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¿Quién tiró la primera piedra?

Fecha: 

20/07/2021

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Corre tanta plata en la campaña contra Cuba, que ni los «grandes medios» se esconden para mentir descaradamente. En la mitad superior de la foto, Fox News Channel usa imágenes de revolucionarios (como se ve abajo) en las calles, y difumina sus carteles, para hacerlos pasar por manifestantes.  
 
Dijeron que Raúl huyó, que Camagüey fue tomado y secuestrado el Primer Secretario del Partido allí, que el Viceministro del Interior renunció, que las calles están llenas de muertos y, por decir y mentir, hasta mostraron Alejandría y Buenos Aires como si fueran La Habana.
 
Lo más probable es que sigan diciendo, porque esa ha sido una de sus armas más recurrentes, desde que intentaron enaltecer los «valores humanos» de Sosa Blanco, presentaron a los alzados del Escambray como defensores del pueblo y no como vulgares terroristas, o fabricaron aquel compendio insuperable de desinformación en los días de Playa Girón, cuando, según versiones de agencias de prensa, las fuerzas invasoras tomaron Pinar del Río y la Isla de Pinos, Fidel se dio a la fuga y Raúl fue capturado, el Habana Libre fue destrozado por los bombardeos y «el puerto de Bayamo quedó totalmente aislado».
 
De todo cuanto han dicho por estos días, sin embargo, existe un mentís que, por su carácter perverso, por su oportunismo y por su connotación, pudiera superar a los anteriores: vincular la violencia originada en nuestros pueblos y ciudades con el legítimo llamado que hiciera a los revolucionarios el Primer Secretario del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de salir a las calles a defender el país frente a lo que estaba ocurriendo.
 
Ahora mismo constituye una obviedad preguntar quién tiró la primera piedra el domingo 11 de julio, si en este mismo periódico, en el Noticiero Nacional de la Televisión, y prácticamente en todo el sistema de medios públicos de la Isla se ha denunciado que cada lanzamiento, cada cristal, cada hecho, tiene un precio –a veces reconocido por boca de los instigadores o los propios ejecutores–, más cuando se trata para ellos de objetivos priorizados, como las tiendas que venden en divisas o las estaciones de la Policía Nacional Revolucionaria, por ejemplo.
 
LOS HECHOS HABLAN
 
Por las evidencias reunidas, muchas grabadas y hasta transmitidas en vivo, el primer acto vandálico de ese día ocurrió cinco horas y diez minutos antes de que Díaz-Canel iniciara la comparecencia televisiva en la que informó de la grave situación que ocurría.
 
En otras palabras, cuando sobre las 4:20 p.m. del domingo el Jefe de Estado llamó al pueblo a defender el país en las calles frente al caos que se trataba de imponer –como se sabe ahora, resultado de una operación político-comunicacional gestada y comandada desde la Florida, con mucho dinero de por medio–, ya las piedras y los cristales volaban desde hacía rato por los aires.
 
El comentarista Humberto López, en su espacio habitual del Noticiero de la Televisión Cubana, realizó un detallado análisis del modo en que fueron sucediendo los hechos vandálicos, en particular contra las tiendas de las cadenas Cimex y Caribe.
 
Según este informe, la primera de las unidades apedreadas fue El Renacer, del municipio de Boyeros, en La Habana, a las 10:50 a.m., y, consecutivamente, ocurrieron actos similares hasta sumar 44 los centros atacados, 19 antes de las cuatro de la tarde, diez en la media hora que duró la comparecencia de Díaz-Canel, y otros 15 después de esta.
 
Solo entre las 3:00 p.m. y las 4:30 p.m., un total de 22 comercios, sobre todo de Matanzas y Mayabeque, pero también de Artemisa, Granma y Holguín, aunque en menor medida, resultaron apedreados, y muchos de ellos saqueados y semidestruidos.
 
Resulta comprensible que los financistas de la operación, los instigadores acomodados detrás de sus ordenadores o los vándalos que hacían y deshacían sin el menor recato, a la luz del día y frente a las cámaras de los móviles, no necesitaban para nada al pueblo en las calles ni el restablecimiento del orden.
 
Quien tenga sobre sus hombros la seguridad de un país, también dispone de las herramientas para preservarla y, en tal sentido, el Artículo 4 de la Carta Magna, refrendada por abrumadora mayoría de los cubanos, no deja espacios para dudas o malos entendidos:
 
«La defensa de la patria socialista es el más grande honor y el deber supremo de cada cubano.
 
«La traición a la patria es el más grave de los crímenes, quien la comete está sujeto a las más severas sanciones.
 
«El sistema socialista que refrenda esta Constitución, es irrevocable.
 
 «Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución».
 
La idea –alimentada desde el odio de las redes y los medios que nos adversan–, de que fue el Presidente quien incentivó la violencia, se desvanece ante los llamados a la inclusión y a la unidad nacional por encima de todo, constatables en cada discurso suyo desde que asumiera la dirección del país (léanse los pronunciados en los periodos de sesiones de la Asamblea Nacional, los Congresos de la Uneac y el Partido, y sus palabras el pasado sábado en La Piragua).
 
«Podremos desmontar las llamadas fake news –dijo en este último sitio–, desmenuzar las mentiras, mostrar cómo se fabricó toda la falsa realidad de Cuba en escenarios virtuales, pero ya han causado un daño inconmensurable al alma nacional, que tiene entre sus valores más sagrados la tranquilidad ciudadana, la convivencia, la solidaridad y la unidad».
 
Hay espacio en nuestro país para el debate y las diferencias de todo tipo –las políticas incluidas–, lo que no resulta ético ni tampoco permisible es pretender resolverlas con el imperio de la ley de la selva, la bajeza o la puñalada por la espalda, o mezclándose con los perpetradores de actos tan incivilizados como la agresión con piedras al pediátrico de Cárdenas, con pacientes, acompañantes y personal médico en su interior.
 
LA DOCTRINA DE LA OLLA DE PRESIÓN
 
Cuba reconoce sus carencias: faltan medicamentos e insumos sanitarios, alimentos, combustibles, y por esos días también se produjeron averías que afectaron el suministro eléctrico a la población, algo que milagrosamente había podido evitarse a lo largo de la pandemia.
 
Josep Borrell, un político español con evidentes discrepancias ideológicas con la Revolución, ahora mismo Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, reconocía que todas estas limitaciones económicas son hijas, en primer lugar, de la política de bloqueo que Estados Unidos mantiene sobre la Isla, a contracorriente de la comunidad de naciones.
 
No resulta descubrimiento alguno ni un aporte a los estudios sociales identificar que la doctrina de olla de presión, que las sucesivas administraciones de EE. UU. han asumido como política de Estado, y que por más de 60 años viene aplastando a los cubanos –a lo que ahora se ha sumado la crisis de la pandemia por más de 16 meses–, constituye caldo de cultivo para el descontento entre sectores no despreciables de la población.
 
Justamente eso, y no otra cosa, es lo que ha aprovechado el coro de odiadores viscerales, sicarios mediáticos y esa claque moderna que Abel Prieto define como «fascismo con chusmería».
 
Una de ellos, desesperada por incendiar el país en el que no vive y al que, obviamente, no quiere pertenecer, vocifera su delito a la vista de todos: «Bueno, lo que necesito es que te caigas a golpes y hagas un video y digas que fue la Policía (…). Y si le caes a pedradas al policía y lo grabas, te voy a hacer llegar 100 MLC (…). Y si golpeas a un niño, que se le vean marcas y subes un video diciendo que fue un policía, te daré 200».
 
A lo mejor ella encuentra al verdugo desalmado que busca rabiosamente en las redes, a lo mejor logra engullirse la tajada que de seguro le toca por un oficio tan ruin, a lo mejor cualquier día vemos cómo se desmonta la película que ahora mismo está procurando grabar, cuyo guion, como se aprecia, es casi un
remake, corta y pega de aquellas versiones en las que se glorificaba a los bandidos del Escambray, se tomaba la ciudad de Pinar del Río y se le ponía sitio «al puerto de Bayamo».