Discursos e Intervenciones

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN LA SESION INAUGURAL DE LA REUNION MINISTERIAL DEL GRUPO DE LOS 77 PARA LA III ONUDI, CELEBRADA EN EL PALACIO DE LAS CONVENCIONES EL 17 DE DICIEMBRE DE 1979

Fecha: 

17/12/1979

Queridos amigos:


Estamos de nuevo reunidos en La Habana. Cuando todavía perduran entre nosotros los ecos de la VI Cumbre, Cuba tiene el privilegio de recibir a los integrantes del Grupo de los 77, que vienen a concertar sus esfuerzos y su programa para la nueva batalla por la industrialización que, dentro de pocas semanas, ha de tener lugar en Nueva Delhi.

Con placer, con honor y con fraternidad los recibimos a todos en nuestra patria.

El surgimiento, en los años iniciales de la pasada década, de lo que ha continuado llamándose simbólicamente Grupo de los 77 pero que abarca hoy 119 países, puede considerarse, en estricto sentido, como un verdadero "signo de los tiempos". Si el Movimiento de los No Alineados, que se había iniciado pocos años antes, venía a ser la conciencia política de los países que emergían del colonialismo y el neocolonialismo y trataban de realizar a plenitud su independencia, el Grupo de los 77 surgió como su conciencia económica.

El hecho de que un conjunto tan heterogéneo, integrado por países a quienes el espacio físico y cultural parecía separar con distancia a veces infranqueable, fuera capaz de unirse por encima de su diversidad política, territorial o religiosa y sustentar con firmeza un mismo programa, nos expresa hasta qué punto son comunes la historia y los padecimientos de los países a quienes un largo coloniaje y un intenso neocoloniaje condenó durante décadas al retraso; como son idénticos sus problemas y, por consiguiente, similares también sus objetivos y esperanzas.

Cuando empezaron a reunirse por primera vez los países que obtenían entonces su aparente independencia y aquellos otros que la habían logrado formalmente un siglo antes, pero a los cuales el engranaje colonial los había convertido en dependencias empobrecidas de nuevas metrópolis, el estudio conjunto de los problemas que nos afectaban nos condujo a elaborar reivindicaciones dirigidas a conseguir objetivos logrados desde más de un siglo antes por los países industrializados.

Y al reunirnos hoy en La Habana los miembros del Grupo de los 77, es indignante y dramático que tengamos que repetir aquí, casi sin variación alguna, las demandas, las aspiraciones y los programas que entonces nos unieron y con los cuales venimos golpeando a las puertas de las grandes potencias industrializadas desde la fundación de los 77, sin que se atienda nuestro llamamiento.

La voz de los países que constituyeron entonces el Grupo se escuchó por primera vez en ocasión de la I Conferencia para el Comercio y el Desarrollo de las Naciones Unidas. Pero habría de ser la Carta de Argel, de 1967, la que presentaría el programa coherente y comprensivo que constituye a partir de ese instante la plataforma inobjetable de los 77.

Desde entonces han tenido lugar cinco Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo, se han celebrado dos Conferencias de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, se han reunido centenares de comités, comisiones y subcomisiones, pero podemos decir, sin desaliento pero con irritación explicable, que apenas se ha avanzado en el programa económico hacia el desarrollo y muy poco en aquella parte decisiva y dinamizante de ese programa que es la industrialización.

Las modestas cifras que reflejan un mínimo crecimiento industrial son, en sí mismas, engañosas, pues las originan solo cinco o seis países con condiciones especialmente favorables en recursos naturales o financieros de más de 100 que constituyen el mundo en subdesarrollo. Y algunos de esos mismos escasos procesos de crecimiento industrial, presentados a veces como una muestra de lo que podríamos hacer, constituyen, por el contrario —cuando se les analiza—, una expresión preocupante de las deformaciones a que conduce a nuestras economías la presencia monopolista extranjera, tanto en sus viejas formas de los trusts como en sus modernas y voraces formas de las empresas transnacionales. Las economías en desarrollo que presentan las cifras más altas de aparente industrialización, llegaron ya a su punto crítico y muestran, muy a las claras, las contradicciones que no les permiten avanzar.

Apenas es necesario decir que el Programa de Lima, que nos señaló un objetivo todavía insuficiente, parece destinado a quedar a medio camino, y que la industria de los países en desarrollo —que no es siempre, además, la que necesitamos y a la que aspiramos, como ya se ha dicho— cubre hoy apenas el 9% de la producción industrial mundial. El foro llamado Norte-Sur ha servido más bien para agudizar las contradicciones que para propiciar el modo de resolverlas. Y la VI Conferencia Cumbre de los Jefes de Estado o de Gobierno del Movimiento de los Países No Alineados señaló una vez más, con claridad y precisión, el origen de ese estancamiento: la falta de voluntad política, de cooperación, de aquellas grandes potencias industriales, que, después de haber recibido durante siglos los beneficios directos del coloniaje y el neocolonialismo, se empeñan en no renunciar hoy a los privilegios que le vienen del usufructo de la desigualdad económica que separa hoya nuestros países de los países desarrollados.

Al reunirnos, pues, en vísperas de la III Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial y con vistas a sus deliberaciones, es preciso que los países que formamos parte del Grupo de los 77, examinemos una vez más nuestra plataforma y delineemos la futura acción.

Tenemos ante nosotros el resultado de las deliberaciones regionales, y las proposiciones que la ONUDI ha preparado para Nueva Delhi. Ya la delegación cubana tendrá ocasión de hacer conocer pormenorizadamente nuestros criterios en el momento del debate general y en el trabajo de las comisiones. Permítaseme, sin embargo, en estas palabras de bienvenida, compartir con ustedes algunas reflexiones sobre los grandes problemas que tenemos delante.

La primera premisa para el triunfo de nuestras aspiraciones es la unidad interna del Grupo y la coordinación mutua de nuestros esfuerzos. Creo que la reunión de La Habana ha de ser una expresión de esa unidad y nuestras deliberaciones deben conducir a que no sea solo la cohesión política la que mostremos, sino que también continuemos el camino ya iniciado de nuestra necesaria y posible cohesión económica.

Los estudios de la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, los esfuerzos de los más destacados economistas de nuestros países, confirman, como se ha establecido en nuestras sucesivas reuniones y en aquellas del Movimiento de países No Alineados, que existe una vasta posibilidad de desarrollo y en particular de industrialización, a través de la conjugación de nuestras economías.

No hay dudas de que mientras continuamos en la batalla por el acceso de nuestros productos industriales a los grandes mercados de las economías industrializadas, podemos emprender verdaderos saltos cualitativos en materia de industrialización, no solo a través de la complementación industrial entre nuestros países y de su integración regional, sino más allá, en los programas conjuntos de nuestro mercado potencial de más de 2 500 millones de seres humanos, con enormes riquezas en materias primas y con un caudal joven y dispuesto de mano de obra desperdiciada.

Sin caer en la falsa pretensión de la autarquía, que estrecharía nuestros propósitos, los mercados comunes de nuestros países —para no hablar ya de un solo e impresionante potencial mercado común— podrían constituir un instrumento que sería a la vez de progreso y de defensa, que nos permitiría crecer y, al mismo tiempo, rechazar las imposiciones, y nos dotaría de un poder negociador extraordinario, tanto para el diálogo necesario como para la contradicción si esta se hiciera inevitable.

Si hoy podemos hablar con esa seguridad es porque los recursos financieros, que antes eran el monopolio exclusivo de las grandes potencias desarrolladas y tenían como centros financieros a Londres o New York, se desplazan ahora en medida considerable hacia zonas de nuestro propio mundo en desarrollo. La disposición política de los países exportadores de petróleo, manifestada de muy variadas formas y en muy diversos foros, en el seno del Movimiento de Países No Alineados y en las reuniones de nuestro Grupo de los 77, nos permite esperar que las contribuciones al desarrollo que ya vienen realizando, puedan ser substancialmente incrementadas y aprovechadas para la elaboración de un programa coherente que utilice todas nuestras posibilidades comunes, nuestros recursos comunes —económicos, técnicos y humanos— y sirva para garantizar aquella parte de nuestro desarrollo industrial que es posible realizar al margen de las mayores potencias industriales y aun con la oposición de aquellas que se obstinan en negarnos apoyo.

De este modo, como nuevos centros industriales y mercados potenciales crecientes, nos sería posible discutir lo que ha de ser un programa de industrialización a nivel internacional.

No tenemos la menor duda de que, en la medida en que progresemos por esa vía, las fuerzas económicas de aquellos países desarrollados que hoy nos ven solo como un objetivo de explotación, como escenario transnacional para la búsqueda de altos beneficios, se verán obligados a tomarnos en cuenta como factores de colaboración internacional. La naturaleza de nuestra lucha por la industrialización variará cualitativamente. En ese empeño, estoy seguro de ello, contaremos con el apoyo tanto de los países socialistas industrializados como con el de otros países que prefieren desenvolver sus economías sin basarse en el saqueo de los demás.

Pero debemos decir con franqueza que, si queremos hacer de nuestras propias fuerzas un elemento de autosuficiencia, no será posible lograrlo mientras en la mayor parte de nuestros países existan estructuras sociales retrasadas que constituyan, en sí mismas, un obstáculo para la industrialización.

La reciente Conferencia Mundial sobre la Reforma Agraria confirmó —una vez más— que para la mayor parte de los países en desarrollo la reforma del sistema de propiedad y distribución de la agricultura constituye una premisa de cualquier avance hacia la industria. La historia más reciente nos ha permitido comprobar que las llamadas "industrializaciones" de los países en desarrollo, que se basan en esquemas dirigidos a dar satisfacción al consumo de una minoría de la población, resultan víctimas de su propia autolimitación, por grandes que sean los países implicados. No es produciendo automóviles para el 15% de privilegiados como se industrializarán nuestros países. No es tampoco organizando supuestos "polos de desarrollo", dirigidos a facilitarles a las transnacionales su operación con mano de obra barata para fines de exportación, como nos vendrá el desarrollo, mientras esos polos queden ahogados en un océano de miseria y de retraso.

Por otra parte, la tarea del desarrollo no podrá realizarse si no tiene al pueblo como su verdadero protagonista. Y el pueblo, los trabajadores actuales y potenciales, los campesinos que han de suministrarnos la materia prima o el alimento en el esfuerzo industrial, solo participará cuando considere el desarrollo como una empresa propia, cuando no se le llame para aportar el sacrificio de largas horas de labor en beneficio de minorías privilegiadas, para reforzar, con la perpetuación de su miseria, la opulencia de esas minorías. El pueblo debe ser el principal protagonista del desarrollo.

Señor Presidente;

Señores miembros de la Conferencia; Señores invitados:

Si nuestra unidad interna y la cohesión económica entre los países en vías de desarrollo que conduzca a la sustentación mutua, es un elemento esencial para el logro definitivo de la industrialización de nuestros países; y si, además, como lo reconocemos todos, la industrialización tendrá que ir acompañada, o tal vez precedida, de transformaciones sustanciales internas que adecuen nuestras estructuras económicas a las necesidades de la industrialización y preparen a nuestros pueblos para poder ser los ejecutores de la política del desarrollo, hay que decir a plena voz que la industrialización a que aspiramos no se logrará solo con ello y que realizar una transformación industrial que beneficie a los más de 2 500 millones de seres humanos que están hoy constreñidos a las condiciones del subdesarrollo o del desarrollo insuficiente, es un problema de dimensiones universales, que debe ser resuelto y tiene que ser resuelto a escala mundial.

Se trata antes que nada de eliminar las relaciones de desigualdad entre el mundo capitalista desarrollado y el mundo subdesarrollado, que no solo son injustas, sino que son ya insoportables y, por ello mismo, potencialmente peligrosas. La III Conferencia de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial en Nueva Delhi se celebrará en un momento crítico de las relaciones económicas internacionales. No es posible disimular que los países en vías de desarrollo representados por el Grupo de los 77 abandonaron la V UNCTAD con un sentimiento de frustración que, como alguna vez he dicho, tiende a transformarse en una justificada exasperación.

Si examináramos hoy la Carta de Argel, elaborada por este Grupo de los 77 hace 12 años, comprobaríamos sombríamente que casi todas las aspiraciones consignadas están por realizar. Y podríamos añadir que en no pocos aspectos la situación se ha hecho aun más negativa para nuestros países.

Las cifras que señalan no solo el retraso en que vamos quedando con respecto a nuestros objetivos, sino, lo que es más grave aun, como aumenta la distancia que nos separa de los países desarrollados, están consignadas en los documentos que la ONUDI ha elaborado para la III Conferencia para el Desarrollo Industrial. Corresponde a los países en vías de desarrollo impedir que la Conferencia de Nueva Delhi pueda devenir, una vez más, en foro en el que se asocien las promesas estériles con las limitaciones defraudatorias, y donde queden pospuestas nuevamente las esperanzas en el desarrollo. A las grandes potencias desarrolladas, que creen posible mantener indefinidamente el status de desigualdad y el aprovechamiento de nuestras riquezas, mientras bloquean con el creciente proteccionismo todo intento de exportación industrial de nuestros países, hay que hacerles ver que esa trama de relaciones desiguales en que pretenden mantenernos envueltos, estamos decididos a romperla para siempre.

A lo que aspiramos no es a un supuesto "redespliegue" industrial que consista en transferir a nuestros países aquellas industrias que el alto costo de la mano de obra hace irrentables en los centros desarrollados. El redespliegue no puede consistir tampoco en transferirnos tecnología de bajo nivel, para darle a la desigualdad un nuevo contenido y un carácter de permanencia. Desde que surgió la revolución industrial, los ideólogos del joven capitalismo elaboraron la teoría económica que, aduciendo supuestas ventajas de costos comparativos, nos condenaba a perpetuidad a ser productores de materias primas y artículos semielaborados, mientras ellos recibían las ventajas de todo el desarrollo técnico.

Nuevas especulaciones teóricas del mismo corte sirven hoy para vendernos la subordinación moderna, enmascarándola con apariencia de desarrollo y trasladando a nuestros países industrias que envenenan el ambiente o estancan técnicamente a nuestros trabajadores.

Son otras las soluciones que hay que encontrarle al problema que separa hoy a los desarrollados y a los países en vías de desarrollo. El análisis de la economía internacional demuestra que esas soluciones no pasan siempre por la confrontación y que pueden ser alcanzadas mediante la colaboración.

En efecto, solo la ceguera histórica que ha aquejado siempre a los ideólogos de los sistemas en crisis, hace pensar a los representantes del capitalismo desarrollado que la industrialización del llamado Sur tiene que hacerse a expensas de la estabilidad industrial de sus países, que arribaron antes a la madurez económica. Por el contrario, la empresa del desarrollo, el fomento a escala internacional de la industrialización de los países que todavía estamos en retraso, aparece ante nosotros como la única posibilidad de que aquellas economías desarrolladas, que hoy padecen el estancamiento y la inflación crónicas y que transfieren algunos de sus fenómenos nocivos a las economías socialistas, puedan evadir la recesión permanente en que se debaten desde hace varios años. Al mismo tiempo que el Grupo de los 77 y el Movimiento de los Países No Alineados presentan con entera claridad su firme decisión de no continuar sometidos a la desigualdad y empantanados en el retroceso, y proclamamos que para impedirlo lucharemos con todos los medios que la economía y la política nos permitan, debemos dejar establecido que no creemos que esa sea la única salida y que estamos dispuestos a buscar en la discusión constructiva, pero profunda y veraz, otras posibilidades.

Hablando ante el pueblo cubano hace ahora tres años, al analizar el derecho que asistía a los países productores de petróleo para valorar esa riqueza no renovable de que disponían, y al rechazar la pretensión imperialista de imponerles por la fuerza militar un retorno a los precios bajos y a la explotación ominosa que ellos habían quebrado para siempre, esbozaba también la posibilidad que la nueva situación internacional creaba para un reciclaje a través del mundo subdesarrollado de los recursos financieros derivados del petróleo que les quedaran a esos países, después de resolver las exigencias de su propio desarrollo.

Sin energía no hay desarrollo posible. Hay que buscar soluciones energéticas y financieras serias y justas para los países subdesarrollados no petroleros. No nos cansaremos de insistir en esto.

No se trata solo de saber cuánto aumenta el precio del barril de petróleo cada año o cada semestre, es preciso saber también con cuánto pueden contribuir proporcionalmente los grandes exportadores de petróleo al suministro y al desarrollo de los países más pobres desprovistos de recursos energéticos, que están viviendo hoy la situación más dramática. Ellos no guardan en sus bancos los excedentes financieros del petróleo, ni disponen de grandes centros de producción de maquinarias, equipos industriales y armas para intercambiarlos por combustible. No tener en cuenta esto sembraría la división entre nosotros y sería funesto para todos. No debe olvidarse tampoco el amargo precedente de los miles de millones congelados a Irán por Estados Unidos y sus bancos internacionales. Esos fondos estarían más justamente invertidos y mucho más seguros en los países subdesarrollados (APLAUSOS).

Por su parte, los países en desarrollo productores de petróleo, comprendiendo esta realidad, han expresado que están dispuestos a ayudar a la causa de la industrialización y del desarrollo económico. No podría decirse lo mismo de la mayoría de los países capitalistas desarrollados, en especial de aquellos sobre los cuales recae la principal responsabilidad por habernos ocasionado el retraso que ahora sufrimos en años prolongados de coloniaje y de neocolonialismo. A la vez, los grandes centros financieros internacionales han sido de tal manera inundados por los eurodólares, que el exceso de liquidez está creando problemas cada vez más graves a la economía monetaria internacional. Sin embargo, la corriente de préstamos hacia los países en desarrollo apenas basta ahora para cubrir los enormes déficit del balance de pagos de sus economías, que pasa ya de los 50 000 millones de dólares anuales, y para cubrir los intereses que deben pagar por ese endeudamiento progresivo. Mientras persista el intercambio desigual, esa situación continuará agravándose. Y para cortarla, además de resolver los problemas del comercio internacional en la forma en que se ha presentado reiteradamente por el Grupo de los 77 y por el Movimiento de Países No Alineados, hace falta fomentar los recursos financieros del desarrollo y de la industrialización.

Si fuéramos a utilizar las cifras a que han arribado los organismos internacionales, la ONUDI, la FAO, tendríamos que exigir para la próxima década financiamientos anuales de varios cientos de miles de millones.

En alguno de los documentos regionales preparatorios de este encuentro de los 77 hemos podido constatar que, al referirse a esta problemática del financiamiento internacional, se sostiene la tesis de que el mismo ha de buscarse preferiblemente más en términos comerciales que en términos concesionales.

Permítanme expresarles nuestra convicción profunda de que ello no será posible. Si la deuda de los países en vías de desarrollo ha llegado a ser más de 335 000 millones, lo que determina un gasto anual de más de 40 000 millones de dólares solo en pago de servicios de esta deuda, el peso del endeudamiento adicional que conllevaría el esfuerzo mundial de industrialización y de desarrollo global no resultaría asimilable en términos bancarios. Con plazos de pago de tres y cinco años, y con intereses que van del 8% al 15%, según los casos, ningún país podrá industrializarse.

Por eso, en ocasión de presentar ante el XXXIV período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas las conclusiones de la VI Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, Cuba formuló una exhortación a que discutiéramos profunda y plenamente el problema del financiamiento. Planteamos entonces que, "además de los recursos que ya están organizados por distintos canales bancarios, por las organizaciones concesionarias, por organismos internacionales y los órganos de las finanzas privadas, necesitamos discutir y decidir la manera de que, al comenzar el próximo decenio para el desarrollo, en su estrategia, se incluya el aporte adicional de no menos de 300 000 millones de dólares, a los valores reales de 1977", y sostuvimos que esa ayuda debe ser "en forma de donativos y de créditos blandos, a largo plazo y mínimo interés". Les expreso con entera sinceridad mi opinión de que esa cifra es todavía insuficiente. En actividades militares se está gastando mucho más, y no en 10 años, sino cada año (APLAUSOS).

Tomando en cuenta las formas complejas que el financiamiento internacional requiere, no se formula aquí la idea de un solo y único fondo, sino de un flujo de recursos tanto financieros como materiales y humanos. La ONUDI ha presentado la iniciativa de crear un nuevo fondo global para el estímulo de la industria, y este podría ser parte del flujo de recursos que analizamos. Igualmente se desarrollan en los últimos meses iniciativas de países miembros de los 77, como Argelia, Iraq y Venezuela, con características distintas en cada uno de ellos. En ocasión de la VI Conferencia Cumbre de los Países No Alineados, el presidente de Madagascar, nuestro compañero Ratsiraka, presentó a su vez interesantes iniciativas en este terreno. No postulamos una sola corriente ni un solo sistema de distribución. Tampoco fijamos una cifra, sino un límite mínimo. Lo que importa, a nuestro juicio, es que el problema del financiamiento se sitúe en el centro mismo de la estrategia de la industrialización y, por ello, de la estrategia para el tercer decenio para el desarrollo, que discutiremos en la Asamblea Especial de Naciones Unidas el próximo año.

Si no hacemos del financiamiento una cuestión capital, decisiva, y dejamos su proceso en manos de los mecanismos bancarios internacionales y de la gran banca privada; si no nos sentamos a deliberar y discutir cómo hacer frente a la enormidad de recursos que demandan la industrialización y el desarrollo de que aquella forma parte, no avanzaremos.

Por eso, constituye para nosotros un legítimo orgullo que el Grupo de los 77, reunido en Nueva York, haya aprobado un proyecto de resolución para ser discutido en la Asamblea General de Naciones Unidas, por el que se encarga al Comité Preparatorio de la nueva Estrategia Internacional del Desarrollo el examen de todos los aspectos de la propuesta que presentáramos en el XXXIV período de sesiones, recomendando que el Comité Preparatorio estudie la viabilidad y los medios y maneras de poner en práctica dichas propuestas, dentro del marco del tercer decenio de las Naciones Unidas para el desarrollo.

Estamos convencidos de que si concertamos los recursos financieros de los grandes centros del capitalismo mundial que hoy gravitan como excedente sobre sus propios mercados de dinero, uniéndolos a los de los países productores de petróleo y a la contribución de los países socialistas, y si a ellos añadimos el aporte modesto, pero que sin duda será decidido y entusiasta, de los propios países menos retrasados entre los que transitamos el camino del desarrollo, el inicio de una industrialización en gran escala conducirá al reavivamiento de la economía mundial, con beneficio de las propias economías occidentales que experimentan en los últimos años una recesión tras otra.

Resolver de modo satisfactorio el grave problema del financiamiento será ya un avance en el programa del Nuevo Orden Económico Internacional que nos proponemos. Pero este abarca un conjunto de cuestiones, de problemas esenciales, entre los cuales existe una vinculación indisoluble que en ningún momento podemos olvidar. Si lográramos resolver el problema del intercambio desigual, habríamos logrado ya otro salto decisivo hacia el futuro. Si conseguimos el cese del proteccionismo que impide a nuestros pueblos desenvolverse industrialmente, si detenemos la inflación, si avanzamos en la transferencia tecnológica, todo ello significaría crear nuevas condiciones internacionales y una nueva atmósfera internacional en la cual la convivencia pacífica se haría posible.

Porque, como dijéramos ante las Naciones Unidas, si no hay desarrollo no habrá paz. La humanidad vive hoy desvelada ante el inmenso peligro que representa el ritmo cada día más acelerado de las armas de destrucción en masa, en medio de una grave crisis económica. Cuando aguardamos todavía la ratificación de los tratados para la limitación de las armas estratégicas (SALT-II), surge el grave problema de la llamada "modernización nuclear" de Europa Occidental, que amenaza con interrumpir todas las negociaciones nucleares. Se habla de instalar —y en principio se acordó ya— 572 proyectiles nucleares de alcance medio en Europa Occidental. Para dar idea de la gravedad de esta medida, baste recordar que una cifra catorce veces menor instalada en Cuba creó la dramática Crisis de Octubre de 1962. Pero hay una situación más destructiva y peligrosa todavía, que es el gran potencial explosivo que se acumula en las tres cuartas partes del mundo, como consecuencia del retraso, de la miseria y de la ignorancia que hacen desesperante la situación de miles de millones de seres humanos.

El Grupo de los 77, Señor Presidente, estimados miembros de las delegaciones, hará sin duda alguna una nueva contribución a esos requerimientos de paz, al abordar en La Habana, con entusiasmo, serenidad y decisión, los temas que la III Conferencia Mundial de Industrialización pone ante nosotros. Cuba, repito, siente orgullo y alegría al haber tenido la oportunidad de servir de sede a esta reunión que tanto representa para nuestros anhelos y que recogerá las posiciones comunes de nuestros países.

¡Unamos nuestras fuerzas en demanda de nuestras justas e irrenunciables aspiraciones!

Como dije ante las Naciones Unidas:

"El intercambio desigual, arruina a nuestros pueblos. ¡Y debe cesar!

"La inflación que se nos exporta, arruina a nuestros pueblos. ¡Y debe cesar!

"El proteccionismo, arruina a nuestros pueblos. ¡Y debe cesar!

"El desequilibrio que existe en cuanto a la explotación de los recursos marinos, es abusivo. ¡Y debe ser abolido!

"Los recursos financieros que reciben los países en desarrollo, son insuficientes. ¡Y deben ser aumentados!

"Los gastos en armamentos, son irracionales. ¡Deben cesar y sus fondos empleados en financiar el desarrollo!

"El sistema monetario internacional que hoy predomina, está en bancarrota. ¡Y debe ser sustituido!

"Las deudas de los países de menor desarrollo relativo y en situación desventajosa, son insoportables y no tienen solución. ¡Deben ser canceladas!

"El endeudamiento abruma económicamente al resto de los países en desarrollo. ¡Y debe ser aliviado!

"El abismo económico entre los países desarrollados y los países que quieren desarrollarse, en vez de disminuir se agranda. ¡Y debe desaparecer!"

Muchas gracias.

(OVACION)

 

(VERSIONES TAQUIGRAFICAS - CONSEJO DE ESTADO)