Fidel
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UNO BARBUDO
Yo era un niño de ocho años, quizá menos, cuando comencé a oír hablar de un tal Fidel, de uno barbudo. Porque en mi casa, tú sabes, en un pueblo muy pequeño, mi papá, maestro, muy diná- mico siempre. Era deportista, jugaba softbol, jugaba bolas criollas. Era parrandero, tenía muchos amigos, y la casa se la pasaba llena de amigos. Un tal John con una guitarra, y daban serenatas; mi mamá a veces se ponía brava, ¿no? Y la casa de mi abuela, que quedaba ahí, yo vivía en la casa de mi abuela, a media cuadra. Uno estaba ahí, como dos casas en una.
Llegaba mucha gente, mi tío Marcos Chávez, que era adeco y trabajaba en Barinas, era romulero, sigue siéndolo. Él me dijo en estos últimos años: “Hugo, yo sigo siendo romulero, pero ahora estoy contigo”. Romulero con Chávez. Y mi papá andaba con el grupo aquel que se salió de Acción Democrática y formó el MEP, el Movimiento Electoral del Pueblo. Y unos amigos de mi papá se fueron para la guerrilla. Recuerdo que al médico del pueblo se lo llevaron preso y después se fue para la guerrilla. El padrino de mi hermano Nacho se fue para la guerrilla.
Mi papá se la pasaba parrandeando en el botiquín de Francisco Orta, en Los Rastrojos, a mí me gustaba ir con él. Me quedaba afuera jugando metras, pero escuchaba lo que allí hablaban los Orta, de una guerrilla. Hablaban de un tal Fidel, y vi la foto de Fidel. ¡Imagínate los años que han pasado! Yo recuerdo, Fidel, tu entrada por Sabaneta y cuando te vi entrando —te agachaste— a la casita pequeña donde nosotros nos criamos. ¿Cuántos años después? Medio siglo después. Y yo decía: “Increíble, pero es cierto, ese es Fidel Castro”. Cuando yo era niñito en esta misma casa oía hablar de un tal Fidel y ahí va Fidel.
NO QUERÍAN QUE VIERA A FIDEL
Una madrugada, caminando por Miraflores, merodeando por ahí, llego a la central telefónica y está un muchacho medio dormido: “¡Epa!, ¿qué fue? ¿Qué llamadas hay por ahí?”. Y me pongo a leer el libro de llamadas. Consigo como tres o cuatro llamadas de Fidel Castro. Fidel llamando, que quería hablar algo conmigo. Cuando yo recibí el Gobierno, el 2 de febrero, Fidel estuvo aquí hasta el 4 de febrero. Recibí en ese despacho a no sé cuántos presidentes. Vino el colombiano, vino el Príncipe de España, vino la Presidenta de Guyana, vino Menem, casi que vino Carlos Andrés Pérez. Pues, me decían: “Esto es lo que está en la agenda”, “esto fue lo que se coordinó”. Yo era un ingenuo, yo era un nuevo: “Ah, bueno, está bien, que pase”. “Que ahí llegó Menem”. “Ah, bueno, que pase”. Y resulta que me entero, después del desfile que hicimos el 4 de febrero, allá cuando entregamos el estandarte a los bata- llones de paracaidistas, que habían eliminado el batallón Briceño. Llego aquí y prendo el televisor después del desfile, y veo que está alguien, un funcionario de Cancillería —ni siquiera el Canciller— despidiendo a Fidel en el aeropuerto. Fidel con su uniforme. Yo lo veo que se monta en el avión, y digo: “¡Dios mío!, Fidel estuvo aquí todos estos días y yo no lo he recibido”. Sencillamente no querían que yo recibiera a Fidel. Era Menem, era el secretario de la OEA, era el establishment, solo que yo —veguero al fin— me fui dando cuenta, y también empecé a hacer mi jueguito. Hasta que ese jueguito llevó a la confrontación inevitable, al golpe del 11 de abril y al contragolpe revolucionario.
EL ÚNICO DIABLO
Yo, en verdad, a la hora de las reuniones de presidentes, me sentía muchas veces como un solitario, hasta que empezaron a llegar compañeros. Recuerdo la primera Cumbre de presidentes en la que coincidí con Fidel. Fue en el ‘99 y después de una interven- ción que hice, Fidel Castro me envió un papelito hecho a mano, diciéndome: “Chávez, siento que ya no soy el único diablo en estas cumbres”. Los dos estábamos como que desentonábamos.
ESTO NO TERMINA HOY
Yo no sé cómo hizo Fidel el 11 de abril para lograr romper el cerco comunicacional cuando el golpe. Habían tumbado casi todas las líneas telefónicas del Palacio, era casi imposible llamar por teléfono a nadie. Pero Fidel, guerrillero al fin, logró conectarse y pudimos hablar el 11 de abril, antes de yo ir a Fuerte Tiuna y ser hecho prisio- nero. Recuerdo las palabras de Fidel. Él no nombró a Allende en sus palabras, pero yo sabía que me estaba hablando de Allende porque Fidel vivió el drama de Chile y el golpe, y el dolor de saber y de ver muerto a Allende, y perseguido y dominado el pueblo chileno, la Revolución Chilena. Entonces me dijo: “Chávez, no te vayas a inmolar”. Recuerdo clarito que me dijo: “Una última cosa, Chávez, porque no hay mucho tiempo de seguir hablando”. Porque ustedes saben que cuando él y yo nos pegamos a hablar, hablamos a veces horas y horas.
Un día, en La Habana, hablamos desde las tres de la mañana —no vayan ustedes a pensar que estoy exagerando—; una mesita, un vino cubano, dos sillitas y nos sentamos los dos solos. Y los compañeros por allá, unos duermen un rato, se levantan otra vez, van, caminan, nos traen papeles. Yo aterricé como a las dos, él como siempre, estaba esperándome en el aeropuerto, nos fuimos a Palacio y empezamos a las tres. Ustedes saben a qué hora nos paramos, pero sin interrupciones, no nos paramos a nada, a las doce del mediodía nos paramos. Recuerdo que me puso la mano aquí y me dijo: “Chávez, nos moriremos de cualquier cosa, menos de la próstata”. Porque no nos paramos a pesar de que nos tomamos varias copitas del buen vino cubano ese.
Entonces esa noche del 11 de abril, cuando el golpe, me dijo: “No hay mucho tiempo de hablar, Chávez”. Me preguntó varias cosas, “¿Cuántas tropas tienes?”, “¿cuántas armas tienes?, dónde esto, dónde está aquello”, bueno y él pensando allá con su expe- riencia. Y me dijo: “Una última cosa te voy a decir, no te inmoles, que esto no termina hoy”. No le faltó razón.
HASTA QUE SE LEVANTE
A veces uno aguanta calla'o, pero hay momentos que no aguanta más. Por casualidad, Fidel se enteró de que yo estaba en un chinchorro, echa'o, como decimos en el llano. Creo que andaba también enfermo un poco del alma, después del golpe y todos aquellos largos días de mucha tensión. Hay un momento en el cual yo enfermé, ¡pum!, un día, dos días, tres días, y Fidel mandó uno de sus médicos que tiene con él muchos años, y otro grupo más. Les dijo: “Ustedes no se vienen de allá hasta que Chávez no se pare del chinchorro ese que tiene guindado”. Y llegaron: “Que tenemos una orden, no nos vamos de aquí hasta que usted...” Bueno, me levanté a los pocos días.
“DOS TIPOS QUE ANDAMOS POR AHÍ ”
Lo que me dijo Fidel un día por teléfono: “Chávez, ¿dónde estás tú ahora?”. “No, salí a caminar por aquí”. “Ah, bueno, andas por ahí”. Y me dijo para despedirse: “Bueno, yo también ando por aquí, y es que tú y yo, Chávez, no somos presidentes, sino somos dos tipos que andamos por ahí”.
ALLÁ ESTÁ VIÉNDONOS
Fidel seguro nos está viendo. Fidel no nos pela. Fidel nos observa tanto que el año pasado tuve un problemita en una muela, por aquí. Pero ustedes saben que yo no puedo pararme. A veces ustedes me ven aquí sentado y no saben las procesiones que uno carga por dentro. Pero tengo que estar siempre aquí y siempre con ustedes, hasta que Dios quiera. Entonces yo andaba con un dolor, una mo- lestia que duró como una semana. Fidel se dio cuenta y preguntó allá: “¿Qué le pasa a Chávez?”. “¿Qué le pasa a Chávez que anda con una risa rara?”. Y mandó a buscar fotos y un video. “Algo le pasa a Chávez”. Bueno, llamó para acá y como aquí está Barrio Adentro. “¿Qué?, explíquenme”. Por fin le explicaron que es una muela, que no aguanta la muela, que no sé qué más. Allá está Fidel viéndonos.
YO LE TIRÉ PIEDRAS A FIDEL
¿Tú sabes ese cuento? Yo le tiré piedras a Fidel, duro, ¿verdad?, porque no quería dejar de hablar. El sol se ocultaba. El presidente Fernando Henrique y yo teníamos que ir a Boa Vista en helicóptero. Y Fidel habla que habla. Estaba dando una clase de la soya y de la vaca mecánica, aquella que Brasil le mandó una vez a Cuba, que no sé cuántos litros de soya producía. Bueno, él estaba dando una clase, una señora clase. Pero es que el tiempo no daba, y yo empiezo a tirarle piedritas. ¡Paqui!, le pegaba. Hasta que le pegué en un tobillo y le dolió, porque dejó de hablar. Estaba cumpliendo años Fidel ese día, setenta y cinco años. Fue un 13 de agosto.
FUE BOLA , CHICO
Fidel, ¿how are you? En verdad eso fue bola, era muy alta y Fidel estaba agachadito. Fue por el pecho. Reconozco cinco años después que fue bola. Cuarta bola, base por bolas. Fidel, en la próxima te poncho. Hace poco Fidel me llamó y me dijo: “Mira, ¿cómo está tú nieto Manuelito?”. Porque Fidel conoció a Manuelito chiquitico y lo cargó. Lo levantó así, y el carajito, que tenía como tres meses le engarzó la barba, le agarró aquí la barba y no soltaba. Los niños chiquiticos aprietan duro, ellos no sueltan. Y... “con cuidado ahí”, “espérate, la barba”, “que me va arrancar”, “se llevó un pelito ahí”. Fidel le dijo: “Tú eres un tipo de cuidado”. Hace poco me preguntó cómo está “el tipo de cuidado”. “Me dijeron que batea muy duro, juega béisbol, pero no corre para primera”. Es verdad, él batea y se queda parado. Entonces, yo le digo a Fidel: “Bueno, al revés que tú, que tú no bateas, te ponchas, pero sales corriendo para primera”. Y me dijo: “Eso es lo que tú cuentas, pero tú sabes que no fue así”. Es verdad, Fidel, fue bola, chico.
PARARME EN UNA ESQUINA
Ahorita, cuando me bajé del carro, allá en la esquina, había un poste amarillo y miré la calle larga que va para allá, la avenida
Panteón. ¿Sabes a quién recordé? A Fidel. Fidel, ¡qué tal! ¿Dónde está Fidel? Allá está. ¿Qué hubo? ¿How are you? Un día Gabriel García Márquez lo entrevistó y le dijo: “Mira, Fidel, ¿qué es lo que tú más añoras en tu vida?”, después de que le hizo no sé cuántas preguntas, una pregunta sencillita. Entonces, él dice: “¡Ay!, cómo añoro pararme en una esquina, a mirar la gente pasar”.
VAMOS A PONERLE CUIDADO
Le dije a Evo como diez veces: “Evo, no hablemos, porque Fidel nos está mirando mucho”. Estaba Fidel en pleno discurso en la Plaza de la Revolución, aquello full. Y Evo a cada rato: “Chávez, ¿qué opinas tú?”. Y yo: ta, ta, ta, rápido. No le pelaba la vista a Fidel, porque yo lo conozco. Y el Evo otra vez: no sé qué más, ta, ta, ta. Y yo: ta, ta, ta. Yo que le estoy diciendo: “Evo, vamos a ponerle cuidado a Fidel”. Ya Fidel no aguantó más, porque nos estaba mirando a cada rato hablando ahí, y dice: “Ustedes dos tienen mucho que hablar, ¿no?. Ustedes dos tienen mucho que hablar, más tarde hablamos”. Así están Diosdado y Elías, tienen mucho que hablar. Más tarde hablamos, ¡ajá!
EL BANDIDO
Hace poco estábamos allá el día del cumpleaños de Fidel, estábamos echando cuento, y dice Fidel: “Oye, ¿te acuerdas cuando nos botaron a los tres de la escuela?”. El director, el cura, mandó a buscar a don Ángel, el padre, y le dijo: “Mire, señor, hágame el favor y se lleva a estos tres niños que son los tres más grandes bandidos que han pasado por este colegio”. Raúl, que estaba sentadito ahí, tomando nota a unas cosas, yo por acá y Fidel ahí. Entonces, Raúl dice: “Chávez, saca la cuenta, Ramón es el mayor, ese no se mete con nadie, yo era el chiquitico. ¿Quién queda?, ¿quién queda?”. El bandido, él, Fidel.
¡GALLO VIEJO , VENCEREMOS!
A mí me regalaron dos pollitos, así chiquiticos, hace como tres años. Salieron tremendos gallos, compadre, pero peleaban entre ellos. Uno salió herido, se lo llevaron, no volvió. El otro está allá, es un gallo viejo. Ayer yo estaba peleando con él porque ya no quiere cantar, y le digo: “Gallo viejo, canta”. Cómo cantaba ese gallo, compadre. Ese gallo se llama Fidel. “Fidel, canta”, y no cantó. Entonces, empecé a cantarle “kikirikí”, y el que respondió fue su hijo, un gallo rojo. ¡Si ustedes vieran mi gallo, compadre! Ese se llama el Gallo Rojo, ese sí estaba cantando, el hijo. Y yo le digo al gallo viejo: “¡Ah, gallo viejo!, ya no sirves para nada”. Entonces, me fui caminando, porque estaba haciendo ejercicios. Cuando voy saliendo del patio, allá arriba en una azotea, cantó el gallo viejo, compadre. Volteo yo y le digo: “¡Ese gallo viejo, venceremos!”. Y ahí se puso a cantar.
UN SABIO
Fidel que está viendo todo, cada día es más sabio. Yo le dije: “Oye, Fidel, ojalá que tú me sobrevivas, que vivas más que nosotros”. Entonces, él dice: “Bueno, la probabilidad indica que a lo mejor, quién sabe”. Ahora dedicado a la reflexión, al pensamiento, ya no está directamente en la calle, allá. Está es pensando, escribiendo, estudiando. La sabiduría le ha crecido como la barba blanca. Yo estuve oyéndolo más de seis horas, casi sin interrumpirlo, una pregunta, un comentario. Un sabio. ¿Sabes qué me dijo Fidel? Bueno, les voy a decir esto porque es una crítica, pero él tiene razón, y yo me siento obligado a hacerla pública.
Él me lo dijo con mucho respeto: “Chávez, ¿tú me permites que te diga crudamente dos o tres cosas?”. Le dije: “Tú tienes autorización para decirme lo que tú quieras”. Y me dijo: “Dos cosas inicialmente”. Y él hace notas, cada vez que yo voy para allá, Fidel hace notas, se pone a trabajar tres, cuatro días espe- rándome, y saca su papel. Me dijo: “Mira, una conclusión que he sacado, tú dijiste en el discurso...”. Y peló por el discurso, el dis- curso mío lo tenía completico, y un resumen, y analizado por su propia letra, notas y números. Me dijo: “Tú dijiste en tu discurso una frase, una cifra, que hace diez años había en Venezuela seis- cientos mil estudiantes universitarios, hoy hay dos millones cua- trocientos mil”. Eso es cierto, un crecimiento de cuatrocientos por ciento. Pero él tenía una lista larga de avances en educación, de salud, todo lo que hemos logrado, los avances sociales en estos diez años. Y me dijo: “He sacado una conclusión, Chávez. Ninguna Revolución que yo conozca, ni la cubana, logró tanto por su pueblo en lo social, sobre todo en tan poco tiempo como la Revolución Bolivariana”. ¿Saben cuál es la segunda? Así me lo dijo: “He concluido que ustedes no quieren sacarle provecho político a estos avances sociales”.
La frase suena duro, “no quieren”. Uno puede pensar que es que no podemos. Es decir, transferir con la misma intensidad el beneficio social, todo lo que hemos logrado, al capital político. Entonces, la conclusión es dura: que no queremos, ¿ves? Y tiene también mucho de que algunos es que no saben. Hay que aprender, que la gente perciba todo lo que la Revolución ha venido trans- firiéndole al pueblo, y compare con el pasado. Y algo más im- portante, ¿qué pasaría si la contrarrevolución vuelve al gobierno en Venezuela?
A VECES RELLENAS
A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. A Fidel lo que es de Fidel. Él me dijo cuando nos despedíamos, después de siete horas, el abrazo y la mirada de águila, parece un águila, y la nariz tú sabes. Y las dos manos aquí en los hombros míos, y así la mirada, tú sabes: “Chávez, allá está la batalla, ya yo cumplí lo que tenía que hacer. Te queda largo camino por delante, anda a la batalla, une a tu pueblo, que no te lo dividan más, que no te lo confundan más, une a los que están por ahí peleando”.
Porque él los ve desde allá y sabe a veces hasta más que yo de corrientes internas, y tal. Cada vez que voy me lo repite. Cada vez que voy y vengo es alimentado, como un dinamo. Pero esa mirada a mí nunca se me olvida, “Chávez, anda, hice lo que iba a hacer”. Perdóname Fidel que yo eche estos cuentos. Tú me dijiste un día que todo lo que tú me dijeras, a menos que fuera secreto, por secreto de Estado, yo puedo contarlo: “Haz con eso lo que tú quieras, lo escribes o lo dices, como tú quieras”. Él dice que yo a veces le agrego cosas. Ahorita le dije: “No, yo no le agrego”. Entonces, dijo: “No, no le agregas, sino que a veces rellenas”.
ABSUELTO POR LA HISTORIA
Fidel Castro, hace poco tú dijiste algo que a mí me honra muchísimo y me compromete mucho más. Tú dijiste en el discurso del 26 de julio, precisamente comentando que nos acusan a ti y a mí de desestabi- lizar el continente, de andar haciendo travesuras, nos condenan. Rememorando tu discurso, tu defensa, dijiste: “Si el presidente Chávez lo aprueba, respondo”. Y afirmaste: “No importa, conde- nadnos, ¡la historia nos absolverá!”. Yo quiero, a nombre de todo el pueblo venezolano, y desde mi alma, decirte que me honras con todo eso. Pero al mismo tiempo, decirte que, tú, Fidel, dijiste aquello cuando yo no había nacido. Ahora tú me has incorporado. Como hacía aquel personaje de la novela de García Márquez, “Cien años de soledad”, José Arcadio Buendía: inventó la máquina del tiempo, inventó un rayo como un arma de guerra y fundó Macondo. Bueno, tú inventaste la máquina del tiempo y me metiste a mí, cuando yo no había nacido. Pero más que eso debo decir lo siguiente, en jus- ticia, aunque tú lo apruebes o no lo apruebes. Tú dijiste eso hace cincuenta y dos años, ve, yo tengo cincuenta y uno. ¡Ajá! Estaba preñada mi mamá cuando tú dijiste eso.
Fidel Castro tuvo razón hace cincuenta y dos años. Fidel Castro ya ha sido absuelto por la historia, ¡pero yo no! ¡Ojalá, Dios quiera! Ojalá pudiera sentir algún día que he sido merecedor de esa frase de Fidel Castro, y como humilde soldado que es lo que soy en esencia. Por eso me traje mi uniforme de campaña, para compartir este día contigo, porque este es un día de esencias, y yo, en esencia, lo que soy es un soldado. Ojalá que este humilde soldado, campesino que soy, algún día pueda ser absuelto por la historia, por los pueblos, estar a la altura de la esperanza y del amor de un pueblo.
TÚ NO TIENES ESCAPATORIA
Fidel es uno de los que más me ha hablado de eso en todos estos años y ahora, tras siete horas, que le dije: “Fidel, anda, descansa, yo voy a descansar también”. Siete horas. Me dijo: “No, no, siéntate un ratico más”. Un ratico más es de dos horas más. “Un ratico más. Dale café”. “Dame café”. “¡Dios mío!, más”. Y además es que lo razona, lo razona así, saca papeles, una hora y la otra hora y la otra hora. Me dice: “Chávez, tú no tienes escapatoria, como yo no la tuve”, y por esto y por esto. Fidel afirma, hoy más que ayer, que si Hugo Chávez desaparece, esto suena duro, como si yo fuera muy grande. No, yo no, yo soy nada más así chiquitico.
Pero hay un serie de consideraciones que él expone y yo he terminado compartiéndolas, que a mí me obligan a estar aquí yo no sé por cuánto tiempo más. Lo sabrá Dios y lo dirá el pueblo, ¿verdad? Fidel que ve al enemigo batallando sin descanso, las siete bases militares, el ataque de los paramilitares, los temas que nos afectan, la inseguridad, estos temas eléctricos, el tema del agua, etcé- tera. Entonces, él dice: “Chávez, la guerra tuya es muy distinta a la mía. Aquí mis enemigos más acérrimos se fueron, están en Miami. Allá tú los tienes en tus narices. Tú Miami está allá Chávez”.
“Hace rato —me dice— que yo puse distancia con el enemigo, tengo una distancia. Tú no, tú lo tienes ahí al lado, convives”. “Durmiendo con el enemigo”, dice una película por ahí, ¿verdad? “Está ahí, entonces es una guerra muy distinta”. Me dice: “Yo no sé cómo hubiera hecho si me hubiera tocado la tuya. Aquí hicimos la nuestra, pero la tuya es más difícil por esa razón”. Me dijo también lo siguiente: “Es bueno que le digas a tus cuadros, al partido, dile al Congreso, Chávez, una cosa por si no se han dado cuenta, sobre todo algunos que pudieran dejarse llevar por ideas”. Dice lo siguiente, algo que yo aprecio de aquí, y la historia lo demuestra: “Mira el caso de Pinochet, ahí no perdonaron a nadie”. Me dijo: “Mira, si es que la contrarrevolución logra arrebatarte a ti, sacarte a ti de ahí y arrebatarle al pueblo el poder, la persecución y el arrase será general. Ahí no van a perdonar a nadie”.
LA CASA DEL CHE
Dígame cuando fuimos con Fidel a la Universidad de Córdoba. ¡Qué cosa tan extraordinaria, aquella masa de gente, Dios mío!, y sobre todo gente muy joven. Yo no quise hablar mucho. Le dije a Fidel: “Aquí tienes que hablar tú”. Él es el “papaúpa”. Hablé una hora, pero había que darle la entrada a Fidel. Tres horas habló Fidel, con una gran capacidad, gran coherencia en sus ideas, sus reflexiones. De ahí no se movió nadie. ¡Y estaba haciendo un frío terrible!, soplaba mucha brisa fría, aquella noche en Córdoba.
Al día siguiente, en otro momento memorable, inolvidable, fuimos a la casa donde se crió el Che Guevara, allá en Alta Gracia, muy cerca de Córdoba. Recorrimos juntos una hora por carretera, viendo la campiña argentina. Pasamos la tarde en la casa donde vivió el Che, apareció un grupo de amigos del Che, amigos de la infancia, pasamos un rato inolvidable. Cuando usted conozca a Fidel Castro, le va a hacer cien preguntas en los primeros cinco minutos. Él quiere saber de todo. Entonces estaba allí la señora de la casa donde vivió el Che, que hoy es un museo, explicándonos, y mucha gente. Y la señora explicando: “Mire, esta es la foto del Che”, y no sé qué más.
Fidel le preguntó: “¿Y esta casa la construyeron en qué año?”, “¿para qué la construyeron?”. Y la señora empieza: “Bueno, la construyeron, para...”; ella quería explicar las cosas del Che Guevara, pero Fidel, no. Fidel quería era saber cuándo construyeron la casa, de dónde es la madera con la que la construyeron, quién fue el primer habitante. Y la señora buscando las respuestas ahí. Pero lo cumbre fue cuando yo tuve que intervenir en defensa de la señora, porque la estaba masacrando, de manera inclemente, el preguntador infinito que es Fidel Castro. Como la señora le respondía todo, él tenía que buscar la manera. Como me dijo una muchacha un día: “¡Usted me quiere raspar!”, porque yo le pregunté no sé qué cosa, como que fue en un Aló Presidente.
Entonces, Fidel le pregunta, y la señora dice: “Esta casa la construyeron para los gerentes del ferrocarril en 1914”. Viene el muy fastidioso de Fidel, y le pregunta lo impreguntable. Yo le dije: “Pero, ¿cómo tú le vas a preguntar eso?”. Entonces, le dijo: “¿Cuánto costaba el pasaje en ferrocarril —¡en aquel tiempo!— de Buenos Aires a Córdoba?”. Ahí fue cuando yo intervine, no aguanté más, le dije: “No, chico, pero deja quieta a la pobre señora”. La abracé y le dije: “¡Déjala!”. Porque ella estaba ya preocupada con tantas preguntas. Le dije: “Bueno, déjala que nos explique aquí, vale”. Aquí vivió el Che. Señora, díganos: ¿Cuánto vivió el Che aquí?, ¿dónde dormía? Llévenos.
Fidel andaba con una gorrita de esas que andan por ahí. No voy a mencionar lo que dice porque estamos ya en campaña electoral. Entonces, Fidel andaba con gorrita roja. ¿Tú la has visto? Yo le dije: “Fidel, ¡que eso es intervencionismo, chico! Tú no puedes meterme en las cosas de Venezuela”. Ahí anda, míralo, ahí va, esa es la casa del Che Guevara, mira. Ahí está la señora, ¡mira!, Ahí está preguntándole. Esa es la cama del Che, ahí dormía cuando era niño, tenía como cinco años. Mira la cara que tiene el Che, era bravo el niño. Y Fidel es implacable, haciendo preguntas: “¿Cuánto costaba el pasaje de Buenos Aires a Córdoba?, ¿cuántos vagones tenía el ferrocarril?, ¿a qué velocidad iba?” Mira a la mamá del Che, mira la cara de esa mujer, ¿ah? ¡Qué cara!, ¿no? ¡Qué carácter! Esa es la hermana mayor, está viva. La otra niña, la chiquita, ya murió. Ahí está la embajadora de Argentina en Venezuela. Mira, Fidel bus- cando la vuelta pa’ preguntar, porque es un preguntador que no tiene límites, vale. Mira, yo estoy tratando ahí de desviarlo, pero él no, él estaba era con la pobre señora. Ese fue un día memorable, inolvidable, grandioso, de mucho sentimiento.
REGALO DE CUMPLEAÑOS
Dos días antes de su repentina enfermedad recibí esta nota de Fidel en Moscú. Me mandó un mensajero con esta nota. Casualidades, ¿no? Fidel es un detallista insigne. El regalo de mi cumpleaños me llegó a Moscú el día de mi cumpleaños. Él es así, tiene que llegar el día, no un día o tres días después. Él mandó a alguien a llevarme mi regalo y me lo entregaron el 28 de julio con una carta, y además una nota de puño y letra, cosas que no puedo leer aquí.
Ustedes saben que yo estaba en Buenos Aires con un mal de estómago el día que salí por ahí, cuando iba caminando con Kirchner. No sé qué me cayó mal, creo que fue en el avión, ¡pero terrible! andaba grave, haciendo un esfuerzo. Entonces, en la noche veo a Fidel, él me receta y me dio una cosa que él prepara, que llama “tsunami”. Me tomé dos “tsunami”, casi que un castigo. Y otra, una crema de arroz fría, esa sí me cayó muy bien, pero él la sabe preparar y la carga ahí.
Entonces, me puso a tomar crema de arroz fría y después el “tsunami”. En la mañana me mandó para el desayuno otro “tsuna- mi” y otra crema de arroz fría. Él tiene la falsa idea de que yo como mucho. No, yo no como mucho. Entonces, aquí me pone:
Espero que hayas podido dominar tu feroz apetito —¡feroz apetito!—, y preserves lo más posible tu bienestar, que es imprescindible para el éxito de la gira. Te escribo estas líneas sentado en la cama y sin sueño, perdona la caligrafía, un millón de felicidades por tu cumpleaños. Saludos a todos. Un abrazo. Feliz sobrevuelo por encima de esa encendida región del Oriente Medio. ¡Hasta la victoria siempre! Fidel Castro, julio 25 del 2006, a las 7 y 38.
ME SORPRENDIÓ LA ENFERMEDAD
A mí me sorprendió la enfermedad de Fidel. Yo estaba en Vietnam, una gira. Tú sabes que ahí uno no descansa, eso es termina un evento y va el otro, y al día siguiente para otro país. Nosotros llegamos a Vietnam, pasamos el día con el Presidente, una cena nos ofreció. Y nos fuimos a descansar un poco como a la media noche. Pero muy temprano había que estar ya listo, a las siete de la mañana, para rendir honores al Monumento de los Mártires y después ir al mausoleo donde tienen a Ho Chi Minh; intacto lo tienen, al camarada, al Tío Ho. Después, las reuniones con el presidente y salir de Vietnam. Nos tocaba volar como catorce horas hasta África. Entonces, me levanto, voy al baño, me estoy vistiendo, prendo el televisor. Los muchachos se llevaron un equipito que tú lo conectas con el televisor y tú ves en la pantalla grande Venezolana de Televisión en vivo, por Internet. Bueno, así que yo pendiente del país.
Estaban dando “La Hojilla”, en vivo, eran las seis de la mañana en Hanoi. Cuando me estoy poniendo la camisa ahí, prendo el televisor y veo al asistente directo de Fidel, leyendo algo. Iba por la mitad, así que no oí lo primero, peor para mí, porque digo: ¡Dios mío! ¿Qué pasó aquí? Yo dije: “Es que estoy soñando”. Yo oigo cuando leen: “Le transfiero el poder...”, tal, y tal, pero no oigo la causa. ¡Cónchale! ¡Dios mío!, y ya no tenía tiempo por- que tenía que salir de inmediato. Empiezo a llamar, andaba mi hermano Adán con nosotros en la gira, que es embajador en La Habana, como tú sabes, y le dije: “Adán, quédate, porque yo tengo que irme”. Pero, ¿cómo me voy, con esta angustia? ¿Qué pasó en Cuba? Yo no sabía más nada.
Y Adán se quedó en el hotel haciendo las llamadas. Y le dije: “Tú me alcanzas más adelante y me dices algo, por favor”. Así que yo llegué a la plaza aquella de los mártires y después nos fuimos a ver al camarada Ho Chi Minh. Imagínate el impacto mío cuando veo a Ho Chi Minh, y yo en la cabeza: “¡Dios mío, yo no te quiero ver así, Fidel!” Y Adán llegó luego y me explicó. Bueno, después yo pude hablar con algunos de los compañeros en Cuba y me quedé un poco más tranquilo, pero por supuesto, muy preocupado todos esos días y noches de la gira.
¡EL COLMO DE LOS COLMOS!
El próximo domingo es trece. Bueno, será un Aló Presidente especial, dedicado a tu cumpleaños, Fidel, ochenta años. Hay que recordar que Fidel, precisamente aquí en el estado Bolívar, cumplió setenta y cinco. ¡Ah!, esa vez me tenía loco a preguntas. Él empezó a preguntar y a preguntar, y yo te mandé a llamar a ti (gobernador Francisco Rangel), y después tú mandaste a llamar a un técnico, porque él quería saber. Bueno, primero el tendido eléctrico, que lo inauguramos el día siguiente. Él estuvo preguntando cuánto valía un kilovatio, en cuánto salió construir cada torre, en cuánto salía el kilómetro de cable, cuántos cables eran, la tensión de los cables, cuántas torres, bueno, y a cuánto le vendíamos a Brasil el kilovatio por hora.
Ahí le respondimos casi todas las preguntas. Pero cuando íbamos en el lago, navegando en la canoa, me dijo: “Chávez, ¿qué velocidad tú crees que trae el agua allá en la cascada?”. Me dieron ganas de empujarlo al agua. ¿Qué voy yo a saber? “Pero calcula, echa un cálculo allí de cuando viene cayendo el agua, no es muy difícil, tú haces así y más o menos calculas. Calcula tú”, me dijo: “Debe venir como a 300 kilómetros por hora y cuando está llegando abajo 350”, respondí. Pero después me dice: “¿Y qué profundidad tendrá este lago?”. “Tendrá como 15 metros”, yo inventando. “¿Y la temperatura del agua?”. “Bueno, no sé, chico, será como 20 gra- dos”. Entonces, mete el dedo en el agua y dice: “No, 17,5 grados”. ¡El colmo de los colmos! ¡El preguntador sin fin!
TE EXHORTO A QUE CONTINÚES
A veces uno se cansa, y Fidel se enteró que yo hice algún comentario de un cansancio como espiritual, no tanto físico, porque uno se acuesta un ratico y pone los pies pa’ arriba. El cansancio espiritual es el más duro, ustedes saben. Y Fidel se enteró, me mandó un mensaje: “Quiero verte”. Aproveché un momentico y pasé por allá. Pero antes de ver a Fidel, di unas vueltas por un pueblo y qué cosa no, cuando estoy parado hablando con unos muchachos que iban en una carreta, eso fue lo que me hizo que me parara. ¿Saben? Ver al pueblo luchando aquí o allá en cualquier parte.
Unos muchachos muy jóvenes en una carreta tirada por una mula, montaña pa’ arriba. Nosotros veníamos en carro, yo me paro: “¡Epa, muchachos!”, “Chávez”, me dicen los muchachos, “¿qué hace por aquí?”. “Bueno, chico, por aquí” “¿Y para dónde van?”. Y me dicen: “Allá, mira, allá en aquella montaña está nuestra escuela”, un tecnológico “y tenemos que ir a presentar un trabajo”. Por ahí no hay transporte. Ellos hicieron la carreta de palo y una vieja mula de esas buenas pa’ allá, pa’ arriba compadre. Eran como las ocho de la mañana “¿Y a qué hora es la presentación del trabajo?” “A mediodía nos citó el profesor” “¿Cuándo regresan?”. “Regresamos esta tarde”. Esa es voluntad de superación, de lucha, porque es un pueblo que está bloqueado por los yanquis, bloqueado duro. Les niegan muchas cosas, le sabotean muchas cosas.
En eso estoy hablando con los muchachos y oigo un ruido en la montaña, en el monte que viene. Aparece un hombre con una mula, y los muchachos cuando me vieron se sorprendieron mucho, cosa natural y “¡Epa, Chávez, qué hace!”. El hombre aquel no. Me sorprendí de la imperturbabilidad de aquel ser humano. Él baja en la mula y me ve: “Chávez”. Pero imperturbable se bajó de la mula, nos dimos la mano. ¿Sabe lo que me dijo? Como si me hubiera leído no sé, yo no sé si fue que Fidel lo mandó. Estoy seguro que no. Estaba mi hijo conmigo. Aquel hombre me dijo: “Chávez, en tu lucha no tienes derecho a cansarte. Te exhorto a que continúes”. Y yo le digo: “¿De dónde tú sacas ese exhorto?” “No sé, es lo que se me ocurre decirte”. Y entonces me dijo: “Soy pastor evangélico. Dios te puso aquí en esta esquina y llegué yo y eso fue lo que me salió del alma. Te exhorto a que continúes”. Y después Fidel me lo repitió: “Te exhorto a que continúes”.