Dos mil a primera vista
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Cuentan que en aquella área del periódico, donde tantas veces pudieron verse caricaturas originales o excelentes copias enmarcadas, tuvo lugar la exposición. Fueron varias obras. La emoción era notable. Nunca antes se habían reunido tantas imágenes dedicadas a Fidel.
Todos los que allí estuvieron nunca imaginaron que esa sencilla y simbólica muestra resultaría ser una de las más importantes en la historia de la caricatura cubana. El tiempo es quien nos devuelve la grandeza de los hechos. Mas, por aquellos días se ignoraba incluso que una similar ya se había realizado en Santiago de Cuba y Camagüey por Román Emilio Pérez (Chicho): una misma muestra personal que había “itinerado” en fechas distintas. Y aún así la capital cubana se llevó la gloria histórica. Ambos habían sido ejemplos muy interesantes; pero los ojos gravitaron hacia las creaciones de Conrado W. Massaguer, Juan David, René de la Nuez, Rafael Fornés, Tony López... y otros más que ya apenas se recuerdan hoy día. Téngase en cuenta que la caricatura cubana del siglo XX casi finisecular, y del siguiente, tuvo un soporte que no era capaz de garantizar la perdurabilidad alcanzada y demostrada por El Moro Muza, El Fígaro o Social, publicaciones estas con sus secciones editoriales para el humorismo gráfico cubano. Tal y como expresó un crítico de arte de entonces, el papel empleado en aquellos tiempos confirmaba nuestra condición de país subdesarrollado, y aún así, se hizo caricatura de calidad sin la necesaria calidad para la caricatura. Más o menos era así la idea.
Independientemente de que no todas las caricaturas expuestas se recuerdan ahora, aquella expo agrupó varias generaciones de caricaturistas —algunos eran extranjeros— que por algún motivo habían ofrecido su visión de Fidel. Ahí estuvo fotográficamente el Fidel sin barba, joven y aún de la Ortodoxia, que el escultor y caricaturista Tony López logró en yeso como obra escultórica: una rara y curiosa pieza tridimensional, uno de los varios casos de nuestro humor volumétrico. También estuvieron las de Juan David, testimonios de los diversos momentos, a modo de constantes replanteos, bellos replanteos por ser él quien fue: un maestro de la caricatura personal. Este mismo título pasó de igual modo por las manos de su antecesor Massaguer, además de caricaturista, un hombre de grandes proyecciones y empeños culturales. Del viejo Massaguer se estima mejor el Fidel de la portada de su libro ¿Voy bien, Camilo? Recuerdo de una fecha: primero de enero de 1959 (Estudio Massaguer, La Habana, Cuba, [1959]), que recoge un instante místico y de una fuerte carga simbólica en la oratoria de Fidel cuando a los pocos días del triunfo de la Revolución se le posó en el hombro una paloma blanca mientras hablaba en público.
Por supuesto, había más obras y caricaturistas, pero las pistas históricas legadas son muy vagas. Ya se torna complicado reconstruir cuanto sucedió.
Amigos, editores: importante es ver, tal vez, mucho más asistir, para así llevar un recuerdo de lo acontecido. En materia de caricatura cubana aún queda mucho por hacer en el orden historiográfico. Perpetuemos entonces la memoria (visual), porque gracias a ese matrimonio feliz, periodismo-humorismo gráfico, el camino ha estado con buenas nuevas por largas décadas.
II
La figura de Fidel, su nombre, todo él, ha tenido momentos diversos en cuanto a la representación pictórica en las últimas cinco décadas. Desde antes de 1959, ya la figura estaba en la mirada sagaz del dibujante por el atractivo social del momento (histórico) de entonces. Lamentablemente, solo recordamos a veces aquel Fidel barbudo que desde las páginas de Zig-Zag —a fines de los años 50— más de una vez fue portador de un mensaje directo y esperanzador, cifrado y útil desde los recursos expresivos del padre del Loquito, el caricaturista René de la Nuez. La Sierra fue noticia además con las situaciones de ese Loquito. Llegó a ser el límite distante a donde incluso fueron reporteros foráneos a buscar la verdad de cuanto se quería para la nación toda. Aquellos abnegados hombres se convirtieron en los barbudos. Y barbudos bajaron de la Sierra Maestra, y barbudo estuvo en el humorismo gráfico de los primeros años de la Revolución. Fue este el tiempo en que posiblemente más se le dibujó como parte de una noticia, en relación con un hecho u otra intencionalidad (periodística). Solo después, con los años que pasan, es que las líneas, sus tipos, los rasgos, el tamaño de la obra... su contexto gráfico en definitiva está sujeto a la relectura, al reencuentro con lo que antes había sido noticia de actualidad.
Después Fidel apenas está en nuestra caricatura físicamente. Ya Fidel es el pueblo, es el rostro del pueblo que de una u otra manera no ha dejado de ausentarse en el humorismo gráfico cubano. Esta presencia-ausencia es más nítida y definida en otros soportes comunicativos, en los que sí está con sistematicidad (televisión, fotografías, pancartas, murales, publicaciones...). Con él en la caricatura hay períodos de mutis visual; pero aún así, la historia de la caricatura es más que la de la prensa plana. El original retocado, preservado y dispuesto para ser expuesto es otra señal de amplios significados con la caricatura: ese conocer una obra bajo los presupuestos del ver en una galería o en algún establecimiento con características casi similares.
La muestra “80 x 25”: totalmente educativa, didáctica y de amplios valores; es un gran tránsito, nos aproxima a dispares instantes que parten de una apoyatura gráfica (periódico) y hasta de un original. Hay caricaturas evidentes y también las tangenciales en esta exposición colectiva. Todas tienen su mérito: señalan aquellas maneras o soluciones gráficas aparecidas con los años y conforme a voluntades propias y/o ajenas.
Los 80 años de nuestro Fidel han sido una vía para compartir estos otros testimonios visuales, que apuntan a senderos ideoestéticos tan válidos como el mejor de los documentales filmados. Todos quedan como registros documentales y, cada uno, tendrá siempre su mejor momento de difusión histórica.