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Forja de un visionario sueño

El Comandante en Jefe Fidel Castro en una de sus habituales visitas al CNIC. Sentado a su lado aparece el doctor Wilfredo Torres Yríbar, quien dirigió la institución durante diez años.

Fuente: 

Periódico Granma

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Portador de uno de los diseños arquitectónicos más emblemáticos de su época, el surgimiento del Centro Nacional de Investi­ga­ciones Científicas (CNIC), puso de manifiesto que la idea avizorada por Fidel el 15 de enero de 1960 de gestar un futuro de hombres de ciencia en Cuba no quedaba en una simple frase.
 
Inaugurado el primero de julio de 1965, fue la primera institución del país que de manera específica se concibió y construyó con todas las condiciones requeridas para promover la formación de especialistas e impulsar la investigación de alto nivel, básicamente en las ciencias naturales, biomédicas, tecnológicas y agropecuarias.
 
Situado en el hoy capitalino municipio de Playa, el programa de estudio contemplaba una fuerte preparación en ciencias básicas, con énfasis en la experimentación y la superación posgraduada.
 
En un principio acogió básicamente a  médicos recién titulados,  y en menor medida a egresados de otras carreras universitarias. Jóvenes que con el paso del tiempo se convirtieron en relevantes figuras de la ciencia cubana, adquirieron aquí las cualidades y conocimientos que luego los harían brillar como investigadores o directivos del sector.
 
Baste mencionar, entre otros, los nombres de Rosa Elena Simeón, Ismael Clark, Luis Herrera, Gustavo Kourí, Lidia Tablada,  Agus­tín Lage Dávila, José Luis Fernández Yero, los hermanos Mitchel y Pedro Valdés Sosa, Rafael Pérez Cristiá, y Fernando González.
 
IMPRONTA A MUCHAS MANOS
 
La vida profesional del doctor Wilfredo Torres Yríbar dio un giro inesperado cuando poco antes de la apertura del CNIC, en el verano de 1965, recibió la propuesta de incorporarse a la nueva institución.
 
“Yo trabajaba en ese momento en el Hospital Nacional con el doctor José Cambó Viñas, su director y prestigioso cirujano, a quien entonces le dan la responsabilidad de asumir la dirección general del CNIC. En vez de sustituirlo en el cargo, me pide que vaya con él y ocupe el puesto de subdirector del flamante centro”.
 
Cuenta que si bien se alejaría de la práctica médica, aceptó de inmediato el ofrecimiento, pues del buen desempeño de la entidad dependería en gran medida el poder hacer realidad las ideas visionarias de Fidel de priorizar al máximo el desarrollo de la ciencia en Cuba.
 
“Lamentablemente al año siguiente Cambó muere en un accidente automovilístico que sufrimos juntos. Después de recuperarme, vino a verme el doctor José Miyar Barruecos y me dijo que yo había sido nombrado director de la institución. Así comenzó el camino que me unió al sector durante tantos años”.
 
De aquella etapa fundacional (lo dirigió hasta 1976 cuando pasó a desempeñarse co­mo presidente de la Academia de Ciencias de Cuba), Wilfredo Torres recuerda con particular cariño el sentido de pertenencia hacia la entidad, el compromiso social, la consagración, y los deseos insaciables de aprender, manifestado siempre por los cientos de jóvenes que estudiaron o se superaron en sus laboratorios y anfiteatros.
“Todavía muchos de los antiguos alumnos sienten orgullo de haberse formado allí, bajo la guía de brillantes profesores cubanos y de varios países, como fueron los casos de Er­nesto Ledón, Thalia Harmony, Roy John, An­tonio González y Ramírez, Klaus Thiek­mann, José Fernández Beltrán, y Jorge Gas­par García Galló”.
 
Afirma que la historia del centro no puede escribirse sin mencionar el papel desempeñado por Fidel en su concepción, puesta en marcha y constante seguimiento.
 
“El CNIC es obra genuina del pensamiento visionario del Comandante en Jefe, que supo adelantarse en el tiempo y hacernos comprender que sin desarrollo científico, ningún país podría aspirar a legarle un futuro de soberanía y bienestar a su pueblo.
 
“Incluso, tuvo la claridad de ver en aquella entidad  la semilla gestora a partir de la cual surgirían después un grupo notable de instituciones que hoy exhiben resultados notorios a nivel nacional, y más allá de nuestras fronteras”.
Así de esta suerte de “buque” madre que sigue navegando a toda vela, nacieron el Cen­tro Nacional de Sanidad Agropecuaria, el de Inmunoensayo, el de Ingeniería Genética y Biotecnología, y el Centro de Neurociencias de Cuba, por solo mencionar algunos ejemplos.
 
Según lo narrado a Granma por el doctor Torres Yríbar, el CNIC sentó, además, las ba­ses para organizar el sistema de grados científicos que regiría en la Mayor de las An­tillas. En sus instalaciones tuvo lugar asimismo la defensa  de los primeros doctorados en ciencias vinculadas a temáticas de máximo in­terés.
 
También fue pionero en el uso de microscopios electrónicos de barrido, y de espectrómetros de masa y de resonancia nuclear de alta resolución, que permitieron incursionar en promisorias líneas de investigación no abordadas anteriormente en Cuba. Igual­mente, subrayó, tuvo un rol esencial en la divulgación científica al editar una revista especializada de elevado rigor y prestigio.
 
Para el reconocido médico nacido en Guan­tánamo hace 82 años, haber sido director del CNIC en su primera década de labor constituyó “una responsabilidad inmensa, la más importante asumida por mí hasta entonces, y que solo pude enfrentar gracias al apoyo de una oleada de jóvenes y colaboradores capaces, abnegados, y comprometidos con el país”.
 
“Haber participado de manera activa en la fundación de la ciencia revolucionaria y ver hoy los frutos de toda la estrategia trazada por el líder de la Revolución en este campo, es la mayor recompensa que pueda recibir. De eso y de ocupar posiciones de vanguardia a nivel internacional en la biotecnología y otras disciplinas, viviré orgulloso siempre”.