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Fidel tenía ángel

Fecha: 

25/11/2020

Fuente: 

Cubadebate

Autor: 

No tuve la dicha de conocerlo personalmente, mas tampoco hizo falta para aprender a admirarlo, respetarlo, quererlo; porque él tenía ángel, un algo que encantaba.

En estos días traté de encontrar mi primer recuerdo de Fidel y evoqué una canción que mis hermanos y otros niños del barrio nos susurrábamos cuando nuestros padres u otra persona mayor venía hacia nosotros, quienes andábamos en alguna fechoría.

“(…) Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mando a parar”, así decía.

Desde ese entonces y quizás hasta de forma inconsciente, fuimos aprendiendo que ese Comandante era alguien respetable, con quien no se podía “jugar al toro” y que había acabado con algún relajo, similar a aquel que nosotros intentábamos ocultar de los adultos.

Pero llegó el momento de empezar la escuela y entre figuras geométricas, colores, trazos, números, letras; comenzamos a descubrir también la historia de nuestra Patria y los hombres que la forjaron.

Fue así como conocimos de Céspedes, Gómez, Maceo, Martí y, de ese Comandante, que describía la canción con la que nos avisábamos que el orden se acercaba. Ahí supimos que era un ser real y que era, además, el presidente de nuestro país. Ya lo identificábamos en la televisión, en los periódicos, lo escuchábamos en la radio… Entonces, se hizo más cercano.

Un suceso en especial nos acercó a los niños de esa época a Fidel; la batalla por el regreso de Elián. Al menos yo, empecé a sentirlo, algo así como a un abuelito-héroe de todos los niños de Cuba y mientras veía las fotos de él con Elián u otros pequeños que asistían a las tribunas antimperialistas, pensaba: “mira que ese viejito barbú nos quiere”.

Pasó el tiempo, cursé la secundaria, el preuniversitario, la universidad y seguí conociendo de él. Y detrás de todo lo bueno, estaba la mano de Fidel. Pero un día descubrí que no era perfecto, y lo confieso, me sentí triste, y en mi interior le reproché actitudes, decisiones. Me volví un tanto rebelde e inconforme.

Sin embargo, algo siempre despojaba el resentimiento; las palabras de mi abuela, –quien, ni militante del Partido, ni con trayectoria revolucionaria alguna-, varias veces escuché recordarle a otros guajiros pinareños: “Yo no sé ustedes, pero nosotros somos gente, gracias a Fidel!” y contaba, entre otras realidades de la dictadura batistiana, cómo su madre había muerto durante el parto (por no tener un médico que la asistiera) y las barbaries que había cometido García Menocal contra todo lo que oliera a Revolución en Vueltabajo.

Conversar y escuchar en los últimos tiempos a hombres y mujeres que sí lo conocieron personalmente, que sí apretaron su mano, que sí lo abrazaron, que sí anduvieron con él, que sí recibieron un elogio o regaño suyo, me ha permitido conocerlo mejor, entenderlo, perdonarlo, quererlo más.

Hoy comprendo por qué aquel 25 de noviembre de 2016, yo también me sentí un tanto huérfana, aún teniendo a mi padre vivo. Y es que decía adiós a la imagen viva de la Patria, al viejito-barbú-abuelito-héroe de todos los niños cubanos y a quien cambió la triste realidad de muchas personas, que antes de 1959, como afirmaba mi abuela, “no eran gente”.

Hoy, de forma íntegra, conozco la letra y el significado de “Y en eso llegó Fidel”. Ahora la disfruto más que de niña, porque a ese rico recuerdo de la infancia, le sumo el de haber conocido, de alguna manera, a ese Comandante que, como recitaba la canción de Carlos Puebla, “mandó a parar” a tantos males y malos hombres. No lo abracé, no lo besé, no apreté su mano, no anduve con él, no recibí ni un elogio ni un regaño suyo, pero igual, él tenía un ángel que encantaba.