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Bastan siete fusiles para ganar la guerra

Fecha: 

18/12/2015

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

La historia de lo acontecido hace 59 años en aquella medianoche del 18 de diciembre bajo las cinco palmas de la finca de Mongo Pérez, donde se reunieron ocho expedicionarios de los grupos de Fidel y Raúl.

En las 48 horas siguientes al combate de Alegría de Pío, fragmentados en grupos pe­queños —algunos incluso se habían quedado solos—, los expedicionarios del Granma se dirigieron hacia el este con el objetivo de cumplir la orden de Fidel: marchar a la Sierra para reagruparse allí. Para ello tuvieron que afrontar el hostigamiento del ejército batistiano y su aviación, que con continuos bombardeos no daba tregua.
 
En Alegría de Pío ya habían caído los revolucionarios Humberto Lamothe, Israel Ca­bre­ra y Oscar Rodríguez. El 8 de diciembre de 1956 es recordado en la Historia como “el sábado negro”: diecisiete expedicionarios fueron asesinados ese día.
 
Esa jornada a Armando Mestre, José Ra­món Martínez y Luis Arcos los detuvieron cerca del río Toro. Conducidos hacia el batey de Alegría de Pío, cuartel provisional de la tro­pa batistiana, allí ya estaban Jimmy Hirzel, Andrés Luján (Chibás) y Félix Elmuza, aprehendidos en un cañaveral cercano. Ultimados esa misma no­che, sus cadáveres fueron arrojados ante las puertas del cementerio de Ni­quero.
 
Traicionados por un campesino, otros seis revolucionarios cayeron en manos de un connotado criminal del Servicio de Inteligencia Naval. Los primeros en ser asesinados fueron José Smith y Miguel Cabañas. Con tres disparos a quemarropa, el esbirro segó la vida de Ñico López. Tomás David Royo huyó por el farallón. No llegó muy lejos y el jefe de los sicarios, tras aprovisionar a su pistola de un nuevo peine, disparó contra él. Luego lo hizo contra Cándido González.
 
Raúl Suárez, René O’Reiné y Noelio Capote fueron detenidos en la desembocadura del río Toro. Después de interrogarlos, los ametrallaron por la espalda. Ya en la noche René Bedia, Eduardo Reyes y Ernesto Fernández se detuvieron para tomar agua en Pozo Embalado. Veinte soldados emboscados en un platanal dispararon contra ellos. Bedia y Reyes cayeron heridos. Luego los remataron. Fernández rodó cañada abajo y arrastrándose se perdió en la oscuridad. Unos campesinos le prestaron ayu­da y lo ocultaron en una cueva. Sobre­vivió.
 
Siete días después, Juan Manuel Már­quez sería el último en engrosar la lista de ul­ti­mados.
 
Una red de colaboradores, vinculados al Movimiento 26 de Julio a través de Celia Sán­chez, que encabezaban Crescencio Pérez y Guillermo García, se organizó en la zona en apoyo a los expedicionarios, El grupo de Juan Al­meida, al cual se le sumaron Camilo Cien­fuegos y dos compañeros más, al fin topó con gente amiga. Los combatientes agrupados por Raúl, en su marcha hacia el este encontraron a la familia de Neno Hidalgo.
 
Fidel y su grupo ya habían contactado con la red campesina mediante los hermanos Te­jada. A través de estos, logran entrevistarse con Guillermo García el 14 de diciembre. Este le informa a Fidel de lo sucedido hasta el momento.
 
A medianoche del 18 de diciembre, bajo las cinco palmas de la finca de Mongo Pérez, se reunieron ocho expedicionarios de los grupos de Fidel y Raúl (entre el día siguiente y el 21 se les sumarían Che, Almeida, Ca­milo, Ramiro y tres compañeros más). Los dos hermanos se abrazaron. “¿Cuántos fusiles traes?” —preguntó Fidel. “Cinco”. “Y dos que traigo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”.