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La condenación que se nos pide

Fecha: 

05/03/1956

Fuente: 

Bohemia

En la sección En Cuba de la última revista Bohemia donde se narra el incidente ocurrido el pasado 2 de febrero en la reunión del Consejo Director Ortodoxo, hay un párrafo en el que se afirma que la explicación dada por el compañero Antonio López en la propia reunión, aclarando que el Movimiento 26 de Julio era ajeno por completo al problema surgido, no satisfizo a los presentes y que por tanto, «los dirigentes del Partido del Pueblo se consideraron con el derecho a esperar del propio Fidel Castro la condenación expresa de aquel atentado».

Por la veracidad y la atención que me merecen los juicios de la sección En Cuba de Bohemia, rompo el discreto silencio que he mantenido durante más de dos meses y cumplo con el penoso deber de entrar en aclaraciones que afectan a mis relaciones con hombres a quienes me unen largos años de compañerismo y el partido al que he dedicado mis mejores energías desde su fundación. Y esto por lo que atañe a la opinión pública y a la necesidad de situar las cosas en su lugar. No me creo, sin embargo, deudor de ninguna explicación para con los señores miembros del Consejo Director de la Ortodoxia, porque nadie está obligado a dar explicaciones sobre hechos en los que no le cabe la menor responsabilidad. Al fin y al cabo, dada la conducta que he mantenido siempre dentro del partido, mi modo de actuar abierto y franco, el respeto, la consideración, incluso la amistad personal con todos sus miembros sin excepción, ¿qué derecho tienen esos dirigentes –los que lo crean– a suponer que lo ocurrido obedeció a una consigna de nuestro movimiento y no merecerles por otra parte la menor consideración la palabra de un compañero abnegado y valioso que luchó en Bayamo el 26 de julio, que pasó dos años de exilio en México donde se le vio dormir en parques en pleno invierno y desmayar de hambre por no alargar la mano para mendigar limosna de los exiliados ricos, que en Cuba ha estado a la vanguardia de todas las manifestaciones callejeras de protesta cívica, sufriendo golpes y persecuciones casi a diario, que dedica las madrugadas a trabajar rudamente en el mercado de La Habana para sostener a su familia y a su padre que yace inválido en un hospital por grave enfermedad, y de día trabaja sin descanso por su patria, que es un ejemplo vivo de todos los idealismos y todos los sacrificios y tiene, por tanto, en un partido donde se aprecia el mérito verdadero, más derecho a hablar y a que se le escuche y a que se le crea, que muchos de los que allí creen cumplir sus deberes para con Cuba reuniéndose una vez al mes para emitir unas declaraciones intrascendentes dedicando el resto del tiempo a sus negocios, a sus profesiones y a sus muy particulares intereses?

¡Eso, en definitiva, es hacerse eco de las más bastardas acusaciones del régimen!

Hace mucho tiempo que nuestros enemigos, es decir, los enemigos de la revolución, los amigos encubiertos o declarados de la tiranía se esfuerzan en lanzar contra nosotros el estigma de gente vio-lenta y desenfrenada. Comenzó esa táctica el mismo día 26 de julio de 1953, acusándonos cínicamente de haber cometido actos inhumanos contra nuestros adversarios, siendo ellos los que en ese mismo instante asesinaban los prisioneros por docenas después de torturarlos salvajemente.

Mientras estuvimos presos y sin comunicación con el exterior durante casi dos años no pudieron lógicamente acusarnos de las trifulcas que se sucedían en el seno de la dirigencia ortodoxa, como en aquella ocasión en que reunidos Márquez Sterling y sus seguidores en la Artística Gallega para promover la asistencia del partido inscrito a las elecciones del 1 de noviembre, fue agredido con huevos y tomates por un grupo de inconformes. ¡Ah!, pero entonces se trataba de Márquez Sterling que mantenía un criterio distinto del grupo abstencionista algunos de ellos bazooqueros que han dado ya un asombroso viraje de 180 grados hacia las elecciones parciales. El grupo agredido ahora, quizás por los mismos inconformes que agredieron entonces a Márquez Sterling, no levantó su voz de indignada protesta ni hizo recaer estúpidas sospechas sobre nadie. Hoy a esos mismos afiliados del partido los califican de alcohólicos y desalmados.

La campaña difamatoria contra nosotros por parte del régimen, al que ahora tan torpemente le hacen el juego algunos de los que se califican de adversarios suyos, prosiguió con renovada intensidad a nuestra salida de las prisiones.

Viene Pardo Llada en viaje de descanso a México, tiene la gentileza de comunicarse conmigo, cambiamos impresiones largamente en presencia de su esposa y otros amigos, me expresa, incluso, su escepticismo respecto al Diálogo Cívico y el reconocimiento de las razones en que fundamos nuestra actitud de rebeldía, y los voceros del régimen temerosos tal vez de un acercamiento revolucionario entre el comentarista radial de mayor raiting en Cuba y el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, lanzan la versión infame de que su viaje obedecía al propósito de proponerme un regreso indecoroso a Cuba y en consecuencia yo lo había agredido con los puños. Tan absurdo, infundado y ridículo era todo aquello que no mereció a mi entender una aclaración pública.

Cuando avanzaron las gestiones de la mediación y se hizo inminente la reunión de los interesados en la misma, los comisionados de los partidos oposicionistas comenzaron a recibir cartas amenazadoras firmadas supuestamente por el ejecutivo del 26 de Julio; una de ellas, hoy en mi poder por cortesía de su destinatario, fue dirigida a René Fiallo, uno de los pocos que no se enriquecieron en el poder durante el régimen anterior y que, aunque de distinto modo de pensar políticamente, ha tenido para nuestros caídos y para nosotros frases de reconocimiento que mucho agradecemos. La carta lo calificaba de vulgar malversador, estaba redactada con frases recogidas de nuestros manifiestos, trataba de imitar nuestro estilo y, como es natural, iba escrita a máquina sin firma ológrafa alguna. Inmediatamente los voceros del régimen se dedicaron a agitar el fantasma del 26 de Julio contra los partidos políticos recomendándoles un inmediato arreglo electoral. Algunos comisionados asustadizos las tomaron en serio –¡mal andarían sus conciencias!–, y las famosas cartas apócrifas recibieron los honores de una discusión en el seno de la SAR. ¡Qué necesidad teníamos nosotros de amenazar a nadie con carticas privadas, si nuestros puntos de vista sobre la mediación y el concepto que tenemos de la componenda y de los componedores los hemos expresado reiteradamente en estas mismas páginas de Bohemia a la vista de cientos de miles de lectores y calzado con nuestro puño y letra!

Una joven estudiante es secuestrada, golpeada, torturada, abandonada en una carretera; un joven camagüeyano es secuestrado, quemado por los pies e igualmente abandonado en la ciudad de Florida. Pues bien: los voceros del régimen no vacilan en sugerir que es obra de los inconformes con la mediación. Como si las dictaduras no tuvieran antecedentes suficientes con la agresión a la Universidad del Aire, los golpes al periodista Mario Kuchilán, las quemaduras a otro periodista: Armando Hernández, la bomba que estalló en el vientre del obrero Mario Aróstegui, el palmacristi que les hizo ingerir Chaviano a los locutores de la CMKC, las torturas impublicables que le hicieron padecer al agente del periódico La Calle en Guantánamo, la desaparición de Narciso Fernández Báez, cuyos restos aún no se sabe dónde yacen, sin que a ningún mediador infortunado de última hora se le haya ocurrido reclamar su cadáver, e infinidad de tropelías más.

Soy, en cambio, incapaz de incurrir en la inmoralidad de afirmar o sugerir que los hechos ocurridos en la residencia del doctor Dorta Duque fuesen obra o inspiración de elementos gubernamentales. Y si nosotros hubiéramos promovido aquel incidente lamentable no vacilaríamos en proclamarlo públicamente, ya que siempre es más saludable y útil la conducta abierta y sincera que se responsabiliza con sus aciertos y con sus errores, que la infamia y la cobardía que se encierran en el subterfugio y la mentira. Cuando a mí se me detuvo en el Moncada, a pesar de que en aquellos momentos se nos calificaba de criminales de guerra y una inmensa parte del país estaba confundida, no vacilé en declarar resueltamente que asumía toda la responsabilidad de aquella acción. Si algo hemos combatido siempre es la hipocresía y el fariseísmo; si algo ha caracterizado siempre nuestro estilo es la franqueza con que nos expresamos y una incondicional devoción a la verdad.

Yo no puedo justificar de ningún modo a los que estropearon la residencia del doctor Dorta Duque e interrumpieron la asamblea en cuestión, pero me lo explico perfectamente: fue una acción espontánea y desorbitada de elementos de la masa no organizados por nadie. Ya se sabe cómo son las reacciones de los individuos cuando se reúnen en una multitud de este tipo en cualquier parte del mundo. No entienden más que cosas sencillas y claras. No entienden de análisis complicados sobre la conveniencia o no conveniencia estratégica de un diálogo con Anselmo Alliegro, Santiago Rey o Justo Luis del Pozo, ven en ello una traición y actúan en consecuencia. Que las multitudes son destructoras pero altamente morales, como dice Gustavo LeBon, lo demuestra lo ocurrido en la casa de Dorta Duque, donde lanzaron los cuadros sobre los reunidos, pero a nadie se le ha ocurrido decir que hubiesen robado un solo objeto.

Si esa masa llegó a tal grado de excitación que produjo un acto incivilizado no puede culpárseme a mí que desde hace dos meses no he producido una sola declaración pública. Cúlpese a la propia política ortodoxa, cúlpese al Consejo Director que apenas dos semanas antes adoptó un pronunciamiento radical oponiéndose a toda conversación con el régimen mientras prevaleciera el estado de opresión y de falta de garantías. Exigió siete puntos y no le concedieron ninguno. El estado de represión no cesó, lejos de ello se agudizó por días, surgieron los casos de Enélida González y José Carballo, se atropelló a los estudiantes de la Escuela de Comercio de Camagüey, se disolvió el acto conmemorativo al vil asesinato del limpio revolucionario Mitico Fernández, ciudadanos de todos los partidos fueron víctimas de agresiones en todas partes. Y en el instante en que la indignación del pueblo era mayor por estos hechos el Consejo Director del Partido del Pueblo, que había puesto sobre ascuas la sensibilidad pública, dio un viraje completo y se retractó de sus acuerdos. No discuto si era o no lo único que le quedaba por hacer en ese instante dada la apelación archidramática de Don Cosme y la situación de aislamiento en que amenazaba dejarlo la comparsa que lo acompaña en esta aventura, pero sí discuto el derecho que puedan tener los dirigentes de un partido para tomar acuerdos radicales y volver enseguida sobre sus pasos como una veleta que sin dirección propia gira hacia donde soplan los vientos del peor oportunismo político. Y si los toma y se retracta luego, jugueteando con los sentimientos de sus propias masas, no debe de culpar a nadie de las consecuencias de sus actos. Jamás he intentado presionar sobre ningún dirigente del partido, ni pública, ni privadamente, individualmente o conjuntamente, ni he creído que puedan dejarse intimidar. No deshonro a nadie, ni me deshonro a mí mismo con semejante procedimiento, que es propio de cobardes o quienes suponen cobardes a los demás. Numerosos hechos demuestran este pensamiento nuestro. Cuando las pugnas dentro de la juventud dieron lugar a una serie de conflictos, se cursó una directriz a nuestros militantes demandando que se evitasen a toda costa incidentes personales. Más adelante, con un esfuerzo sincero de parte y parte se superaron definitivamente todas las dificultades.

A raíz del último incidente ocurrido a Márquez Sterling a la salida de un programa televisado en CMQ, que también la prensa gubernamental nos quiso atribuir a nosotros, declaré inmediatamente por la revista Bohemia (versión del acto de Palm Garden): «Somos radicalmente contrarios a los métodos de violencia dirigidos hacia las personas de cualquier organización oposicionista que discrepen de nosotros y somos igualmente opuestos al terrorismo y al atentado personal».

Quien conozca lo más elemental de la idiosincrasia del pueblo cubano sabe que si es capaz de simpatizar con toda noble rebeldía, detesta con toda su alma la coacción y la agresión. Y después de tanta lucha por definir claramente nuestra posición al respecto, no podemos permitir que algunos dirigentes del propio partido para descargo de sus errores lancen imputaciones veladas e injustas contra el movimiento donde hoy militan, ¡dígase de una vez!, los verdaderos seguidores de las prédicas y del ejemplo de Eduardo Chibás, los que se han batido solos contra la maquinaria del régimen, los que solos están manteniendo una lucha desde hace cuatro años contra la dictadura y las camarillas políticas, los que nos hemos sentado en una misma mesa con los que anatematizamos ayer, los que no hemos pensado en sentarnos a parlamentar con los delegados de la tiranía, los que mantendremos nuestra postura mientras haya un hombre con decoro en la nación, sin que nadie pueda osar echárnoslo en cara, porque hemos seguido una línea recta y sin contradicciones.

La ortodoxia, en definitiva, quedará allí donde decenas de miles y miles de sus mejores afiliados vean que hay lealtad hacia los más puros principios de su gran fundador.

La verdadera ortodoxia histórica, los hombres como Luis Orlando Rodríguez, Juan Manuel Márquez, Rubén Acosta, Pastorita Núñez, Erasmo Gómez, Orlando Castro, Pepín Sánchez y otros de aquel puñado de fundadores que junto con Chibás salvaron el partido cuando los caciques provinciales quisieron llevarlo al tercer frente en coalición con Miguel Suárez y el Partido Demócrata, estarán junto a nuestra línea revolucionaria. En aquella ocasión los afiliados del partido, congregados en torno a los locales de reunión, hicieron también oír junto a Eduardo Chibás sus voces de protesta. ¿Qué hicieron entonces algunos de los que hoy son promotores de la mediación? Abandonaron la organización, dejaron solo a Chibás en los momentos más decisivos de su vida pública y se fueron a figurar de candidatos a gobernadores y senadores en las filas del Partido Liberal. ¿Quién puede asegurar que la obsesión por la senaduría no ande esta vez también de por medio?

¿Qué puede salir de la casa de la cultura en el mejor de los casos? Unas elecciones presididas por Batista y su séquito de generales de horca y cuchillo, el olvido de todos los asesinatos, la convalidación de todas las fortunas mal habidas, el derecho de Batista a dar cuantos golpes de estado y bravas electorales le venga en ganas, frente a un manojo de camarillas imponentes, y el beso de Judas sobre un montón de sangre y de cieno. Si la dirigencia ortodoxa no tenía fe en ese diálogo, cuyo resultado no puede ser otro, ¿por qué no haberlo declarado valientemente desde el primer instante? ¿Por qué asistir a la comedia como llevados de remolque por el narigón, juguetes de los más bastardos intereses políticos, ajenos por completo a la gran misión histórica que está por cumplir? ¿Por qué se dejó enredar en las mallas que le tejieron sus adversarios? ¿Por qué no adoptó audazmente una política propia? ¿Por qué nos dejó solos antes del 26 de julio? ¿Por qué nos deja solos hoy? ¿Por qué los que se gastaron más de $100 000.00 en reorganizaciones políticas y en campañas para representantes y alcaldes, cuando llegó la hora de demostrar que de verdad se era puro y abnegado como se proclamaba en la tribuna, cuando llegó el momento de evidenciar que eran capaces de hacer sacrificios por Cuba, del mismo modo que solicitaban el voto de sus conciudadanos y le exigían los mayores sacrificios, no han estado dispuestos a dar un mísero centavo para libertar a su patria de la miseria, del hambre, de la tiranía y de la deshonra? ¡Qué diferente de los afiliados, los que no aspiraron nunca a representantes ni a senadores! Ahí está la prueba irrebatible de su generosidad y adhesión a nuestra causa en las decenas de miles de pesos que se están reuniendo, centavo a centavo, donados por manos humildes para preparar la gran lucha de redención definitiva, consagrando como hermosa realidad la fe que pusimos en las virtudes de nuestro pueblo.

Me dolería profundamente un rompimiento entre la dirigencia del partido y su ala revolucionaria, constituida por el Movimiento 26 de Julio, entre otras razones, porque albergo grandes simpatías por Raúl Chibás, porque quiero a Conte, porque siento sincerísimo afecto, que sabré guardar en cualquier circunstancia, por José Manuel Gutiérrez, por Pelayo Cuervo, por Agramonte, Carone, Bisbé y otros muchos. Y lo que con más vehemencia deseo es que nos unamos en la línea que ha demostrado ser la justa y acertada; que juntos hagamos el esfuerzo, que juntos libremos al país de esta vergonzosa situación; que juntos gobernemos mañana la república; los técnicos en sus puestos, los hombres de lucha y de acción en los suyos.

Hoy me defiendo de una imputación injusta, de una sospecha inmerecida, de una actitud por parte de algunos dirigentes del partido que ponen en entredicho nuestra conducta ante la opinión pública. Baste decir a modo de epílogo para terminar esta enojosa aclaración que el joven Jorge Barroso, lesionado en la agresión del día 23 en la residencia del doctor Dorta Duque es un viejo compañero de estudios y de lucha del que esto escribe y miembro estimado de nuestro movimiento, que el 7 de diciembre compartió con nosotros el acto de la emigración en Cayo Hueso; como lo era también Raúl Cervantes, responsable de finanzas del movimiento en la ciudad de Ciego de Ávila, que antes de expirar me hizo el altísimo honor de enviarme su pluma a través de sus familiares y un mensaje donde expresaba que iba a reunirse gustoso con los compañeros caídos, porque tenía fe absoluta en el triunfo definitivo de nuestros ideales.

Al pueblo de Cuba, la satisfacción de poder expresarle que no está lejano el día en que cumpliremos nuestra palabra.

Y si algún compañero del partido dudase todavía de la sinceridad con que escribo estas declaraciones, tiempo tendrá de comprobar que el Movimiento Revolucionario 26 de Julio se organizó para combatir de frente a un régimen que posee tanques, cañones, aviones de propulsión, bombas de napalm y armas modernas de todas clases, y no para agredir tranquilas mansiones donde se reúna a un grupo de indefensos ciudadanos.