Artículos

El cubano libre

Fecha: 

2018

Fuente: 

Revista Cinco Palmas No.5

Autor: 

El siguiente pasaje corresponde a una entrevista que realizara la autora a los combatientes del Ejército Rebelde Orestes Valera Varela y Santiago Armada Suárez.1

Poco después que la guerrilla obtuvo la mayoría de edad, el Che propuso crear un órgano difusor de cuanto ocurría en la Sierra Maestra y con la anuencia de Fidel comenzó rápido el ajetreo, al punto de que el movimiento clandestino en el llano consiguió, casi enseguida, el mimeógrafo y una máquina de escribir Remington, tan vieja como el Morro, por lo menos así la recuerda Orestes Valera, un futuro redactor. Luego los mensajeros rebeldes se encargaron de trasladar los equipos a La Mesa donde estaba acampado el argentino.

La tinta y el papel también estuvieron a cargo del Movimiento 26 de Julio, solo que para abaratar los costos solicitaron ayuda en materiales a algunos dueños de establecimientos. Ya únicamente faltaba que los colaboradores escalaran de nuevo las montañas llevando consigo la «mercancía», quizás disimulada, junto a otras mercaderías. De ese modo, en octubre de 1957, los estudiantes Ricardo Medina y Geonel Rodríguez echaron al mundo la primera criatura bautizada con el nombre de El Cubano Libre, en honor a su antecesor, el periódico de la Guerra de Independencia.

Al principio el tabloide tenía el propósito de informar a la ciudadanía el resultado de los combates y batallas; además de dar una visión profunda del panorama nacional; por eso aparecieron publicados editoriales y secciones ideológicas con la autoría del Che; en términos muy sencillos, comprensibles aun para personas de pobrísima instrucción, él explicaba las razones de la Revolución.

Los redactores calcularon que sería posible hacer una tirada mensual de mil o quinientos ejemplares, variable según la cantidad de papel existente, con alrededor de seis páginas. Eso era suficiente para que los arrieros amigos descendieran los sinuosos trillos y los distribuyeran a los responsables del movimiento en muchos puntos del territorio oriental, y estos a su vez completaban el reparto del periódico haciéndolo llegar hasta lugares tan distantes como La Habana. Santiago de Cuba recibía treinta o cuarenta rotativos, Manzanillo otra cantidad similar. Entonces los miembros del 26 de

Julio en el llano debían reproducirlos para difundir con fuerza mayor las noticias de la Sierra Maestra. En realidad, nunca reprodujeron ni un solo ejemplar, Radio Rebelde fue el divulgador por excelencia del quehacer guerrillero entrando diariamente en los hogares cubanos.

Entre los días 10 y 11 de febrero [de 1958] Ricardo Martínez y Orestes Valera empezaron a trabajar en la edición de El Cubano Libre; Luis Orlando Rodríguez asumió la dirección y en una casita abandonada, algo más abajo de Altos de Conrado instaló el mimeógrafo. Lo primero en publicarse en esa nueva etapa fue el informe de Fidel sobre el segundo combate de Pino del Agua; pero ya en abril no pudieron editar el número correspondiente, en ello conspiró el fracaso de la huelga ocurrida ese mes y la inminencia de la ofensiva de la tiranía. Fidel ordenó trasladar los equipos a La Plata. Vinieron tiempos duros, el cerco enemigo cerró el paso a los mensajeros y el trasiego de mercancías fue imposible; sin embargo, en plena ofensiva sacaron el quinto número, editado en el campamento Abel Santamaría con los pormenores de la Batalla de Santo Domingo. En las dos tiradas siguientes continuaron dándole publicidad a los partes de Fidel sobre el fracaso de la ofensiva.

Al acercarse septiembre, Valera y Santiago estaban prácticamente «emplantillados» en Radio Rebelde; ahora le tocaba a Santiago Chago Armada jugar un rol importante en el periódico, aunque todos, de una forma u otra, colaboraban cuando era necesario, es más, algunas personas fueron a trabajar en El Cubano Libre. Federico Paldeiro, un profesor de la Universidad de La Habana y su esposa, la Dra. Ana María Guayanes, también educadora, se convirtieron en redactores permanentes.

El toque de humorismo

Desde que Chago llegó a la Sierra Maestra sugirió a Fidel publicar cintillos cómicos; eso ayudaría un tanto a la recreación del soldado y por qué no, sería útil para su instrucción. Enseguida calorizaron el proyecto.

Cierto día Chago componía una canción para el Quinteto Rebelde; sin darse cuenta dibujó junto a las estrofas la cara de un muñeco con los pelos de punta, todavía era un boceto inacabado pero fue el embrión de Julito 26, un personaje inspirado en la estampa del joven citadino o del estudiante que acababa de alzarse, preocupado en plena guerra por la pulcritud, el porte y el atuendo.

Después creó otra figura, contrapartida de la anterior. Ricardo Martínez la bautizó con el nombre de Juan Casquito y con ella se ridiculizaba al adversario. Luego nació Pepe Gorrita, era la viva estampa del campesino de aspecto incurioso y semblante noble. El guión de aquellas historietas aludía de una forma simpática las tribulaciones de los rebeldes en las montañas: los resbalones por cuestas resbaladizas, el pánico al ruido de la planta eléctrica cuando lo confundían con la aviación. Aunque la tirada tuviera un número exiguo de páginas siempre había sitio para esos personajes.

Solo con la estabilización de los suministros aumentó la paginación del periódico, llegó a tener 16 hojas y pudo agregársele un suplemento humorístico, que también engordó en dependencia a la reserva de papel.

Sin embargo, Chago tuvo momentos muy duros en la edición de El Cubano Libre. En ocasiones picaba los stenciles y luego pasaba hasta dos o tres días parado frente al mimeógrafo empujando con los dedos una a una las hojas que iba a imprimir; la humedad de la Sierra le hacía mucho daño al papel que se negaba a correr por la máquina. Inclusive en el aspecto técnico también tuvo sus engorros, para imprimir las caricaturas nunca contó con estiletes, suplía esta ausencia con la punta bien afilada de un lápiz y lograba los grises mecánicos rayando con las uñas o una lima.

En los últimos meses de la guerra El Cubano Libre publicó una campaña enjundiosa contra los cosechadores de marihuana, aparecieron oportunos consejos y definiciones de la dirección del Ejército Rebelde frente a los vicios. A la par, surgió una sección cultural donde la Dra. Ana María Guayanes daba a conocer poemas suyos, esos y otros versos agradaron bastante a la tropa. Entonces crearon las condiciones para que los soldados, durante las horas libres, cultivaran el espíritu. Los libros leídos por Fidel fueron una fuente valiosa, así nació una biblioteca anexa al periódico. Chago organizó en las rústicas estanterías las obras completas de Martí, los libros de Camús, Sartre, Malaparte, Neruda... les dio entrada y salida en un libro de registro; toda esa labor lo ayudó mucho en la localización de las obras y facilitó los préstamos.

Al margen de esa rutina, Chago asumía otras funciones dentro del campamento: buscaba provisiones, llevaba recados, hacía guardias... por eso trató de procurarse sus horas de descanso. Implantó horario de ocho a cinco en el servicio de la biblioteca y declaró sábados y domingos días de asueto (…).

1 Tomado de Ejército Rebelde. El Alma de la Revolución, t. 1, ob. cit.