Discursos e Intervenciones

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto de la Comuna de San Miguel, departamento Pedro Aguirre Cerda, Santiago de Chile, el 28 de noviembre de 1971

Fecha: 

28/11/1971

Autoridades y vecinos del departamento Pedro Aguirre Cerda y de las tres comunas, en especial de la comuna de San Miguel:

Hace unos días, cuando estuvimos en la estatua de José Martí, dijimos que vendríamos días más tarde a visitar la estatua del Che y a reunirnos con los vecinos de esta comuna.

En el día de hoy ustedes nos han honrado con el título de "Hijo Ilustre" de esta comuna. Cumplo el deber de darles las gracias.

Mi tarea es expresar impresiones, recuerdos y rasgos de la personalidad y de la vida del Che.

Cuando llegamos aquí y depositamos las flores junto al monumento, nos ocurría que por el ánimo pasaban muchas impresiones. En primer término, el recuerdo de quien fue compañero de lucha y hermano de nuestro pueblo y de nuestros combatientes; la impresión de ver convertido en bronce aquel hombre que un día tuvimos el privilegio de conocer, que un día tuvimos el privilegio de luchar junto a él.

Es realmente la primera vez en nuestra vida que veíamos el monumento de alguien que habíamos conocido en vida. Por lo general las estatuas creadas por los artistas en recuerdo de los hombres que se destacaron por sus proezas y sus hazañas en el campo de la lucha por la humanidad, simbolizan personas que han vivido hace mucho tiempo, cientos de años, a veces incluso miles de años. Es posiblemente muy especial la circunstancia de que se pueda observar la estatua de personas conocidas, porque por lo general la historia se encarga de erigir esos recuerdos en el devenir de los años. Pero en este caso la comuna proletaria y revolucionaria de San Miguel quiso erigir un monumento al Che. Y al tercer año de su caída, en el mes de octubre de 1970, inauguraron este monumento.

Conocimos al Che en México en 1955. Argentino de nacimiento, latinoamericano de alma, de corazón. Venía de Guatemala.

Sobre el Che, como sobre todos los revolucionarios, por lo general se escriben muchas historias. Trataron de presentarlo como un personaje conspirador, subversivo, tenebroso, dedicado a tejer conspiraciones y revoluciones. Che, joven como tantos jóvenes estudiantes, graduado de la universidad de su país, como tantos graduados, en este caso como médico, con especial curiosidad e interés por las cosas del continente, con especial espíritu de estudio, de conocimiento, con especial vocación hacia el ámbito de todas nuestras patrias, inició un recorrido por distintos países. Pero no tenía otra cosa que el título.

A veces caminando, a veces en motocicleta, iba de país en país. Incluso cuando estuvimos en Chuquicamata nos señalaron el punto donde en una ocasión, en aquella primera salida de su país, había parado un día. El no tenía dinero. No era un turista. Visitaba los centros de trabajo, visitaba los hospitales, visitaba los lugares históricos. Cruzó la cordillera, tomó un barco o una balsa, llegó hasta un hospital de leprosos en el Amazonas, y allí trabajó un tiempo como médico.

Siguió su peregrinar. Llegó a Guatemala después de pasar —si mal no recuerdo— por el territorio de Brasil, Venezuela, Colombia. Y llegó a Guatemala cuando en ese país gobernaba un equipo progresista presidido por Jacobo Arbenz. Se estaba llevando a cabo una reforma agraria en aquel país. Y allí, por aquellos días, habían llegado también algunos supervivientes del ataque al cuartel Moncada, en 1953. Y allí trabaron amistad con el Che. El Che desempeñaba algunas actividades —si mal no recuerdo— como médico en aquel país.

Interesado en el proceso, hombre estudioso, sediento de conocimientos, alma inquieta, vocación y espíritu revolucionarios, inteligencia clara, se había leído naturalmente los libros y las teorías de Carlos Marx, de Engels y de Lenin. Y el Che, aunque no militaba en ningún partido, era ya en esa época un marxista de pensamiento.

Pero le correspondió vivir una amarga experiencia. Y estando en aquel país se produce la intervención imperialista en Guatemala, la invasión de aquel país dirigida por la CIA: es decir, la CIA dirigió la invasión de aquel país desde territorios vecinos, con armas, aviones y todo el equipamiento —algo parecido a lo que después trataron de hacer en Girón. Pero en aquellas circunstancias, atacando a mansalva con aviones, y avanzando, derrocaron al gobierno revolucionario.

Y los cubanos, junto con otros latinoamericanos que estaban allí, que estaban identificados con el gobierno, que realizaban trabajos sencillos de orden práctico, ni siquiera trabajos de orden político, en aquella situación se vieron en la necesidad de salir del país. Entonces se trasladaron a México.

Cuando en 1955 los primeros combatientes que recién salidos de las prisiones se vieron en la necesidad también de marcharse de Cuba, uno de los primeros compañeros que fue objeto de hostigamiento y persecución tenaz fue Raúl. Raúl se trasladó a México. Algunas semanas después llegamos nosotros.

Ya Raúl había trabado contacto con otros compañeros que no habían estado en las prisiones, y también había trabado conocimiento con el Che. Y a los pocos días de llegar nosotros a México, en la calle El Param, si mal no recuerdo —el número ahora no lo puede precisar—, donde estaban parando algunos cubanos, nosotros nos encontramos con el Che.

El Che no era el Che: el Che era Ernesto Guevara. Solo que como argentino era una costumbre, y como los argentinos les llaman a los demás Che, los cubanos empezaron a llamarlo a él Che. Y así se le fue conociendo con ese nombre, nombre que después él hizo famoso, nombre que él hizo todo un símbolo.

Allí nos conocimos.

Y según él mismo cuenta en uno de sus escritos, dice que inmediatamente se enroló en el movimiento de los cubanos, después de algunas horas de conversación.

En el estado de ánimo que él había salido de Guatemala, la amarguísima experiencia que había vivido —aquella cobarde agresión contra el país, aquel interrumpir el proceso que había despertado las esperanzas de aquel pueblo—; además, con aquella vocación revolucionaria, con aquel espíritu de lucha, no podría hablarse de horas, podría decirse que en cuestión de minutos el Che se unió a aquel pequeño grupo de cubanos que trabajábamos organizando una nueva fase de la lucha en nuestro país.

Estuvimos algo más de un año en México trabajando en condiciones difíciles, con recursos muy escasos. Pero realmente no viene al caso: fueron las incidencias naturales de esa lucha, como de toda lucha. Hasta que al fin un día, el 25 de noviembre de 1956, salimos hacia Cuba.

Nuestro movimiento había lanzado una consigna frente a los escépticos, frente a los que dudaban de la posibilidad de proseguir la lucha, frente a los que combatían nuestras tesis en aquella situación, que no tenía ninguna otra salida, y habíamos declarado que en 1956 seríamos libres o seríamos mártires. Aquella declaración tenía el propósito, sencillamente, de reafirmar ante la nación cubana nuestra disposición de lucha y nuestra seguridad de que no tardaría en reanudarse aquella lucha.

Cierto es que se discutió por muchas personas —no de nuestra organización, que comprendían perfectamente el sentido de aquella consigna— por qué nos habíamos comprometido a llegar a Cuba en un plazo prácticamente fijo. Y es que el estado de ánimo de muchas personas en nuestro país, resultado de las frustraciones, de los engaños de los políticos tradicionales, había llegado a crear cierto escepticismo; y también que se hacían grandes esfuerzos por parte de los intereses creados en maniobrar políticamente, en llegar a acuerdos políticos con la tiranía batistiana y en ahogar la fe del pueblo en la lucha revolucionaria.

De manera que aquella circunstancia nos obligó a lanzar aquella consigna. Bien o mal, no lo vamos a discutir ahora. Podrá ser materia de disquisiciones teóricas. Los hombres no siempre se guían estrictamente por un esquema. Los hombres no hacen la historia a su capricho y a su gusto. Los hombres contribuyen al devenir histórico, pero el devenir histórico también hace a los hombres. De manera que, bien o mal, se lanzó la consigna; y bien o mal estábamos decididos a cumplirla.

Podían surgir circunstancias especiales, podían surgir circunstancias como efectivamente surgieron, y complicaciones muy serias, cuando estábamos próximos a partir. Pero nosotros siempre habíamos mantenido bien guardadas un pequeño número de armas, y decíamos: si no podemos ir todos, unos cuantos de nosotros vamos a poder ir de todas maneras. Pero pudimos salir 82 combatientes en una pequeña embarcación llamada "Granma", navegar 1 500 millas, y arribar a las costas de Cuba el 2 de diciembre de 1956. Precisamente dentro de 2 ó 3 días en nuestro país se conmemorará el 15 aniversario de ese desembarco, que marcó el surgimiento de nuestro pequeño ejército y que hoy conmemoran como su día nacional nuestras Fuerzas Armadas.

Y comenzó la lucha.

No me propongo hacer una historia ni mucho menos. Quiero simplemente ubicarlos a ustedes en las circunstancias en que aquel contingente inicia la lucha.

¿Y qué era el Che? El Che era el médico de nuestro contingente. No era el comisario. No tenía todavía jefatura de tropa. Era sencillamente el médico.

Pero un día, por sus características de seriedad, de inteligencia, de carácter, en una casa donde había un grupo de cubanos en México se le había designado responsable. Y ocurrió un pequeño, desagradable incidente. Algunos cubanos de los que estaban allí —era un grupo de 20 ó 30—, algunos —debían ser dos o tres, pero a veces bastan dos o tres para crear una situación desagradable—, impugnaban la jefatura del Che porque era argentino, porque no era cubano.

Nosotros, por cierto, criticamos aquella actitud que desconocía el valor humano, aquella actitud ingrata hacia quien a pesar de no haber nacido en aquella tierra estaba dispuesto a derramar su sangre por ella. Pero recuerdo que nos dolió mucho eso. Creo que a él también le dolió.

Era, por demás, un hombre ajeno a ambiciones de mando. No tenía la menor ambición, no tenía el menor personalismo. Era más bien un hombre que se inhibía si cualquiera lo impugnaba. Y cuando marchó a nuestro país, marchó —repito— de médico de nuestra tropa, en el Estado Mayor.

Lo interesante es cómo el Che se hizo soldado, cómo se destacó, cuáles fueron sus características.

Breves referencias: el 5 de diciembre nuestro pequeño destacamento, por errores tácticos, fue atacado por sorpresa y totalmente dispersado. Un pequeño número de hombres volvió a reunirse después de vencer grandes dificultades, y en medio del cerco y de una persecución muy dura. Eran tres grupos: un grupo con Raúl, otro grupo donde estaba el Che, que todavía no era responsable —estaba en ese grupo el compañero Almeida—, y otro grupo conmigo. Primero nos reunimos ese grupo de Almeida conmigo; algunos días después con Raúl. Y reanudamos la lucha.

En nuestro primer combate, que ocurrió el 17 de enero de 1957, contábamos —en ese instante del primer combate— con 17 hombres. Inicialmente, de todas las armas que traíamos sólo habíamos podido reunir siete. Aquel fue, pudiéramos decir, el bautismo de fuego del Che y de muchos de nuestros compañeros. Había ocurrido el 5 de diciembre. El primer pequeño combate victorioso el 17 de enero.

Ya en el segundo combate ocurre el primer hecho en que el Che se destaca, en que el Che empieza a demostrar que es el Che.

En un encuentro con fuerzas que nos perseguían, él realiza una hazaña personal. En un combate individual prácticamente, con un soldado adversario, en medio del combate general, lo vence, se arrastra bajo las balas y le ocupa el arma.

Por iniciativa propia lleva a cabo aquel gesto valeroso, destacado, especial, que le gana las simpatías de todos.

Apenas seis o siete días después, como consecuencia de una traición, a fines de enero de ese mismo año, nuestro pequeño contingente, que ascendía a unos 30 hombres, pero de los cuales cinco o seis campesinos habían pedido permiso para visitar la familia —la disciplina todavía no estaba muy sólida en ese pequeño destacamento—, quedaron allí sus armas en ese pequeño destacamento, y un día al amanecer una escuadrilla de cazas y bombarderos ataca el punto exacto donde estaba el pequeño destacamento, en un bombardeo bastante serio, al menos para nuestra apreciación en aquella época. Ya habíamos tenido algunas experiencias anteriores, pero esa vez fue una experiencia más seria.

Lo refiero porque en el momento en que los combatientes trataban de apartarse del sitio donde estaban concentrando el fuego —íbamos subiendo por una ladera—, en ese momento nos recordamos de las armas de los cinco o seis campesinos que estaban de visita a sus casas. Hacía falta recoger aquellas armas, y yo pido voluntarios. E inmediatamente él es el primero que dice, sin pensarlo, sin vacilar un instante: yo voy. Y rápidamente se acercó al punto donde se estaba produciendo el bombardeo, con otro compañero recoge las armas, las guarda en lugar seguro, y después se une al resto de las fuerzas.

Se vivieron distintos episodios. Todavía el Che seguía siendo médico, no mandaba ninguna tropa. Pero ya en el mes de mayo de ese mismo año, el 28 de mayo, se había producido una circunstancia en nuestro país —ya nuestra columna se componía de unos 100 hombres, si mal no recuerdo—, un grupo de revolucionarios cubanos había desembarcado por el norte de la provincia. Nosotros, que recordábamos nuestra experiencia de desembarco y los momentos difíciles por los que habíamos atravesado, quisimos apoyar aquel grupo con alguna acción, y en consecuencia nos dirigimos hacia la costa, donde una compañía de infantería tenía sus posiciones con casamatas y trincheras. Al amanecer se organizó el ataque, bastante rápidamente, con la información que se disponía. Y cuando al amanecer se iba a iniciar el combate, resultó una situación complicada porque la información no era muy precisa: las posiciones no estaban en los lugares exactamente que se pensaba, y el cuadro era complicado. Sin embargo, era imposible dejar de llevarlo a cabo.

Rodeando, en un perímetro de un kilómetro y medio por lo menos, estaban las distintas pequeñas unidades, pelotones y escuadras. No nos podíamos retirar. Había sencillamente que atacar.

Ya el Che en ese momento estaba en el Estado Mayor con nosotros, ya tenía algunas responsabilidades, pero había que hacer dos o tres acciones. Fue necesario pedirle a un pelotón donde estaba el compañero Almeida que avanzara de frente, rápidamente, y se acercara lo más posible a determinadas posiciones, en un avance bastante arriesgado que costó un número de bajas.

Pero hacia el oeste había también que realizar un movimiento. Y mientras analizábamos qué hacer y analizábamos la necesidad de realizar aquel movimiento, enseguida el Che se ofrece: que le den un grupo de hombres, un fusil automático, y él marcha allí. En aquella situación se le dio el grupo de hombres, el fusil automático, prácticamente del Estado Mayor, y avanzó rápidamente hacia aquella posición.

Fue la tercera vez en que cuando hace falta un voluntario se presenta inmediatamente; cuando hay una situación difícil actúa inmediatamente. Y en aquella ocasión lo hizo así.

Después de aquel combate, que fue duro puesto que prácticamente el 30% de las fuerzas que participaron por ambas partes fueron heridas o muertas; como consecuencia de ello, al ocupar el campamento después de tres horas de lucha —en aquel tipo de combate que realmente lo inspiró el deseo de ayudar a los que habían desembarcado por el norte, que, por cierto, a pesar de nuestro esfuerzo fueron cercados, capturados y asesinados todos—; como consecuencia de aquel combate, después de tres horas, que se ocupa el campamento, había un buen número de heridos, heridos nuestros y heridos adversarios.

El Che era el médico que atendió rápidamente a los soldados nuestros heridos y a los soldados enemigos heridos. Esa fue siempre una práctica y una norma en toda nuestra lucha.

Después, lógicamente, de aquella ocasión se inicia un movimiento convergente de fuerzas, una gran persecución. Y había que resolver el problema de numerosos heridos nuestros. Porque después de atender a los heridos, los dejábamos en la posición para que al retirarnos los recogieran sus propias fuerzas. Entonces el Che como médico se queda con los heridos de aquel combate, cuidándolos, en una situación difícil, con numerosas fuerzas en la región que trataban de copar nuestra columna.

La columna marchó por lugares abruptos y difíciles. Eludió el cerco. Pero el Che quedó en la retaguardia con los heridos y unos muy pocos hombres. Estuvo con ellos varias semanas, hasta que un tiempo después, con los heridos ya sanos, el pequeño grupo de hombres se une a la columna principal que había crecido por el número de armas ocupadas en aquel combate.

Entonces cuando por primera vez se organiza una nueva columna, la segunda columna, se le da el mando de aquella columna al Che. Y se le hizo Comandante. De manera que el Che fue el segundo Comandante de nuestras fuerzas. Y ya comenzó a operar en una zona determinada con su pequeña nueva columna, en posiciones no muy distantes de donde estaba la Columna 1.

Fue así como el Che se hizo soldado y fue nombrado Comandante de una pequeña columna.

Y ya ulteriormente, desde luego, siempre ese mismo carácter, siempre esa misma actitud. De manera que puede decirse que había que cuidarlo.

¿Qué significaba cuidarlo? Su agresividad, su audacia le hacían concebir operaciones atrevidas. Y cuando se entablaba un combate en esa fase ulterior que duró varios meses en que todavía no había suficiente desarrollo ni en fuerza, ni en experiencia, con su pequeña tropa en la zona donde operaba mostraba su carácter tenaz y porfiado. Podemos decir su carácter tenaz y porfiado como soldado. En ocasiones se empecinaba en disputarle una posición a la fuerza adversaria. Y allí se empecinaba y luchaba y estaba horas, e incluso estaba días. Digamos que contravenía en cierto sentido las formas, digamos, ideales, las formas más perfectas de lucha, arriesgando su vida en operaciones que obedecían a ese carácter suyo, a esa tenacidad, a ese espíritu de él, a esa resistencia a entregar una posición, aunque su tropita fuera pequeña y las fuerzas que avanzaran contra esa posición fueran muy numerosas e incluso no tuviera especial sentido defenderla. Pero era su carácter, era su tesón, era su espíritu combativo.

Pero lógicamente por eso había que trazarle ciertas normas y ciertas pautas.

Ahora, ¿qué era lo que admiraba, qué era lo que a nosotros nos conmovía, que es lo que da precisamente una de las notas más características del alma y del espíritu del Che? Su moral, su altruismo, su absoluto desinterés. Se había encontrado con un grupo de cubanos, se persuadió de aquella causa y desde el primer momento demostró un desinterés y un desprendimiento tan grande, desde el primer momento demostró una disposición tan absoluta a morir, sin importarle que fuera el primer combate o el segundo o el tercero, que ahí teníamos al hombre nacido a tantos miles de kilómetros de distancia de nuestra patria, al hombre a quien incluso un día algunos cubanos lo miraron con disgusto porque los estaba mandando y no había nacido allí, y por aquel país y por aquella causa, en cualquier instante, era el primero en ofrecerse para el riesgo, el primero en ofrecerse para el peligro.

No era un hombre que estuviera ambicionando nada. No podía ambicionar nada. Cumplir, cumplir con rigor el deber. La respuesta rápida, el ejemplo rápido, sin vacilación alguna, de lo que él concebía que debía ser un combatiente revolucionario.

¡Qué lejos podía haber estado de la mente del Che en aquellos primeros días, pensar que en un momento determinado aquí, en esta comuna, habría un acto como hoy y visitaríamos un monumento suyo!

Che no luchó por honores, Che no luchó por bienes materiales, Che no luchó por ambiciones, Che no luchó jamás por gloria. El hombre que desde el primer instante, desde el primer combate está dispuesto a dar su vida, incluso pudo haber muerto como un combatiente más... Si hubiese muerto en el primer combate, habría dejado el recuerdo de su persona, de su gesto, de las características que le conocíamos, y nada más. Lo mismo si hubiese muerto en el segundo, en el tercero, en el cuarto, en el quinto combate. Es que él pudo morir en cualquiera de esas acciones, y muchos hombres cayeron en esas acciones.

De manera que en su mente no pasaba sino la idea del deber, la idea del sacrificio, la pureza más absoluta, el desinterés más completo.

y puede decirse que el Che sobrevivió a las luchas de la Sierra Maestra, porque se siguió un principio: cuando los hombres se iban destacando como jefes, se seguía la línea de no exponerlos en un combate de menor importancia, se seguía la línea de preservarlos para operaciones de más importancia.

Y así un día, después de la última ofensiva lanzada contra nosotros en mayo de 1958, que comenzó prácticamente a finales de ese mes, cuando unos 10 000 hombres avanzaron contra nuestras fuerzas —que en aquellas circunstancias pudimos reunir todo lo más 300 combatientes, entre ellos estaban la columna del Che y otras fuerzas que habíamos podido reunir—, después de una lucha que duró 70 días consecutivos, en que al fin ya nuestros combatientes, bastante aguerridos, bastante experimentados, a pesar de la desventaja de armamentos y de hombres, pudieron destruir la ofensiva, capturar numerosas armas y organizar diversas columnas. Cuando comenzaron los combates teníamos 300 hombres; cuando terminaron teníamos 805 hombres armados.

Y fue en esas circunstancias en que se organizaron dos columnas, una al mando de Camilo y otra al mando del Che, equipadas con las mejores armas que podíamos disponer, y que realizaron lo que verdaderamente se puede considerar una proeza: partiendo de la Sierra Maestra, avanzaron hacia el oeste, hacia la provincia de Las Villas, a través de unos 500 kilómetros de territorio llano y muchas veces despoblado. Y las dos columnas, de Camilo y del Che, que salieron de la Sierra Maestra en el mes de septiembre aproximadamente, avanzaron en muchas ocasiones combatiendo y tenazmente perseguidas, en terrenos desfavorables, y cumplieron las misiones de llegar hasta el centro de la isla.

Y cuando ya a finales de diciembre nuestras fuerzas tenían virtualmente dominada la provincia de Oriente, cortada en dos partes la isla por la provincia de Santa Clara, el Che llevó a cabo una de sus últimas proezas en nuestro país. Avanzó sobre la ciudad de Santa Clara con 300 combatientes, se enfrentó a un tren blindado que estaba en las afueras de la ciudad, interceptó la vía entre el tren y la sede de la fuerza principal: descarrilaron el tren, coparon el tren, lo rindieron y le ocuparon todas las armas. Es decir, inició el ataque a la ciudad de Santa Clara con 300 hombres.

Cuando el día 1ro de enero se produce la crisis definitiva del régimen batistiano y hubo un intento de escamotear la Revolución Cubana, se les dieron órdenes a las columnas de Camilo y del Che de avanzar rápidamente hacia La Habana. Y cumplieron sus misiones. El día 2 de enero ambas columnas estaban ya en la capital de la República. Ese día se había consolidado la victoria y comenzaba un largo camino.

Cambió la vida de todos. Numerosas tareas surgieron por delante, y muchos combatientes comenzaron a asumir funciones de tipo administrativo.

Che, al cabo de unos meses, fue designado Ministro de Industrias y comenzó a realizar un trabajo que lo ocupó durante años.

Hemos hablado del Che como combatiente. Pero al Che lo acompañaban singulares cualidades en muchos campos. Era, en primer lugar, un hombre de extraordinaria cultura, una de las inteligencias más agudas que hayamos conocido, uno de los espíritus más amplios, uno de los caracteres más revolucionarios. Su alma se extendía al mundo, su preocupación por los demás pueblos, su preocupación por el movimiento en Asia, en Africa.

Por aquellos tiempos los argelinos luchaban por su independencia. Por aquellos tiempos en otros continentes los países subdesarrollados o los países del mundo pobre y subdesarrollado realizaban distintos movimientos. El vio con toda claridad la conveniencia de establecer contacto con esos mundos. Visitó numerosos países en distintas misiones, buscando el acercamiento, buscando el intercambio comercial y trabajando arduamente para sobrepasar las consecuencias del bloqueo económico impuesto a nuestro país.

Cuando se produce la agresión de Girón, Che estaba al mando de las fuerzas de la provincia de Pinar del Río. Al producirse el ataque por Girón, al sur y centro de la isla, en los primeros instantes no se sabía cuál sería la dirección principal del ataque. Por lo general, los distintos jefes más experimentados asumían el mando de determinadas regiones militares. Y aun cuando él desempeñaba el cargo de Ministro de Industrias, inmediatamente que se produce la movilización y el ataque, se le envía a la provincia de Pinar del Río. De la misma manera, cuando la Crisis de Octubre, en 1962, momento de gravísimos peligros, de nuevo el Che asume el mando de esa región militar.

De manera que muchas veces, en diversas circunstancias, nos vimos obligados a enfrentar algunos peligros graves. Y él seguía siendo combatiente, él asumía sus funciones, seguía estudiando asiduamente la ciencia militar.

Era un hombre sumamente estudioso, que en las horas libres que le podía dejar el intenso trabajo, sacrificando el sueño y el descanso, estudiaba. Porque no solo trabajaba interminables horas en el Ministerio de Industrias, sino que recibía a visitantes, escribía narraciones de la guerra, escribía experiencias de los países adonde viajaba para cumplir alguna misión. Relataba en un estilo interesante, sencillo, claro, sus experiencias.

Muchos de los episodios de la guerra cubana se conservan gracias a la pluma del Che, gracias a ese interés que tenía él en que nuestro pueblo recogiera aquellas experiencias escritas por sus hijos en determinado momento de su vida.

Che fue el creador del trabajo voluntario en Cuba. Che era un hombre que mantenía estrechos contactos con los centros de trabajo del Ministerio, los visitaba, conversaba con los obreros, analizaba los problemas. Y Che todos los domingos marchaba a algún centro de trabajo. A veces iba a los muelles a cargar sacos con los estibadores. A veces marchaba a las minas, con los mineros, a trabajar como minero. A veces iba a los cañaverales a cortar caña; otras se reunía con los obreros de la construcción. No reservaba jamás un domingo para sí.

Mas todo esto y sus hazañas anteriores, hay que verlos dentro del marco de la situación de su propia salud, puesto que padecía de ciertos problemas alérgicos que le producían estados asmáticos agudos. Y aun en esas condiciones libra toda la campaña. En esas condiciones trabaja día y noche. En esas condiciones escribe. En esas condiciones recorre el país, recorre el mundo. En esas condiciones baja a las minas, va a los campos, marcha a todos los lugares sin permitirse nunca un minuto de descanso. Cuando no trabajaba en sus funciones de Ministro, estudiaba en horas quitadas al sueño, o marchaba a realizar los trabajos voluntarios.

Che era un hombre de infinita confianza y fe en el hombre. Era un ejemplo. Su estilo era el ejemplo, dar el ejemplo. Hombre de gran espíritu de sacrificio, un verdadero carácter espartano, capaz de privarse de cualquier cosa, seguía la política del ejemplo.

Podemos decir que su vida fue toda un ejemplo en todos los órdenes. Hombre de una integridad moral absoluta, de una firmeza de principios inquebrantable y un revolucionario integral que miraba hacia el mañana, hacia el hombre del mañana, que miraba hacia la humanidad del futuro, y que por encima de todo resaltaba los valores humanos, los valores morales del hombre, que por encima de todo predicaba el desinterés, el renunciamiento, la abnegación.

Ninguna de las palabras que aquí se digan implican la menor exageración, implican la menor apología. Expresan sencillamente cómo era el hombre que nosotros conocimos.

Aquí está su monumento, aquí está su figura tal como la vio el artista. Pero es imposible que los monumentos puedan dar idea integral del hombre. Del Che quedaron sus escritos, sus narraciones, sus discursos. Del Che queda el recuerdo de los que lo conocieron. Y nosotros hemos visto con cuánto orgullo muchas de nuestras fábricas, los trabajadores de muchas de nuestras fábricas recuerdan el día que el Che los visitó, el lugar donde el Che realizó un trabajo voluntario.

No hace muchos días, en una gran industria textil que nosotros estábamos visitando, cuyas máquinas se están renovando —íbamos en compañía de un ilustre visitante extranjero—, los obreros nos llevaron al taller donde conservaban como una reliquia los telares donde el Che realizó trabajos voluntarios. Las minas que el Che visitó, los lugares donde departió con los obreros y trabajó, son otros tantos monumentos a su memoria que nuestros obreros conservan con extraordinario cariño.

Pero Che no vivió para la historia, es decir, no vivió por los honores, por las glorias. Como todo verdadero revolucionario, como todo profundo revolucionario, conocía aquello que dijo aquel hombre extraordinario, aquel gran patriota que también ustedes han honrado aquí, José Martí, cuando dijo que "toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz".

Los revolucionarios no luchan por honores ni por glorias, ni para ocupar lugares en la historia. Che ocupó, ocupa y ocupará un gran lugar en la historia, porque no le importaba eso, porque estuvo dispuesto a morir desde el primer combate, porque tuvo siempre un absoluto desinterés. Y de tal manera convirtió su vida en una epopeya, de tal manera convirtió su vida en un ejemplo, que nosotros decimos a nuestro pueblo —y lo dijimos, y es un pensamiento, es una divisa—: si queremos expresar cómo queremos que sean nuestros hijos, queremos que sean como el Che. Y no hay familia cubana, no hay padre cubano, no hay niño cubano que no tenga al Che como modelo de su vida.

Y nosotros, que lo conocimos, nosotros que tuvimos ese inmenso privilegio, podemos decir que si en el mundo de hoy se busca un ejemplo, en este mundo contemporáneo, en este mundo nuevo, en este mundo que escribe su actual historia, historia nueva de la humanidad; en este mundo que busca construir una sociedad humana, una comunidad humana superior que enfrenta complejísimos problemas, arduas y duras luchas, cuando se piensa en las condiciones que se requieren para eso, es por ello que nuestro pueblo, nuestro país ha tomado para ese mundo ese modelo, ha tomado para sus niños ese modelo. Y creemos que constituye un extraordinario valor.

¡Y qué formidable cosa sería si lográramos traducir esa realidad en las generaciones venideras y en el futuro tengamos generaciones como el Che!

¡De generaciones de hombres como el Che se harán las sociedades futuras! ¡De generaciones de hombres como el Che surgirá la sociedad superior, surgirá el comunismo! (APLAUSOS.)

Nos dejó ese ejemplo. Y nos dejó como último fruto de su inteligencia clara, de su carácter espartano, de su corazón de acero —pero de acero para el sacrificio, de acero para el sufrimiento; pero, en cambio, alma noble, alma sensible, alma generosa para darse a una causa, para luchar por los demás, para sacrificarse por los demás—, de su inteligencia, de su corazón, de su mano serena, nos dejó por último su diario, donde narró la epopeya de los últimos días de su vida; y que con ese estilo conciso, escueto, lacónico, reflejando el final de su vida, escribe una verdadera literatura épica, de extraordinario valor en todos los sentidos: su diario.

Y es por eso que la juventud del mundo ve en el Che todo un símbolo. Y como él sintió la causa de los argelinos, y como él sintió la causa de los vietnamitas, y como él sintió la causa de los latinoamericanos, el nombre y la figura del Che son vistos con inmenso respeto, admiración y cariño en todos los continentes. El nombre y la figura del Che flamean incluso allí en el seno de la propia sociedad americana. Luchadores por los derechos civiles, luchadores contra la guerra de agresión, luchadores por la paz, los hombres progresistas, los ciudadanos que luchan por cualquier causa, aún en el seno de Estados Unidos, enarbolan la figura y la bandera del Che. Y por eso su figura se agigantó y es lo que es. Pero no lo creó la imaginación de nadie, no lo creó la fantasía de nadie, no lo creó el interés de nadie.

Nunca se levantó una bandera sobre pedestal más sólido, nunca se levantó un ejemplo sobre material más firme.

Al Che, a su figura, a ese símbolo, lo creó él en su breve pero intensa vida, en su breve pero creadora vida. No pretendió eso, no buscó eso. Pero como resultado de su vida, de su desinterés, de su nobleza, de su altruismo y de su heroísmo, se convirtió en lo que es hoy: se convirtió en una bandera, se convirtió en un modelo, se convirtió en un batallador, se convirtió en un guía, se convirtió en un monumento de la nobleza y del espíritu de justicia, y que se puede resumir en dos palabras: en el modelo de revolucionario, en el modelo de combatiente y de comunista para los pueblos del mundo.

Muchas gracias (APLAUSOS).

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