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Con los ojos de Fidel: 43 años después de la visita a Sierra Leona

Mural que recuerda la presencia de Fidel en el hotel Compañero en Sierra Leona. Foto: Enrique Ubieta Gómez

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Periódico Granma

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El aeropuerto internacional de Freetown es más confortable que el de Monrovia, pero desde allí hasta la ca­pital de Sierra Leona es necesario bordear una amplia bahía de bolsa. El recorrido por carretera puede durar, en dependencia del tráfico, entre tres y cuatro horas. Hay otra opción: cruzar por mar.
 
El ferry aún no está disponible. La epidemia del Ébola hizo que interrumpiera el servicio. No sé si aún es el mismo que abordara Fidel junto al entonces presidente Siaka Stevens, el 7 de mayo de 1972, en una rápida visita al país, recién establecidas las relaciones diplomáticas. Pero hay una lancha, relativamente cómoda, que nos traslada en 25 minutos.
Es mi primera estancia en el país, y trato de mirar el paisaje. El motivo del viaje no puede ser más propicio: un equipo de prensa ha venido a reportar el re­greso, en unos casos, y el trabajo, en otros, de los médicos y enfermeros cubanos que com­baten el ébola. En sus palabras de saludo, Fidel advertía entonces: “Lo digo con to­da sinceridad, con toda franqueza: que en esta tarea de hacer patria, de llevarla adelante, podrán contar decididamente con sus hermanos cubanos”. Los leoneses saben que hemos cumplido esa promesa.
 
En la ciudad se mezclan las viviendas confortables y las de barro o zinc, las calles asfaltadas y los terraplenes de polvo o fango, se­gún la época, los muchos autos y los aún más numerosos vendedores ambulantes, con sus cestas, jabas, cubos o bandejas en la cabeza, llenas de las más disímiles mercancías. Las camionetas del transporte colectivo pasan atestadas de pasajeros, indiferentes al peligro del contacto personal con algún portador del virus. La ciudad no se amilana, no se recoge, a pesar de que la epidemia marca, como promedio, a siete personas por día. Otras enfermedades cobran más vidas, y son más antiguas. La gente no parece temerle a este juego de dados. El Gobierno dicta esporádicos toques de queda, y comprueba la temperatura de choferes y pasajeros en puntos claves de la ciudad y sus alrededores. En cada establecimiento, al entrar, hay que lavarse las manos en un tanque de agua con cloro.
 
Monrovia es posiblemente más grande, pero Freetown se reserva dos cartas de particular encanto: el litoral de playa —que en Monrovia no se integra a la ciudad—, y las montañas, por las que suben y bajan edificaciones. Las dos capitales carecen de un sistema mínimo para la distribución de agua y de la suficiente capacidad de generación eléctrica.
En los últimos años el ritmo de crecimiento de la economía en Sierra Leona fue alto, de los mayores de África, si entendemos que partía de niveles muy bajos (era considerado uno de los países más pobres del mundo), pero el ébola lo frenó y revirtió todo. Los in­versores huyeron. “El ébola es la segunda crisis que enfrentamos. Después de 11 años de guerra, cuando el país avanzaba con normalidad, llegó el ébola”, nos dijo Samura M. W. Kamara, ministro de relaciones exteriores de Sierra Leona, en entrevista exclusiva con nuestro equipo de prensa. “Estamos muy agradecidos con el pueblo y el Gobierno de Cuba por este contingente de médicos que nos envió”, acotaba.
 
Ya regresó a la Patria el primer grupo de brigadistas, generoso y valiente en la atención a los pacientes y al mismo tiempo, estricto observador de las normas de protección. Ayer conversamos con sus pares nacionales y británicos, que ya los echan de me­­nos. La doctora leonesa Rashida Kamara, de Wa­ter­loo, dice que son formidables, y que saben trabajar en equipo. Andy Mason, coordinador de la ONG británica Save the children los quiere de vuelta: “lo primero que les diría a los cubanos es gracias por el tiempo que estuvieron con nosotros y lo segundo: ojalá que tengamos la oportunidad de volver a trabajar juntos”.
 
Cuba fue la locomotora de la solidaridad en la batalla contra el ébola. Llegó antes que otros países de mayor poder económico (aun­­que hubiese ONG e individuos a título personal), pues en Sierra Leona ya trabajaban cooperantes del Plan Integral de Salud, en virtud de un convenio bilateral. Sus integrantes fueron los primeros en chocar con la enfermedad, como médicos y enfermeros de familia que son, en momentos en los que aún no se seguían controles de seguridad, y se sabía muy poco de sus características.
 
“Al principio sentimos miedo —explica el doctor Jacinto del Llano Rodríguez, que ha cumplido también misiones en Gambia y Venezuela, y que trabaja en un distrito de Freetown desde el 2011—, porque era una enfermedad nueva, que no tenía tratamiento. Las mujeres se portaron guapas, estuvieron en la primera línea y nos transmitieron fuerza a los hombres. Cuando se orientó que regresaran, protestaron”.
 
En las afueras de Freetown hay un hotel singular, nombrado Compañero, así, en es­pañol. Su dueño estudió en Cuba. En el mu­ro lateral de la rampla de entrada, un mural muestra un dibujo a color de Fidel y las banderas de Cuba y Sierra Leona. En esa instalación estuvieron hospedados médicos cubanos de la brigada contra el ébola. Su­laiman Banya Tejan Sie, secretario general del Par­tido Popular, dice convencido: “el Gobierno y la oposición hablan en Sierra Leona con una sola voz cuando se trata de Cuba”.
 
En su breve discurso de 1972, Fidel se ha­bía referido a las raíces comunes que comparten nuestras naciones:
“Nuestros dos pueblos tienen muchas cosas en común. No debemos olvidar que, en siglos pasados, hombres de esta región, de este país, fueron arrancados por la fuerza de su suelo, esclavizados y enviados a la isla de Cuba. Allá sufrieron el coloniaje, allá su­frieron la esclavitud, allá se identificaron con aquellas tierras, formaron sus familias y contribuyeron a formar también una nación. Esa nueva nación luchó por su independencia duramente. Muchos de los descendientes de los hombres de estas tierras derramaron después su sangre por la independencia de Cuba, por la nueva Patria”.
 
La cultura cubana transculturó elementos de las africanas. Entre los médicos y enfermeros que enfrentaban el ébola, había un babalao y un palero. “Cada día y cada noche pedía por nosotros —me dijo este último—, por nuestras familias y por todos los hermanos que estábamos acá”. Ellos hicieron lo suyo cuando enfermó el doctor Félix.
Se acerca la hora de partir. Dentro de pocos días estaremos en Guinea Conakry, donde la batalla es aún cruenta. Pero en Sierra Leona y en Liberia aprendimos un poco más de no-sotros mismos, de una parte de nuestros ancestros, de la necesidad de la solidaridad.