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Imán de detalles

Fecha: 

01/12/2016

Fuente: 

Periódico Granma

Porque el hombre ocurrente y ja­ranero, y minuciosamente inquisitivo, lograba atravesar el verde traje. Y la gente lo veía, y no había modo de no sentirlo. Y era artilugio, maravilla. Era Fidel, es Fi­del. Y de ese hom­bre hay mucho que con­tar, que anhelar…
 
De relatos y encuentros, de im­pre­sio­nes que se guardan como reliquias ha­blan nuestros lectores.
 
Para compartir ese mundo de his­to­rias diluidas en la cotidianidad y en la ora­lidad del pueblo, Granma dispuso el correo electrónico tuhistoria@gran­ma.cu, y la plataforma de comentarios en su página web.
 
A continuación les dejamos al­gunas de ellas.
 
José Antonio
 
En el año 1994, un grupo de jóvenes destacados, procedentes de diferentes sectores del país, orga­nizados por la gloriosa Unión de Jóvenes Comunistas mediante la Caravana Con Cuba para todos los tiempos, escalamos el Pico Tur­qui­no. A nuestro regreso, ya en San­tiago de Cuba, nos comunicaron que el Comandante en Jefe nos recibiría en la sede del Gobierno de esta rebelde ciudad. Estábamos muy emocionados, era una gran sorpresa para todos. Apareció con su im­ponente figura y nos preguntó, como para romper el hielo, aún sin sentarse: ¿Están cansados? y empezamos a conversar del desembarco del Granma, hablamos de la época de la Sierra, del movimiento de los Cinco Picos. Se interesó por los sectores a los que pertenecíamos, provincias, se interesó por lugares es­pecíficos de la Sierra, sobre el estado del busto de Martí ubicado en la cima del Turquino. También nos di­jo que el Pico Turquino tenía 1 974 metros de altura sobre el nivel del mar, pero que si cada joven que escalara el mismo llevara una piedra en su mochila y la depositaba en la cima, poco a poco el Pico Tur­quino llegaría a los 2 000 metros. Todos los jóvenes reímos a la vez, no podíamos imaginar que nuestro Comandante, con todas sus preocupaciones diarias, nos lanzara ese reto. ¡Hasta siempre Comandante!
 
Antonio Hernández Córdova (Caibarién, Villa Clara)
 
Siempre trabajé en el antiguo Ministerio de la Industria Pesquera y llamado Empresa Pesquera Industrial Caibarién. Soy de los 11 pescadores que en los años 70, en plena faena de trabajo, nuestras dos embarcaciones fueron secuestradas y bombardeadas por marines yanquis. Nues­tros familiares (hijos y esposas) tu­vieron el apoyo y se mantenían en co­nstante actualización de los acon­tecimientos. En todo momento tu­vimos el reclamo de nuestro Co­man­dante Fidel y de todo el pueblo de Cuba. Recuerdo la llegada al aeropuerto José Martí y el asombro de todos cuando bajando las escalerillas hicimos ondear nuestra bandera cubana. El propósito de toda la tripulación en todo momento fue rescatar y proteger la bandera para traerla de regreso a nuestra Patria. También recuerdo a todo el pueblo de Cuba volcado en la Plaza de la Revolución y el discurso de Fidel. Al­gunas de sus palabras fueron ¡Nues­tros trabajadores no se cambian por mercenarios! Esto no es un adiós Fidel, sino un Hasta Siempre Co­mandante.
 
 Julio César Salazar Ramírez (Universidad de las Ciencias Mé­dicas de Matanzas)
 
Aún recuerdo en mi memoria tu estirpe de gigante ante nuestros ojos de académicos y estudiantes, aquel febrero del 2002, junto a tus hijos de la UCI en su primer semestre escolar. Tú analizabas con nosotros los resultados de cada uno de tus alumnos como cualquier profesor guía a sus estudiantes. Te sabías el nombre de los profesores de cada ciclo y asignatura, y hasta dominabas los índices de asistencia y puntualidad de la universidad. Ese día te vimos entrar al Palacio de las Conven­ciones a las ocho de la mañana y comenzaste a hablarnos de presente y futuro, de la educación en Cuba y el mundo, de las estadísticas internacionales de desarrollo académico y profesional. Y ese mismo día culminaste, junto a nosotros, una jornada intensa de trabajo con tu llamada a los compañeros de la embajada cubana en Iraq, que acababa de ser bombardeada. Así, como un padre quiere saber de sus hijos en situaciones de peligro, preguntaste hasta por el perro de la embajada, que avisaba de los próximos bombardeos a la capital. Ter­minamos contigo a las cuatro de la mañana del otro día, y presto ordenaste se nos sirvieran una comida doble a todos los que habíamos trascendido contigo esa jornada de trabajo tan intensa. Tanto tu recuerdo, como tu hidalguía, y por su­puesto tu presencia eterna, será el aliciente a tu partida hacia el Olim­po de los Héroes de la Patria, en tu Santiago, el nuestro que te acoge como su hijo más querido. Allí visitaremos tu espacio terrenal para pedirte apoyo y presencia, urgencia y respuesta al futuro, y presente de nuestros hijos, así como lo hiciste en vida. Eterno saludo para ti, mi comandante. Tu hijo.
 
Francisca Contreras
 
Hola, somos una pareja de chilenos, Mauro Ayar «Cafuzo», es decimista, y con motivo de la partida de Fidel, ha escrito algo que quisiera compartir con ustedes. Un abrazo fraterno Francisca.
 
«Fidel Pueblo»
 
Nace una nueva canción bajo la bombilla verde/ que escribe el jo­ven rebelde entre lágrima y pa­sión/. Versos de Revolución de epo­peya y sacrificio/ con la dignidad de auspicio que le abrió paso en la historia/ y agiganta la memoria con la vida por resquicio/. Ser digno no sabe precio si es ropaje del humilde/, sin lujo, brillo, ni tilde, luz que nunca alumbra al Necio/. El deber es flujo recio que monta en locomotora/ que todo hombre tiene su hora y su sitio entre la gente/ que lleva alzada la frente y en su nombre le atesora/. El ciclo cierra una puerta mientras se abre una ventana/ de Santiago hasta La Habana y todo el mundo despierta/. Si la vena aún sigue abierta/ vendrán otros luchadores/ a menguar nuestros dolores/, la Patria grande reclama/, Fidel se convierte en llama/ por parir tiempos mejores/.
 
Osnel Orozco Hernández (mu­nicipio de Buey Arriba, Sierra Maestra)
 
Conocí a Fidel en el Uvero, don­de después de efectuado un acto, y de haber terminado un recorrido por toda la Sierra Maestra, bajo un torrencial aguacero, él nos hablaba. Muchos sacamos capas para cu­brirnos de la lluvia intensa, a él le fueron a poner una capa, y como todos no teníamos con qué cubrirnos, él se la quitó. Como siempre, por su ejemplo todos nos quitamos la nuestra. Yo vivo en la Sierra Maestra, municipio de Buey Arriba, donde tuve la oportunidad —el momento más grande de mi vida— de sostener una conversación con Fidel en la comunidad de San Mi­guel por más de una hora. Yo sentí en ese momento que me comprometía más con la causa revolucionaria. A veces comparo la familia de los Castro con la de los Ma­ceo, pero siempre he sacado la conclusión que Fidel es lo máximo que un ser humano pueda alcanzar. Es el momento de que como él nos ha dicho, cada uno de los ­revo­lu­cio­narios seamos nuestro Co­man­­dante en Jefe, para así de­mostrar que él es uno multiplicado en millones. Si cumplimos con el concepto de Revolución lograremos este ob­jetivo. A nuestros enemigos le decimos que no pudieron lo que tantas veces intentaron, matarlo. Sa­be­mos que están celebrando su muerte, pero aclararles que lo que nunca va a morir son sus ideales. Nota: mi abuelo fue mam­bí, mi padre capitán del Ejér­cito Rebel­de, yo combatiente de la lucha contra bandidos y estoy se­guro de que Fidel es de los que se van, pero se quedan.
 
Rut L. Sánchez
 
Lo vi... no lo podía creer. Ca­mi­nábamos con una amiga, recién llegadas desde Buenos Aires por las calles de Montevideo. Era 1995 y él estaba de gira y nos tocó en suerte que aquella mágica noche estuviésemos junto a los compañeros del Frente Amplio de Uruguay, para ver­lo salir a la puerta del hotel que lo alojaba. Fue solo un fugaz y eterno momento que bastó para definirlo como lo mejor que me pasó en la vi­da. Aunque sea, por ese lapso respiramos el mismo aire que él respiró.
 
Héctor
 
Recuerdo la última tribuna abierta que realizó en Holguín, bajo un fuerte aguacero. Lo vi, firme, de frente, con su voz segura, sin lamentarse, como siempre. Yo estaba allí mirándolo y compartiendo con él la bendición de la naturaleza, estaba allí, solo él podía paralizar a la multitud que no corrió a resguardarse de la lluvia. Des­de la noche anterior estuve de vigilia. Él personalmente lo agradeció al fi­nal... todavía recuerdo sus palabras, esas que llegaron hondo y que resuenan como campanas desde aquel entonces... Con toda su humildad y grandeza solo dijo, GRACIAS, no hi­zo falta más.
 
Jorge Mieres Orta
 
Esta historia data del 1ro. de mayo del 2000. Por mis funciones de trabajo cumplía misiones en la protección del acto en la Plaza, pero tuve que salir de allí porque había un recluta que llevaba poco tiempo y se fugó de su unidad. Yo tuve que ir a buscarlo a la Fiscalía Militar. Allí escuché a Fidel decir el concepto de Revolución y le dije al recluta: «Vamos a sentarnos un momento y oír esto». Al terminar el concepto, el recluta me preguntó: «¿Qué quiere decir altruismo?» Se lo expliqué y al tratar de levantarme me volvió a preguntar: ¿Y por qué Fidel habla de la estética? Le dije: No, de los principios éticos. Pasaron dos años, yo sabía que en su unidad habían cambiado para bien la opinión sobre este joven, y al terminar su Servicio Militar, lo despedí en un acto entregándole su carné de la UJC. Después del acto, el joven se me acercó y me dijo: ¿Usted se acuerda de mí? Claro, le respondí. Y entonces, serenamente con una madurez que yo nunca había descubierto en él me dijo: «El día que usted me obligó a oír a Fidel, cambió mi forma de pensar». Lo cuento aquí, porque el cambio no fue por mí, quien cambió a este joven fue Fidel aquel 1ro. de mayo del 2000.
 
Ángel
 
Un día alguien me preguntaba có­mo yo, de un monte de las serranías imienses, podría estudiar en la Uni­versidad de Oriente, solo respondí ¡Gracias a Fidel! Cuando el XV Fes­tival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Caracas, antes de la partida, nos reunimos con Fidel y re­cuerdo una de las preguntas «Si usted fuese al festival, qué le gustaría que conozcan de Cuba», la que respondió al instante: su verdad, la verdad de cada uno de ustedes, la verdad que ustedes hayan vivido.
 
Gabriel Ramírez Lanfernal (Pa­pino)
 
Fidel es pueblo, es inmortal, sus ideas y reflexiones van a estar siempre en el corazón de los cubanos; Fidel estuvo varias veces en la Primada de Cuba, Baracoa; entregó el título de la tierra a Engracia Blet, en la finca Toa Arriba y expresó: Los conquistadores les quitaron la tierra a los aborígenes, la Revolución se la entregará de nuevo. Cuando acabaron las infiltraciones contrarrevolucionarias con las fuerzas de las milicias y de las FAR en punta de silencio él dijo: Baracoa es y será Trinchera inexpugnable de la Revolución. La primera en el tiempo siempre estará al frente del pensamiento de Fidel, porque él nos dio la dignidad, la valentía y la virilidad; porque somos buenos y valientes cubanos y lo llevamos en el alma para siempre. ¡Hasta la victoria siempre, Comandante!
 
Alejandro
 
Serían las cinco de la madrugada cuando el policía motorizado bloqueó la intersección de Calzada y Malecón. Pasaron los minutos quizá —una media hora— y desde mi ventana no podía dejar de observar al patrullero detenido, sin motivo aparente justo en el medio de la calle. Curioso bajé los 19 pisos desde mi apartamento. Salgo a la calle y al momento de cruzar veo venir, a toda velocidad, la caravana de «el tipo». Era Fidel. Y por un momento, por unos escasos segundos, el primer auto de la caravana se detiene antes de enfilar hacia Malecón. Fidel, en el segundo auto, me queda separado por el vidrio de una ventanilla... Es Fidel, es Fidel, me repetía a mí mismo mientras daba una especie de saltitos nerviosos. El Comandante me miró. Y en ese instante descubrí por qué Fidel era el Tipo, El Caballo, El Uno, El Barba (como le decía Maradona), descubrí por qué tan llevado y traído, por qué tan querido y odiado. Fidel te­nía un aura, un magnetismo, una mezcla de fuerza y bondad exclusiva de los grandes hombres. El primer auto de la caravana presidencial completó su giro hacia Malecón. El Comandante, el Fifo, regresó su mirada a unos pa­peles que llevaba en sus manos. Quedamos el patrullero y yo petrificados en medio de la calle...
 
Lenin Delgado
 
Hace justo 33 años atrás me encaminaba a celebrar el día del estudiante en una actividad que se desarrollaría en el otrora comedor del Banco Nacional de Cuba. Subía por la calle Amargura junto a dos compañeros de clase, tomamos derecha por San Ig­nacio y al llegar a Lamparilla vimos un mar de personas que se nos venía encima, luces rojas como de bomberos y un murmullo ensordecedor. No entendimos nada, ¡un incendio! (pensamos), cruzamos la calle para dejar pasar el gentío y seguir con calma después el camino al comedor. Vimos pasar guardias de verde olivo y mu­chos extranjeros que atendían a un hombre de traje gris que explicaba cada detalle de todo el trayecto y que luego supimos se llama Eusebio Leal. De repente emergió frente a nosotros Fidel, con su inmensa figura. Nos quedamos pasmados, el Coman­dante le hizo una seña a Eusebio para que detuviera su paso y ampliara su relato todo lo que pudiera, o al menos eso hizo. Fidel: ¿De dónde son esos mu­chachos? Nosotros: De la escuela del Banco (le respondimos) Fidel: Ahh, Ustedes se refieren al Instituto de Finanzas… El asombro se apoderó de nosotros, Fidel conocía cada detalle de la escuela, del plan especial, de los materiales, del estipendio, hasta detalles tan específicos como la cafetería o la cantidad de aulas. Nos abatió con un mar de preguntas que se extendió por más de 30 minutos. Con el tiempo comprendí que se estaba actualizando de lo que le habían in­formado porque nunca había visitado ni visitó después la escuela, no al menos que yo sepa. Nunca se borrará de mi memoria aquella tarde. Seis años más tarde volví a verle. Una tar­de de 1989 nos citaron a todos los trabajadores del Mincex al anfiteatro pa­ra una charla con Fidel; lo de charla se­ría una definición simbólica. Vino a ex­plicarnos personalmente de forma minuciosa (y por varias horas) que de­bíamos estar preparados para un mu­n­­­do sin la URSS. Fidel nos dibujó esa tarde un futuro apocalíptico. Nun­ca olvidaré una frase suya: «debemos es­tar siempre preparados para lo peor si queremos vencer». Todos sa­bemos qué pasó luego, pero esa ta­r­de mu­chos pensamos que se nos ha­bía vuel­­to loco el Comandante. ¡Qué le­jos es­tábamos de comprender que quien se estaba volviendo loco era el mun­do! Sabiamente Fidel ya lo sabía. Unos años más tarde volví a verle en el mismo teatro. Esta vez nos vino a convencer del voto unido. Luego con los años comprendí que el voto era lo de menos. Fidel solo pretendía mantenernos unidos ante tan grave situación internacional, él sabía bien que la unidad era la única forma de sobrevivir. Hoy que ya no estás, ¿quién preguntará por la escuela a mis hijos o mis nietos? ¿Quién los alertará de las nuevas deserciones? ¿Quién les enseñará el camino futuro? Hoy, con un poco de más calma, luego de reponerme un tanto de tan duro golpe, creo comprender que nos toca a nosotros ocuparnos a partir de hoy, con su ejemplo y su enseñanza, ocuparnos y alertar a nuestros hijos y nietos. Gracias Comandante por prepararnos para el futuro… ¡Hasta la victoria siempre…!
 
Yoli González Trull
 
Al triunfo de la Revolución tenía seis años, mis hermanas cinco y tres. Vivíamos en Ecuador por el trabajo de mi padre en la FAO. Re­gre­sábamos a menudo a Cuba, Patria querida, donde mis abuelos vivían en un lugar mágico, un central azucarero, del lado de los jefes, aunque las incursiones en el barrio de los subalternos y al centro del pueblo eran visitas de inmenso interés. Mis abuelos tenían TV y parte de nuestras vacaciones era mirar muñequitos blanco y negro de los primeros de Walt Disney. En enero del 59 regresamos colándonos en un avión de emigrados políticos que mis padres atendían en Quito. Sorpresa en el central: no daban muñes, solo imágenes de los barbudos una y otra vez. Imágenes verde olivo en blanco y negro. Nos resignamos. Y un buen día mi hermana de cinco años dijo, «¡Cuando sea grande me casaré con ese!» Señalaba a Camilo. Nos miramos la más pequeña y yo. ¿Por qué no? Acto seguido la más chiquita dijo, «¡Yo me casaré con ese!» Mi hermana de cinco y yo nos miramos. ¿Y por qué no? Él es ex­tranjero y ella también ya que había nacido en Guayaquil. Era el Che. «¡¿Y yo?! ¿Con quién me voy a ca­sar?» Como era la mayor dije me casaría con el Jefe, con Fidel. Mis hermanas pegaron un grito, «¡No!» «¿Por qué?» «Porque Fidel es de TODOS». Me tuve que rendir y contentarme con casarme con Fidelito, que aparecía poco en las imágenes. Ese año no vimos muñequitos pero entendimos algo que todo el mundo aún no ha entendido. Por suerte, muchos ¡sí! Fidel es de todos y para todos. Fuimos las novias más felices del 59.