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La Casa Blanca no se fija en millones cuando se trata de derrocar a Fidel Castro

Fecha: 

17/07/2006

Fuente: 

Cubadebate

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Ochenta millones de dólares por aquí, otros 20 millones por allá, más 35 millones ‘corrientes’ y otros 8 millones. Con esa plata, la administración Bush quiere derribar al gobierno de Cuba. Son imbéciles y creen que el dinero lo puede todo.

Destruir la revolución cubana y asesinar a Fidel Castro ha sido el sueño de diez presidentes estadounidenses. El primero de la lista, el general Dwight Eisenhower, creyó que lo lograría fácilmente pero debió pasarle la posta a John Kennedy, quien avaló la derrotada invasión de Bahía Cochinos. Lo intentaron los siguientes ocupantes de la Casa Blanca: Lyndon Johnson, Richard Nixon, James Carter, Ronald Reagan, George H. Bush, William Clinton y George W. Bush. Ninguno de ellos pudo. El último de la serie está empeñado en lograr ese objetivo contrarrevolucionario antes de concluir su segundo mandato, un plus que tuvieron varios de sus antecesores y se quedaron con las manos vacías.

Fidel los sobrevivió a todos ellos. También a un escritor y periodista contemporáneo, Andrés Oppenheimer, del Nuevo Herald de Miami y ‘La Nación’, quien en 1993 publicó su best-seller ‘La hora final de Castro’ pronosticando su inmediata caída. Le pifió no por horas sino por trece años y todavía no hizo autocrítica.

En mayo de 2004 el texano formó una ‘Comisión de Asistencia a una Cuba Libre’ encabezada por el secretario de Estado Colin Powell y el secretario de vivienda, el cubano-americano Mel Martínez. El organismo fue dotado de un presupuesto de 27 millones de dólares anuales que el año pasado fue incrementado en varios millones más. Tanto dinero sirve para financiar la obsesión de tirar abajo el gobierno legítimo de la mayor de las Antillas. De esas partidas cobran los mal llamados disidentes que, a cambio de una paga de la Sección de Intereses de Norteamérica en La Habana (Sina) a cargo de Michael Parmly, actúan como agentes del imperio en una guerra contra su propio país.

En cualquier diccionario se denomina ‘mercenarios’ a quienes desempeñan esa función remunerada antipatriótica. El Departamento de Estado y su colateral Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en cambio, hablan de ‘disidentes’.

Dos años después del debut, el 10 de julio último, Condoleezza Rice y el secretario de Comercio, el cubano-americano Carlos Gutiérrez, presentaron la segunda edición del informe. La primera novedad fue el mayor monto afectado a anexionar Cuba: 80 millones de dólares para los años fiscales 2007 y 2008 (el primero comienza el 1 de octubre próximo). Habrá 20 millones extras a partir de 2009 y hasta que caiga el gobierno socialista.

Independientemente de esos fondos frescos, se mantienen los 35 millones destinados a las anticubanas radio y televisión ‘José Martí’, y otros 8 millones en programas de la Agencia norteamericana para el Desarrollo (USAID).

¿Qué financiarán con tan abultados presupuestos? La respuesta se puede deducir del otro cambio respecto a la versión original: ahora hay un capítulo secreto por razones de ‘seguridad nacional’.

Disparen contra Fidel

La ‘Comisión de Ayuda a una Cuba Libre’ tiene como coordinador a Caleb McCarry, el hombre del Departamento de Estado que en febrero de 2004 estuvo a cargo del golpe de Estado en Haití contra el presidente Jean-Bertrand Aristide. El 12 de julio el funcionario dijo a los periodistas en un hotel de Miami que ‘por cuestiones de seguridad nacional no me puedo referir a esta parte (secreta) del informe, espero que lo entiendan’.

Sí. Se entiende. En ese tramo invisible se hablará seguramente del incremento del pago a sus espías dentro y fuera de la isla, la financiación de actividades terroristas contra el turismo en La Habana y Varadero, el diseño de una posible invasión de marines y la política de asesinar a los dirigentes de la revolución cubana.

La CIA elaboró más de 600 planes para matar a Fidel Castro, que fracasaron. Ahora habrán pasado los deberes en limpio para lograr ese objetivo criminal con muchos responsables del partido y gobierno cubanos. Si los presos islámicos terminaron desaparecidos en Guantánamo, cabe deducir que el Pentágono -en sus elucubraciones de una victoria que no tendrá- llevará a los revolucionarios cubanos a prisiones ilegales en Alaska. Eso a quienes se salven de la muerte pues la mayoría será asesinada. Silvio Rodríguez, en ‘El necio’, ya cantó que a él los invasores le cortarán el badajo.

Pese a tener un segmento sumergido, el plan Bush no oculta para nada que su objetivo político es acabar con el gobierno de Cuba y, se puede deducir, idéntico destino aguarda a Hugo Chávez en Venezuela.

La secretaria Rice y el procónsul McCarry afirmaron que los cubanos pueden contar ‘con nuestra ayuda concreta para un gobierno de transición en la isla’. El mismo Bush, confirmando el sentido intervencionista de su programa, puntualizó en un comunicado oficial que lo planteado por la Comisión ‘demuestra que estamos trabajando activamente para un cambio en Cuba, no simplemente esperando el cambio’.

La acusación falaz de la Casa Blanca es que Castro tiene una agenda desestabilizadora de la región latinoamericana, implementada con el acuerdo y dinero de Chávez. La conclusión es obvia: Washington debe desembarazarse de ambos en nombre de la democracia y la convivencia.

Esa política no es nueva. Ya mencioné los intentos de matar al barbado comandante en jefe por parte del espionaje con sede en Langley, Virginia. Chávez se salvó raspando en abril de 2002, cuando un golpe proyanqui lo había sacado del Palacio de Miraflores.

Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, alertando contra el documento del imperio, lo comparó con el Mein Kampf de Adolf Hitler: ‘son los únicos ejemplos disponibles de planes para subyugar una nación anunciados públicamente’.

No subirán el Turquino

Alarcón puso énfasis en denunciar el flanco más vulnerable del programa estadounidense como es la intención de reforzar el bloqueo contra Cuba y afectar los programas de asistencia a la salud de ciudadanos latinoamericanos. Bush quiere interrumpir la ‘Misión Milagros’ donde Cuba y Venezuela se unen para operar de la vista a centenares de miles de personas de menores recursos. También se pretende interrumpir la fecunda labor de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) y otros emprendimientos solidarios por el estilo.

Todos los países que comercien con La Habana o intercambien medicinas, equipos o servicios médicos, serán punibles a las represalias estadounidenses. Venezuela, a la que se hacen nueve menciones expresas, podría sufrir el extremo de que la mafia cubano-americana de Miami la demande en virtud del Capítulo III de la Ley Helms-Burton de 1996. Esta sección permite accionar ante tribunales estadounidenses contra compañías de terceros países que comercien con instituciones isleñas afincadas en las ex empresas nacionalizadas luego de 1959.

Estas aberraciones del bloqueo norteamericano ya fueron condenadas catorce veces consecutivas en la Asamblea General de la ONU. La última vez en noviembre de 2005 por una mayoría de 182 votos contra 4 y una abstención.

Pero lo más importante es que las nuevas brutalidades enunciadas por la administración Bush van a despertar una mayor solidaridad con la pequeña nación afectada. Y no será -en la mayoría de las personas- una cuestión de afinidad ideológica con la revolución cubana, que también cuenta con el apoyo de sus amigos de siempre. En proporción serán más las adhesiones generadas por los sentimientos de la gente común, poco politizada. ¿De qué lado estarán los haitianos, bolivianos, guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses, etc? ¿Querrán que siga la Elam con más de 12.000 alumnos de medicina de condición humilde y las misiones de médicos cubanos en recónditos lugares de sus respectivos países? ¿O se inclinarán por el corte de esos servicios como quiere la ‘Comisión de Ayuda a Cuba Libre’? ¿Acaso los centenares de miles que recuperaron la visión tras ser operados de cataratas y otras limitaciones visuales, querrán volver a las tinieblas?

George Grayson, un catedrático sensato de Virginia, objetó el bloqueo: ‘es como escalar el Everest con patines de ruedas, es una política tonta’. Yo diría tonta y criminal.

Para capear posibles tormentas, los cubanos toman sus previsiones. Están saneando política e ideológicamente el Partido Comunista desde noviembre pasado, han hecho ejercicios militares de autodefensa en Pinar del Río y Guantánamo, y tres millones de estudiantes universitarios han pedido formación militar. El texano y sus marines no podrán escalar el Turquino, módica montaña en cotejo con el Himalaya, ni aunque vayan con todos los equipos en vez de patines de ruedas.