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Médicos cubanos: razones y no palabras

Antes de que llegara la COVID-19, más de 28 000 médicos cubanos colaboraban en 59 países. Otras 26 brigadas se sumaron luego, para ayudar a enfrentar la enfermedad. Foto: Juvenal Balán
Antes de que llegara la COVID-19, más de 28 000 médicos cubanos colaboraban en 59 países. Otras 26 brigadas se sumaron luego, para ayudar a enfrentar la enfermedad. Foto: Juvenal Balán

Fecha: 

25/05/2020

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

En todos los países en los que están, pueden venir o van a llegar médicos cubanos por acuerdos intergubernamentales, se repite en las redes sociales el mismo coro de voces conservadoras e intolerantes y de «trolls» anónimos que, iracundos, se pronuncian en contra. Y está pasando en el Perú desde que se anunció oficialmente la firma de un convenio para recibir a esos cooperantes.         
 
Los argumentos son los mismos usados en todos esos países: citas de Oppenheimer, acusaciones de esclavismo, cuestionamientos a la calidad de la Medicina y de los galenos de la Isla (una locura, a decir de estadísticas, logros científicos, nivel de atención, y pregunten por el nivel de los numerosos peruanos que estudiaron la profesión en Cuba), amén de denuncias de que son espías o instructores de terroristas. La similitud de los ataques responde, evidentemente, a un guion que a diario repite también la voa (radio y tv oficial de Estados Unidos) y su subproducto «TV Martí» (que indigna a los cubanos por usar indebidamente el nombre de su Héroe Nacional).
 
También es coincidente el argumento de que esos colaboradores no son necesarios, porque en el Perú hay médicos bien preparados. Y esto último es cierto. Entre paréntesis: En una oportunidad, con un grupo de periodistas peruanos visitamos a los estudiantes latinoamericanos de Medicina en La Habana, y lo primero que nos dijo el Decano fue que esos chicos eran los mejores estudiantes. El problema actual es que no hay suficientes y el Colegio Médico ha pedido reiteradamente contratar más médicos, porque un tercio de los que trabajan en el sistema de Salud estaban contagiados o impedidos de laborar por pertenecer a grupos de riesgo. Y lo que necesitan no es recién graduados, sino profesionales con experiencia, no importa que sean extranjeros.
 
Esa es la primera razón por la que es conveniente la presencia de los de la Mayor de las Antillas.  Tienen una experiencia de décadas –su primera brigada colaboró en Argel, en 1963– en situaciones de epidemias y otras catástrofes en muchos países, con tal éxito y reconocimiento, que recientemente se les ha propuesto para el próximo Premio Nobel de la Paz.
 
Los detractores, motivados por razones evidentemente ideológicas, que no caben en una situación de grave emergencia como la que vive el Perú, obvian mencionar que actualmente, combatiendo la covid-19, hay 26 brigadas con 2 500 cooperantes del contingente Henry Reeve, especializado en atención en zonas de desastre, en 24 países del mundo, con gobiernos de diverso signo, y en todos los casos hay elogios al trabajo que realizan.
 
Esas brigadas se suman a otros 28 000 que colaboran en 59 países en los que ya estaban cuando llegó la
covid-19. Decenas de otros países piden su presencia.
 
Afirman falsamente que los han echado de Italia, donde Lombardía les tributó honores y gratitud por su magnífico trabajo en ese territorio, el de mayor número de contagios en aquel país. La ministra italiana de la Administración Pública, Fabiona Dadone, calificó su labor como ejemplo de colaboración y solidaridad.
 
En África no dudaron en exponer sus vidas y frenaron al Ébola, a pedido del entonces secretario general de la onu, Ban Ki-moon. El expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, apoyó la operación y elogió la actuación de los cubanos.
 
También usan como argumento el retiro de los galenos de la Isla de Brasil, Bolivia y Ecuador, de donde salieron exclusivamente por razones políticas de gobiernos de extrema derecha, aliados de Estados Unidos. Ni siquiera Temer (de derecha) se animó a retirarlos de Brasil, y Cuba respetó esa decisión, más allá de las diferencias. Tuvo que llegar el extremista Bolsonaro para ordenar su salida.
 
Funcionarios de la embajada estadounidense asistieron, desde un automóvil, al saqueo de la clínica de la cooperación cubana en La Paz, tras el golpe de Estado contra Evo Morales.
 
Llaman esclavismo al trabajo de profesionales que, formados en el humanismo y la solidaridad, consideran normal que el Estado destine parte de la compensación económica recibida, a la mantención del sistema de Salud de su país, afectado por un bloqueo que, además, le impide acceso a importantes equipos y medicamentos.
 
Y los que hablan de esclavismo jamás dicen una palabra de los services o la llamada tercerización de servicios, modalidad en la que el patrón se queda y lucra con la mayor parte de lo que el contratante paga por cada trabajador.
 
Los odiadores obvian mencionar cómo les fue a los pueblos peruanos que hace medio siglo contaron con esa solidaridad, desde que la primera brigada de la Isla llegó a asistir a los afectados por el terremoto del 31 de mayo de 1970, y que, además, construyeron y dejaron como legado cinco hospitales en diversas localidades.
 
Tampoco quieren que se recuerde que, en los años 90 del siglo pasado, un equipo de especialistas cubanos llegó al Perú a asesorar la lucha contra la epidemia de cólera, y no se les ocurre preguntar qué opina el pueblo de Pisco  sobre los doctores y enfermeras tras el terremoto de 2007. Dejaron como donación un hospital de campaña con equipos e instrumental.
 
Más fresco aún está el recuerdo para Piura, adonde llegaron brigadistas cubanos en 2017 a asistir a la población afectada por las inundaciones y las enfermedades propiciadas por estas y por el calor reinante.
 
Y pregunten por qué el anunciado convenio para una nueva presencia solidaria se originó en pedidos de más de la mitad de los gobiernos regionales peruanos, que saben del prestigio de la Isla.
 
Finalmente, unas líneas para la absurda acusación de que el Gobierno de Cuba envía a diversos países misiones médicas y deja desprotegidos a los suyos ante el coronavirus.    Basta mirar las cifras que ha logrado, con su plan de enfrentamiento a la pandemia, y se encontrarán razones, no palabras. El resto, como dice la frase, es silencio o, peor aún, ruido maloliente.