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Una guerra contra la incultura

Durante el II Congreso de la Uneac, el poeta Nicolás Guillén dialoga con Fidel en presencia de Alejo Carpentier y Alfredo Guevara. Foto: Mario Ferre

Fecha: 

24/11/2019

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

En junio de 1961, Fidel anunció que Cuba iba a librar «una guerra contra la incultura», a tres años de su desaparición física, estamos en el deber de dar continuidad a esa «guerra» suya, que sigue siendo suya y es también nuestra

En junio de 1961, Fidel anunció que Cuba iba a librar «una guerra contra la incultura» y pidió a los intelectuales y artistas de todas las tendencias, de todas las generaciones, que pusieran su talento al servicio de ese empeño mayor.
 
Era igualmente una guerra contra la manipulación de las conciencias, contra el colonialismo cultural y en favor de la plenitud y la emancipación del ser humano. Las nociones de Martí acerca de la función liberadora de la cultura formaban parte ya del núcleo central del pensamiento de Fidel. Cuba dejaría atrás su condición de neocolonia envilecida para transformarse en una República soberana, justa, digna, inspirada en los ideales martianos y marxistas. Quedarían desterrados los complejos «plattistas» de inferioridad y la mirada obsesiva y servil hacia el Norte. La patria y sus hijos serían libres desde todos los puntos de vista, político, económico, espiritual.
 
La Revolución había fundado ya el Icaic, la Casa de las Américas, la Imprenta Nacional y la Escuela de Instructores de Arte, y estaba en medio de la Campaña de Alfabetización. El Conjunto Folclórico Nacional, surgido en 1962, colocaría en los principales circuitos de difusión a la vigorosa cultura popular cubana, tan despreciada por la oligarquía racista y proyanqui. Pronto la Isla bloqueada y hostigada tendría todo un sistema de enseñanza artística, desde el nivel elemental hasta el universitario. El país se llenó de escuelas de arte, casas de cultura, librerías, museos, galerías.
 
Fidel apoyó personalmente el nacimiento de editoriales e imprentas provinciales para difundir la obra de escritores inéditos o poco conocidos y convirtió la Feria del Libro de la Habana en un multitudinario evento itinerante que recorrería el territorio nacional.
 
¿Esta vocación por la masividad supondría hacer concesiones estéticas? ¿Acudiría la Revolución al uso de papilla seudocultural para atraer a los sectores menos preparados de la población? ¿Sería la vía apropiada el modelo yanqui, idiotizante, de la «cultura de masas»? ¿O acaso el modelo soviético del «realismo socialista», con su carga de didactismo y «héroes positivos» de papel maché? Definitivamente no. La respuesta de la política cultural fidelista al antiquísimo dilema calidad-masividad no podía buscarse en las simplificaciones. Había que promover lo mejor de la cultura cubana y universal, incluso las manifestaciones más experimentales y difíciles, y acompañar esa labor con la formación de públicos, a través de la participación activa en los procesos culturales, espacios de crítica especializada en los medios y el fomento de talleres de apreciación que ayudaran a descifrar los códigos de mayor complejidad.

Los más cercanos aliados de Fidel en su «guerra contra la incultura» fueron los creadores de vanguardia.i En la gráfica, Fidel impone la Orden José Martí a Alicia Alonso. Foto: Archivo de Granma

Se logró contar así con un receptor participativo, exigente, para expresiones artísticas consideradas «de minorías», como el cine de arte, el ballet clásico, la danza contemporánea y la vertiente conceptual de las artes visuales. No olvidemos que Fidel fue el inspirador de la Bienal de la Habana, que se diseñó sobre dos preceptos: no sería un evento comercial y daría espacio preferente a los artistas del Sur.  
 
El taller de apreciación más ambicioso fue el programa de televisión Universidad para todos, que se estrenó con un curso de técnicas narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso, dirigido por Eduardo Heras León. La iniciativa surgió de un intercambio entre Fidel y Heras en una reunión de la Uneac. Hasta ese momento, el Centro impartía ciclos de clases concebidos para un pequeño grupo de jóvenes rigurosamente seleccionados, comprimidos en un aula estrecha, y se transformó de súbito en un foro descomunal, con cientos de miles de alumnos.
 
Y es que los más cercanos aliados de Fidel en su «guerra contra la incultura» fueron los creadores de vanguardia. Sostuvo intercambios con valiosos músicos, artistas de la plástica, escritores, teatristas, historiadores, coreógrafos y bailarines, cada vez que decidió impulsar un proyecto cultural, cuando retomó la formación de instructores de arte y de las bandas municipales de concierto, cuando apoyó resueltamente la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales «En defensa de la Humanidad», cuando se convirtió en un activo participante en los Congresos y Consejos Nacionales de la Uneac, la upec y la ahs.   
 
Fidel parafraseaba a menudo a Martí cuando repetía: «Sin cultura no hay libertad posible». Y es que la persona ignorante, sin raíces ni memoria, vacía de ideas, no puede ser libre ni tiene capacidad para defenderse frente a la dominación. Su «dispositivo para pensar por sí misma» le ha sido desmontado por la maquinaria publicitaria y de manipulación del capitalismo. Le dicen qué debe comprar, qué comer, a quiénes admirar, por quién votar; y (mientras le alcance el dinero) comprará y comerá según las indicaciones recibidas y, por supuesto, admirará a los «famosos» que le correspondan y   entregará su voto al candidato favorecido, aunque no represente en lo absoluto sus intereses.
 
La cultura, tanto para Fidel como para Martí, influye además en una zona del ser humano que es difícil de describir: lo que llamamos comúnmente «valores». El arte genuino extrae lo mejor de las personas, refuerza su sentido ético, las ayuda a crecer, pone en primer término la espiritualidad, frena las conductas marginales y violentas, y resulta el mejor antídoto frente a la prédica consumista y al paradigma competitivo del capitalismo.
 
Fidel decía que los mecanismos «educativos» del capitalismo apelan al egoísmo y a la exacerbación de los instintos y de las ambiciones individuales, mientras que el socialismo debe apelar a la solidaridad, a la fraternidad, y a luchar contra los impulsos más primarios del ser humano. De ahí que sean tan importantes la apreciación artística y la presencia del arte no comercial ni banal en las instituciones educativas y culturales asociadas a la formación de las nuevas generaciones –una de las misiones primordiales de la Brigada José Martí de Instructores de Arte.
 
Aunque nos duela, hay que reconocer que ha habido retrocesos. No hemos podido frenar la influencia en determinadas zonas de la vida cultural del país del gran plan de recolonización global capitalista, que genera un clima de frivolidad que lo contamina todo y cuenta con la capacidad multiplicadora de las redes sociales.
 
Fidel compartía la fe martiana en el mejoramiento humano. Ese tiene que seguir siendo el principio básico para enfrentar los desafíos del presente y usar todas las vías, incluidas las redes, para defender nuestros valores y la obra cultural de la Revolución.
 
«¿Para qué queremos cuarteles si lo que hace falta son escuelas?», dijo Fidel en septiembre de 1959, en la apertura del curso escolar en Ciudad Libertad –y ya estaba pensando obviamente en la «guerra contra la incultura».
 
A tres años de su desaparición física, estamos en el deber de dar continuidad a esa «guerra» suya, que sigue siendo suya y es también nuestra.