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Fidel Castro entre los intelectuales cubanos

Fecha: 

10/07/2006

Fuente: 

Revista La Jiribilla

Autor: 

En Fidel y la religión. Conversaciones con Frei Betto (1985), el líder caracterizó los saberes de sus padres y otros antecesores y los contextos culturales de la familia Castro Ruz, tanto en los aspectos del modo de vida, como en el del sistema de mentalidades. También precisó sobre los métodos de enseñanza y la organización de la vida docente de los internos en las tres escuelas católicas por las que transitó. Su estancia en el Colegio de Belén, propiedad de la Compañía de Jesús en La Habana, parece haber sido la más trascendente en el proceso de formación como un intelectual. Allí, ya se destacó como deportista.

Algunas fuentes orales (personas que también estudiaron en el Colegio de Belén) han mencionado, como un espacio de entretenimiento cultural y de formación para los alumnos, a la academia Gertrudis Gómez de Avellaneda, en la que se aprendían los primeros rudimentos del arte de la oratoria. ¿Habrá tenido Fidel alguna relación con dicha academia? En 1943 participó y se distinguió en un debate científico pedagógico en torno a los problemas de la enseñanza pública y privada en varios países. En el Diario de la Marina se mencionó su nombre al informarse al respecto.

Cuando se graduó en el colegio de Belén (1945), el padre Amado Llorente, en nombre de sus profesores, hizo el pronóstico de vida; él auguraba que sería un excelente profesional, lo cual ya implicaría su ingreso en la comunidad de intelectuales. Llorente opinaba que:

(…) Se distinguió siempre en todas las asignaturas relacionadas con las letras. (…) Ha sabido ganarse la admiración y cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista.

Llegó a la Universidad de La Habana en el curso 1945-1946. Se trataba de una institución muy diferente, porque, desde el movimiento de reforma universitaria (1923) y los combates antimachadista y antibatistiano (1925-1937), se había convertido en un centro político de jerarquía nacional.

A partir del curso 1933-1934 se consiguió la autonomía universitaria; se inició un proceso de modernización de las asignaturas; surgieron nuevas carreras y la extensión cultural; creció el claustro profesoral; y cambió la composición clasista y por grupos sociales de los estudiantes, por las ventajas de la matrícula gratis en algunas carreras.
En 1937 la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) logró ser reconocida en los estatutos del centro docente. Además, estaba interconectada con las asociaciones en la segunda enseñanza (institutos y escuelas normales en las provincias). La mayoría de los dirigentes transitaban de un nivel educacional al otro en esas funciones. 

Entre 1937 y 1939 se reorganizaron todos los partidos y organizaciones políticas y sociales, con vistas a la Asamblea Constituyente de 1940. Se estructuraron secciones juveniles, que incluían a los adolescentes. En las escuelas universitarias había grupos representativos de los partidos entre los profesores y los alumnos. De modo particular, en la Escuela de Derecho se congregaba un número mayor de estudiantes vinculado a la praxis política. En dicha Escuela, Fidel realizó un aprendizaje político muy rápido y comenzó a actuar en numerosos comités de acción social estudiantil.

En 1947, entre los meses de mayo y julio se organizó el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), a partir de un grupo de dirigentes que habían abandonado el Partido Revolucionario Cubano (Auténticos), entonces en el gobierno. El programa de lucha contra la corrupción, por el adecentamiento de la vida pública y de medidas de nacionalismo revolucionario y el carisma de su líder Eduardo Chibás (1907-1951), hicieron que ese Partido tuviera numerosos afiliados en el claustro profesoral universitario.

En el movimiento estudiantil, se estrenó Fidel como orador en las tribunas y los espacios radiales. Ingresó al Partido Ortodoxo, donde multiplicó sus saberes. Se graduó de abogado y se hizo periodista, capaz de manejar todos los géneros de la prensa radial y escrita. Entre los intelectuales famosos de la ortodoxia obtuvo el primer reconocimiento de que él ya lo era. Eso facilitó que se postulara a la Cámara de Representantes, en el proceso electoral que debería culminar en junio de 1952.

A partir del asalto al cuartel Moncada (26 de julio de 1952) alcanzó como joven político una relevancia nacional. El discurso de auto defensa La historia me absolverá (octubre) en el juicio por dichos sucesos tuvo un primer nivel de recepción a través de comentarios orales transmitidos entre periodistas y enemigos del batistato. En el Presidio Modelo de Isla de Pinos, escribió una segunda versión, que se publicó como folleto (1954) y circuló clandestinamente.

La historia… (con múltiples ediciones) significó el primer aporte, que le valió el reconocimiento unánime de la comunidad intelectual. Amigos, enemigos, indiferentes, agnósticos, han validado la brillantez de ese ejercicio en la oratoria como arte milenario desde los griegos y romanos. Desde la conmoción suscitada por los dos discursos de Manuel Sanguily (1848-1925) contra la aprobación del Tratado de Reciprocidad Comercial, en el Senado (1903), no se repetía  una coincidencia sobre la calidad de una pieza oratoria en cuanto a lo estético, lo ideológico y lo afectivo.

A partir de 1956, se introdujo el motivo literario de la dimensión épica del héroe en los versos. Se exaltaba la valentía personal, la tenacidad para cumplir las promesas. Dos poetisas lo recreaban  como un nuevo caballero, en el estilo del imaginario romántico con que se había mitificado al bayardo camagüeyano Ignacio Agramonte Loynaz, después de la Revolución de 1868.

Desde enero de 1959, sus colegas intelectuales se ocuparon de estudiar y evaluar la eficiencia política de sus métodos como líder; el impacto del carisma en diferentes públicos. Validaron con argumentos el entusiasmo popular; legitimaron la esperanza de que realmente podía considerársele un hijo espiritual de José Martí. En cartas públicas y privadas (en las que era elegido destinatario principal) lo hacían copartícipe de aspiraciones y proyectos culturales, o le informaban sobre problemáticas que pudieran entorpecer la búsqueda de un consenso intergeneracional y de grupos políticos, culturales y artísticos, para seguir fortaleciendo a la Revolución, entendida como un bien de patrimonio colectivo.

II
En 1889, José Martí presidía la Sociedad Literaria Hispanoamericana de New York; era un poeta respetado por Ismaelillo (1882); había incursionado en la novela Lucía Jerez (1885); editaba los cuatro números de La Edad de Oro. Para los emigrados cubanos era quien elevaba la autoestima patriótica con "Céspedes y Agramonte" (1888) y con los discursos en las velada conmemorativas del 10 de octubre. Por estas razones, se le incluyó en el primer Álbum del periódico El Porvenir en 1890, con el que se quería rendir tributo amoroso a los héroes ya muertos, a los mártires, y a escasísimas personalidades vivas que podían admirarse como modelos intelectuales. Precisamente esa admiración colectiva hacia el orador, el periodista, (en menor medida, al poeta) facilitó las vías para que lograra el liderazgo político, cuando fundó el Partido Revolucionario Cubano (abril de 1892).

Entre la adolescencia y 1921, al matricular en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, el estudiante (hijo natural) Nicanor McPortland solía citar poemas de Rubén Darío; escribía versos; aspiraba a crear el drama Julio Antonio o la voluntad; y se autoanalizaba en las páginas de un diario. Se pensaba con un futuro como escritor y soldado de la justicia.

En 1921, autodecidió comenzar a llamarse Julio Antonio Mella y convertirse en un dirigente estudiantil. En diciembre de 1922 resultaba elegido secretario general del directorio fundador de la FEU. Un año después, con el éxito del Primer Congreso de Estudiantes, se consideraba un líder con prestigio nacional porque lo aclamaban los jóvenes de la segunda enseñanza. En diciembre de 1926, Mella sintetizaba su retrato en el artículo Por la creación de revolucionarios profesionales:

La principal característica del revolucionario es su comprensión absoluta y su identificación total con la causa que defiende. Las ideas que abrazan se convierten en dinamos generadores de una energía social.

(…) Dan la sensación monstruosa de locomotoras avanzando por selvas vírgenes y ciudades populosas.

(…) No aspira al "trascendentalismo". Tiene orgullo de ser puente para que los demás avancen sobre él. (…)

Es la profesión sin competencia, la profesión triunfante, la profesión que todo hombre honrado debe desempeñar.

En la praxis política de la Tercera Internacional Comunista (1919-1943) se construyó un prejuicio que separaba las funciones. Los escritores y los artistas conformaban una otredad; solo ellos eran los intelectuales y los revolucionarios profesionales se diferenciaban de los demás. Mella incorporó ese prejuicio; además de en el texto citado, podría leerse en "Un comentario a La zafra de Agustín Acosta" (1928).

Rubén Martínez Villena (1899-1934), uno de los poetas mejores del modernismo en los años veinte; poco después de su ingreso al Primer Partido Comunista declaraba (octubre de 1927):

(…) yo no soy poeta (aunque he escrito versos); no me tengas por tal, y, por ende, no pertenezco al "gremio" de marras. Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social, (…)

Raúl Roa (1907-1982) y Carlos Rafael Rodríguez (1913-1999) excelentes oradores y ensayistas, compartían las perspectivas de Mella y Rubén.

Ernesto Che Guevara (1928-1967), narrador, periodista, fotógrafo, ensayista, amigo entrañable de Fidel, recibió a Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar, como representantes de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), aceptó que la institución publicara Pasajes de la guerra revolucionaria (1963), entre los primeros libros de esa casa editora; pero no accedió a afiliarse. Sentía el prejuicio.

Quizá Roa haya sido el único que profundizó en las sinrazones de ese prejuicio ya en la dimensión subjetiva, ya en las generacionales, en su libro sobre Martínez Villena, El fuego de la semilla en el surco (1982, edición póstuma). Fidel Castro no pertenece a la UNEAC y ni siquiera fue incluido en el Diccionario de la literatura cubana (1975). Probablemente, a nadie se le ocurrió debatir esa contradicción.

El conflicto de las otredades entre políticos que también pueden ser escritores y artistas resalta más en el movimiento intelectual cubano por el antecedente de José Martí. El apóstol de la Revolución de 1895 fue y es el paradigma del más excepcional líder político en fusión con el supremo creador literario. Hasta el presente, se puede ilustrar con el discurso Con todos y para el bien de todos y el ensayo Nuestra América (ambos de 1891). Fidel Castro es un martiano fervoroso. En La historia…lo evocó como el maestro de los revolucionarios del siglo XX no solo por las ideas y la acción política, sino por las excelencias del orador, periodista y ensayista.

No conozco estudios recientes sobre la versatilidad de Fidel como orador. En los años noventa, él ha sorprendido con los discursos breves. En la conferencia de las Naciones Unidas sobre medio ambiente y desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, pronunció un discurso, cuyo formato era el de un sermón laico (12 de junio de 1992); se le habían concedido siete minutos y empleó cinco. En el encuentro internacional de economistas en La Habana, para la clausura, optó por un sistema de preguntas, que –de inmediato- se respondía (22 de enero de 1999); lo ejecutó en menos de diez minutos.6 En el periódico Granma, suelen aparecer textos suyos (firmados o no) en las modalidades de la crónica, el artículo de fondo y el editorial. Tiene un estilo inconfundible, garantía de la pervivencia de su maestría como periodista desde hace más de medio siglo.

El intelectual Fidel Castro es un mito vivo al arribar a los 80 años.

La Habana, 10 de Julio del 2006