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Los hijos y héroes de una madre

Esther Montes de Oca junto a sus hijos Sergio y Luis. / Foto: Juventud Rebelde
Esther Montes de Oca junto a sus hijos Sergio y Luis. / Foto: Juventud Rebelde

Fecha: 

07/05/2021

Fuente: 

Equipo Editorial Fidel Soldado de las Ideas

Autor: 

Como madre que espera el regreso de sus hijos para ser feliz plenamente, solía vérsele sentada en el portal de su casa, en la calle principal del municipio pinareño de San Juan y Martínez. El mismo lugar al que salió aquel 13 de agosto de 1957, al escuchar los disparos y la agitación de la muchedumbre.

Cuentan los más cercanos a Esther, que desde el principio supo que sus muchachos estaban implicados en el hecho, porque antes le habían dicho que algún día estaría orgullosa de ellos.

A solo unas cuadras del hogar, yacían los cuerpos de sus dos y únicos hijos: Luis Rodolfo y Sergio Enrique Saíz Montes de Oca. Cuando los vio con sus propios ojos, el mundo se le derrumbó encima…

Pero recogió sus pedazos de madre y en la propia saleta del hogar los honró revolucionariamente. Luego llevó sus retoños al lugar de descanso. Y tras traerlos inmortalizados en el alma y la memoria, junto a su esposo, el juez, Luis Rodolfo Saíz, guerreó porque se les hiciera justicia.

La carta enviada por Esther Montes de Oca al director de Radio Continental, en Venezuela, en el mes de agosto de 1958, devela la grandeza y valía de esta madre en Revolución. Un mensaje además, de declaración de lucha contra la dictadura batistiana y apoyo a la causa de los Rebeldes.

“(…) Mi carta no es una queja; la queja deshonra: es el grito de angustia de una madre que como muchas en Cuba, hemos visto cómo el abuso del poder y de la fuerza privan de la vida en el comienzo de la misma, nuestros más preciados y caros ensueños que son: nuestros hijos, aquellos que criamos y educamos para que fueran útiles a la sociedad y a la patria, aquellos que criamos y educamos para que fueran hombres dignos (…)

Yo sé que el pueblo de Cuba sabe cómo fueron asesinados mis dos únicos hijos, porque a pesar de la dura mordaza de la prensa, la verdad espantada de sí misma saltó murallas, venció obstáculos y se hizo valer sobre el vejaminoso y frío parte oficial, que decía poco más o menos: En el pueblo de San Juan y Martínez, fueron muertos al repeler una agresión hecha por la fuerza pública, dos sujetos, que resultaron ser vecinos de aquel lugar (…)

¡No!, mis hijos no eran dos sujetos que agredieron a la fuerza pública, jamás usaron armas, un asesino a sueldo cumplió con ellos una seca orden que se tradujo en dos cortantes disparos que atravesaron sus corazones (…)

De sus virtudes no he de hablar, para las madres todos los hijos son buenos. De ellos más bien pudieran dar fe, sus maestros, sus amigos y compañeros, sus profesores del Instituto de Pinar del Río y de la Universidad Nacional (…)

Esos eran mis hijos, niños si se quiere, en el orden cronológico, pero hombres dignos en su manera de pensar y actuar que se irguieron verticales en la vida, como lo hicieron ante la muerte (…)

El nombre de sus asesinos materiales e intelectuales, no he de mencionarlo, me parece que mancharía el papel en que escribo: el pueblo los conoce; como se conocen ellos mismos.

Pero sí he de escribir, que no importa que para besarlos como miles de madres cubanas, tenga que hacerlo a través del frío mármol de la tumba; que no importa que en mi hogar sus camas estén vacías, esperando por los que jamás han de volver físicamente; que no importa que la noche más larga y negra haya caído sobre nuestras vidas.

¡No! Porque aún así, en esta ruina humana en que el dolor y la desgracia nos han convertido, por la maldad, la envidia y el salvajismo de los hombres, habrá como en las minas viejas, en su padre y en mí, una veta que explotar, y esta será de fortaleza y valor para poder luchar, vivir, y… esperar que la luz se haga en el horizonte de mi patria, que la libertad y la justicia sean una realidad tangible… entonces, el sacrificio de mis hijos no habrá sido inútil.

Mientras tanto, no dejaré que el dolor me amilane, viviré, no feliz, pero sí orgullosa, más orgullosa aún que antes, de ser la madre de Luis y Sergio”.

Amó entonces Esther a todos los jóvenes cubanos, que llegaban a su hogar, -convertido en Museo Casa-, para escucharle hablar de sus muchachos o a celebrar su cumpleaños el 7 de agosto.

Sobrevivió año tras año, a los pesares del alma y del cuerpo. Quiso vivir. Llegó a los 105. Pero madre al fin, un día, el 17 de abril de 2016, no aguantó más y salió tras sus dos ensueños; sin percatarse, que era un viaje sin retorno.