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Los «carnavales» de Cuito Cuanavale

Tras un periodo de calma en el escenario militar angolano, el ambiente comenzó a caldearse a finales de 1987, cuando un enclave en el extremo suroriental del país comenzó a acaparar la atención de los medios de prensa del mundo: Cuito Cuanavale.

 

Sería a comienzos del mes de noviembre, aproximadamente, cuando a los oídos del equipo de corresponsales cubanos acreditados en Luanda llegó por primera vez, a través de conversaciones informales, el nombre del susodicho poblado:

 

–Dicen que en el sur la cosa está que arde. La Unita* obligó a las Fapla** a retroceder y ahora sus unidades se defienden cerca de Cuito «Carnavales» o «Cuarnavale»… ¡Qué se yo!

 

La manzana de la discordia era realmente Mavinga, una aldea que desde la década de los 80 del siglo pasado se transformó en centro de la disputa entre las Fapla y la Unita sin resultados de consideración para ninguna de las partes.

 

Tras varios intentos infructuosos, el alto mando del ejército angolano decidió emprender ese año la Operación Saludando Octubre, que incluía entre sus objetivos la liberación de Mavinga, posición controlada por las bandas armadas de Jonas Savimbi.

 

Esa vez, como en las anteriores incursiones, el mando cubano alertó acerca de la complejidad logística de una maniobra de tal envergadura, sin descartar la posible intervención directa de las unidades regulares del ejército sudafricano en apoyo de la Unita.

 

Las advertencias se confirmaron. Tan pronto las tropas angolanas iniciaron el cruce del río Lomba, al norte de Mavinga, el enemigo paró en seco el avance de las Fapla, las que se vieron obligadas a replegarse ante el peligro de un descalabro total.

 

Un claro propósito animaba a las huestes invasoras: aprovechar la posición ventajosa alcanzada en el terreno militar para imponer sus condiciones en la mesa de negociaciones, entre ellas exigir la retirada total de las tropas cubanas de Angola.

 

Tan claros objetivos diplomáticos contaban con un fuerte respaldo bélico, a base de golpes de la aviación y de la artillería, cuyo fuego sometía a feroz hostigamiento a las brigadas de las Fapla que habían pasado a la defensa al este de Cuito Cuanavale.

 

 

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Fue, a esas alturas del conflicto, cuando el gobierno angolano solicitó el apoyo de Cuba para revertir la compleja situación creada y evitar el desastre militar que se avecinaba, con consecuencias imprevisibles para los destinos de la hermana nación africana.

 

Por aquellos días, la Misión Militar de Cuba en Angola era centro de la puesta en práctica de importantes decisiones adoptadas en La Habana, cuyas autoridades, el 15 de noviembre de 1987, acordaron enfrentar el reto y dar una respuesta contundente.

 

La máxima dirección cubana aconsejó no emplear para ello a las tropas que defendían la línea Namibe-Menongue, sino aplicar una variante más audaz: reforzar el contingente con fuerzas y medios enviados desde Cuba, incluidos sus mejores pilotos.

 

El 5 de diciembre partió hacia la zona de operaciones un grupo de trabajo del Estado Mayor de la Misión Militar, cuyo jefe, el entonces general de brigada Álvaro López Miera***, llevaba la encomienda de organizar el mando y fortalecer la endeble defensa.

 

Poner orden resultó una tarea colosal bajo el fuego enemigo, que tenía como blanco fijo al poblado de Cuito Cuanavale, con preferencia obsesiva por el aeropuerto y el puente ubicado muy próximo a la confluencia de los dos ríos que dan nombre al lugar.

 

A los primeros cubanos les siguieron a finales del propio mes otros 200 asesores en diversas especialidades, quienes se trasladaron hasta las brigadas de las Fapla duramente golpeadas por las acciones de desgaste para desmoralizar a sus efectivos.

 

Sobre aquellos oficiales y combatientes recayó el enorme desafío de hacer causa común junto a los angolanos y detener los ímpetus de la maquinaria racista, que no perdía un minuto de lanzar sus ataques para aniquilar la agrupación empantanada en la zona.

 

 

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La cosa se puso fea el 14 de febrero de 1988. Fuertes asaltos de la artillería precedieron el avance de las tropas sudafricanas sobre la 59 Brigada de las Fapla, cuyos efectivos, en cruento y desigual enfrentamiento, vieron penetrar sus órdenes combativas.

 

Decidido a materializar sus macabros propósitos, el adversario repitió la dosis los días 19 y 20 de febrero, en esta ocasión con una ofensiva terrestre, apoyada por el servicio aéreo, que tenía como dirección principal a la 25 Brigada de las Fapla.

 

Ahora, sin embargo, recibió una respuesta contundente: mientras en las trincheras se rechazaron sus múltiples embestidas, desde el aire los MIG 23 hacían de las suyas para reducir a chatarra varios tanques y transportadores blindados sudafricanos.

 

En una maniobra no detectada por el enemigo, el borde delantero de la defensa fue convertido en un gigantesco campo minado, gracias a la titánica labor de los zapadores, acción seguida por el repliegue, oculto en la noche, de dos brigadas de las Fapla.

 

La trampa estaba tendida y en ella no demoraron en caer las tropas invasoras. Justo el 25 de febrero, los sudafricanos avanzaron en zafarrancho de combate directo hacia las posiciones abandonadas y penetraron en el terreno cubierto de minas.

 

La detonación de las cargas, acompañadas por golpes de los lanzacohetes múltiples BM-21, desconcertaron al adversario a tal punto que, todavía en horas de la noche del propio día, se sentían las explosiones al chocar los blindados con las minas antitanques.

 

El 28 de febrero apareció en la prensa cubana el reportaje titulado Cuito Cuanavale resiste y vive. Era el primer mentís a los medios transnacionales de noticias que reivindicaban, desde mediados de enero, el control de esa localidad.

 

El «palo» publicitario se les había ido a bolina y esto pretendían ocultarlo con los más insólitos argumentos para justificar el por qué, a esas alturas de la confrontación, no habían podido poner aún sus sucias botas sobre las calles del poblado.

 

En su insensata tozudez, el 1ro. de marzo los racistas volvieron a las andadas con un nuevo ataque terrestre que fue detenido por segunda ocasión gracias al enmarañado y eficiente minado del terreno, y a los golpes escalonados de la artillería.

 

Esta vez, heridos hasta la médula, tuvieron que retirarse sin llegar siquiera al borde delantero de la defensa cubano-angolana. A los pocos días, el 23 de marzo, los sudafricanos terminaron de romperse los dientes en su intento por tomar Cuito Cuanavale.

 

Un nuevo ataque desde varias direcciones y desde varias direcciones emergió también la respuesta de las fuerzas patrióticas. Ni las cortinas de humo lanzadas como tabla de salvación pudieron enmascarar el desastre que les venía encima.

 

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La foto de un tanque Centurión sudafricano, ocupado como trofeo de guerra, recorrió por esos días el mundo, cual símbolo de la derrota del régimen del apartheid, cuyas acciones fueron mermando en intensidad hasta desaparecer por completo.

 

Desde entonces, muchos cubanos en la Isla, con la picardía de siempre, les llamaron los «carnavales» de Cuito al rotundo éxito de la agrupación de tropas de las Fapla, en clara alusión al nombre del famoso enclave angolano y a lo que allí había ocurrido.

 

También el Comandante en Jefe utilizaba por esos días frases llenas de humor criollo, como cuando comparó al fortísimo contingente que avanzaba hacia el sur con la implacable derecha de Teófilo Stevenson, nuestro multicampeón  de boxeo.

 

No se equivocó Fidel: «La idea era frenarlos en Cuito Cuanavale y golpearlos por el suroeste». Tal era la esencia de un principio básico: no librar batallas decisivas en el terreno escogido por el enemigo, sino en el seleccionado por las fuerzas propias.

 

Con ese propósito, ya estaban en la República Popular de Angola decenas de unidades enviadas desde Cuba en la Operación XXXI Aniversario de las FAR, que a esas alturas conformaban un frente común junto a los patriotas angolanos y namibios.

 

El refuerzo, que elevó a más de 50 000 los efectivos cubanos en la patria de Agostinho Neto, incluyó un incremento sustancial en el número de medios blindados y antiaéreos, una fuerza impactante si a ello se suma la elevada moral combativa de sus integrantes.

 

En Pretoria se percataron de que no era juego lo que les venía encima. Nada pudo impedir el avance del contingente por el flanco suroccidental hasta expulsar a los invasores del territorio angolano.

 

Desde el aire, los valerosos pilotos cerraron con broche de oro tan brillante epopeya, cuya eficacia quedó inscripta en una de las paredes del complejo hidroeléctrico de Calueque, a unos kilómetros de la frontera con Namibia: MIG-23 nos partieron el corazón.

 

*Unita: Unión Nacional para la Independencia Total de Angola.

 

**Fapla: Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola.

 

***Hoy general de cuerpo de Ejército, viceministro primero de las FAR y Jefe del Estado Mayor General.

Fuente: 

Periódico Granma

Fecha: 

24/03/2018