Discursos e Intervenciones

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto central por el XL Aniversario del asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, efectuado en el Palacio de la Revolucion, el 13 de marzo de 1997

Fecha: 

13/03/1997

Familiares de los caídos el 13 de marzo;

Compañeras y compañeros estudiantes;

Compatriotas:

Recuerdo aquella tarde como si fuera hoy. Después de una larga marcha por intrincados y difíciles caminos, nos encontrábamos en la falda de la loma de Caracas, en la Sierra Maestra. Eramos en ese momento 12 hombres, llevábamos muchos días de recorrido, de exploración, en espera del momento de reunirnos con otros grupos de compañeros que estaban al llegar, y en espera también del refuerzo enviado por Frank País desde Santiago de Cuba.

Ya conocíamos bien aquellos lugares, ya no necesitábamos guías, ya habíamos aprendido la topografía del terreno, y sabíamos que cada firme lleva a otro firme, y ese otro firme a otro, y así hasta escalar las partes más altas; cuando queríamos dirigirnos en una dirección u otra conocíamos más o menos el método para alcanzarlo.

Pero esa tarde, no puedo decir que fuera a las 3:20, sería después de eso, entre las 3:30 o las 4:00 de la tarde, quién sabe si a las 4:00, abrimos el radio —siempre llevábamos a cuestas algún radio para saber lo que estaba pasando en el país—, y cuando pusimos Radio Reloj solo escuchamos la señal de Radio Reloj —ese tic-tic, o toc-toc, o tac-tac, o tic-tac, no sabría cómo definirlo bien— y no se escuchaba otra cosa. Yo les dije a los compañeros: "Algo extraordinario tiene que estar ocurriendo en La Habana." Y esperamos, hasta que al fin empezaron a aparecer las noticias del asalto a Palacio.

Enorme fue nuestra inquietud por saber todo lo que había ocurrido, porque en algún momento después empezó a hablarse ya de la muerte de José Antonio, y se hablaba también de que no se había podido lograr el objetivo perseguido.

Me imaginaba la ola de represión que vendría después contra los revolucionarios, los combatientes, porque ya por experiencia sabíamos que aquella gente sanguinaria no conocía la categoría de prisioneros, y, aunque he tratado de precisar con exactitud si hicieron algo parecido a lo del Moncada, me llamó la atención la noticia de que habían caído 25 combatientes; pero no se hablaba de un solo prisionero.

Es verdad que aquella era una misión muy difícil. Por las características de ese edificio, la entrada estrecha por donde se produce el ataque —que era a la vez, sin duda, la más conveniente por la proximidad a las oficinas y a los despachos de la presidencia—, era lógico que se produjeran muchas bajas. El valeroso esfuerzo de llegar hasta el segundo piso, e incluso hasta el tercer piso, por parte de un grupo reducido de hombres, necesariamente tendría que producir importantes bajas entre los atacantes.

Después he podido saber que alguno salió herido, pero murió en el camino —no se sabe si lo remataron o si murió como consecuencia de las heridas—; que algunos heridos habían logrado rebasar el cerco, varios de los cuales fueron asesinados apenas 35 ó 40 días más tarde, fueron los que cayeron en Humboldt 7. Pero la tiranía era implacable rematando heridos y asesinando prisioneros.

Recuerdo —y en estos días se ha publicado algo de eso— el combate de La Plata, donde durante 40 minutos, aproximadamente, estuvimos atacando fuertemente la guarnición y casi todos los soldados estaban muertos o heridos —creo que solo uno no estaba herido—, y nosotros, en aquellas duras y difíciles circunstancias, les entregamos nuestros medicamentos, los únicos medicamentos con que contábamos. Ya ahí se empezaba a trazar la enorme diferencia que existiría entre aquellos hombres que oprimían a este país y los hombres de la Revolución.

Debo decir que el ataque a Palacio el 13 de marzo fue un acto de extraordinaria audacia y valentía, puesto que la capital de la república estaba llena de perseguidoras, de unidades militares, de carros blindados, de tanques, de aviación; las reacciones del enemigo eran impredecibles. Es posible, con toda seguridad, que la muerte del tirano hubiera ocasionado un tremendo impacto en el orden moral, y también es posible y es seguro que en aquella camarilla de gente sanguinaria y llena de odio se hubiese producido una reacción sangrienta, puesto que de momento, solo sobre la base de cálculos y de hipótesis, podía suponerse una inmediata disolución de las fuerzas enemigas; pero se comprende muy bien la astucia de José Antonio, de Faure y de los dirigentes del Directorio Revolucionario cuando se escuchan esas palabras iniciales y esas noticias que nosotros no pudimos escuchar entonces, cuando casualmente prendimos la radio, y la clara intención de sembrar en las filas enemigas el máximo de confusión posible.

La sorpresa y la confusión siempre son elementos de gran trascendencia en las acciones militares. Nosotros usamos la sorpresa y usamos también la astucia, como fue el vestirnos con uniformes de sargentos. Todos nosotros teníamos ese día el grado de sargento para sembrar en el cuartel Moncada el máximo de confusión posible, lo cual realmente se logró en la medida en que ellos no podían distinguir dónde estaba el adversario. Pero se ve el 13 de marzo la intención de promover el desaliento, la confusión, la desmoralización y el caos en las filas de las fuerzas armadas.

Este hecho demostraba, además, las muy especiales características del pueblo de nuestro país. Nuestro pueblo no creía en ejército represivo, ni en soldados bien armados con todas las armas que le habían suministrado desde Estados Unidos para emprender la lucha; lo mismo se atacaba un cuartel, que una guarnición, que un palacio presidencial bien reforzado, que a cualquier fuerza enemiga sin medir el número, sin medir las armas de que disponían ellos o las armas que podíamos disponer nosotros.

Del 13 de marzo podemos decir que fue un ataque bien organizado. Como explican los propios participantes, hubo algunos fallos; siempre hay algunos fallos y algunos imponderables, sobre todo, cuando se tiene que actuar desde la clandestinidad contra un enemigo que poseía todos los medios móviles, todas las comunicaciones, en circunstancias en que los atacantes tienen que moverse en camiones cerrados y en vehículos de cualquier tipo para poder disimular la acción que van a realizar.

Es notable que pudieran llegar hasta allí sin ser descubiertos, y transportar y portar las armas que llevaban.

Esos son acontecimientos históricos que nunca se olvidan ni se olvidarán, y que siempre se leen con toda la pasión con que los revolucionarios somos capaces.

Ya aquello formaba parte de la lucha nacional, esa misma lucha en la que estamos envueltos todavía hoy; surgieron, como era lógico, distintas organizaciones después del 10 de marzo, y entre algunas había mucha afinidad, y por eso nos fuimos acercando progresivamente.

Desde el primer momento del golpe de Estado del 10 de marzo, la universidad, de acuerdo con su tradición, se convierte en un baluarte de la lucha, en el lugar más observado y más apreciado por nuestro país; incluso, la historia anterior de la universidad y de los estudiantes había impuesto cierto respeto a la universidad. Era evidente que la tiranía no quería enfrentarse abiertamente con los estudiantes, y la universidad se convirtió en el refugio de todos los revolucionarios, era el lugar donde iban. Su autonomía, allí dentro del recinto, fue respetada durante algún tiempo, circunstancia que era utilizada por otras organizaciones y, entre ellas, la nuestra.

Debemos decir que por la universidad, precisamente por el salón que hoy creo que es el Salón de los Mártires, que en aquel momento era sede de las oficinas de la FEU, por allí pasaron 1 200 combatientes del 26 de Julio. Allí recibimos entrenamiento —tirando en seco, por supuesto, porque no se podía hacer mucho ruido— y aprendimos a manejar M-1, fusiles Springfield, ametralladoras Thompson y otros tipos de armas, que después no tuvimos en nuestra acción, ya que no nos quedó más remedio que acudir a los fusiles 22, a las escopetas de caza y a cuatro o cinco armas que pudieran llamarse de guerra. Sin embargo, creo que nuestras armas eran buenas, servían para el objetivo que nos proponíamos: las escopetas eran semiautomáticas y disparaban nueve balines por cartucho cada una de ellas, se convertían en algo tan eficiente o más que una ametralladora, y los fusiles 22, dentro de una distancia determinada, en recinto cerrado pueden, efectivamente, ser eficientes.

Pero debemos a la universidad la oportunidad de haber entrenado a nuestros hombres. Y después en los campos, en distintas fincas, y hasta en los clubes de tiro, a los cuales nos habíamos inscrito como socios honorables, grandes aficionados a la cacería, y allí, rompiendo platillos, tal vez alguno de aquellos compañeros hubiera terminado con una medalla de bronce, de plata o hasta de oro, en una olimpiada. Pero sí, existían todas esas circunstancias.

El enemigo nos veía con subestimación, del mismo modo que veía con subestimación a los estudiantes en cuanto a su capacidad de acción, no en su capacidad de agitación y de lucha política, ideológica y revolucionaria, en las cuales la universidad tenía muchas tradiciones; pero no la suponía capaz de una acción como la del 13 de marzo.

También es cierto que por primera vez en la historia de la universidad se produce una acción de esta naturaleza. Todos los que habían leído la historia universitaria sabían de sus manifestaciones, sus luchas y sus huelgas. Se conocía la historia de Mella, que crea la FEU y crea el primer Partido Comunista de Cuba; tiene que salir al exilio y allí lo asesinan, convirtiéndose en una figura cimera —por su talento, por sus ideas y por su valor— de la juventud cubana y, particularmente, de la juventud universitaria.

Se conocía de la muerte de Trejo en manifestaciones en la calle; se conocía de la muerte de otros estudiantes asesinados por la tiranía machadista; se conocía de la violencia empleada por los estudiantes después del machadato, durante la primera tiranía de Batista.

Así se fue creando una tradición, una verdadera tradición, y, desde luego, una tradición que había comenzado mucho antes con el fusilamiento de los estudiantes de medicina en 1871, hecho que se había convertido en una fecha de recordación, de peregrinación todos los años, de actos universitarios, porque, verdaderamente, aquella brutal masacre de los estudiantes se convirtió en algo que nunca olvidó la nación cubana; pero nunca se había producido un hecho de guerra como este que recordamos hoy, ocurrido hace 40 años.

Les decía que las personas más afines se iban acercando, se iban conociendo, colaboraban, y así recuerdo que, cuando la Marcha de las Antorchas, nuestro Movimiento envió 300 hombres organizados. Recuerdo también que nosotros queríamos que nos dejaran tomar los carros-bomba y todos aquellos equipos que utilizaban para disolver manifestaciones, pero en aquella época entre los jóvenes había una emulación, una competencia, y los de la FEU querían ser ellos y no otros los que realizaran aquella tarea, cosa muy lógica y expresión de valentía de nuestros jóvenes que se disputaban los lugares de mayor riesgo y de mayor peligro.

Esta fecha nos trae a todos el recuerdo de José Antonio, que en cualquier momento siempre lo estamos recordando como un prototipo, como un paradigma de los estudiantes universitarios.

El 10 de marzo José Antonio tendría 19 años —él nació en 1932, en el mes de diciembre; ya esto fue en 1952—, no había cumplido los 20, y allí se apareció como estudiante de la Facultad de Arquitectura. Desde los primeros momentos se destacó: siempre estaba presente en la escalinata, cada vez que se iba a organizar alguna manifestación; siempre estaba en la primera fila, siempre con un carácter muy alegre, risueño, una persona que despertaba simpatía apenas lo veías, por su carácter afable, su rostro noble, su entusiasmo. Esa fue la impresión que me hizo el día en que lo vi por allá, era rosado, familiar, y cariñosamente le decían "manzanita" los demás estudiantes. Siempre conservé de él esa impresión, y había, realmente, gran afinidad entre nosotros.

Todo eso facilitó el desarrollo ulterior de nuestras relaciones con la FEU y con el Directorio, fundado, desde luego, años después. Viabilizó el encuentro en México, la Declaración de México, firmada por José Antonio y por mí, en que hablábamos de los más variados temas. No entramos mucho en otras cuestiones de tipo social, sino de manera general, y hablamos de hechos concretos, de la unión para la lucha, el compromiso de actuar unidos, distintas medidas.

Se manifestaba ya también allí cierto espíritu internacionalista. Era una época en que Trujillo estaba aquí metiéndose en los asuntos internos del país, y nosotros, con no poco romanticismo, casi estábamos dispuestos a invadir Santo Domingo; hasta reclamábamos las armas para rescatar el honor de la república, puesto que conspirando aquí con un grupo de elementos negativos y batistianos, habían introducido alguna importante cantidad de armas. Bueno, ya había algunos antecedentes un poco antes, cuando los cubanos nos habíamos preparado también para liberar a Santo Domingo de la tiranía de Trujillo.

Los estudiantes siempre estuvieron en favor de todas las causas justas de este mundo, desde la lucha por la independencia de Puerto Rico, sobre lo cual había un comité en la universidad; la lucha por la liberación de Santo Domingo; la lucha por la devolución del canal de Panamá; la lucha, incluso, por la devolución de las Malvinas a Argentina, y la lucha contra todos los restos de colonialismo que quedaban en este hemisferio. Por supuesto, venía en las tradiciones de la lucha contra el imperialismo, porque el imperialismo era, en definitiva, el padre y el protector de todas estas situaciones de injusticias. Y ya hablábamos de eso desde México; claro, priorizando, por supuesto, nuestra lucha por la liberación nacional.

Nosotros estábamos en el extranjero, teníamos que regresar a Cuba, había como 1 500 millas de distancia entre nuestro punto de partida y el lugar de desembarco. Ese tiempo lo aprovechábamos en reunir la gente que nos iba enviando el movimiento y en entrenarla, en adquirir armas, lo cual era sumamente difícil; ya esta vez no eran fusiles 22, eran de calibre 30.06, eran armas de guerra, más de 50 mirillas telescópicas.

Todo eso tuvimos que hacerlo en la clandestinidad, esto no era oficial, no era legal, no había ningún tipo de ayuda, éramos nosotros solos con nuestros recursos, y allí también utilizamos campos de tiro y otros campos, fincas alquiladas. Eso necesitaba un tiempo, tuvimos algunos reveses, tuvimos alguna traición, perdimos armas que debimos recuperar nuevamente; pasamos momentos muy difíciles. Pero debo decir, además, que salimos bajo una persecución policial fuerte, fuerte, fuerte. Nos estaban buscando por todas partes y nosotros estábamos sacando armas de todas partes, de donde las teníamos divididas en pequeños lotes, guardándolas por la carretera de México a Tuxpan, en los moteles, que demostradamente no solo sirvieron para el turismo, sino también para nuestras actividades revolucionarias, porque hubo otra traición y muy peligrosa, pero en dos partes, y de un momento a otro podía caer el "Granma".

Por otro lado, había el compromiso de estar en Cuba en el año 1956. ¿Por qué? Podrán los historiadores analizar si fue un error, si fue correcto o no hacer ese tipo de compromiso; pero nosotros estábamos dispuestos a utilizar todo el compromiso necesario para librar la batalla que tenía lugar en nuestro país entre las ideas de la lucha armada y las ideas de las elecciones aquellas bajo el gobierno de Batista, que no implicaban ningún tipo de garantías para nadie. Había una batalla entre las tesis electoralistas y las tesis verdaderamente revolucionarias, e hicimos el compromiso y dijimos que en 1956 seríamos libres o seríamos mártires, y nosotros teníamos que cumplir aquel compromiso, con los hombres que vinimos o con un puñado de hombres, los que fuera necesario reunir, y venir en cualquier cosa, en un avión de esos, a lo mejor; pero, bueno, no nos correspondió el hecho de ser los primeros secuestradores de aviones en esta época, que fue, al final, invento de los yankis para sabotear y hostigar a la Revolución Cubana.

Cuento todo esto para explicar las circunstancias en que resultaba imposible hacer una coordinación exacta entre nuestro desembarco y la acción del Directorio y los estudiantes. Teníamos que actuar con mucha discreción, enviamos el famoso telegrama —digo famoso por llamarlo de alguna manera, no tiene por qué ser famoso, sino la clave de que salíamos—, y les dijimos a los compañeros: "Lo ponen 24 ó 48 horas después de haber salido."

Tuvo problemas el "Granma" con su peso de 82 hombres, su poca capacidad, tuvo problemas de todo tipo, no se hundió de milagro, y ni siquiera pudimos coordinar con exactitud con el propio Movimiento 26 de Julio, porque ellos calcularon cinco días de viaje, que nosotros, como malos marineros, habíamos calculado a partir de una navegación en un río tranquilo, sin tener idea de las olas con que nos encontramos inmediatamente; teníamos que pasar lejos de Cuba para evitar la observación aérea y naval, hacer un arco y llegar a la zona de Niquero, por donde pensábamos comenzar la guerra.

En aquella situación, ni con nuestra propia gente pudo lograrse una coordinación completa. Es por ello que el 13 de marzo se produce varios meses después de nuestro desembarco; pero, sin duda, en un momento oportuno, en el sentido de que nosotros estábamos atravesando una situación difícil. Es indiscutible, por lo que dice el testamento de José Antonio, que a él le había quedado por dentro aquel dolor de no haber podido actuar a raíz del desembarco; pero estaba decidido a hacerlo y lo hicieron, realmente, con mucha fuerza y mucha decisión.

Nos quedaba una responsabilidad más a nosotros los que andábamos por las montañas, no solo de salvar la Revolución; había que honrar la sangre de todos los que habían caído el 26 de julio, los que habían caído el 13 de marzo y los que habían caído a lo largo de la historia de nuestra patria.

Era muy grande la responsabilidad de aquel puñado de hombres, que nos sentíamos, sin embargo, impulsados por esa fuerza adicional del gesto heroico de José Antonio y sus compañeros. Ellos se sumaban a los que ya habían caído en el Moncada, ellos se sumaban para buscar toda la fuerza necesaria para llevar aquella guerra hasta la victoria.

Debo añadir de José Antonio —que cité como ejemplo y paradigma— que era el primero en todas las manifestaciones, que más de una vez cayó herido por los golpes y las represiones de la tiranía; que los estudiantes mantuvieron una batalla constante durante todo ese período desde el primer día, antes de la muerte de José Antonio y después de la muerte de José Antonio, en las calles siempre, en cada fecha histórica, en cada momento propicio, en cada causa justa por la cual se luchaba.

Un verdadero ejemplo de combatiente fueron los estudiantes universitarios, y ellos les legaron a ustedes las tradiciones patrióticas, o el espíritu de combate, porque las tradiciones patrióticas vienen desde mucho más atrás, vienen desde 1868, desde 1871, desde 1895.

Así se fue forjando ese espíritu que desafiaba fortalezas, que desafiaba todo, y eso quedará en las páginas de la historia como el aporte del estudiantado universitario a la liberación de la patria antes del Primero de Enero y durante más de 37 años después del Primero de Enero, porque se selló entre los estudiantes, los trabajadores, los campesinos y los intelectuales una unión indisoluble que ha resistido el tiempo, y será así siempre, porque los principios en que se basa esta unión son perdurables y no desaparecerán.

Esos principios se acrecientan, y se acrecientan en momentos como este, porque podemos decirles a todos ustedes, compañeras y compañeros estudiantes, que estos tiempos son tan difíciles y estos tiempos son tan gloriosos, como aquel tiempo en que se produjo el 13 de marzo y se produjeron los acontecimientos que recordamos hoy aquí.

El gran ejemplo de la Revolución desde el principio fue la unión y en la unión de los revolucionarios se quedaron todos los que eran revolucionarios, o todos los que querían convertirse en sinceros y honestos revolucionarios.

Por eso nuestro Partido hoy es hijo de esa unión, legado sagrado que nos hicieron los combatientes en la lucha por la liberación.

Aquí se habló de la lucha en que estamos envueltos hoy. Sí, podemos decir que esta es la lucha más difícil, que esta es la lucha que requiere más heroísmo, que esta es la lucha que requiere más unión, porque nuestro pueblo está muy consciente que no vive a 1 000 millas, ni a 10 000 millas, ni a 20 000 millas de Estados Unidos, aunque pueblos que vivían a 20 000 kilómetros —hablemos de kilómetros— como Viet Nam no escaparon a la invasión, ni escaparon a la agresión de ese poderoso imperio, el más grande, el más poderoso y más rico que ha existido nunca.

Conmemorar una fecha, aunque hayan transcurrido muchos años, no tendría sentido si la fecha que se recuerda no se guarda en las ideas y en el corazón de los pueblos, y en las ideas y en el corazón de nuestro pueblo se guarda el contenido de aquellas luchas por las cuales murieron aquellos jóvenes hace 40 años.

Pero bien, pudo decirse que nunca ondeó otra bandera al lado de nuestra bandera. Nunca podrá decirse que hubo otra vez marines norteamericanos que se encaramaban en la estatua del Apóstol en el Parque Central; nunca más podría decirse que aquí hayamos tenido procónsules dándoles órdenes a los gobiernos (APLAUSOS).

Nuestras ideas continuaron desarrollándose hasta expresar hoy las ideas más justas, más nobles y más solidarias que ha conocido la humanidad.

Esas ideas se probaron también en el cumplimiento de las gloriosas misiones internacionalistas que han tenido lugar en estos años; esas ideas se transformaron hasta convertir a Cuba hoy en un ejemplo para el mundo. Es por eso que Cuba, con dignidad, puede convocar a un festival de la juventud y los estudiantes de todo el mundo (APLAUSOS), porque tiene prestigio y tiene moral para hacerlo, y los jóvenes se organizan en todas partes para participar en la medida de sus fuerzas y de sus recursos en este encuentro.

Quién les iba a decir a los reaccionarios y a los imperialistas, desaparecido el campo socialista y desaparecida la URSS, que volvieran otra vez, en este pequeño país del Caribe y a 90 millas de Estados Unidos, los festivales mundiales de la juventud y de los estudiantes. Eso es fruto del prestigio de ustedes, de la lucha de ustedes, de la lucha de nuestro pueblo (APLAUSOS).

Les decía antes que estábamos muy conscientes de que no vivíamos a colosal distancia de ese imperio; vivimos al lado y hasta una base tienen aquí en nuestro territorio, que se convierte en una frontera distante una pulgada. Imperio insolente, arrogante que pretende gobernar el mundo, y pretende que un día nosotros seamos ovejas del rebaño (EXCLAMACIONES DE: "¡Nunca!" y APLAUSOS).

Por eso se moviliza hoy nuestro pueblo, y se movilizó primero nuestra Asamblea Nacional, con la Ley de Reafirmación de la Dignidad y Soberanía Cubanas (APLAUSOS), las discusiones en la calle, en los centros de trabajo, en todas partes, sobre esa ley; y después, la firma de la declaración del MINFAR y del MININT (APLAUSOS) por todos los oficiales en activo y de la reserva, colosal respuesta a la desvergüenza imperialista que pretende ignorar nuestra historia y la sangre derramada desde hace más de 100 años (APLAUSOS).

¡Qué manera burda y grosera de promover la subversión, qué manera burda y grosera de trazar los planes del futuro de un país, qué manera burda y grosera de decirle al país lo que tiene que hacer! ¡Qué perversas intenciones, qué cínicas, qué inmorales, como si pudiera venir a destrozarse un país que tiene un pueblo capaz de defenderse, que tiene ejemplos tan gloriosos y tan heroicos que vienen desde Céspedes hasta hoy!

Todos sabemos, todos lo sabemos, lo que significaría esa transición de que hablan, cuando los que tienen que transitar son ellos de la prehistoria a la historia, o del imperio al basurero (APLAUSOS).

Hace mucho rato que se hizo la transición en Cuba y es irreversible. Está construida esa transición revolucionaria con la sangre y el cemento de los héroes, de los caídos y de los que con su sudor maravilloso han hecho posible la obra y la defensa de la Revolución.

Todos sabemos lo que seríamos si eso ocurriera, porque, además, lo estamos viendo en aquellos a quienes les recomendaron una transición. Han transitado hacia el infierno.

Las noticias que teníamos y tenemos de lo que ha pasado en todas partes son verdaderamente terribles. El más increíble caos en todas partes, en la agricultura, en la industria, en los servicios; uno de los más grandes crímenes de la historia, y con nosotros no se podrá contar para cometer crímenes contra la patria, crímenes contra el pueblo (APLAUSOS). Y a los que pretendan volver para que vivamos de nuevo años, no iguales sino peores que aquellos que llevaban a las calles a los estudiantes, y llevaban a la muerte a nuestros jóvenes, y llevaban al hambre y a la miseria a nuestros obreros, a nuestros campesinos, y llevaban a la discriminación a nuestras mujeres, o a nuestra población negra o mestiza, les decimos que los que cometieron aquellos abusos, aquellas injusticias no volverán jamás, al menos mientras haya un hombre de vergüenza y de dignidad en este país, mientras haya un combatiente capaz de empuñar un arma (APLAUSOS).

A los imperialistas les decimos: Recuerden el 13 de marzo, recuerden el 26 de julio, recuerden el "Granma", recuerden las batallas en la Sierra, recuerden Girón, recuerden la Crisis de Octubre, recuerden el valor de estos estudiantes, de nuestros obreros, de nuestros campesinos y de nuestro pueblo todo, que ha sabido resistir con la cabeza en alto y con mucho honor casi 40 años de hostigamiento y de bloqueo.

Recuerden que este pueblo ni se cansa ni se cansará jamás (APLAUSOS), y mientras más nos hostiguen más crecerá nuestra fuerza, más crecerá nuestro odio contra la injusticia, y más crecerá nuestro amor a un régimen social justo, a un régimen de solidaridad y de hermandad que se llama socialismo (APLAUSOS).

Nadie se resigna ni vivo ni muerto. Los muertos también están junto a nosotros dándonos fuerza, dándonos inspiración (APLAUSOS) y defendiendo no ya sus ideas, por las cuales murieron; defendiendo hasta el derecho a sus tumbas. En su odio frenético, ya que no podrán matar a nadie puesto que no tendrán a nadie que matar, porque mientras haya uno de nosotros tendrán que pelear (APLAUSOS), después se ensañarán con el ejemplo de la Revolución, se ensañarán con sus ideas justas profanando hasta la tumba de los muertos; promoverán toda la corrupción, todo el vicio y todo el egoísmo que el mundo sea capaz de conocer, y eso no tendrán a quién promoverlo, tendrán que promoverlo entre ellos. Lo que sabemos de antemano es lo que le esperaría a un pueblo como el nuestro: ¡No sobreviviríamos para ser testigos de tan terrible y repugnante afrenta, de tan terrible y repugnante opresión!

El odio contra nosotros ha crecido por parte de los imperialistas en la misma medida en que hemos sabido ser patriotas, en la misma medida en que hemos sabido resistir a esa potencia enorme en todos los terrenos.

¡Sea como una medalla más para todos, un día como hoy, el odio de nuestros enemigos y el respeto del mundo, al cual se ha hecho acreedor nuestro pueblo; la admiración del mundo, la confianza del mundo! (APLAUSOS.)

Si hace algunas décadas, en el Moncada o en el Palacio Presidencial, éramos responsables fundamentalmente ante nuestro pueblo, hoy somos responsables ante el mundo. Ellos esperan mucho de nosotros y confían en nosotros. Por nuestra parte, nos sentimos capaces de ser acreedores y de ser fieles a esa confianza.

Ilusiones se hacen los imperialistas y la gusanera más reaccionaria. Ya ha pasado un año de esa criminal ley, unida a las demás criminales leyes y medidas que se han tomado contra nosotros, y aquí estamos y estaremos esta generación y las que vendrán después de ustedes (APLAUSOS).

Tenemos un gran deber: que los jóvenes, los estudiantes de secundaria, de preuniversitario, de la universidad, y los pioneros nos vean mañana con la misma admiración y respeto, con la misma gratitud con que ustedes miran hoy a José Antonio Echeverría y a los valientes que murieron ese día.

¡Socialismo o Muerte!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)

 

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