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Viaja Fidel a los Estados Unidos (primera parte)

Fecha: 

00/04/2014

Fuente: 

Boletín Revolución No.36. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado

Durante la segunda quincena de abril y los ocho primeros días de mayo de 1959, el Comandante en Jefe Fidel Castro viaja a Estados Unidos y Canadá encabezando una comitiva. Sin embargo, en los días finales de abril es invitado a participar en una conferencia en Buenos Aires, Argentina, y en su itinerario hacia este país se detiene en algunos otros. En esta edición presentamos la cronología hasta el  21 de abril, el resto de los días aparecerán el próximo mes.  

Miércoles 15 de abril  

En horas de la tarde del 15 de abril de 1959, Fidel Castro arriba al aeropuerto de Ciudad Libertad. Antes de subir al avión, en brevísima alocución, Fidel advierte que su viaje es una continuación de la Operación Verdad, para defender a la Revolución contra todas las calumnias y que viaja también como una cuestión de cortesía, ya que fue invitado inicialmente por la Asociación de Editores de Periódicos de los Estados Unidos.  

Amigos, simpatizantes y adversarios se dan cita en el aeropuerto de Washington donde la nave aérea aterriza cerca de las 9 de la noche. En la comisión de recepción figuran el secretario auxiliar de Estado, Roy R. Rubottom, y el jefe del protocolo, Wiley Buchanan. Por la parte cubana están los embajadores Ernesto Dihigo, Manuel Bisbé, Raúl Roa y Enrique Pérez Cisneros. Más de ochenta periodistas aguardan a Fidel. A las 9:07 la escalerilla automática se aproxima al avión. Cuando se abre la portezuela metálica y aparece el primer ministro, estalla la ovación.  

Fidel Castro estrecha la mano de Rubottom y otros funcionarios. Abraza a los diplomáticos cubanos y luego levanta el brazo para saludar a cuantos le rodean. Por encima de centenares de cabezas los padres levantan a sus hijos para que puedan ver al héroe.

Fidel tuvo la oportunidad de estrechar las manos a una buena parte de emocionada multitud que desde hacía varias horas le esperaba en el aeropuerto cuando, burlando la protección del FBI y de los agentes de seguridad americanos, se acercó a la barrera que lo separaba del público.  

Una multitud de simpatizantes acompaña a Fidel Castro con cariño y respeto. Sin embargo, durante el recibimiento y en otros momentos de la estancia del líder cubano en los Estados Unidos, algunas personas vociferan contra Fidel y enarbolan carteles con textos anticomunistas. Meses después, cuando el traidor Rafael del Pino es capturado en Cuba tratando de trasladar criminales de guerra hacia Miami, en una entrevista, el mercenario revela que pagó quince pesos por día a cada uno de ellos.  

La comitiva cubana llega a la embajada cubana donde se repiten, en menor escala, las escenas del aeropuerto.  

Fidel, al ver ese grupo de personas congregadas frente al edificio, se dirige rectamente a la puerta y la abre. Antes de que la escolta se percate de sus intenciones está cruzando la calle. Le rodean, unos le llaman “Fidel”, otros “señor Castro”. Es una plática bilingüe. Se habla en dos idiomas, pero en un solo lenguaje de amistad y de pueblo.  

Alguien en la intimidad de la casona cubana, con temores inexplicables por el desenfado de Fidel pretendió leerle la cartilla protocolar. Molesto, replicó indignado a quienes objetaban su propósito de cruzar la calle a saludar la muchachada esperanzada en verle:  

–¡Basta ya de protocolos!... De lo que puedo y no puedo hacer. Va a resultar que el desembarco en Estados Unidos es más difícil que el desembarco en el Granma. Y para ese, más importante, no tuve en cuenta formulismo alguno.

Vista su disposición a extender su mano a la gente de la calle, un tal Mr. Houghton, identificado en los programas de recepción como secretario de Prensa, sugirió:

–Es mejor que salga al balcón. Fidel replicó: –No soy hombre de balcones.  

Jueves 16 abril  

En horas de la mañana del jueves 16 abril, Fidel parece levemente irritado. Algunas informaciones locales han destacado exageradamente el turbio episodio de los “piquetes” hostiles. Otros, con irresponsable ligereza, le sitúan en trance de pretender empréstitos. Pero, Fidel le aclara a un reportero que ellos están acostumbrados a ver a representantes de otros gobiernos venir aquí a pedir dinero, y él no vino a eso. “Vine únicamente a tratar de llegar a un mejor entendimiento con el pueblo norteamericano. Necesitamos mejores relaciones entre Cuba y los Estados Unidos”.  

Cuando sale la caravana en la que viaja, el público desborda calles y aceras. Al paso del líder de la Revolución cubana brotan aplausos y vítores.  

En el hotel Statler Hilton le está esperando Christian Herter, quien se adelanta para recibirlo. En solo unas horas, el norteamericano será el nuevo secretario de Estado, en sustitución del titular del cargo, Foster Dulles, quien se halla muy enfermo.  

La conversación entre ambos no se prolonga mucho. Herter se pone de pie, cediendo el paso a Fidel para encaminarse al comedor inmediato donde les espera el almuerzo. Al momento de los brindis el secretario de Estado levanta su copa:  

–Señor primer ministro: somos muy felices en extenderle una bienvenida y mediante usted enviar un saludo al pueblo de Cuba. La amistad entre Cuba y los Estados Unidos es tradicional en ambos países. Más que eso, forma parte de la historia mutua.  

–Nuestros pueblos han cooperado en el establecimiento y mantenimiento en el hemisferio de una fortaleza inexpugnable de independencia con orden y libertad con ley. Se unen, igualmente, en la defensa de la integridad en el mundo libre.

Fidel Castro apoya la barba en las manos entrecruzadas y le mira atentamente.  

Tras el brindis, Fidel inclina la cabeza en un gesto de agradecimiento y responde al secretario de Estado. Su inglés no es, precisamente, el de Oxford, pero brota claro y sin titubeos.  

–Señor secretario de Estado y miembros del gobierno: es grato para mí expresarles mi más sincero agradecimiento por esta invitación que me han extendido... Nosotros también amamos la libertad. Luchamos por ella, por los derechos humanos y por la democracia que hoy reina en nuestro país.  

–Nuestra lucha, que costó miles de vidas, está llena de bellos episodios y sacrificios extraordinarios que esperamos que algún día los Estados Unidos podrán reconocer plenamente.  

–Yo también ofrezco un brindis por el pueblo de los Estados Unidos.  
Una anécdota ocurrida durante el almuerzo ofrecido por el secretario interino de Estado a la delegación cubana, evidencia la sagacidad y sentido del humor con los que Fidel responde a las provocaciones y equívocos.  

Las sillas se corren y empieza la despedida de ritual. Junto a la puerta recién abierta, William Wieland, director de la oficina de asuntos del Caribe en el Departamento de Estado, protagoniza una anécdota que pone colofón armonioso al almuerzo:  

–Doctor Castro, yo soy la persona que maneja las cosas de Cuba.  

–Perdóneme, pero quien maneja las cosas de Cuba soy yo.  

Y la incidencia culmina en una sonrisa.  

Después del almuerzo con Herter, Fidel se dirige a la sede de la embajada de Cuba en Washington. Una vez allí, vuelve a reunirse con la prensa.  

Uno de los periodistas se refiere a la presencia de un grupo de provocadores frente a la embajada.  

–Estoy loco por ver un piquete, exclama Fidel, pero no lo he visto.  

Al atardecer, Fidel se deja llevar por sus impulsos. Inesperadamente abandona el edificio de la embajada seguido de unos pocos miembros de su séquito. Antes de que haya avanzado mucho en dirección a un parquecito cercano ya se le suma una entusiasta escolta popular.  

Junto a la acera departe con un grupo de estudiantes que viajan en un ómnibus. Toma en sus brazos a una preciosa criatura de dieciséis meses. Un grupo de alumnas de la Clayton High School reclama a Fidel. Las muchachas, entre tímidas y sonrientes, le tienden sus cuadernos de autógrafos. Una, más audaz, formula una pregunta:  

–Señor Castro, su gobierno, ¿puede considerarse capitalista o comunista?  

La rápida respuesta:  

–Ni comunismo, ni capitalismo, sino cubanismo... Pocas cosas molestan más a Fidel que andar escoltado. Satisfecho con el almuerzo, planteó a dos periodistas cubanos:  

–Ténganme preparado un carro en la puerta, que vamos a fugarnos para irnos a las tiendas y después a comer comida china.  

La partida subrepticia se dilató considerablemente. Atraídos por su presencia en Washington, una veintena de colegiales de St. Louis invadió la mansión cubana para ver a Fidel. Adolescentes todos, tartamudeaban los muchachos y temblaban las muchachas. Todos querían tener recuerdos de aquella reunión inesperada.  

La proyectada salida por sorpresa se aplaza indefinidamente, hasta que Fidel dirigiéndose a la puerta dice:  

– ¡Me voy!  

Los jóvenes le siguen en medio de la preocupación de la seguridad. Como todos no pueden ir en el automóvil, Fidel decide ceder su viaje a las tiendas por un paseo a pie: hay confusión y temores en el momento de partir.  

–A pie no puede ser, Mr. Castro –plantea un agente federal. –No podrá ser, pero estoy pudiendo –replicó Fidel saliendo hacia la calle. La Sociedad Norteamericana de Editores de Diarios quiere fijar el tiempo que debe durar el discurso que pronunciará el primer ministro cubano el 17 de abril a las 2:30 p.m. Fidel soltó una carcajada y contestó: “No se puede decir mucho en 30 minutos, pero si me prohíben hablar más largo, cumpliré, por supuesto, ya que soy su huésped”.  

Se le preguntó si tenía preparado el texto de su discurso y replicó:  

“Creo que mis discursos deben decir lo que está en mi corazón y en mi cabeza. Soy sincero y espontáneo y hablo mejor sin el frío de un texto preparado. No, no tendré discurso escrito. Nunca escribo mis discursos”. Además, precisó que: “Lo que Cuba busca en los Estados Unidos más bien que dinero o favores, es mejores relaciones comerciales, una oportunidad de vender más sus productos en este país”, dijo el primer ministro.  

Viernes 17 de abril  

Al programa de actividades del 17 de abril se incorpora la invitación para un encuentro con la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos.  

La caravana parte de la embajada a las 10:34 a.m. hacia las oficinas de la Comisión de Relaciones Exteriores. Allí le aguardan los senadores Sparkman, Kefauver, Mansfield, Long, Wiley, Aiken, Bennet, Smathers, Langer y el representante James Fulton. Más tarde penetran en el salón otros legisladores de ambas cámaras. La reunión es privada y los periodistas quedan en los pasillos haciendo conjeturas.  

La entrevista se prolonga durante hora y media. Fidel habla, responde, discute. Hay un diálogo vivaz con Smathers. El experimentado parlamentario finaliza riendo.  

–Usted es un gran polemista y tan brillante como orador que debía estar en el Senado.  

Fidel se quejó de las labores clandestinas de los criminales de guerra en La Florida. Smathers pensó que podría atajarle:  

–Estados Unidos resultó ser su más importante abastecedor de armas.

–Está usted equivocado, senador, el Ejército Rebelde consiguió el principal pertrecho quitándoselo a los soldados de Batista.  

Fidel abandona el Capitolio y se dirige al hotel Statler Hilton, para sostener el encuentro programado con los directores de periódicos. Al llegar al hotel se encuentra con tres piquetes que le aguardan: dos de exiliados dominicanos con saludos a Fidel y a la Revolución y el tercero, es un exiguo, grupo de mercenarios pagados por Rafael del Pino.  

En el almuerzo organizado por la Sociedad de Directores de Periódicos, el número de comensales pasa del millar, cifra récord en las convenciones anuales de esa institución. Cuando termina el banquete, se realiza un breve receso para acondicionar el salón.  

A las 2:15 el presidente de la Sociedad hace la presentación oficial de Fidel.  

Algunos periodistas se ajustan los auriculares en espera de la traducción simultánea, pero Fidel hace una aclaración:  

“Este discurso yo lo pensaba decir en español, comienza, porque quería hablar claramente... Pero no pude acostumbrarme a la idea de que les iba a hablar y que no me iban a comprender directamente.”  

Hay un silencio absoluto, mientras en lengua inglesa Fidel se dirige a todos. Lo hace con lentitud, a media voz, en tono de charla. Luego de referirse al curso de la invitación, sus vacilaciones iniciales, expone que se decidió porque es necesario disipar el clima de confusiones creado alrededor de la Revolución Cubana.  

El discurso transita a lo largo de la dramática historia de Cuba, de su pueblo engañado y de la justicia burlada. Junto al recuento político, el análisis de la trayectoria económica.  

Antes de concluir su intervención, Fidel invita a los norteamericanos para que visiten Cuba y disfruten de sus playas, de su sol, de sus bellezas y, sobre todo, para estrechar afectos y relaciones de pueblo a pueblo. Y termina exclamando:  

–Y ahora voy a contestar todas las preguntas. Pueden preguntarme lo que quieran y yo les contestaré.  

El reto, de sus palabras resulta insólito en un conductor político. Terminada la sesión de preguntas y respuestas, el presidente de los editores da las gracias a Fidel y expresa el sentir de los periodistas norteamericanos:  

–Queremos darle las gracias a Fidel Castro por habernos hablado en un idioma que no es el suyo. Esta ha sido una tarea más ardua de lo que se pueda pensar y él la ha realizado con una generosidad sin límites. Muchas gracias, señor Castro. Creo que ahora nos comprendemos mejor.  

Fidel dejó el salón bajo una tormenta de aplausos y de murmuraciones favorables. Por la tarde, los cintillos y editoriales así lo decían:  

–Es que hay algo mágico en los ojos carmelitas de ese hombre –enfatizaba Ed Koterba en el Daily News– que no se puede menos que sentir confianza en lo que dice.  

La trascendencia de su presencia ante el cónclave de editores, quizás nadie la interpretó mejor que su presidente, George W. Healy, al presentar al vicepresidente Richard Nixon la noche después:  

–Debe usted sentirse satisfecho, pues su presencia logra reunir una concurrencia casi tan nutrida como la que escuchó ayer al doctor Fidel Castro.  

El día terminó con una recepción en la embajada.  
 
Sábado 18 de abril  


Transcurre el tercer día de la estancia de Fidel Castro en los Estados Unidos. La agenda para el sábado 18 registra, como única actividad formal, una recepción al cuerpo diplomático. La mañana y las primeras horas de la tarde transcurren en conferencias con los asesores económicos que lo acompañan. Se anuncia que la embajada cubana está cerrada. Los grupos se dispersan, pero hay dos partidarios de Fidel que se resignan a retirarse sin saludar a su héroe. Son dos niños, Jack y Jeff Castro, de cinco y nueve años, respectivamente. Visten de uniforme verde olivo del Ejército Rebelde con grados militares en las mangas. A la derecha de la camisa, sobre el bolsillo, lucen en letras grandes el apellido Castro. El padre, Manuel Castro, californiano de origen mexicano, es miembro de la fuerza aérea norteamericana. Sentados al borde de la acera aguardan pacientemente. No quieren marcharse sin ver a Fidel.  

La solicitud llega a oídos del primer ministro cubano. Fidel los recibe. Cuando se marchan, en entrevista para la UPI dicen “Vimos a Castro... Vimos a Castro”.  

Los invitados que acuden a la recepción que ofrece la embajada de Cuba, visten trajes oscuros o uniformes de gala, según requieren las normas de protocolo. Fidel estrena un uniforme distinto. Es un traje de gala, sin medallas ni cintas, camisa blanca y corbata. Por primera vez en tres años y medio, Fidel vestía de saco y se ajustaba el cuello con una corbata.  

Por primera vez en tres años y medio, Fidel vestía de saco y se ajustaba el cuello con una corbata. La presencia de Fidel en atuendo formal motivó admiración colectiva, pero solo media docena de personas allegadas conocían de los esfuerzos de tres días para convencerle.  

A regañadientes, Fidel había aceptado que se incluyera un uniforme de gala en su ropero de viaje. Pero no pensó usarlo, cuando partió de La Habana.  

–Parezco demasiado artificial, replicó visiblemente molesto al contemplarse en el espejo.  

Antes de probarse el traje, Fidel objetó la botonadura dorada y la dureza del cuello almidonado. Insistía además, en que resultaba demasiado ostentoso. Al fin decidió vestirse con saco y corbata, pero nadie pudo convencerle de despojarse de sus botines de guerrero por los charolados zapatos de estadista.  

Cuando los invitados se retiran y se apagan las luces en la sede cubana, sucede algo inesperado. Un grupo se desliza furtivamente de la embajada burlando a los agentes de seguridad. Lo componen seis personas: Fidel, Celia Sánchez, el capitán Ramón Valle, el teniente Ángel Saavedra y dos barbudos de la escolta.  

Pasada la medianoche penetran en un restaurante. Los clientes les rodean. Muchos son jóvenes universitarios con quienes charla largamente. La noticia se extiende por el barrio y a pesar de la hora el vecindario afluye al establecimiento.  

Desde allí se trasmite un programa conducido por el locutor Steve Allison, de la estación WWDC. El animador obtiene una entrevista de Fidel.  

A las tres de la mañana están de regreso a la embajada, pero varias parejas que retornan de una fiesta, reconocen a Fidel y se improvisa otra reunión en plena acera.

Domingo 19 de abril  

Fidel se levanta temprano el domingo 19 de abril, y se dispone para un día de mucho ajetreo. La mañana y parte del mediodía está dedicada a visitar Mount Vermont, el Lincoln Memorial y el Jefferson Memorial. Fidel recorre la casa de George Washington y pone una corona en su tumba. En el monumento a Lincoln coloca otra ofrenda floral y departe con el público que lo sigue a todas partes.  

A las seis de la tarde, Fidel es entrevistado en el conocido programa de televisión Meet the Press, de la NBC. Las pantallas registran, en close up a los integrantes del panel. Son rostros que traslucen hostilidad.  

La presentación anticipa una tónica beligerante. Según el moderador Brooks, el gobierno de Cuba afronta problemas de toda índole. Fidel le interrumpe serenamente:  

–Quisiera decir algo. Dice usted que nuestros problemas internos y externos se han multiplicado, pero no es así. Hace solo tres meses que terminó la guerra. Si tuviésemos dificultades yo no estaría aquí.  

El periodista Harvers inicia el interrogatorio. Habla agresivamente, más en tono de fiscal que de reportero.  

–Doctor Castro, un periodista norteamericano publicó un editorial que decía que el doctor Castro odia a los Estados Unidos. ¿Es eso cierto?  

–¡Cómo voy a odiar al pueblo de Estados Unidos! No odio a nadie, ni a mis enemigos.  

Persiste el acoso. Mientras más inquisitorial se muestra Harvers, más sereno y paciente está Fidel. A veces parece que dicta una lección a un alumno torpe de entendederas.  

–¿En qué lugar se pondría usted en caso de un conflicto?  

–Lo mismo que las democracias. La democracia es mi ideal. Pero mucha gente llama democracia a cosas que no lo son. La democracia tiene distintos aspectos; algunos de los que usan la palabra democracia no la practican.  

Continúan las preguntas y todas son respondidas por Fidel con extremada paciencia:

–¿Qué derechos tiene usted para decirles a otros países latinoamericanos qué tipo de gobierno deben tener? Pregunta uno de ellos.  

Fidel, imperturbable, responde:  

–¿Derecho? El derecho de hablar. De la misma manera que los Estados Unidos hablan de democracia yo también hablo de democracia, porque creo en la democracia y considero que no es justo que algunos países tengan gobiernos tiránicos, como Santo Domingo, por ejemplo. Eso es un ideal. No es una intervención. Yo estoy contra todo tipo de intervención en los asuntos internos de cualquier país, porque nosotros, los pueblos latinoamericanos, hace muchos años que estamos luchando por el principio de no intervención.  

En esencia, los tres periodistas del panel abordan solo dos cuestiones: comunismo y elecciones. Quedan sin tratar muchos temas que hubiera sido conveniente que Fidel le esclareciera al pueblo norteamericano.  

De la entrevista televisada por la NBC, el primer ministro cubano parte hacia el Capitolio para reunirse con Richard Nixon, vicepresidente de los Estados Unidos. En el programa oficial cubano, se prevén solo quince minutos para la visita.  

Fidel penetra en el lujoso salón de recepción del vicepresidente a las seis y cincuenta y nueve minutos de la tarde; un minuto después se halla con Nixon en su despacho oficial. A las nueve y veinte de la noche reaparecen ambos, sonrientes, para saludar a los periodistas, fotógrafos y camarógrafos de televisión y noticieros cinematográficos.

Los detalles de la plática no se revelan. A la salida de las oficinas vicepresidenciales ambos eluden hacer pronunciamientos.  

Muchos años después, en La Habana, Fidel narró sobre de ese encuentro:  

“El presidente de Estados Unidos no se dignó ni siquiera a invitarme a tomar un café, porque yo no era digno de tomarme un café con él. Me mandaron a Nixon. No es que me deshonrara que me enviaran a Nixon, que era vicepresidente. Me recibe en el Capitolio en un despacho, conversa conmigo y me deja hablar. Nixon me escucha y me escucha, no dice nada, no hace ningún comentario; pero cuando termina la entrevista conmigo es conocido que le envía un memorando a Eisenhower diciendo: Castro es comunista y hay que derrocar al Gobierno Revolucionario”.  

Lunes 20 de abril  

El 20 de abril de 1959, Fidel visita el Club Nacional de Prensa, donde está previsto que pronuncie un discurso. Habla acerca de algunas cuestiones que no pudo abordar en el programa Meet the Press y expresa:  

“Quiero aprovechar esta ocasión, si me lo permiten, para dirigirme a la opinión pública de manera que me entienda mejor…”. Refiere había visitado el Lincoln Memorial y allí había leído una declaración de la Constitución de los Estados Unidos, en el sentido de que “todos los hombres tenían derechos propios, el derecho a la libertad, a la vida…”. “Quiero preguntarles –añadió– ¿qué harían ustedes con aquellos que han abolido esos derechos? ¿Qué hacer con los que han abolido esos derechos?”.  

Después de la reunión en el National Press Club, a las cuatro de la tarde, Fidel Castro y su delegación parten en tren para Princenton, Nueva Jersey.  

Es el sexto día de incesante trajín. La mayoría de la delegación se desploma en los mullidos asientos. El líder revolucionario, en cambio, se pasea por el pasillo del vagón. Fidel viaja a Princenton invitado por el famoso centro universitario de esa ciudad. El instructor de un colegio universitario es quien invitó al primer ministro de Cuba para que visitara esta ciudad universitaria. Se trata de Roland T. Ely, de 35 años, considerado como una autoridad en asuntos latinoamericanos en la vecina Rutgers University.  

Fidel pasa una noche en la residencia de Ely, en Constitution Drive. Los miembros de su séquito se alojan en otras casas de la ciudad. Y otros en Morvan, residencia oficial del gobernador de Nueva Jersey.  

Martes 21 de abril  

En la Ciudad Universitaria de Princenton, Fidel dicta una conferencia sobre civilización americana en el curso especial dirigido por el profesor Robert Palmer. Cuando concluye, gritos entusiastas llenan el recinto. Seguidamente, el primer ministro se traslada a la residencia del gobernador de Nueva Jersey para otra conferencia de prensa. El cuestionario gira en el mismo círculo vicioso de siempre: justicia revolucionaria, comunismo y elecciones. Fidel, con creciente dominio del idioma, es exhaustivo en el análisis de los tres puntos.  

Luego, la delegación regresa en tren. Le espera Nueva York. La policía tiende barricadas alrededor de la estación de Pennsylvania. El recibimiento se perfila con características multitudinarias. La colonia hispanoamericana se vuelca en la zona aledaña a la terminal ferroviaria. Por doquier asoman banderas cubanas y dominicanas.  

Afuera aguardan a Fidel más de veinte mil personas, estacionadas a lo largo del trayecto hasta el Statler Hilton. De pronto, Fidel se dirige en dirección al público. Pero un agente lo intercepta.  
–Please, doctor Castro.  
–I want to see the people. [Quiero ver al pueblo]  

Se cuenta que es la primera vez que se produce semejante acontecimiento en la historia del Statler Hilton, habituado a recibir personajes ilustres.  

Poco después de las dos de la tarde, el primer ministro abandona el hotel para cumplir su cita con la Universidad de Columbia.  

En el Seminario Tannembaum, de la Universidad de Columbia, Fidel Castro da una conferencia y se somete a las preguntas de estudiantes de periodismo.  

La agenda de trabajo continúa con una rueda de prensa y una mesa redonda para los alumnos de la Escuela de Periodismo. Fidel acepta todo tipo de preguntas.  

–Estudien bien el español, recomienda a los muchachos, así, si van a Cuba y tienen que hablar como yo, no encontrarán dificultades.  

En Nueva York, el diálogo de Fidel con la opinión pública norteamericana continúa desde el hotel Statler Hilton.  

Por la noche cambia el escenario. Fidel es el orador principal en la reunión celebrada por la Asociación Femenina de Abogados de Nueva York.