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El regreso de Fidel

Entrada a La Habana de la Caravana de la Libertad, el 8 de enero de 1959. fotos de archivo
Entrada a La Habana de la Caravana de la Libertad, el 8 de enero de 1959. fotos de archivo

Fecha: 

29/11/2016

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Los primeros días de enero de 1959, luego de liberar a Santiago de Cuba, Fidel y sus hombres victoriosos emprendieron viaje a la capital del país por toda la Carretera Central, con paradas en poblados y ciudades y un mar de pueblo identificando la victoria.
 
De lo transcurrido en esa larga trayectoria por toda la Isla, una constante aparece en cada reportaje, crónica o información de la época. Fidel junto al pueblo, Fidel aplaudido por el pueblo, Fidel ovacionado en cada ciudad. Fidel habla a la población a su paso por una y otra ciudad…
 
Se trata de Fidel, el hombre convertido en símbolo de lucha, que ganó la guerra y fue capaz de decir, en uno de sus primeros discursos, que ahora comenzaba la tarea más difícil, pero que de ella también saldríamos victoriosos.
 
Fueron jornadas de júbilo y amor hasta el 8 de enero de 1959, cuando el líder revolucionario y sus barbudos, entraron a La Habana triunfantes y aclamados por un pueblo entero volcado a las calles para recibirlos.
 
Quedaban atrás los días, meses y años de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.
 
La tiranía derrotada y desmoralizada buscó como única salida, que los más connotados asesinos, encabezados por el dictador Fulgencio Batista, emprendieran la huida, en la casi totalidad de los casos, para Estados Unidos, cuyo gobierno cobijó a miles de esbirros, co­rruptos y vulgares ladrones y abrió las puertas de aquel añorado «paraíso», para que vivieran y conspiraran allí.
 
Los que huyeron al Norte no deshicieron sus maletas, pues —decían—lo de la Revolución sería un «problema de unos pocos días» y entonces ellos volverían a la Isla donde habían dejado lujosas casas, grandes latifundios, centrales azucareros, la industria eléctrica y telefónica y otros monopolios logrados con la explotación del pueblo y el robo de sus riquezas.
 
Pero el triunfo revolucionario era una verdad tan grande como la Isla misma y el compromiso de Fidel de hacer una Revolución verdadera se fue cumpliendo día por día, mes por mes, año por año.
 

Entrada de Fidel Castro a Santiago de Cuba
el 1ro. de enero de 1959. Foto: Archivo

Y los que aguardaban para volver desde Mia­mi tuvieron que renunciar a su empecinada ma­nía de que a la Revolución le quedaba poco.
 
Fidel, el gran artífice de la guerra, acudía ante la televisión y la radio cubanas para hablar al pueblo, explicar cada medida que se iba implementando y orientar con su brújula extraordinaria, cuál sería la acción de cada día, hasta consolidar la victoria.
 
Luego, desde el nido mismo de lo que el gracejo popular llamó la «gusanera de Miami» y con el apoyo de los gobiernos de turno en Estados Uni­dos, se organizaron agresiones, ase­sinatos, bombardeo de alijos de armas para alimentar bandas asesinas en distintos lugares de la Isla y otros.
 
Así llegó el día en que decidieron invadir a Cuba con el solo fin de acabar con Fidel Castro y la Revolución.
 
Pero Fidel, otra vez al frente de sus tropas y su pueblo, fue a la zona de combate y lo dirigió personalmente. Al cabo de las 72 horas la invasión estaba derrotada y los invasores se rendían ante quienes no le dieron tregua y una vez más proclamó la victoria.
 
Pero ni los asesinos y terroristas de Miami ni los gobiernos que habían decidido financiarlos y armarlos, se conformaban con la derrota sufrida en Playa Girón y entonces emprendieron una verdadera cacería contra el líder revolucionario.
 
Junto a la persecución, ya Washington había optado por rendir a Cuba por hambre. Para ello, qué mejor que un bloqueo estricto que impidiera todo posible desarrollo.
 
Pero olvidaron que Fidel se encargaba cada día, con su vínculo permanente con el pueblo, de impregnar la confianza en la Revolución y la determinación de que era la resistencia la más valiosa arma para vencer al enemigo.
 
Pasaron los años, las décadas y la Revolución se seguía consolidando y el líder, Fidel, ganaba batalla tras batalla, lo mismo dentro de Cuba que en la arena internacional —incluyendo en Estados Unidos— donde su prestigio crecía y los pueblos del mundo abrazaban su noble causa.
 

Junto a Raúl en el balcón del Ayuntamiento de
Santiago de Cuba, desde donde el 1ro. de enero de
1959 se dirigió al pueblo. Foto: Archivo

Una vez, allá por 1989, el llamado socialismo de Europa del Este se derrumbó y la Unión Soviética, que tanto había ayudado a Cuba, se desintegró ante una combinación de hechos negativos animados desde Occidente y con una buena dosis de oportunismo y corrupción.
 
Algunos mandatarios que hasta esa fecha se proclamaban comunistas o cuando menos socialistas, se les veía aupar el paso hacia el capitalismo y hasta pensaron que era cuestión de meses o cuando más algunos años, para que el avance de aquellos países se pusiera a la par con el de la desarrollada maquinaria de los más ri­cos estados capitalistas, alimentados con la ex­plotación de millones de seres humanos y el saqueo de los recursos de esos países.
 
Cuba, una vez más, se enfrentaba al cierre total de su comercio exterior, a la asfixia económica y a recurrir a lo que se llamó «periodo especial» en tiempos de paz.
 
Fue duro. El pueblo sufrió carencias en ex­tremo. Eran años donde al bloqueo criminal emprendido por Washington desde el mismo triunfo de la Revolución, se unía el que paradójicamente venía desde países que dejaron de ser los amigos que hasta el día antes se proclamaban como tales.
 
Fue entonces que Fidel, su ejemplo impregnado en un pueblo que lo siguió siempre, organizó a la nación para que no se derrumbara y llamó a la resistencia para vencer.
 
Y venció nuevamente. Cuba supo afrontar el reto y el líder volvió a brillar en cada acción que se emprendía para garantizar la alimentación, la salud, la educación de cada ciudadano, sin recurrir a métodos capitalistas donde predominase la acción del mercado por encima de la vida de los seres humanos.
 
Fueron años difíciles, pero el país no se detuvo y fue hasta capaz de em­prender nuevas acciones de solidaridad hu­mana para beneficiar no solo a los cubanos, sino también a los más necesitados de este mundo.
 
Fidel recorrió el país una y otra vez. Concibió colosales obras sociales y programas avanzados para que la salud, gratis y de calidad, llegara a cada ciudadano.
 
Se levantaron nuevas escuelas y el principio martiano de estudio y trabajo contribuyó enormemente a la formación de las nuevas generaciones que se encargarían de dar continuidad a la obra revolucionaria.
 
Ahora Fidel emprende el regreso a Santiago de Cuba. A la ciudad que lo vio combatir en el Moncada y a la que, el 1ro. de enero de 1959, entraba con sus hombres y corroboraba que la Revolución había triunfado.
 
Este regreso de Fidel a la Ciudad Héroe, para acompañar a Martí y a otros tantos hombres y mujeres que hicieron la Patria, parece el deseo del Comandante de confirmar, en su recorrido desde la capital del país hasta Santiago de Cuba, cómo la Revolución y los revolucionarios han cumplido, y más importante aún, cómo se prepara el pueblo para dar continuidad a esta obra que él seguirá encabezando porque para los cu­banos solo ha emprendido un nuevo viaje, esta vez hacia la inmortalidad.