentena” fue levantada y la situación se normalizó el 20 de noviembre, cuando Jrushchov comunicó que los bombarderos ligeros IL-28 serían retirados también. Mas, aunque parezca increíble, los norteamericanos no formalizaron su compromiso de no invadir a Cuba en ningún documento oficial de la ONU ni de nadie, la cosa quedó a nivel verbal, de palabra, vaya, de las que se lleva el viento.
 
Sin embargo, han pasado 50 años y la llevada y traída invasión no llegó a producirse, pero no creo que eso se deba al valor de la palabra de un presidente de los Estados Unidos, donde la historia demuestra que se incumplen las palabras y se violan o suspenden acuerdos muy serios. Más bien, la no ejecución de la tantas ve­ces pronosticada invasión, se ha debido a la unidad de la gran mayoría del pueblo cubano, a su cohesión en torno a sus líderes, a su preparación combativa y decisión de luchar hasta las últimas consecuencias, al prestigio internacional y la popularidad y respeto de que goza la Revolución Cubana, así como al hecho de que sus dirigentes nunca han facilitado el pretexto para la realización de una agresión.
 
*Teniente coronel (r) y fundador de las Tropas Coheteriles Antiaéreas
 
[1] Kennedy, Robert: Trece días (La crisis de Cuba) Plaza &Janes, España, 1968, pp. 67-72.
[2] Un pueblo invencible, Editorial José Martí, Cuba, 1991, p. 51.
[3] Estrada Juárez, Adela: El general que dio la orden de ¡fuego! Pediódico Bastión. La Habana, marzo de 1989, p. 4.
[4] Al borde del abismo nuclear, Moscú, Federación de Rusia, 1998, pp. 200-201.
[5] Kennedy, Robert: Trece días (La crisis de…) Ob. Cit, pp. 95-96.
[6] Idem, p. 100.
[7] Un pueblo invencible... Ob. Cit., p. 61.
[8] Schlesinger, Arthur M.: Robert Kennedy and his Times. Ballantine Books, 1978, p. 565.
[9] Diez Acosta, Tomás: Peligros y principios. Editorial Verde Olivo, Cuba, 1992, p. 170.
[10] Shriver, María: Misiles en el Caribe, Entrevista a Fidel Castro. Editora Política, Cuba, 1993, pp. 67 y 68.
[11] Operación Estratégica “Anadir” ¿Cómo fue? Poligrafresursi. Moscú, Federación de Rusia, 1999.
[12] Al borde del abismo nuclear... Ob. Cit.