Artículos

Un sueño de los libertadores

Fecha: 

08/01/2013

Fuente: 

Diario Juventud Rebelde
La Primera Ley de Reforma Agraria, firmada por Fidel el 17 de mayo de 1959, desencadenó transformaciones estructurales en la agricultura cubana e impulsó el destino del país por el camino de la justicia social y el socialismo.

Antes del triunfo revolucionario las tierras cubanas cultivables estaban en muy pocas manos, mientras la mayoría de los que la trabajaban no tenían la propiedad de sus parcelas, otros carecían de empleo u obtenían bajos salarios, y el resto vivía en condiciones muy precarias. Ese sistema no era ignorado por las instituciones gobernantes, pero entre estas no existía la voluntad de resolver el problema.

La Constitución de 1940, una de las más avanzadas para su época, recogió en su artículo 90 la proscripción del latifundio, pero consideraba para los efectos de su aplicación que sería una ley posterior la que fijara el máximo de extensión. Esto la convirtió en letra muerta, pues nada se hizo, solo hablar en los programas gubernamentales de una reforma agraria y dictar medidas superficiales para ganar los votos campesinos.

Fue el joven abogado Fidel Castro quien desde 1951 proyectó un sistema de ideas para desarrollar el campo, con una nuevas características de relaciones sociales. En esa fecha ya planteaba la expropiación de los latifundios y entregar a los campesinos la tierra que labraban, conceptos que precisó en su autodefensa por los sucesos del 26 de julio. Solo el triunfo de enero de 1959 permitió ejecutar aquel proyecto.

La Primera Ley de Reforma Agraria proscribió la tenencia extranjera, se expropió el latifundio, se entregó la propiedad de la tierra a quien la trabajaba y socializó un por ciento de la áreas cultivables, además de proteger el medio ambiente y aprobar la estructura gubernamental para ejecutar la ley.

La Reforma Agraria fue la más importante entre las medidas para transformar a Cuba de un país semicolonial a una nación independiente. Dejó en poder de los terratenientes extensiones hasta de 30 caballerías (500 hectáreas de tierra).

Tal reforma representó el quebrantamiento del semifeudalismo y del dominio extranjero sobre la tierra cubana, además de la eliminación del desempleo en el llamado tiempo muerto.
El campesino cubano

Nuestros libertadores mambises soñaron con una extensa capa de prósperos campesinos que trabajaran en una porción de tierra que les perteneciera, y les bastara para sufragar las necesidades normales de una familia de mediana posición.

Como argumentó en su momento el intelectual comunista Carlos Rafael Rodríguez, quien llegara a ser miembro del Buró Político del Partido, en Cuba ocurrió un aumento de la diferenciación de clases en el campo y la formación de dos polos opuestos: los grandes agricultores y la masa numerosa de campesinos pequeños y semiproletarios, enfrentadas a las rentas abusivas, los desalojos violentos, víctimas del prestamista usurero y del ingenio o monopolio, con ingresos mensuales que en la mayor parte de los casos no llegaban a 35 pesos para una familia de cuatro.

La burguesía agraria era reducidísima, con una buena extensión de tierra que no trabajaba, sino la explotaba en gran escala con obreros agrícolas. Tal sector lo integraban los grandes colonos, caficultores y tabacaleros que vivían a expensas de la explotación del proletariado agrícola, en condiciones semifeudales de nuestra agricultura, y con jornales a veces menores a 20 centavos diarios.

El campesinado medio lo componían cultivadores con propiedad o en arriendo de una porción pequeña de terreno que trabajaban con el auxilio de un número limitado de trabajadores agrícolas, dos o tres generalmente. Ese tipo de campesino era el menos abundante. Explotaban limitadamente mano de obra asalariada, pero a su vez sufrían la explotación del central azucarero.

Los pequeños campesinos, en cambio, poseían menos tierra, también en propiedad o en arriendo, y no empleaban mano de obra asalariada, sino cultivaban terreno con ayuda de su familia, y no podían satisfacer sus necesidades.

Los semiproletarios eran una vastísima capa formada por los que solo tenían un pedazo miserable de tierra, en general arrendada o en aparcería, que trabajaban ellos o sus familiares, y no les alcanzaban los productos del pequeño terreno para satisfacer sus necesidades más perentorias, forzados a emplearse como obreros agrícolas una parte del año en tierra de los campesinos medios o de los grandes colonos.

Los tres grupos últimos de campesinos padecían la misma opresión de los latifundistas criollos y de los grandes terratenientes, los primeros con miles de caballerías y los segundos con cientos de caballerías, bajo rentas abusivas, desalojos y salarios miserables.
Una nueva era cubana

Antes de partir para la Sierra Maestra a firmar la Primera Ley de Reforma Agraria, Fidel envió, en la madrugada del 17 de mayo del 59, un mensaje al pueblo: «Cuba inicia una nueva era que será de extraodinario esplendor, si por encima de los avariciosos, nos dedicamos a trabajar todos por el porvenir rotundo que tenemos delante».

A bordo de un helicóptero el Jefe de la Revolución llegó a La Plata, en plena Sierra Maestra. En el bohío conocido como la casa de Faustino o del Santaclarero se reunió el Consejo de Ministros ante una pequeña y rústica mesa. Se firmó aquella primera ley y entre otros decretos se estableció el Instituto Nacional de Reforma Agraria, el instrumento para realizar la reforma. Se designó como presidente a Fidel, y como director a Antonio Núñez Jiménez.

Se entregó la propiedad a quien la trabajaba, y con carácter gratuito hasta dos caballerías por familia. La ley abrió una nueva era, porque liquidó el latifundio como sistema de explotación y a sus propietarios como grupo de poder. A su vez, inició al Estado y a los obreros agrícolas en la dirección del sector agropecuario con singulares relaciones sociales de producción.

También en la lucha de clases esta ley y la Segunda de Reforma Agraria ocuparon un lugar significativo, pues definieron a los defensores y detractores de ellas y su posición con respecto a la independencia, soberanía y desarrollo del país. La Segunda Ley se firmó el 3 de octubre de 1963, y el máximo de tierra entregada en propiedad al campesino pasó a ser de seis caballerías (67,1 hectáreas).