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Ellos están entre nosotros

Fecha: 

23/07/2012

Fuente: 

Portal Trabajadores
Dijo Martí que una heroicidad no pierde nada de su mérito, antes lo aumenta, con haber sido llevada a cabo por un hombre apenas conocido. 
Y el gesto de aquel puñado de valientes que se lanzaron el 26 de julio de 1953 al asalto de la segunda fortaleza militar de la tiranía de Fulgencio Batista fue tanto más heroico porque lo realizaron revolucionarios sencillos, de pueblo. 
Antes de inscribirse en la historia como protagonistas de la última etapa de lucha de los cubanos por su emancipación, esos hombres y mujeres andaban por las calles como cualquier otro ciudadano del país, en su inmensa mayoría ganándose el sustento en las ocupaciones más humildes, como albañil, bracero de los muelles, cargador de mercado, carpintero, obrero agrícola o fabril, panadero, florero, por mencionar solo algunos empleos. Tenían familia, disfrutaban la compañía de amigos, amaban a sus hijos… 
Uno de esos hombres era José Luis Tasende, del que se conserva una foto en la que sostiene amoroso en sus brazos a su bebita, a la que no pudo ver crecer ni educar. Él solía plasmar sus ideas en una pequeña libreta de notas y hay una que bien puede resumir el pensamiento de los asaltantes al Moncada: “Es poco el sacrificio que hagamos para el bien que conquistaremos”. 
Ante la escasez de recursos para emprender la acción, los futuros asaltantes tuvieron hermosos gestos de desprendimiento: Pedro Marrero vendió los juegos de comedor, de sala y el refrigerador de su casa y no lo dejaron vender el juego de cuarto, también pidió dinero prestado a un garrotero para aumentar su contribución; Ernesto Tizol puso a disposición del movimiento la granja de pollos que poseía; Fernando Chenard, empeñó pertenencias personales y la cámara fotográfica que era su instrumento de trabajo; Elpidio Sosa vendió su plaza y de ese modo procedieron otros. 
Que cubanos como ellos hubiesen sido capaces de emprender una acción armada contra la tiranía era un ejemplo peligroso que el régimen intentó contrarrestar con la mentira y el crimen. 
En el juicio Fidel rechazó indignado la calumnia de que Abel había extraído dinero de la empresa donde trabajaba para engrosar los fondos de la Revolución. Con el fin de exacerbar el odio de los militares, se enarboló la patraña de que los asaltantes habían degollado a los soldados del Ejército en las camas del Hospital Militar. 
En contraste, todos los uniformados que fueron apresados por los moncadistas declararon después que habían sido tratados con absoluto respeto.
En el proceso se evidenció la falsedad de la afirmación del coronel Chaviano de que entre los combatientes había “indios putumayos”; y en relación con otras falacias se demostró que los asaltantes no habían usado guantes para matar sin dejar huellas; que tampoco habían tocado a la puerta de los hogares de los familiares de los militares para asesinarlos; que las mujeres Melba y Haydée no habían desatendido a los adversarios heridos, sino por el contrario acudieron a socorrerlos bajo las balas; y quedaron en ridículo los que intentaron hacer creer que los moncadistas, dotados de un deficiente armamento, habían utilizado granadas de mano. 
Pero lo peor fue el ocultamiento de la masacre cometida por el batistato, a partir de la orden del general Martín Díaz Tamayo, quien dijo que era una vergüenza haber tenido en la acción tres veces más bajas que los atacantes, y hacía falta matar a 10 asaltantes por cada soldado caído. Fueron crímenes reportados cínicamente como muertes en combate. 
Sin embargo, la verdad saldría a la luz y la tiranía no pudo impedir que el pueblo conociera que había nacido su nueva vanguardia revolucionaria, surgida de sus propias filas, dispuesta a luchar por una Cuba digna o morir en el empeño. 
Fidel había anunciado, al producirse el artero golpe de Estado que aupó a la presidencia al tirano Fulgencio Batista, que habría otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. Los moncadistas, con José Martí como mentor intelectual, fueron sus continuadores y a todos los guió el hilo conductor de la gesta iniciada por los patriotas independentistas en el siglo XIX. 
Los luchadores de hoy han surgido de la misma fuente de la que ellos brotaron. Son y serán hombres y mujeres comunes los principales artífices de las batallas cotidianas y no menos decisivas de estos tiempos difíciles y los que están por venir, en las que los héroes y mártires del 26 de Julio seguirán entre nosotros, comprometiéndonos a seguir adelante.