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Una empresa donde difícilmente se pueda regresar

Fecha: 

00/00/2006

Fuente: 

Periódico Granma
Luego de contactar con el grupo de combatientes que aguarda en Tecolutla, Jimmy Hirzel y Enrique Cámara se dirigen a un café en el entronque a mitad de camino entre Poza Rica y Tuxpan, donde quedaron en encontrarse nuevamente con Fidel. Luego de informarle del recorrido, en el mismo auto emprenden el camino de regreso al motel. Durante el viaje, el líder revolucionario redacta algunos escritos.

Fidel Castro con su hijo Fidelito y Temita Tasende en la casa de Emilio Castelar 213, colonia Polanco, Ciudad México, principios de septiembre de 1956.En horas de la tarde comienzan a arribar al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, los combatientes que salieran esa mañana en distintos autos de la capital mexicana. Entre estos se encuentra el de Oscar Rodríguez, que sirve de chofer, Calixto Morales, Rolando Santana y Mario Hidalgo. Este último se queda en el motel, mientras el resto continúa camino.

Por su parte, el auto que conduce Horacio Rodríguez con Raúl Castro, René Rodríguez, Ciro Redondo y Fernando Sánchez-Amaya avanza por la carretera, en medio de una lluvia torrencial y de un intenso frío. Luego de hacer una breve parada en el motel, donde les informan que Fidel aún no ha regresado, continúan adelante. Poco después, en un punto del camino se detienen a tomar café y allí advierten a Fidel sentado a una mesa con otros compañeros, quien les envía un mensaje de que marchen más distanciados, pues pueden llamar la atención.

El auto que conduce el ingeniero Alfonso Gutiérrez, Fofó, con su esposa Orquídea Pino y los combatientes Juan Almeida y Universo Sánchez, llega al motel Mi Ranchito, donde acordaran encontrarse con Fidel. Continúa lloviendo y el vehículo se detiene a una prudente distancia, de donde descienden sus ocupantes. Entonces Orquídea advierte a un individuo sospechoso que, sentado dentro de un auto, aparenta escuchar un noticiero radial. En una cabaña se encuentran con Félix Elmuza, Juan Manuel Márquez, Ernesto Guevara y Onelio Pino, a quienes Orquídea advierte que, de permanecer más tiempo allí, los van a agarrar y que el que quiera puede seguir camino con ellos. Pero el único que se les une es Onelio Pino.

Fofó y Orquídea, acompañados por Almeida, Universo y ahora Onelio Pino, abandonan rápidamente el motel y reanudan el camino. Pero no avanzan mucho en el trayecto, pues en breve tropiezan en dirección contraria con el auto que conduce a Fidel y a sus compañeros, quienes retornan al motel. Luego de cambiar impresiones en plena carretera, donde le informan a Fidel sus preocupaciones, continúan viaje hacia Poza Rica.

En verdad, las sospechas de Fofó Gutiérrez y Orquídea Pino resultan ciertas. Una nueva delación ha puesto sobre aviso a las autoridades mexicanas acerca de la inminente salida de Fidel y sus compañeros. La información fue recibida por el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, jefe de control de la Dirección Federal de Seguridad, quien ya conoce del asunto por la conversación que días antes sostuvo con Fidel en la capital mexicana. Como un nuevo gesto de amistad y solidaridad con la causa cubana, el oficial mexicano decide entonces retrasar con toda intención por 24 horas la operación de captura de los revolucionarios cubanos, para permitir la salida de la expedición.

Poco después de que Fidel Castro y sus acompañantes retornan al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, Cándido González parte en un auto en busca de los combatientes Calixto García y Roberto Roque, quienes pasaran la noche en un hotel en la cercana ciudad de Pachuca. Cándido les dice que recojan, pues ya se van. Pero Calixto no tiene nada que recoger. Despiertan a Roque, que duerme plácidamente, y se dirigen al motel donde los aguarda Fidel. Cuando llegan, ya están dándole salida a los últimos autos con los compañeros rumbo a Tuxpan. Roque comprende lo que sucede y reprocha a Calixto que lo haya traído hasta allí sin decirle nada.

Fidel imparte las últimas orientaciones a los combatientes para que abandonen de inmediato el lugar, en previsión de que la policía hubiese sido advertida de la partida. Entre los combatientes que parten aquel atardecer precipitadamente del motel Mi Ranchito rumbo a Poza Rica se encuentran Juan Manuel Márquez, Félix Elmuza, Ramiro Valdés, Arsenio García, Enrique Cámara, Mario Hidalgo y otros más. Mario Hidalgo viaja en un auto con Juan Manuel. Recuerda que después, cuando van por la carretera, Fidel con un grupo de compañeros les pasa en un Pontiac de color azul camino a Poza Rica.

Casa del Pedregal de San Ángel, Ciudad de México, 1ro. de octubre de 1956. De izquierda a derecha, Orlando de Cárdenas, Raúl Pino, un amigo, Luis Orlando Rodríguez, Horacio Rodríguez, Tomás Electo Pedrosa, Antonio Ñico López, José Ponce Díaz, Juan Almeida, Raúl Castro y Jesús Chuchú Reyes. Agachados, René Rodríguez y Gilberto García.Antes de salir, Fidel Castro instruye a Calixto García, Ernesto Guevara, Roberto Roque y a otros combatientes que partan por sus propios medios hasta el punto de reunión, ya que no alcanzan los vehículos para transportarlos, les deja algún dinero y dice que los esperará hasta el último instante. Salen entonces para la carretera, donde hay una gasolinera cercana a la salida del pueblo. Están nerviosos, pues no pasa ningún vehículo, ya salieron todos los compañeros y ellos son los últimos que quedan allí. Hasta que por fin llega un taxi a echar combustible y hablan con el chofer para que los lleve hasta Tuxpan, quien les pide una cantidad exorbitante. Pero al poco rato de andar, el chofer desiste de seguir y Ernesto Guevara le pide que aunque sea los lleve hasta Poza Rica, para tomar otro auto que los deje en Tuxpan. Y así lo hacen.

A la isla de Lobos, en viaje de recreo

Mientras tanto, Carlos Bermúdez permanece en Santiago de la Peña, al cuidado de la casa y del yate que desde esa mañana atracara en el lugar. Horas antes, Chuchú Reyes pasó por la casa, trayendo unas pocas provisiones, una lata de galletas, dos jamones, algunas botellas de ron y los sacos de yute que Bermúdez le pidió esa mañana. Le deja además una botella de ron, indicándole que invite al custodio de la casa, que vive cerca, diciéndole que es su cumpleaños. y Chuchú para una vez más en el botecito, llevando a su vez dos botellas de ron en un cartucho para invitar a las postas que hacen guardia cerca y emborracharlas.

Mientras Chuchú Reyes cumple su parte, Carlos Bermúdez se dispone a llevar adelante su tarea, de acuerdo con las instrucciones recibidas. Minutos después, visita la casa del viejo Agustín Cesáreo Ortiz, el empleado a cargo del cuidado de la casa y quien vive algo retirado con su esposa e hijos, para invitarlo a beber la botella de ron con el objetivo de embriagarlo y facilitar la operación de salida. Le dice que es su cumpleaños e insiste en que tome de la botella. Luego de tomarse dos o tres tragos, le regala la botella y el viejo ya borracho se mete para dentro de su casa a dormir. Esa tarde Bermúdez aprovecha entonces para recoger las naranjas y llenar unos quince sacos, que coloca cerca de la casa. Y cuando regresa Chuchú, como a las 5:00 de la tarde, le dice de arreglar un poco aquello. Tiran un tablón de unos dos metros y ponen una soga, para hacer el puentecito por donde pasen los compañeros hacia el barco, atracado cerca de la casa.

Por su parte, Antonio del Conde acude aquella tarde a la Capitanía del puerto de Tuxpan, con el propósito de obtener el permiso de navegación del barco para esa madrugada. Utiliza como pretexto un viaje de paseo con algunos amigos, pero hay mal tiempo, se avecina un norte y no quieren darle el permiso de salida. Pasa toda la tarde tratando de convencer al capitán del puerto que le dé permiso para salir a navegar. Hasta que al fin, el capitán del puerto le dice que bajo su responsabilidad el barco podrá navegar.

El capitán del puerto de Tuxpan es Ángel Laso de la Vega, quien aquella tarde expide la autorización de salida del yate Granma, con destino a la isla de Lobos, a 32 millas al norte del lugar, en viaje de recreo. Según este relata, Antonio del Conde hizo la solicitud para salir a pasear con unos amigos que venían en condición de turistas y querían conocer y pescar en Lobos. Incluso, hasta a él lo invitó a la excursión, porque era muy amable. Así, el Granma fue despachado aquel día 25 de noviembre de 1956 rumbo a la isla de Lobos en viaje de recreo, llevando a bordo a doce personas. De todas formas, le advirtió a del Conde que el tiempo no era bueno, que no debían salir, pero insistió y le dijo que lo hacía bajo su responsabilidad.

Aproximadamente a las 6:00 de la tarde de aquel sábado 24 de noviembre, los treinta y dos combatientes provenientes del campamento de Abasolo, que durante la noche permanecieron alojados en algunos hotelitos de la ciudad de Tampico, reciben de Faustino Pérez la orden para emprender viaje en ómnibus hacia Tuxpan. Después de dejar atrás la ciudad, los ómnibus donde viajan deben atravesar en una patana el río Pánuco, antes de llegar a su destino.

A su vez, los combatientes provenientes de Veracruz y Xalapa, quienes estuvieron alojados en varios hoteles en Tecolutla, reciben esa tarde por Ñico López la orden de partir en varios automóviles hacia Poza Rica. Norberto Collado hace el viaje con Armando Mestre, Israel Cabrera, Norberto Godoy y el Gallego Darío López. Recuerda que pasaron el río en una patana, hasta llegar a Poza Rica ya de noche. Estaba lloviznando, había frío y fueron a parar a un hotel.

Uno de los primeros combatientes en arribar a Poza Rica es Luis Crespo, a quien Fidel buscó en el hotel y le dijo que subiera al auto, para dar un paseo. Iban en el auto, además, Ñico López y Cándido González. Fidel le advierte a Crespo que se fije bien en el camino, para que no lo olvide. Cuando llegan a Tuxpan, lo lleva hasta donde está el barco y, sin siquiera bajar del auto, le dice que debe llevar la gente hasta allí. Pero le puntualiza que nadie puede saber que parten. Luego de una vuelta por el lugar, regresan a Poza Rica y lo dejan en el hotel.

Sobre las 6:00 de la tarde, el auto que conduce a Ernesto Guevara, Calixto García y Roberto Roque, entre otros, arriba a la ciudad de Poza Rica y se detienen en un hotel. Esta sería la única ocasión en que Roque puede cambiar impresiones con Fidel desde su llegada a México. Conversan solo un momento, Fidel le dice que van para Cuba en un barco y le da algunos detalles de la embarcación.

Poco después, arriba a Poza Rica en un ómnibus procedente de Ciudad México el grupo integrado por Héctor Aldama, Gustavo Arcos, Marta Eugenia López y Diego García Febles. Tal como fueran orientados, se hospedan todos aquella noche en el hotel Aurora. En el momento que iban a firmar el registro del hotel, Aldama recuerda que vio pasar a Reinaldo Benítez y ni siquiera se saludaron. Entonces, se encierran en sus habitaciones y ni siquiera comen, pues tienen la orden de no salir hasta que los fueran a buscar.

Momentos antes, arriba a la ciudad de Poza Rica el auto que conduce el ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, con su esposa Orquídea Pino y los combatientes Juan Almeida, Universo Sánchez y Onelio Pino. Luego de dejar a los combatientes en un hotel, Fofó y Orquídea se trasladan a un lugar del camino entre Poza Rica y Tihuatlán, ya rumbo a Tuxpan, donde deben encontrarse con Fidel Castro. En la gasolinera del pequeño caserío donde se reabastecen los autos, Fidel les encomienda algunas misiones. Entre otras, les entrega una carta, que por la letra evidencia haber sido escrita en el propio auto, designando a Fofó y a Orquídea como tutores de Fidelito.

En medio de las múltiples tareas que lo ocupan aquel día, vísperas de la partida, Fidel dedica unos minutos a pensar en el futuro de su pequeño hijo y en plena carretera redactó una carta, encomendándole al matrimonio amigo el cuidado de su hijo. El documento expresa textualmente:

Desde el propio automóvil que me conduce hacia el punto de partida para Cuba a cumplir un deber sagrado con mi Patria y mi pueblo, en una empresa donde difícilmente se puede regresar, quiero dejar constancia de este acto de última voluntad para el caso de que caiga en la lucha dejo a mi hijo al cuidado y educación de los esposos ing. Alfonso Gutiérrez y Sra. Orquídea Pino. Tomo esta determinación porque no quiero que al faltar yo caiga mi hijo Fidelito en manos de los que han sido mis más feroces enemigos y detractores, los que en un acto de villanía sin límites valiéndose de vínculos familiares ultrajaron mi hogar y lo sacrificaron al interés de la tiranía sanguinaria a la que sirven.

Y concluye el documento:

No adopto esta decisión por resentimiento de ninguna índole, sino pensando sólo en el porvenir de mi hijo. Lo dejo por eso a quienes mejor pueden educarlo, el matrimonio bueno y generoso, que ha sido además, los mejores amigos de nosotros en el exilio y en cuya casa los revolucionarios cubanos encontramos un verdadero hogar.

Y al dejarle a ellos mi hijo, se lo dejo también a México, para que crezca y se eduque aquí en este país libre y hospitalario de los niños héroes, y no vuelva a mi Patria hasta que no sea también libre o pueda ya luchar por ella.

Otra de las tareas de gran responsabilidad que asigna Fidel al matrimonio amigo en aquella ocasión es el envío de telegramas a las distintas provincias de Cuba, con el aviso de la salida de la expedición. Para lo cual les entrega las claves acordadas, con la advertencia de que deben enviarlos dos días después de la partida, o sea, el 27 de noviembre, para coordinar el comienzo de las acciones de apoyo. De ahí siguen camino hacia Tuxpan.

El tiempo apremia. Al atardecer de aquel sábado 24 de noviembre, comienzan a llegar los primeros automóviles con los hombres y las últimas armas a la casa de Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan. Cándido González pide a Carlos Bermúdez, que custodia el lugar, abrir la puerta de la nave y ayudarlo a sacar las maletas del auto, para esconderlas debajo de la paja de arroz que allí hay. Después de darle algunas instrucciones a Bermúdez, Cándido vuelve a salir y al poco rato llega otro auto con cuatro o cinco compañeros, que se quedan dentro de la nave. Bermúdez recibe la orientación de que ninguno puede salir del lugar. Cuatro autos más, todos Pontiac del año 56, van a parar a la nave aquella y los combatientes permanecen ocultos en el lugar, preparando las armas. Ya oscureciendo, siete u ocho compañeros comienzan a cargar las maletas con armas y equipos desde la nave para el barco. Cuando Bermúdez ve subir los primeros hombres, les pide que carguen a bordo también los sacos de naranja.

Luego de permanecer toda la tarde en la Capitanía del puerto tratando de obtener el permiso de salida de la embarcación, ya oscureciendo, el mexicano Antonio del Conde, el Cuate, arriba al lugar y se une a los combatientes en la carga del barco, que no se pudo acercar mucho a la orilla, por lo que se puso un tablón desde una piedra a la embarcación y se amarró una soga para que los compañeros se agarraran. Del almacén de la casa se sacan armas, parque y otros equipos. También cargan unos quince o veinte sacos de naranjas, que acomodan en la proa del barco.

Entre los combatientes que ya arribaron al lugar están Jimmy Hirzel y Enrique Cámara, quienes también se unen en la tarea de trasladar los bultos y provisiones hacia la embarcación. Entran varias veces al barco, cargándolo sin apuro para no llamar la atención hasta el oscurecer, que comienzan a llegar los autos con los compañeros. El primero es el de Raúl Castro, Fidel llega después.

A la caída de la tarde, el auto que conduce Horacio Rodríguez con Raúl Castro, René Rodríguez, Ciro Redondo y Fernando Sanchez-Amaya arriba a las afueras de Tuxpan y hacen contacto en un garaje cercano con el ingeniero Fofó Gutiérrez y su esposa Orquídea Pino, quienes les señalan la ruta a seguir. Continúan por la misma carretera, hasta el punto donde les señalan que deben bajar del auto y bajo la lluvia caminan hacia la casa.

Avanzan en silencio por las calles oscuras, desiertas y llenas de lodo de Santiago de la Peña, bajo una molesta lluvia. Cuando llegan a la confluencia de las calles Nacional y Benito Juárez, Raúl Castro le indica a Fernando Sanchez-Amaya que se quede en el lugar, para que indique a los compañeros que llegan la ruta a seguir. Luego, siguen camino hacia la margen del río donde se encuentra el barco atracado.

Cuando llegan a la casa solo ven a Chuchú Reyes, a quien Raúl Castro comienza a hacerle preguntas. Luego se acercan al barco, que aún no conocen, y Raúl le pregunta a Chuchú sobre los abastecimientos, el armamento, el agua. Ya es de noche y continúa lloviendo. Entonces, desde una nave vieja de madera que queda a la izquierda, donde hay cajas y bultos cubiertos con lonas, empiezan a cargar el barco.

Minutos después, Fidel Castro arriba a la casa de Santiago de la Peña, donde ya se encuentran algunos combatientes ocupados en la carga de la embarcación. Luego de inspeccionar el trabajo, va hasta la casita donde se quedó esos días Bermúdez y se sienta un rato en el catre que allí está. Ya de noche, comienza a colocar postas en los lugares de acceso a la casa y junto a la embarcación, como medida de precaución y orientar además a los grupos que van arribando. Entre otros, llama a Carlos Bermúdez, a quien luego de entregar una subametralladora Thompson lo sitúa de posta junto al tablón que sirve de entrada a la embarcación, con instrucciones de que los combatientes entren directo al barco y no puedan salir de allí. También orienta que los autos que vienen por la calle aledaña al costado de la casa deben acercarse con las luces apagadas y en caso contrario debe detenerlos.

No solo preocupa a Fidel aquella noche el mal tiempo existente para la navegación y el pertinaz asedio policial, que pueden echar por tierra los planes de la expedición. A ello se suma que el día anterior una empresa maderera colocó en la margen del río muy cerca del lugar, como a unos cincuenta metros, una enorme patana custodiada por dos soldados, lo cual obliga a extremar las medidas de precaución para la partida.

Partimos a toda máquina

En las primeras horas de la noche, comienzan a salir desde Poza Rica en diversos autos, con unos minutos de diferencia, los distintos grupos de combatientes que aguardan por la señal de partida. Algunos llegan ya oscureciendo y apenas tienen tiempo de probar un bocado. Mario Hidalgo arriba a Poza Rica por la tarde y apenas come, pues cuando se va a sentar a la mesa le dicen que hay que irse. Ya de noche, salen en diferentes autos por una carretera que bordea montañas. Le toca ir en un Ford viejo del año 48, alquilado. Con él van cinco o seis combatientes, entre ellos Juan Manuel Márquez y Calixto Morales. También el grupo procedente de Veracruz y Xalapa deja sus equipajes en las habitaciones recién alquiladas de los hoteles y parte de inmediato hacia Tuxpan en autos de alquiler. Luis Crespo tiene a su cargo alquilar dos o tres autos para trasladar este grupo.

Sin embargo, algunos combatientes que permanecen aguardando en el hotel Aurora, por una confusión en cuanto al lugar donde se hospedan, no son avisados. Reinaldo Benítez y su esposa Piedad Solís logran apenas alcanzar uno de los autos que parte presuroso, donde va César Gómez. Pero quedan en el lugar Héctor Aldama, Gustavo Arcos, Diego García Febles y Marta Eugenia López.

Los autos provenientes de Poza Rica conduciendo diversos grupos de combatientes comienzan a arribar de forma sucesiva al punto indicado en la carretera, en las afueras del poblado de Santiago de la Peña. Uno de los primeros es el que conduce a Juan Manuel Márquez, Ramiro Valdés, Arsenio García y Mario Hidalgo, entre otros. También el que traslada a Melba Hernández, Jesús Montané y Rolando Moya. Coinciden en el lugar con el auto que conduce el ingeniero Fofó Gutiérrez y su esposa Orquídea Pino, que trae a Juan Almeida, Universo Sánchez y Onelio Pino.

Todos descienden de los vehículos y aguardan unos minutos en un pequeño bosquecito, hasta emprender el camino a pie y en silencio.