DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN LA APERTURA DE LA 79 REUNION DEL COMITE EJECUTIVO DEL CAME, EN EL SALON DE EMBAJADORES DEL HOTEL HABANA LIBRE, EN LA HABANA, EL 18 DE ENERO DE 1977
Fecha:
Estimado compañero Presidente del Comité Ejecutivo;
Estimados compañeros representantes permanentes;
Estimadas delegaciones:
Debo subrayar, en primer término, el singular honor que representa para nuestro pueblo revolucionario el que, en cumplimiento del acuerdo del Comité Ejecutivo del CAME, se efectúe en Cuba su septuagesimonovena reunión.
Comprendemos en todo su alcance el significado de este acuerdo. Apreciamos el esfuerzo que para ustedes representa el trasladar las deliberaciones del Comité a 8 000 kilómetros de la sede permanente, y someterse a las contingencias de la necesaria improvisación y de nuestra forzosa inexperiencia.
Vemos en este hecho una muestra de amistad y de interés hacia nuestro país; un deseo de conocer más de cerca nuestras realidades, nuestros modestos logros y nuestros problemas, y, sobre todo, una expresión indudable de la vitalidad, la fuerza y el avance victorioso del socialismo.
El pueblo cubano los acoge con hospitalidad y con cariño. Hemos hecho y haremos todo lo que esté a nuestro alcance por crearle al Comité Ejecutivo las condiciones de trabajo más propicias. Nuestros trabajadores, además, aspiran a poder mostrarles algunas de las realizaciones de la Revolución en el desarrollo económico del país, en la supresión de las huellas deformadoras de varios siglos de coloniaje y de dominación imperialista, y en la construcción material y social del socialismo.
Creemos que precisamente la enorme distancia geográfica que nos separa, así como las diferencias en cuanto al medio histórico y cultural en que están enclavados Cuba y los demás países miembros, lejos de constituir un obstáculo, nos ayudan a comprender mejor la esencia del Consejo de Ayuda Mutua Económica y a valorar el paso histórico que representó la incorporación de nuestro país a sus actividades en 1973.
Vivimos en un mundo donde la integración se ha convertido en la única alternativa posible para cualquier pueblo que aspire al desarrollo material y científico, y a ocupar un lugar digno en el futuro. La escala en que la moderna revolución científico-técnica plantea los problemas de la cooperación y la especialización de las economías, las tremendas exigencias actuales de carácter técnico, y las enormes inversiones que se requieren para dar solución racional al empleo de los recursos productivos, están en franca y absoluta contradicción con la escala de los mapas políticos que modelaron durante siglos las sociedades de clase, especialmente el capitalismo. Pero esta contradicción es todavía más aguda cuando nos remitimos a los niveles de desarrollo económico y cultural, a las abismales diferencias existentes entre un puñado de naciones burguesas industrializadas y decenas y decenas de países que apenas alcanzan el nivel de la supervivencia.
Nunca como hoy se ha manifestado con tanta fuerza el carácter antihistórico y obsoleto del sistema capitalista. Una sociedad que ha logrado crear colosales fuerzas productivas, ofrece, sin embargo, en la actualidad el espectáculo desquiciado del bajo aprovechamiento de sus capacidades industriales, la crisis ingobernable, la inflación sin límites, el desempleo, el hambre, la carrera armamentista, el derroche criminal de recursos irremplazables, los problemas energéticos y de materias primas, y la incapacidad para conservar y proteger el medio ambiente de la especie humana. Si Carlos Marx viviese, si pudiera abrir por un instante sus ojos a estas realidades, él mismo se admiraría de la genialidad de sus previsiones científicas.
Frente a este panorama se observan las tendencias integracionistas de algunos países capitalistas desarrollados, como es el caso de la Comunidad Económica Europea; mientras, en otras áreas y grupos de países, como ocurre en América Latina, surgen diversas fórmulas de asociación con matices variados, que van desde las que tienen un sentido categóricamente reaccionario hasta las que alientan un objetivo progresista y de defensa frente a la voracidad de los monopolios transnacionales.
La vida, sin embargo, confirma que cualquier intento de integración, en las condiciones del capitalismo, no puede ir más allá de ciertos objetivos limitados, y que toda empresa integracionista patrocinada por el imperialismo será siempre política y económicamente precaria, puesto que no solo resultará incapaz de salvar las desigualdades y las discriminaciones internas entre los socios más poderosos y los más débiles, sino que, además, como ocurre señaladamente en el caso de la Comunidad Europea y como se aprecia también en la política imperialista de los Estados Unidos, su alianza estará concebida para perpetuar el intercambio desigual con los países subdesarrollados, y obligar a estos, por medio de su sistema de aranceles proteccionistas, a subsidiar con sus productos agrícolas y sus materias primas las economías de consumo, los despilfarros y los altos niveles de vida de un pequeño grupo de naciones industriales.
En esencia, se trata de que no puede haber integración sin justicia social, sin la eliminación del régimen de explotación del hombre por el hombre, y sin la sustitución de los egoísmos nacionales por la práctica del internacionalismo. Esta es una razón más de por qué el futuro de la humanidad, inconcebible sin la unión económica y política más estrecha y sin la consecuente liquidación de los abismos de desigualdad que hoy subsisten, pertenece, sin ningún género de dudas, al socialismo.
Pero el capitalismo ha dejado y dejará al nuevo régimen social una labor de reconstrucción sumamente compleja y difícil.
Ninguna prueba mejor de ello que las tareas que ha debido afrontar el Consejo de Ayuda Mutua Económica desde su fundación, hace poco más de un cuarto de siglo.
El CAME es una confirmación del necesario carácter internacional del socialismo, postulado por Marx y Engels, y demostrado en la práctica revolucionaria por Lenin, quien percibió con singular genialidad cómo el avance histórico del socialismo supondría necesariamente el enlace cada vez mayor y la sucesiva integración de los diversos Estados socialistas en una comunidad que, al crecer, iría aproximándose a la imagen tantas veces soñada de una humanidad en que caigan las viejas fronteras, desaparezcan para siempre las contradicciones nacionales y los antagonismos entre países, y en que las lenguas y culturas diferentes dejen de ser, como ahora, un elemento de separación para convertirse en instrumento de unión y de enriquecimiento mutuos.
Desde luego, estamos lejos aún de esa meta a que han de conducir las sociedades comunistas. Pero el CAME es ya un paso en esa dirección.
Los enemigos del socialismo, y aun algunos de sus partidarios, se valen de los arraigados prejuicios nacionalistas para sembrar en los pueblos el temor a que el superior desarrollo y la mayor fortaleza material de unos países con respecto a otros, conduzcan inevitablemente a trasplantar al seno de las comunidades socialistas las relaciones basadas en el predominio, e incluso en la explotación, que caracterizan a los viejos sistemas imperiales y a las modernas estructuras del capitalismo mundial. Pero el CAME permite comprobar fehacientemente cómo la naturaleza ideológica del socialismo hace imposible la existencia de tales fenómenos, y cómo el concepto de satelismo, tan empleado por nuestros adversarios, solo cabe en realidad en las relaciones del imperialismo y los regímenes desvergonzados que le sirven.
El ingreso de Cuba en el CAME es una prueba de la universalidad creciente del socialismo. Cuando los imperialistas norteamericanos estaban más confiados y seguros de que la América Latina era su cómodo traspatio y su privilegiado coto de saqueo particular, surgió en 1959 la victoriosa Revolución Cubana, que por primera vez liberó de modo total a un país de este hemisferio de la opresión imperialista.
Nuestra historia mostró muy rápidamente que, en las condiciones contemporáneas, a un país recién liberado solo le era posible resistir y vencer la decisión imperialista de reconquista militar, política y económica, si se decidía a realizar transformaciones profundas y avanzaba resueltamente hacia el socialismo.
Si algún privilegio le ha correspondido a nuestro país, es el que le confiere la historia de haber sido el primero que derrotó al capitalismo y al imperialismo en esta parte del mundo, y el primero en que se comenzó a construir el socialismo. No fue ningún milagro, sino la fuerza invencible de la ideología marxista-leninista, fundida con nuestras tradiciones revolucionarias, y el heroísmo masivo del pueblo, unido al apoyo formidable de la solidaridad internacional, lo que hizo posible que las inmortales banderas de la Gran Revolución de Octubre flamearan triunfantes sobre el primer territorio libre de América.
Los imperialistas gustan de atribuir al socialismo propósitos expansionistas, como si las ideas revolucionarias no fueran patrimonio universal y como si cada pueblo no pudiera por sí mismo, en correspondencia a las leyes históricas, avanzar hacia una sociedad superior.
Nadie sino el pueblo cubano, verdaderamente libre por primera vez, decidió el camino del socialismo en nuestra patria. Nadie sino la propia naturaleza internacionalista de nuestro régimen social, ha convertido a Cuba en el enlace natural entre la comunidad socialista de Europa y los pueblos de este continente. A nadie se puede culpar tampoco si hoy el CAME cuenta con un Estado miembro que habla español y si irradia la fuerza de su obra, de sus ideas y del ejemplo de sus relaciones con los países socialistas, en un escenario que solo ha conocido las odiosas relaciones de prepotencia, sojuzgamiento y humillación que les ha impuesto históricamente el imperialismo norteamericano.
Hace muy poco, el Consejo de Ayuda Mutua Económica ha conmemorado sus primeros 24 años de funcionamiento. Los resultados económicos en ese breve período sirven para corroborar la victoria indeclinable del socialismo sobre el capitalismo.
Siempre será necesario recordar que el surgimiento del poder soviético —pronto hará seis décadas— fue considerado por todos los teóricos del capitalismo como el brote de una utopía efímera destinada a desaparecer en breve plazo y sin dejar huellas. La hazaña del pueblo soviético, conducido por Lenin y su Partido, le dieron a aquella aparente quimera la fuerza admirable de una espléndida realización, que no solo sobrevivió al sacrificio que le impusieron la agresión y el bloqueo iniciales y la terrible guerra patria contra el nazismo, en la que los soviéticos pagaron el costo principal de una lucha con la que liberaban a todo el género humano, sino que además nos muestra hoy el espectáculo del extraordinario ascenso económico, cultural y científico-técnico que ha hecho de la Unión Soviética una realidad impresionante y una firme esperanza. Con el CAME, las victorias del socialismo dejaron de ser la hazaña aislada de un pueblo de gigantes, para transformarse en el empeño solidario de una comunidad de países, asociados en su base ideológica y en el contenido socialista de sus economías.
Para reflejar el crecimiento sostenido y acelerado de la comunidad socialista integrante del CAME en este cuarto de siglo, bastaría decir que, al fundarse, los países socialistas miembros producían sólo el 18% de la producción industrial mundial, y que ya en 1974 su peso había alcanzado el 33%. La producción industrial de los países miembros creció, entre 1950 y 1973, desde seis veces en algunos hasta dieciséis veces en otros. Los países que habían tenido un menor desarrollo industrial comparativo antes de sus revoluciones socialistas, lograron ritmos sorprendentes. Bulgaria creció cincuenta y tres veces, Rumania cuarenta y ocho y Polonia treinta y ocho veces.
En 1950, la producción de acero de los países de la Comunidad Económica Europea era mayor que la de los países miembros del CAME: 48 400 000 toneladas en la Comunidad y 35 800 000 en los países del Consejo.
Sin embargo, ya en 1973 la producción siderúrgica de los países del CAME dejaba atrás a la de la Comunidad Económica Europea, con 178 millones de toneladas anuales contra 150 millones, respectivamente, a la vez que la producción de la URSS en acero superaba la de los Estados Unidos. La producción de energía eléctrica creció en más de diez veces en ese mismo período. Saltos similares ocurrieron en cuanto a la extracción de petróleo y aún mayores en la producción de determinados recursos técnicos, como los tractores. Es explicable, por ello, que la renta nacional de los países miembros, cifra que indica el grado de bienestar material de sus respectivos pueblos, creciera en su conjunto cinco coma ocho veces durante ese período.
Pero no es esto solo lo que nos indica que la superioridad del socialismo ha dejado de ser un pronunciamiento teórico para convertirse en una realidad palpable. Las victorias económicas del socialismo contrastan hoy más que nunca con las dificultades crecientes que experimentan los países capitalistas, ya se trate de potencias aisladas como Estados Unidos y Japón, o de agrupamientos económicos como la Comunidad Europea. Los que creyeron durante un breve tiempo que habían encontrado las técnicas para escapar a las crisis del sistema y se burlaban del diagnóstico de Marx como algo obsoleto, se encuentran hoy acosados por el espectro de una nueva gran depresión como la de 1929.
Los capitalistas se debaten entre la inflación que surge por todos los poros de su decrépito sistema, y el desempleo que golpea con sus limitaciones económicas y su humillación social a cientos de millones de trabajadores.
Sin embargo, lo más interesante es el hecho de que ustedes mismos consideren que los beneficios y las posibilidades que brindan la integración de los países socialistas han sido hasta aquí apenas débilmente aprovechados, y que continuamente estudien nuevos métodos y programas a fin de acelerar los resultados ya tangibles de la planificación coordinada, la especialización y la integración incipiente de algunas ramas industriales. En Cuba le atribuimos extraordinaria importancia a estos análisis.
Observamos con gran interés la elaboración que se realiza de programas de colaboración a largo plazo, para la solución de problemas fundamentales en la esfera de la producción material, especialmente en las ramas de energía, combustible y materias primas industriales; en la construcción de plantas y equipos de tecnología moderna para la producción agropecuaria, la industria alimenticia, el transporte y otras ramas, y la adopción de planes complejos dedicados al desarrollo científico-técnico, que vienen siendo objeto de estudios profundos y cuidadosos, con vistas a su más rápida implantación.
Esos programas permitirán, a la vez, el perfeccionamiento de la división del trabajo socialista. En este aspecto, también cada nuevo día nos trae la seguridad de que solo el socialismo permitirá una división internacional del trabajo justa y eficaz.
No nos referimos siquiera al contraste entre la división del trabajo, tal como hoy existe entre nosotros, y la que pretenden perpetuar las grandes potencias capitalistas respecto a los países subdesarrollados, pues este problema merece ser analizado siquiera con brevedad en su momento.
Sé bien que todos estamos conscientes de que falta mucho todavía para que la división del trabajo entre nuestros países funcione de acuerdo con los principios y las normas que hemos fijado en nuestros programas. Sin embargo, tenemos la certeza de que avanzamos por el camino correcto hacia la igualación progresiva de los niveles de desarrollo económico y de progreso industrial entre los países miembros.
La lucha por el Nuevo Orden Económico Internacional se ha convertido en una divisa común de los países que quieren suprimir el atraso y abolir la expoliación de que fueron y siguen siendo víctimas. Sabemos que ese orden económico no será asequible mientras prevalezca en proporciones sustanciales del mundo el sistema imperialista, pero muchas de las reformas que conducirán a acelerar su desaparición son asequibles hoy mismo, y se encuentran inscritas en este programa común de los pueblos en desarrollo.
La Conferencia de París y las amenazas proferidas por Ford y Kissinger, demuestran que los imperialistas no se resignan a perder ninguno de sus privilegios, aunque el más simple análisis permitiría demostrar que la concesión de algunas reformas es tal vez el único camino que les quedaría para impedir que se precipite, por la intensificación de la lucha de los pueblos desesperados en su agonía, el derrumbamiento total del sistema que creen defender mejor con la obstinación y la violencia.
El CAME, en sus relaciones con los países subdesarrollados, pone de manifiesto la diferencia radical que separa al socialismo de los agrupamientos imperialistas.
Se sabe que hasta 1975 los países miembros del CAME han prestado asistencia económica y técnica a casi 70 países del llamado Tercer Mundo, los cuales por esta vía han construido más de 2 000 empresas industriales y de otro tipo en las ramas fundamentales de su economía. En la actualidad, más de 1 000 objetivos se encuentran en construcción.
Los países miembros del Consejo de Ayuda Mutua Económica han concedido a los países en desarrollo créditos a largo plazo que importan más de 11 000 millones de rublos. Sin embargo, no hay una sola exigencia onerosa detrás de estas operaciones, ni búsqueda de materias primas, ni extracción de dividendos. Ni uno solo siquiera de los países miembros del CAME posee una empresa o explota a un trabajador en ninguna parte del mundo. Esta es la gran diferencia que distingue a la colaboración del CAME de la explotación y de la "ayuda" del imperialismo.
Las vicisitudes históricas de las guerras de agresión, y el propio retraso económico del cual surgieron la Unión Soviética y los demás países socialistas de Europa y Asia que hoy se sientan en esta sala, explican por qué hará falta todavía un período de tiempo para que los países socialistas puedan suministrar al mundo subdesarrollado los recursos enormes que éste requiere para borrar las consecuencias catastróficas del saqueo centenario de los colonialistas y los imperialistas. Lo nuevo es, sin embargo, ese nuevo tipo de relación, surgido del carácter socialista de la colaboración, en que los esfuerzos van dirigidos precisamente a la transformación de las viejas condiciones, al aseguramiento de las bases económicas del desarrollo, a garantizar la plena independencia económica del país con el cual se colabora.
Quisiera en esta mañana reiterar que Cuba se siente orgullosa de haber sido uno de los ejemplos más extraordinarios y elocuentes de lo que puede ser la relación entre un poderoso país socialista y un naciente Estado que conquistó su independencia y se encaminaba por la vía de los cambios hacia el socialismo.
Las relaciones de la Unión Soviética y Cuba, en el orden del apoyo político y militar, en la esfera del comercio, de la asistencia técnica y de la promoción del desarrollo, quedan como una página insuperable en la historia de las vinculaciones entre países grandes y pequeños. No nos sería posible desaprovechar esta ocasión para reiterarlo una vez más.
Ahora, al lado de las relaciones bilaterales con la URSS y otros países socialistas, empezamos a experimentar los resultados de la colaboración multilateral que nos llega a través del CAME.
Discutirán ustedes en estos días la marcha del cumplimiento del convenio, mediante el cual los países miembros prestarán asistencia a Cuba en la construcción de una nueva planta de níquel que ha de producir 30 000 toneladas métricas anuales.
Otros tópicos de la posible cooperación al desarrollo económico de Cuba están también inscritos en la agenda de trabajo de la reunión.
Sin duda alguna, el ejemplo de esas posibilidades es el que ha determinado que sean cada vez más los países latinoamericanos interesados en acercarse al Consejo de Ayuda Mutua Económica y lograr acuerdos de colaboración que signifiquen un paso importante en la defensa de sus países, frente a las condiciones contemporáneas de la crisis general del capitalismo y el intercambio desventajoso que el imperialismo les impone.
Para nosotros, estimado compañero Presidente, queridos compañeros Representantes Permanentes, ésta es una alentadora confirmación de nuestras propias convicciones. Al ingresar al CAME, hace ahora cuatro años, lo hicimos en nuestra triple condición de país socialista, país subdesarrollado y país inscrito en la historia, en las tradiciones y en las esperanzas revolucionarias de la América Latina.
Afirmamos entonces que nos proponíamos ser un vínculo entre las posibilidades abiertas por el socialismo europeo en su proceso de integración como sistema coherente y firme, y los requerimientos de una América Latina que trataba de escapar a las condiciones que le imponían su dependencia de la metrópoli imperialista y las insuficiencias del mercado capitalista mundial.
Somos parte de la comunidad socialista, a la cual nos integramos, y somos parte también de la comunidad de pueblos latinoamericanos, a la cual nos integraremos plenamente algún día, y con aquellos gobiernos capaces de adoptar posiciones independientes y progresistas estamos dispuestos a hacer el máximo a nuestro alcance en los terrenos de la colaboración y el intercambio económico, cultural y científico-técnico.
Estas ideas se están convirtiendo en una firme realidad. Tenemos ya una Revolución definitivamente consolidada, dotada de sus instituciones democráticas de poder, y con un pueblo unido, consciente y profundamente internacionalista.
No albergamos duda alguna respecto al porvenir victorioso que aguarda a la comunidad socialista, forjada alrededor de la URSS e integrada en el CAME. No tenemos tampoco la menor duda de que la dominación imperialista carece por completo de futuro en este continente, y que tarde o temprano los pueblos latinoamericanos hallarán el camino de la plena liberación y el socialismo.
Miramos al futuro con optimismo. Por eso, hoy, al saludarlos en nuestra patria socialista, en esta pequeña isla que es como un peñón irreductible y como un faro revolucionario a las puertas del continente americano, la presencia de ustedes en Cuba nos parece la imagen anticipada de la América Latina y el mundo por los que batallamos; esa América Latina donde no existirán el capitalismo ni el imperialismo ni sus ideas reaccionarias; esa América Latina libre, fraterna, grande y unida, que se alzará algún día para ocupar el lugar honroso que le corresponde en el porvenir de la humanidad, y que dará sentido definitivo y triunfal a la dilatada gesta de nuestros héroes, desde los sueños libertadores de Hidalgo, Bolívar y Martí, hasta las alboradas fecundas de Che Guevara y Salvador Allende.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)