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Sartre y Fidel Castro

Fecha: 

16/08/2008

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El nacimiento de Jean-Paul Sartre cumplió su primer centenario el pasado 21 de junio. Con ese motivo se realizaron numerosas conferencias y charlas en todo el mundo. Uno de los hechos rememorados fue la entrevista que sostuviera con Fidel Castro durante la visita que realizara a Cuba en 1960.  

El encuentro tuvo lugar en una laguna, denominada del Tesoro, en medio de la Ciénaga de Zapata, al sur de Cuba. Allí existían unas rústicas instalaciones en un sitio de descanso, dispuesto entre lodazales y cocodrilos. Los acompañé en esa histórica entrevista y por eso puedo referir ahora su contenido.

Dormíamos hacinados  en una barraca amoblada con literas militares. Era más cuartel que villa de descanso, pero Sartre se puso a escribir apenas llegamos, en un rincón de uno de los cobertizos. Nunca he olvidado su disposición para el trabajo intelectual. Pese al calor agobiante del día, al sudor mezclado a cieno que nos cubría, a la fatiga de las jornadas interminables, Sartre abría un largo libro de contable, con hojas cuadriculadas,  donde anotaba sus impresiones del día, sin quitarse siquiera su negra chaqueta de sepulturero.

Observé, con estupor, su camisa blanca, enrojecida de fango reseco, y su corbata anudada con el esmero de quien se dispone a asistir a un banquete oficial. Más parecía un minero en faena que un intelectual. Mientras todos los demás nos quedábamos en ropa holgada, intentábamos sacudir el agotamiento generado por nuestro itinerario, Sartre escribía como si se hallase en la Biblioteca Nacional de Francia. Se mostró indiferente a las adversidades de su entorno, al calor, los mosquitos, las incomodidades de su cama, el zarandeo de los transportes rústicos, las largas y fatigantes jornadas.
Ya en la noche nos refugiamos en otra barraca, dispuesta para comedor, y hablamos hasta la madrugada. Durante nuestra excursión previa, en cada parada se  le había solicitado algo a Fidel Castro, más tierras, tractores, subsidios, escuelas, viviendas. Era evidente: las demandas excedían la capacidad del Estado para satisfacerlas. La Revolución había despertado las necesidades latentes desde mucho tiempo antes, pero no disponía de recursos para calmar tanto apetito.

Fidel Castro dijo que se ofrecería a las mayorías populares beneficios inmediatos. Las Leyes Revolucionarias, dictadas una tras otra, conquistaron de entrada el enorme apoyo popular, del cual entonces disponía la Revolución. "¿Y si le pidieran la luna?", preguntó Sartre a Fidel, quien hizo una pausa, miró por la ventana abierta hacia la neblina en la laguna y le respondió: "Si me pidieran la luna es que estaban necesitándola y habría que dársela. Todo lo que piden, sea lo que sea, tienen derecho a obtenerlo". Sartre concluyó: “el único humanismo posible se basa en la necesidad”.

Sartre indagó sobre las condiciones determinantes en la derrota del ejército de Batista. Fidel le explicó cómo rechazó la idea de algunos revolucionarios de conspirar con las fuerzas armadas. La lectura de "La técnica del golpe de estado" de Curzio Malaparte, dijo, aparte de ser un texto históricamente falso, hizo mucho daño entre los insurgentes cubanos.

En Cuba se creía en  las confabulaciones  con o sin el ejército, pero nunca contra el ejército. Con el concurso de los institutos armados, estimaba Fidel,  no podía hacerse una revolución profunda, por eso él fue muy cuidadoso para evitar un golpe de estado. De haberse consolidado la conspiración del general Cantillo, quien había propuesto una especie de golpe de estado para asegurar la continuidad del batistato sin Batista,  habría sido necesario continuar la lucha. 

Sartre entró, entonces, en un difícil tema. Todas las revoluciones, tarde o temprano, habían devorado a sus hijos, incurrieron en el terror como manera de sobrevivencia. Robespierre, Saint Just, Maquiavelo, Trotski, señalaron la violencia como un recurso para conservar el poder cuando este comienza a debilitarse como consecuencia de las acciones contrarrevolucionarias y de la acción pendular de la opinión pública.   ¿Cómo podía evitarse en Cuba?
Fidel le respondió su rechazo a los procedimientos coactivos y su fe en los persuasivos. La mejor manera de entenderse con el pueblo era usando la razón y la lógica. Eso explicaba sus largos discursos, minuciosos y didácticos, de aquellos tiempos. Fidel confiaba en un aumento de la cultura popular, con el cursar de los años,  y con ello crecería  la capacidad de comprensión de las masas, así se lograrían mejores resultados de los objetivos planteados por  la Revolución sin recurrir a imposiciones. Sartre, se mostró complacido con la respuesta: no debía sacrificarse una generación por otra.

Tras aquellos días Sartre publicó una serie de artículos en el diario France Soir, entonces el de mayor circulación en Francia, y los recogió en un libro que tituló Huracán sobre el azúcar. Allí acuñó su fórmula de la “democracia directa” como una explicación de lo que entonces estaba sucediendo en Cuba. Su visita dejó un saldo provechoso de solidaridad y conquistó simpatías en un momento en que los más siniestros peligros comenzaban a erguirse contra la naciente Revolución.