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Médicos cubanos en la Grand'Anse

Fecha: 

05/02/2011

Fuente: 

Periódico Granma
Haití en la lengua indígena taína significa "tierra montañosa" y no existe mejor lugar que encarne esa expresión que la empobrecida Grand’Anse (suroeste de la nación), asiento de impresionantes elevaciones, cuyos profundos barrancos y laderas de muy difícil acceso, se caracterizan por la inexistencia o peligrosidad de los caminos.

Médicos cubanos atienden a niños haitianos contagiados en el centro de tratamiento del cólera de Anse du Hainault, en la Grand’Anse.Su capital es Jérémie, una hermosa ciudad colonial frente al mar, a la que se llega por la siempre arriesgada carretera Les Cayes-Camp Perrin-Jérémie, ahora en reconstrucción capital.

En la Grand’Anse el verde de su floresta y su suave clima tropical hipnotizan a los visitantes.

Pero viajar a ese intrincado departamento, el octavo por extensión territorial del país, es visitar una de las regiones haitianas más atrasadas económica y socialmente, en donde lugareños de magro aspecto viven en ruinosas kay (casa, en creole), especie de chabolas fabricadas de barro y otros frágiles materiales, dedicados a la producción artesanal de carbón, la agricultura de subsistencia, la pesca, recolección de frutales, junto al comercio informal de los marché (mercados).

Hasta allí también se extendió el manto letal del cólera.

Es un hecho que en Haití han disminuido el número de casos y la letalidad de la enfermedad provocada por el Vibrio cholerae (se contabilizan según el último parte más de 216 000 contagiados, de ellos 4 131 muertos, y 1,91% de mortalidad), pero la epidemia no ha concluido y la transmisión continúa.

La Grand’Anse es una de las regiones con las mayores tasas de fallecidos por cólera (el segundo entre los diez departamentos del país), con 639 haitianos hasta el presente.

Allí la Brigada Médica cubana, reforzada por el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve, atiende diez centros y unidades de tratamiento, contribuyendo a cortarle el paso a la epidemia.

La doctora bayamesa Dalgis Villavicencio Ricard, al frente del colectivo, explica a Granma que casi un centenar de cooperantes, incluidos jóvenes de Perú, México, Argentina, Ecuador y Honduras, graduados de la Escuela Latinoamericana de Medicina, no reparan sacrificios personales para devolverle sosiego a la humilde familia de la Grand’Anse.

Esta enérgica mujer, de aparente fragilidad, manifiesta que nuestros brigadistas han atendido, desde finales de noviembre hasta el pasado martes, a 3 881 personas, con una bajísima letalidad de 0,1%. "Ha sido un enorme trabajo en conjunto por la vida de este pueblo", afirma.

La doctora Villavicencio Ricard menciona en particular la gran utilidad demostrada en el terreno por los tres grupos de pesquisa activa con que cuentan, desplegados en las zonas más intrincadas de la Grand’Anse para buscar a los pacientes de cólera en las paupérrimas kay, evitar que mueran, brindar educación para la salud sobre cómo enfrentar el mal e informar medidas higiénico-sanitarias imprescindibles, que permitan cortar la transmisión.

Muchos lugareños se han quedado sorprendidos de que por primera vez los visiten galenos y se preocupen por su salud, entregándoles, además, medicamentos donados gratuitamente.

Pero estas manos amigas también atienden otras dolencias centenarias en la Grand’Anse, como relatan las rehabilitadoras granmenses María Magdalena Moreno Gallardo, de Niquero, y Migdalia Bárbara Licea Vargas, de Manzanillo, quienes en el hospital departamental de Saint Antoine de Jérémie lograron que el niño Letuan, de cinco añitos, con hemiplejia derecha de su cuerpo, volviera a caminar gracias al empleo de la magnoterapia, corrientes estimulantes y la quinesioterapia (ejercicios).

O la historia "de película" del doctor Romel Hernández Frómeta, de Guantánamo, quien extirpó a Harry Casaeunever nada menos que un lipoma gigante de 4,5 kilogramos que llevaba en su muslo izquierdo desde hacía más de tres décadas.

Y es que la Brigada Médica cubana trabaja día a día con mucha ternura en la Grand’Anse, donde devuelve vida y es retribuida con un afecto verdadero.