Discursos e Intervenciones

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN LA VIII CONFERENCIA CUMBRE DEL MOVIMIENTO DE PAISES NO ALINEADOS, CELEBRADA EN HARARE, CAPITAL DE ZIMBABWE, EL 2 DE SEPTIEMBRE DE 1986

Fecha: 

02/09/1986

Estimado Presidente Robert Mugabe;

Distinguidos Jefes de Estado o de Gobierno;

Señores miembros de las delegaciones;

Distinguidos invitados:

Hace solo siete años, cuando celebramos nuestra Sexta Cumbre en La Habana, tuvimos el honor de saludar, como miembro pleno de los Alineados, al heroico Movimiento de Liberación de Zimbabwe, que no había alcanzado todavía su independencia.

Hoy, la Octava Cumbre de Harare, en el estado soberano más joven de Africa, trinchera avanzada del continente en la lucha contra el racismo y el apartheid, es todo un símbolo de la pujanza de nuestro Movimiento y de la marcha incontenible de los pueblos hacia la independencia.

Al elegir a Zimbabwe como tribuna del Movimiento en la Octava Cumbre, elegimos con ello también a quien habría de presidirlo en este nuevo período, el Héroe Nacional que encabezó la lucha de su pueblo por la liberación, Robert Mugabe.

Permítame asociarme, estimado compañero Mugabe, en nombre de Cuba, a la atmósfera de respeto y simpatía que esta reunión le dispensa. Estamos seguros de que bajo su experimentada y seria conducción, el Movimiento de Países No Alineados adoptará en esta Cumbre trascendentales decisiones y avanzará con pasos sólidos hacia el futuro.

Deseo también en esta ocasión honrar la memoria de una gran ausente de nuestra reunión: la inolvidable Indira Gandhi. Ella nos condujo con sabiduría y dignidad durante la mayor parte del mandato presidencial confiado a la India. Su atroz asesinato nos conmovió a todos. Siempre la recordaremos con profundo respeto y gratitud. Al rendirle homenaje, debo subrayar, a la vez, lo que ha significado para los No Alineados la dirección serena e inteligente del Primer Ministro Rajiv Gandhi. El supo garantizar la independencia del Movimiento y mantener nuestra unidad en tiempos difíciles. Bajo su certera dirección, hemos avanzado con éxito hacia esta Cumbre.

Nuestro mundo se encuentra ante dos mortales y nunca antes conocidos dilemas: la paz o la autodestrucción total; un orden económico internacional justo o el más espantoso destino para la inmensa mayoría de los pueblos de la Tierra aquí representados, aun cuando hubiese paz.

A los pueblos del Tercer Mundo, nos corresponde lo peor de ambos dilemas: podemos ser barridos de la faz de la Tierra en una guerra de la cual no tengamos la menor responsabilidad y en la cual no tomemos parte alguna; podemos ser aplastados por el hambre y la miseria en virtud de un orden económico mundial que no fue creado por nosotros, y que surgió y se desarrolló a pesar de nosotros y contra nosotros.

Un día, hace muchos años, dije ante las Naciones Unidas: "cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra".

La conquista y la colonización llevada a cabo en los pasados siglos a costa de los pueblos de América, Africa y Asia por un puñado de potencias europeas que violaron, mataron, asesinaron en masa, arrancaron decenas de millones de personas de sus tierras para esclavizarlas, y que extrajeron cuanto oro y plata fue posible de las entrañas de nuestros suelos, y del sudor de los esclavos incontables toneladas de azúcar, café, cacao, té, algodón y otras riquezas para disfrute de las sociedades coloniales, estuvieron inspiradas en esa filosofía del despojo, del saqueo y de la explotación de otros pueblos. Así surgió, chorreando sangre por todos los poros, el capitalismo y, más tarde, el imperialismo y el neocolonialismo.

Esto no hay que estudiarlo en ningún libro de marxismo, porque está escrito con huellas imborrables en la carne de todos nuestros pueblos.

¿Qué es el subdesarrollo sino un fruto directo de ese despojo histórico?

De la filosofía del saqueo, del viejo reparto y de los nuevos intentos de reparto del mundo entre las potencias imperialistas, surgieron las dos guerras mundiales que costaron a la humanidad ríos de sangre. En esa misma filosofía se inspira hoy el imperialismo al desatar la más grande carrera armamentista en los anales de la historia.

Las potencias capitalistas desarrolladas no se resignan a perder nuestros recursos naturales, nuestras materias primas, nuestros mercados, nuestra mano de obra barata; a no vender cada vez más caro sus productos mientras pagan precios cada vez más miserables por los nuestros, ni a renunciar a la práctica del despojo sistemático de nuestras economías; no se resignan a la existencia de nuevas formas de producción y distribución de las riquezas sociales que no sea su viejo y podrido capitalismo; no se resignan, en fin, a la verdadera independencia nacional de las antiguas colonias y al movimiento de liberación de los pueblos. En eso radica, en esencia, la causa de la enorme acumulación de arsenales nucleares, cohetes estratégicos, bombarderos de largo alcance, portaaviones gigantescos, acorazados, submarinos, tropas de despliegue rápido y bases militares imperialistas en todo el mundo. En eso reside la causa del desmesurado afán de llevar las armas al espacio cósmico, de modo tal que un día el hombre no pueda siquiera mirar las estrellas sin que su vista quede ensombrecida con la idea del mortífero arsenal de armas nucleares, rayos láser, haces de partículas y artefactos por el estilo, rodeándolo por todas partes. Ningún país de la Tierra podría sentirse así seguro. Esas armas en el cielo no tienen otro objetivo que apropiarse de los bienes del hombre en la Tierra. Por ello, incluso, se niegan terminantemente a reconocer los Derechos del mar, elaborados y acordados por la inmensa mayoría de la comunidad internacional. Quieren para sí todas las aguas del océano y todos los minerales de sus fondos al alcance de sus sofisticadas tecnologías.

Nadie se extrañe de que llame las cosas por su nombre. Si Estados Unidos alcanzara el predominio militar en el mundo, al que tan desaforadamente aspira, todos los aquí presentes saben que su petróleo, su hierro, su cobre, su cromo, su bauxita, su caucho, su plomo, su zinc y demás recursos naturales y materias primas, serían de nuevo repartidos entre las grandes potencias capitalistas, para satisfacer sus insaciables ansias de consumo, sin que tuviéramos siquiera un arma con que defendernos.

Ello no ocurrió así a raíz de la crisis petrolera, solo porque en el mundo existe una nueva correlación de fuerzas desde que surgió el socialismo y más de cien países se emanciparon del yugo colonial.

Cuba, miembro del Movimiento de Países No Alineados, del que fue uno de sus fundadores, se enorgullece a la vez de su condición de país socialista. El socialismo, por esencia, es ajeno a la guerra, a la explotación del sudor y los recursos naturales de otros pueblos; el socialismo no necesita inversiones en el extranjero, ni bases militares fuera de sus fronteras, ni repartos del mundo; no necesita producir armas para impulsar la economía y enriquecer monopolios, sabe perfectamente que los recursos pueden y deben ser invertidos en fábricas, hospitales, escuelas, viviendas, centros de recreación y cultura, y otros fines más nobles. La carga más pesada que ha impuesto el imperialismo al socialismo es el gasto en armamentos. Nuestro país, a pocas millas de Estados Unidos, lo sabe perfectamente.

En esta hora suprema y decisiva para todos los pueblos, es precisamente el imperialismo y no el socialismo quien se niega a poner fin a los ensayos nucleares, y quien rechaza la única política coherente, lógica y aceptable para la humanidad: cesar la carrera armamentista, prohibir las armas químicas y otros medios de destrucción masiva, reducir significativamente las armas convencionales e iniciar un programa para la total eliminación de las armas nucleares en el más breve tiempo posible. Esta es la aspiración más sentida, no solo de los hombres que construyen el socialismo, sino de todas las personas responsables y sensatas de la Tierra.

¡La pesadilla que gravita sobre todo el género humano debe cesar!

No es posible hablar de seguridad para nadie en un mundo en que su propio exterminio sea una posibilidad real a cualquier hora del día o de la noche, y si la humanidad debe tener un peso en los acontecimientos que determinan su propia existencia, ella, a través de la comunidad internacional, incluidos los pueblos de los propios países imperialistas, ha de hacer prevalecer estos objetivos.

La paz constituye uno de los deberes más sagrados de nuestro Movimiento. Nadie está exento de tal obligación. En la reciente reunión de México, el grupo de seis eminentes personalidades internacionales expresaron que la lucha por la paz es tarea no solo de las grandes potencias, sino de todos los pueblos del mundo. La humanidad puede y debe ser capaz de imponer la paz. El Movimiento de Países No Alineados, con su inmenso prestigio y fuerza política, puede y debe hacer una contribución decisiva en esta dirección.

El otro dilema mortal que nos agobia, es decir, el económico, también amenaza nuestra supervivencia; pero, en este caso, somos los países del Tercer Mundo sus víctimas casi exclusivas.

Por ello, no solo necesitamos paz, sino que los recursos destinados a la guerra y a la destrucción del hombre se inviertan en el desarrollo económico y social del mundo; en primer lugar, en los países históricamente saqueados: las antiguas colonias de ayer, las nuevas colonias de hoy. Sin embargo, los gastos militares, que sobrepasaban los 650 000 millones de dólares cuando la Cumbre de Nueva Delhi en 1983, alcanzaron en 1985 la fabulosa cifra de 850 000 millones, a pesar de que ya el arsenal nuclear equivale hoy a casi 16 000 millones de toneladas de TNT; es decir, la cantidad necesaria para exterminar doce veces a la población actual del mundo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en un lapso de apenas 40 años, se han invertido en gastos militares 17 millones de millones de dólares. Esta cifra es muchas veces mayor que la que habría sido necesaria para sacar del subdesarrollo a todos los países del Tercer Mundo juntos. Hoy no se contarían los hambrientos, los desnutridos, los analfabetos, los enfermos, los desempleados por cientos y por miles de millones de personas en nuestro planeta; hoy no existiría la gigantesca deuda externa de casi un millón de millones de dólares de nuestros países, que aunque abrumadoramente alta equivale solo al 5,8 % de los gastos en armas de la posguerra.

Como dije después de la Sexta Cumbre ante las Naciones Unidas: "El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo."

No puede haber desarrollo si no hay paz, ni puede haber paz si no hay desarrollo para la inmensa mayoría de los pueblos de la Tierra.

La realidad, sin embargo, es que somos explotados de una forma cada vez más despiadada. Lo que importamos del mundo capitalista desarrollado, sea un camión, un tractor, una locomotora, un componente industrial, una fábrica, un medicamento, un equipo médico, una simple pieza de repuesto, cualquier cosa, vale cada vez más caro, y lo que exportamos se paga a precios cada vez más baratos. Si exceptuamos el petróleo, privilegio de unos pocos países, también con dificultades en la actualidad, hoy tenemos que entregar tres veces, cuatro veces y hasta seis veces más azúcar, té, café, cacao, henequén, copra, hierro, bauxita, cobre, etcétera, por el mismo producto que importábamos hace 30 años.

Hoy hay más intercambio desigual, más proteccionismo, más dumping, más competencia desleal, más control de los mercados por las transnacionales, más altas tasas de interés, más fuga de capital hacia los grandes centros financieros de Estados Unidos y Europa, más manipulación de las finanzas internacionales por las potencias imperialistas que nunca antes en la historia. El precio que pagamos como neocolonias es mucho más alto que el que pagábamos, incluso, cuando éramos colonias.

No quiero agobiar con cifras, pero ruego me permitan citar algunas para ilustrar esta situación trágica.

La deuda externa, que en 1977 ascendía a 373 000 millones de dólares, en 1985, solo ocho años después, ascendió casi al triple de esa cifra: 950 000 millones.

Entre 1981 y 1985, los países del Tercer Mundo pagaron por concepto de intereses más de 300 000 millones de dólares, y por el servicio total de la deuda 526 000 millones.

En 1985, Africa gastó el 32% de sus ingresos por exportaciones en el pago de los servicios de la deuda, y América Latina el 44%.

Entre 1980 y 1985, los países del Tercer Mundo perdieron 104 000 millones por los términos de intercambio desfavorables y 120 000 por excesos en las tasas de interés. La caída de los precios de los productos básicos obligó a estos países a entregar en 1985 un 25% más de lo suministrado en 1980, para obtener la misma cantidad de importaciones.

Si en 1979 el 40,2% del flujo financiero internacional fue hacia los países del Tercer Mundo, en 1985 solo recibieron el 10,3%, mientras Estados Unidos, el país más rico y desarrollado del mundo, que en 1980 recibió el 6,1% de este flujo, en 1985 alcanzó el 24,2%. Las cifras perdidas por fuga de capital ante el mal crónico de la inflación, las altas tasas de interés ofrecidas por la banca norteamericana y la inseguridad en sus países de origen, son incalculables. De algún lugar tenía que salir el dinero para el colosal rearme de Estados Unidos, la guerra de las galaxias, los gigantescos déficit presupuestarios y de la balanza comercial, la política agresiva y otras insensateces de la actual administración de ese país.

El Fondo Monetario Internacional, gendarme financiero del imperialismo, exige terminantemente a los países del Tercer Mundo suprimir los déficit fiscales y de balanza comercial, reducir los gastos de educación y salud, eliminar inversiones estatales, depreciar la moneda, elevar los precios de los artículos de consumo y los servicios, suspender restricciones a la libre importación; es decir, volcar sobre el pueblo, ya esquilmado y depauperado, el peso de la deuda y de la crisis. Sin embargo, en Washington, a solo unas cuadras del cuartel general del Fondo Monetario, radica la Casa Blanca, residencia del Gobierno de Estados Unidos, que ha incurrido en los más fabulosos e increíbles déficit fiscales y comerciales de la historia del mundo. Allí, a lugar tan próximo, el Fondo no ha enviado jamás un solo experto suyo para exigir que cesen el déficit fiscal, el desbalance comercial, el proteccionismo, el dumping, los altos intereses, la manipulación del dólar y otras prácticas infames y nefastas para la economía mundial. Tampoco envía expertos a los países de la Comunidad Económica Europea que inundan el mundo de productos agrícolas subsidiarios en desleal competencia con los países del Tercer Mundo, con un egoísmo que raya en la demencia.

Estados Unidos se rearma con el dinero del mundo y el Fondo Monetario guarda silencio. Estados Unidos vive y gasta por encima de su propia producción, a costa de la economía mundial, y el Fondo Monetario guarda silencio. Tal es el orden económico que se nos ha impuesto.

Con la ayuda de las matemáticas, hemos analizado todas las variantes que se sugieren para resolver el problema de la deuda: con los intereses actuales o con intereses más bajos, con nuevos créditos o sin nuevos créditos, con límites de pago asociados a las exportaciones o sin un límite, con moratoria o sin moratoria, y aun en el supuesto de un desarrollo sostenido a ritmos elevados, lo cual linda con la utopía, el resultado de todos los análisis es que la deuda, como un enorme y monstruoso cáncer, cuyas células malignas se multiplican a ritmo acelerado, tiende a reproducirse y crecer hasta lo infinito.

Un día se nos ocurrió calcular cuánto tiempo necesitaría un hombre solo para contar la deuda externa de América Latina, a razón de un dólar por segundo, y el cálculo arrojó más de 12 000 años. Hay en la actualidad una enfermedad muy de moda y preocupante, el Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida. Pues bien, la deuda externa del Tercer Mundo es el SIDA de la economía mundial.

De los análisis matemáticos y de serias reflexiones sobre el problema, sacamos la conclusión de que la deuda externa de los países del Tercer Mundo es impagable e incobrable; que constituye para estos países un imposible político, un imposible económico y un imposible moral; que nuestros países no son deudores, sino acreedores; que el capitalismo en su desarrollo fue financiado con la sangre, el sudor y las riquezas de las colonias de Asia, Africa y América Latina; que con el intercambio desigual nos han robado mucho más que el monto total de la deuda; que el proteccionismo y el dumping bloquean nuestras exportaciones y arruinan a nuestros pueblos; que gran parte del dinero prestado se fugó a los propios centros financieros de Occidente sin ningún provecho para nuestros pueblos; que las tasas de interés excesivas multiplican nuestra ya insoportable carga; que la deuda debe ser borrada; que los gobiernos de los países acreedores deben hacerse cargo de ella ante sus propios bancos, sin que para ello sean necesarios nuevos impuestos ni sacrificio alguno para los depositantes o contribuyentes de esos países; que con menos del 15% anual de los actuales gastos militares es suficiente para saldar en no mucho tiempo esa deuda, y que la economía mundial solo podría salir de la crisis con la abolición de la deuda y el Nuevo Orden Económico Internacional, aprobado ya por Naciones Unidas y nunca instrumentado, lo que, al elevar en cientos de miles de millones de dólares anualmente el poder adquisitivo del Tercer Mundo, multiplicaría el comercio internacional, pondría a plena producción las industrias de los propios países capitalistas desarrollados y les ayudaría a mitigar su peor tragedia: el desempleo crónico y creciente.

Para demostrar que existen los recursos, baste recordar que en el año 1986 los países capitalistas desarrollados se ahorrarán con la reducción de los precios del petróleo no menos de 120 000 millones de dólares. Esa cifra sería suficiente para hacer frente a los servicios de la deuda externa del Tercer Mundo este año. Con menos de una tercera parte anual de los gastos que se derrochan en la esfera militar, sería suficiente para abolir la deuda y enfrentar, además, el costo del Nuevo Orden Económico Internacional.

La paz, el desarme, la solución de la deuda externa y el Nuevo Orden Económico son por ello cuestiones inseparables. Si los estadistas de los países capitalistas desarrollados son incapaces de verlo así, estarán admitiendo el anacronismo, el egoísmo y toda la irracionalidad que encierra su propio sistema económico y social, así como su incapacidad total para contribuir a la solución de los problemas del mundo actual.

Nosotros no podemos cruzarnos de brazos, debemos exigir soluciones, pues tenemos derecho a sobrevivir a los peligros que nos amenazan y a vivir con dignidad y paz. José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, dijo un día algo que pudiera ser lema de esta reunión:

"¡Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan!"

Nosotros representamos a la inmensa mayoría de la humanidad, y no debemos mendigar nuestro derecho a la vida, tenemos que ser capaces de arrancarlo.

Distinguidos Jefes de Estado o de Gobierno:

Los jóvenes Estados y los movimientos de liberación nacional asisten a estas cumbres con las esperanzas de que sus justas causas sean defendidas. Pocas veces despertó en este sentido tantas expectativas nuestra reunión.

De nuestro continente vinieron representantes del FMLN de El Salvador, de la Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala, del valeroso y combativo pueblo del presidente Allende. En El Salvador, más de 50 000 muertos víctimas de una feroz represión; en Guatemala, país donde no se conoció un solo caso de prisionero político, 80 000 desaparecidos durante los regímenes militares que siguieron al derrocamiento de Arbenz por la CIA, en 1954; en Chile, miles de personas asesinadas, desaparecidas, un pueblo reprimido brutalmente pero dispuesto a vencer el fascismo; en Granada, un país invadido para aplastar una revolución que ya se había liquidado a sí misma; en Puerto Rico, un pedazo de Latinoamérica colonizado y ocupado; en Paraguay, una dictadura fascista que dura ya más de 30 años, tales son algunos ejemplos de los frutos de la injerencia de Estados Unidos en nuestro balcanizado continente.

Dondequiera que en América Latina surgió un gobierno genocida y corrupto estuvo la presencia y el apoyo de Estados Unidos. Dondequiera que surge el cambio social, dondequiera que los pueblos quieren ser verdaderamente libres, la hostilidad, el bloqueo y la agresión de ese país están siempre presentes. Cuba, donde un pedazo de su suelo está todavía ocupado por Estados Unidos y sufre ya más de 25 años de brutal bloqueo económico, es testigo excepcional de esta realidad.

Nicaragua es, sin embargo, el ejemplo más reciente y elocuente de esa brutal política del imperio: casi 50 años de tiranía somocista, fruto de la intervención militar yanki, contaron con la más estrecha alianza y el apoyo total de Estados Unidos. La nueva Nicaragua, fruto del heroísmo de sus hijos, sufre en cambio una sucia y descarada guerra de agresión, su economía es bloqueada, sus puertos son minados; miles de mercenarios al servicio de una potencia extranjera invaden su suelo desde Honduras, convertida en santuario de la contrarrevolución, base militar extranjera y plataforma de ataque contra un pueblo hermano por el gobierno de Estados Unidos.

La guerra sucia de Estados Unidos ha costado ya la pérdida de decenas de miles de vidas y de miles de millones de dólares a Nicaragua. Los esfuerzos de América Latina por alcanzar la paz a través del Grupo de Contadora en Centroamérica, se han estrellado contra el empeño de Estados Unidos en destruir a sangre y fuego la Revolución Sandinista y arrasar al movimiento de liberación en Centroamérica. Abierta e impúdicamente, como una bofetada al rostro de los pueblos de Latinoamérica y del mundo, el Gobierno de Estados Unidos hizo aprobar recientemente un nuevo presupuesto de 100 millones de dólares para continuar su aventura sangrienta contra Nicaragua, pisoteando, incluso, el veredicto del Tribunal Internacional de La Haya que condenó categóricamente tales acciones del Gobierno de Estados Unidos. Pero todo será inútil, no habrá fuerza capaz de aplastar el indoblegable espíritu y el heroísmo del pueblo nicaragüense, aunque allí tuviera que repetirse la trágica lección de Viet Nam.

Nicaragua ha ofrecido su hospitalario y heroico suelo como sede para la Novena Cumbre. Apoyarla sería un gran gesto de solidaridad. Nicaragua es hoy no solo símbolo de la lucha por la independencia de un país de Centroamérica, sino también de la lucha por la independencia de los pueblos de todo un continente, símbolo del derecho de cualquier país del Tercer Mundo a ser dueño de su destino.

La ocupación inglesa de las Malvinas, territorio de la República Argentina, constituye una afrenta para los pueblos de América. Allí se derramó sangre latinoamericana en lucha contra una potencia de la OTAN que contó, como era de esperarse, con el apoyo de Estados Unidos.

Nadie se confunda con las Malvinas, allí no ha surgido una nación como en Guyana o Belice, allí no existe una comunidad que anhele la autonomía o la independencia; allí vive un puñado de ingleses, que se consideran ingleses y que quieren seguir siendo ingleses. Es un enclave colonial, una posesión extranjera, un territorio ocupado que debe ser devuelto a la Argentina.

El pueblo de Perú ha sido víctima de las medidas arbitrarias del Fondo Monetario Internacional; requiere, igualmente, de nuestro decidido respaldo.

Panamá espera a su vez nuestro permanente apoyo para que acuerdos sobre el Canal sean respetados.

Bolivia demanda y merece respaldo en su justa aspiración a una salida al mar por territorio que fue suyo.

Los pueblos de América Latina, en sus ansias de libertad, en sus causas justas, esperan todo el apoyo y la solidaridad del Movimiento de Países No Alineados.

En el Oriente Medio y el norte de Africa, Cuba ha sido, es y será siempre solidaria con la justa lucha de los pueblos árabes, víctimas de la agresión imperialista y sionista, apoya firmemente a la OLP y hace suya la noble causa del pueblo palestino y su derecho a la independencia, a su patria y al Estado Nacional. No podrá ser eterno el desconocimiento de esos derechos, ni sería posible concebir la paz en el Medio Oriente mientras tales y tan monstruosas injusticias subsistan.

Debemos apoyar la soberanía, la unidad y la paz del valiente pueblo libanés; la integridad de Chipre, la lucha abnegada y admirable del pueblo saharauí por su derecho incuestionable e irrenunciable a la independencia nacional. Es difícil explicar por qué no ha sido todavía incorporada a nuestro movimiento la República Arabe Saharauí Democrática cuyo pueblo se enfrenta también a las armas más modernas que suministra el imperialismo yanki a los ocupantes extranjeros.

La nación árabe libia fue víctima reciente de provocaciones sangrientas de Estados Unidos y de un zarpazo criminal y traicionero, al estilo nazi, contra su pueblo. Hemos sido testigos de cómo el gobierno de Estados Unidos es capaz de utilizar sus más sofisticadas armas para tratar de asesinar a un Jefe de Estado y a toda su familia. Nuestro movimiento debe condenar con energía tales prácticas terroristas e infames.

La guerra entre Iraq e Irán, dos Estados miembros de nuestro Movimiento, no debió haber estallado jamás. Han sido inútiles, desgraciadamente, todos los esfuerzos por encontrar solución a este difícil y complejo conflicto. No por ello debemos desmayar en el empeño de alcanzar allí la paz y reparar en lo posible los daños y las heridas ocasionados por esa contienda fratricida.

Expresamos nuestro respaldo decididos la búsqueda de una solución política negociada al problema de Afganistán, sobre la base del más estricto respeto a la soberanía del país.

De igual modo apoyamos con toda nuestra fuerza a la República Popular Democrática de Corea en su justa y sagrada lucha por la reunificación pacífica del país, artificialmente dividido y en parte ocupado por Estados Unidos.

Hemos dicho con toda claridad que las próximas Olimpiadas deberán ser compartidas entre el Norte y el Sur; de no ocurrir así, nuestro país no participará en ese evento, que fue concebido irresponsablemente para acreditar a uno de los regímenes más represivos y desprestigiados del mundo, ignorando por completo a la República Popular Democrática de Corea. La solidaridad con ese hermano país en esa aspiración tan legítima debe hacerse patente.

Nos sumamos, igualmente, a la justa demanda de un Océano Indico libre de bases navales extranjeras y armas nucleares.

He dejado para el final la cuestión de Africa Austral.

Nos encontramos aquí, a no muchas millas del tenebroso sistema del apartheid; al otro lado de las fronteras de Zimbabwe, hacia el sur, más de 25 millones de personas, que constituyen la inmensa mayoría de la población del país, viven privadas de la más elemental condición de seres humanos. Desde allí todos los días llegan noticias de atroces asesinatos cometidos contra el pueblo.

A más de cuatro décadas de la derrota del fascismo y sus teorías racistas, que costaron la vida a más de 40 millones de personas, y en los umbrales del siglo XXI, un Estado segrega a los ciudadanos y se erige sobre bases raciales.

A este racismo se añade la más feroz explotación económica de las masas oprimidas, discriminadas y segregadas.

El apartheid es consecuencia directa del sistema colonial, de la forma brutal en que los pueblos de Africa fueron despojados a la fuerza de sus tierras y recursos naturales, y sus hijos fueron esclavizados y vendidos por el mundo. El apartheid ha podido mantenerse solo por el apoyo de Estados Unidos y los países de la OTAN, que ven en Sudáfrica un aliado estratégico, una fuente de materias primas, un mercado para las inversiones y las jugosas ganancias de las transnacionales, a costa del sudor y la sangre de millones de africanos.

La actual administración de Estados Unidos se niega terminantemente a admitir las sanciones económicas contra Sudáfrica y veta en forma sistemática los acuerdos del Consejo de Seguridad que afecten al régimen de Pretoria, mientras bloquea económicamente, cada vez con más furor, a pequeños países progresistas o revolucionarios, como Cuba, Nicaragua, Viet Nam, Libia y la República Popular Democrática de Corea.

Estimulada por el apoyo que le ofrece el llamado compromiso constructivo del gobierno de Estados Unidos, Sudáfrica no solo desafía al mundo con la permanencia y endurecimiento del apartheid, sino que mantiene la ocupación de Namibia e impide la independencia de ese país colonizado, en abierto desacato a todas las resoluciones y acuerdos de las Naciones Unidas.

Sudáfrica organiza bandas mercenarias para desestabilizar a los estados vecinos, y lleva a cabo ataques sorpresivos y traicioneros contra Lesotho, Botswana, Zimbabwe, Zambia y Angola e incumple los acuerdos de N’Komati con Mozambique, con el continuo apoyo a los grupos subversivos. Ahora Estados Unidos se suma a estos planes desestabilizadores e introduce en Africa los métodos nefastos que practica en América Latina, con su ayuda abierta y descarada a las bandas de la UNITA en Angola.

La UNITA tiene una vieja historia de cooperación con los colonizadores y los imperialistas. Fue creada por la policía política portuguesa durante la guerra de liberación de Angola para sabotear el esfuerzo patriótico. Sudáfrica, con su colaboración, intentó destruir la independencia angolana en 1975 y desmembrar el país; la ha utilizado como instrumento durante los últimos 10 años en su guerra sucia contra Angola.

Cuando éramos niños, nos decían en las escuelas que dos cosas iguales a una tercera eran iguales entre sí. Al enarbolar las mismas banderas que las bandas de la UNITA y prestarles apoyo común, los gobiernos de Estados Unidos y de Sudáfrica expresan su afinidad de ideas y propósitos, y se igualan entre sí.

¿Qué diferencia puede haber entre las políticas de Washington y de Pretoria? Para el Gobierno de Estados Unidos, los palestinos desalojados de la tierra donde vivieron miles de años, los admirables combatientes saharauíes, los bravos luchadores del ANC, los patriotas de la SWAPO, los heroicos revolucionarios de El Salvador y Chile, son terroristas dignos de ser exterminados. En cambio, los bandidos de la UNITA que arrasan aldeas enteras de civiles indefensos, sin distinción de mujeres, hombres y niños; las bandas mercenarias somocistas al servicio de una potencia extranjera, y cuantos rufianes se opongan a cualquier proceso popular y progresista, son para ese gobierno imperialista insignes patriotas y luchadores por la libertad, acreedores de la ayuda de Estados Unidos. ¿Es esto o no fascismo? ¿Es o no racismo? ¿Es o no cinismo?

Nuestra solidaridad con el movimiento de liberación de Africa y sus heroicos enfrentamientos al colonialismo, al apartheid y al racismo no es simplemente verbal. En las luchas contra el colonialismo portugués, revolucionarios cubanos combatieron junto a Amílcar Cabral y Agostinho Neto en Guinea Bissau y en Angola; algunos entregaron sus vidas a esa noble causa. Cuando en 1975 Sudáfrica invadió a Angola ocupando más de la mitad de su territorio, a pesar de que todo un océano separa a Cuba de Africa, combatientes internacionalistas cubanos, junto a los heroicos hermanos angolanos, lucharon contra las tropas racistas y las hicieron retroceder más de 800 kilómetros hasta la frontera de Namibia, demostrando al mundo que los soldados de Sudáfrica, como los de Hitler, estaban muy lejos de ser invencibles.

A pesar del enorme esfuerzo que implica para nuestro pequeño país, un contingente que asciende a decenas de miles de combatientes internacionalistas cubanos ha montado guardia junto a las gloriosas Fuerzas Armadas angolanas durante 10 años para evitar que la historia de 1975 se pueda repetir.

Nuestra colaboración con Africa no es solo militar. Más de 15 000 jóvenes africanos estudian en nuestra patria, sin costo alguno para ellos, y miles de médicos, maestros, técnicos y trabajadores cubanos prestan sus servicios gratuitamente en este continente. Más de 250 000 compatriotas nuestros han cumplido misiones en Africa como combatientes o como colaboradores civiles.

Este esfuerzo solidario y absolutamente desinteresado perturba el sueño de los imperialistas yankis y los racistas sudafricanos. Ellos no conciben que entre países conquistados, colonizados y esclavizados ayer, pueda prestarse hoy semejante colaboración y levantar una poderosa barrera contra la agresión.

Tanto los imperialistas yankis como los racistas sudafricanos, hacen todo lo posible para que las tropas internacionalistas cubanas sean retiradas de Angola, pretendiendo condicionar a ello la independencia de Namibia. De común acuerdo, los gobiernos de Angola y Cuba hemos respondido: Aplíquese la Resolución 435 de Naciones Unidas sobre Namibia; cesen las amenazas de agresión contra Angola; cese la guerra sucia y el apoyo a las bandas mercenarias, y se iniciará la retirada gradual y progresiva de 20 000 combatientes cubanos que defienden líneas estratégicas en el sur de Angola; el resto del personal militar cubano sería retirado únicamente cuando lo entiendan conveniente los gobiernos soberanos de Angola y de Cuba, sin condición alguna.

La clave verdadera de la cuestión es que mientras exista en Sudáfrica el apartheid, mientras ese país esté regido por un gobierno racista y fascista, no habrá seguridad para Angola ni para ningún otro país de Africa Austral y la independencia de Namibia no será más que una ficción.

Por ello, puedo declarar aquí categóricamente que la presencia de las tropas cubanas en Angola se basa en principios, no está movida por ningún tipo de interés nacional de Cuba o cuestión de prestigio. Cuando cese el apartheid, cuando deje de existir el régimen fascista y racista de Sudáfrica, ningún país se sentirá amenazado, Namibia será de inmediato independiente, no hará falta entonces un solo soldado cubano, y se podrá proceder de inmediato a la retirada total de las tropas cubanas en Angola. Desde luego que Angola, cuya soberanía hemos respetado y respetaremos siempre con lealtad absoluta, puede decidir en cualquier instante si necesita o no nuestro personal militar allí. Lo que acabo de expresar es simplemente nuestra disposición a mantener las tropas en Angola mientras exista el apartheid en Sudáfrica.

Estoy seguro de que nuestra Cumbre, como parte esencial de su aporte a la lucha por la paz, el desarrollo, la justicia y la seguridad de nuestro mundo, dará todo su respaldo y su inmenso apoyo político y moral a los pueblos oprimidos de Sudáfrica y Namibia, y que pasará a la historia por su contribución decisiva a la batalla final contra el apartheid. Ese régimen monstruoso no puede ser reformado; debe ser demolido. Hoy está ya en crisis insalvable. Corresponde al ANC y a sus abnegados combatientes, a hombres y mujeres de la estirpe heroica de Nelson y Winnie Mandela, la gloria de haber inspirado la lucha irreductible del pueblo sudafricano y haber demostrado al mundo que hoy, como ayer, como mañana y como siempre, nada podrá detener la marcha de la historia, y ninguna fuerza en el mundo será capaz de encadenar indefinidamente la dignidad y la libertad humanas.

Gracias.

 

 

 

 

 

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