Discursos e Intervenciones

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la clausura del Primer Encuentro Nacional de Presidentes de las Cooperativas de Créditos y Servicios, efectuada en el Palacio de las Convenciones, el día 3 de junio de 1998

Fecha: 

03/06/1998

Distinguidos invitados;

Compañeras y compañeros:

Ya casi creíamos haber concluido el encuentro, cuando nos recordaron que había que clausurarlo; pero eso no sería tan difícil, ¿no?, si no hubiera sido que, además de los que aquí participaron, estaban invitados al acto alrededor de 500 directores de cooperativas de créditos y servicios, y de producción agropecuaria, y, adicionalmente, un selecto grupo de invitados extranjeros. ¡Qué problema!

Hemos estado un buen número de horas conversando aquí en la mayor intimidad, podemos decir, con la mayor familiaridad sobre una serie de temas importantes y de mucho interés para todos, y les acababa de decir que iba a ser breve, después de tantas horas intercambiando criterios y abordando temas de menor o mayor complejidad, en ciertos casos de bastante complejidad.

No era una reunión más, una reunión cualquiera, ni los dirigentes campesinos de hoy son los dirigentes campesinos de aquel año cuyo 40 aniversario se va a cumplir dentro de 11 meses.

Entonces era todo alegría, entusiasmo, el placer de sentirse por primera vez dueños del país, porque no es que tuviéramos los cubanos un dueño, teníamos muchos dueños. Llevábamos casi siglos tratando de ser un día libres, al ser objeto de explotación como esclavos procedentes de Africa o indios semiexterminados; luchamos más de 100 años cuando ya éramos nación por alcanzar esa libertad, para liberarnos de los distintos dueños, y mucho en este siglo para liberarnos de quien ha sido dueño no solo de Cuba, sino del hemisferio,

y hoy es prácticamente dueño del mundo. Me refiero a los tantas veces mencionados vecinos del Norte.

Los campesinos tenían además otros dueños; el país era una propiedad imperialista: los bancos, las industrias fundamentales, enormes extensiones de tierra.

Mucha gente en América Latina no sabía que empresas norteamericanas eran dueñas de más de 200 000 hectáreas de tierra en nuestro país. En ningún lugar de este hemisferio las compañías norteamericanas tuvieron tanta tierra como en Cuba. Pero nuestro país no era solo una propiedad de Estados Unidos; ustedes, los campesinos, de modo especial, eran además propiedad de los terratenientes; las familias que trabajaban la tierra, eran propiedad de los dueños, propiedad de instituciones corrompidas: de partidos, politiqueros que recogían y traficaban con sus cédulas de votar; propiedad de poderes llamados legislativos y que nunca legislaron nada ni podían legislar, de tribunales, de ejército, de fuerzas represivas.

¿Qué soldado de aquellos de la Guardia Rural no se sentía dueño del campo, dueño de la gente, dueño de los campesinos, con derecho a hacer lo que les diera la gana realmente; obedecer cualquier orden de las compañías norteamericanas o de los grandes terratenientes nacionales, para incendiar hogares, desalojar familias, dar plan de machete, golpear, asesinar, romper huelgas, reprimirlo todo?

¿Qué era un campesino en aquellos tiempos que precedieron al triunfo de la Revolución? ¡Cuántos abusos! No nos costó ningún trabajo a los revolucionarios ganarnos el apoyo de los campesinos, aunque no supieran leer ni escribir —y la inmensa mayoría no sabía leer ni escribir—; tenían conciencia y constancia diaria de las injusticias que se cometían contra ellos todos los días, aunque en unas elecciones, supuestamente democráticas, fabricadas en Estados Unidos, iban a votar con la boleta marcada, con la cédula entregada al sargento político, para elegir, ¿a quiénes? A los terratenientes.

En el Congreso estaba la gente más rica del país, la gente más corrompida, con las naturales excepciones, como era el caso del Partido Socialista Popular; el caso de algunos partidos populares, como el Partido Ortodoxo y algunos movimientos políticos de ese carácter surgidos a lo largo de la república, los que, por cierto, si excluimos al partido marxista-leninista, que en aquella época de guerra fría era tan perseguido, hostigado y reprimido, los propios partidos populares eran rápidamente penetrados por la oligarquía nacional.

Recuerdo al Partido Ortodoxo, muy popular, con grandes simpatías, donde, sin embargo, había ya, al mando del aparato político, grandes terratenientes, como Fico Fernández Casas, en Oriente, que abarcaba lo que hoy constituyen cinco provincias; en Camagüey, en Las Villas y casi con la excepción de la Ciudad de La Habana, no digo la provincia Habana, ya la dirección de aquel partido muy popular, realmente, porque su líder y fundador denunciaba la corrupción política, las malversaciones, robos y otros vicios, estaba controlada ya en casi todas las provincias por aquellas maquinarias políticas tradicionales.

Surgía un partido popular y en poco tiempo nuestro sufrido pueblo lo veía caer en manos de terratenientes y millonarios. Esos constituían nuestro Parlamento. ¿Qué podíamos esperar de aquellas instituciones? ¿Qué podían esperar nuestros campesinos?

La Constitución hablaba de una reforma agraria, estaba en uno de los capítulos de la Constitución acordada en 1940, por influjo de las fuerzas de izquierda que lograron incluir ese capítulo, pero de eso no se volvió a hablar nunca más.

Recuerdo a un representante muy popular —se había hecho popular a través de la radio, en un programa diario, por el mediodía y por la tarde; muy demagogo, si había una huelga de transporte solía apoyar a los trabajadores, tenía cierta habilidad para defender algunas causas populares—, que en una de aquellas elecciones lo eligen por la ciudad de La Habana, con no sé cuántos votos, un récord casi, y aquel diputado propuso una ley "muy revolucionaria", una de las "más revolucionarias" que se habían propuesto antes de la Revolución. ¿Saben en qué consistía? En la nacionalización de los nombres de las empresas norteamericanas.

Fíjense, no la nacionalización de las empresas, no, no, no. No se trataba de nacionalizar las propiedades, la empresa eléctrica —miren como se ríe Pepe (Se refiere a Pepe Ramírez, viejo revolucionario campesino que fue fundador de la ANAP), se acuerda de todo eso—, o la empresa telefónica, o ferrocarrilera, o las minas, no, no, sino una ley que obligaba a todas las empresas extranjeras a adoptar un nombre en español, un nombre cubano. A qué "extremo de radicalismo" llegaron que propusieron nacionalizar los nombres de las empresas, pero ni siquiera lograron eso. La demagogia en aquella época era realmente terrible.

Muchos de ustedes, que los veo jóvenes, no vivieron aquellas experiencias, aunque Pepe, que está joven, desde luego, sí recuerda algunas de aquellas cosas (José Ramírez le dice algo). ¿Qué yo dije? Yo no dije que soy joven —eso lo sé, no tengo que decirlo—, dije que eres joven. ¿Tú entendiste de otra manera, Pepe? No dije que parecías joven, sino que, a pesar de que eras joven, sabías algunas de esas cosas que pasaron hace muchos, muchos años (Risas).

En dos palabras: No solo había un dueño, sino que los ciudadanos de este país tenían muchos dueños, y los campesinos tenían más dueños que nadie. En aquellas tierras donde nosotros desembarcamos, que eran tierras del Estado, y donde los campesinos, al refugiarse del hambre y el desempleo, habían ido allí a talar bosques, quemando la madera porque no había ni un solo camino por donde sacarla, para sembrar un poco de café y un poco de vianda para poder vivir con muchas dificultades, porque iban, trabajaban un tiempo, volvían, reunían un poco de dinero para comprar azúcar, sal, regresaban a las montañas, y así hacían, y después aparecían los supuestos dueños que habían arreglado los papeles en las notarías, reclamándoles la tierra para arrebatárselas. Los campesinos eran objeto no solo de explotación, de abusos, de atropellos; eran objeto de humillación, de desprecio.

Hay alguna gente que cuando quiere simplificar dice que el campesino era explotado y no tenía tierra y la Revolución le dio la tierra.

El campesino, que fue alma de la Revolución, y el pueblo, que fue el forjador de la Revolución, se dieron a sí mismos una libertad que realmente fue una libertad total: dejaron de tener dueños. ¿Pero hubo que pronunciar muchos discursos para convencer a los campesinos? No, ninguno. Ni fue tierra lo que les dimos a los campesinos, lo que menos les dimos a los campesinos fue tierra. Les dimos algo que vale mucho más que tierra; más valdría decir, nos dimos algo que vale mucho más que tierra: algo que se llama patria, algo que se llama dignidad, algo que se llama honor, algo que se llama condición de ser humano, porque nunca fuimos tratados como seres humanos.

Si algunos todavía no entienden por qué hemos resistido lo que hemos resistido, ¡acábenlo de entender!, bastaría una sola palabra o una frase para decirlo: el pueblo que resiste es el pueblo que fue tratado por primera vez, desde su historia conocida, como seres humanos.

La tierra es algo, un bien material. Para los revolucionarios, Revolución significa mucho, mucho, mucho más que eso. Yo diría que la tierra para los campesinos es un subproducto de la Revolución, es un subproducto de la justicia que trajo la Revolución, es un subproducto de la libertad. Pero el campesino, junto con el resto del pueblo, no solo fue dueño de la tierra, cosa muy buena, sino que fue dueño del poder, del Estado. Pasó de explotado, perseguido, humillado, despreciado, incluso, a ejercer el poder del Estado; ese poder que ha ejercido durante estos años, de este Estado que han querido y no han podido destruir ni aun cuando a nuestro lado existe un imperio que reunió más fuerzas de las que reunió jamás un imperio sobre la Tierra. En un mundo unipolar y globalizado —como se dice— no ha podido destruir este Estado de los obreros y los campesinos, que es hoy nuestro Estado, como lo es también —y lo fue desde el principio— de los estudiantes y de los trabajadores intelectuales, es decir, el Estado del pueblo trabajador, porque ese es y seguirá siendo nuestro Estado (Aplausos).

No tendrán ninguna posibilidad de soñar con otra cosa aquellos que pretenden que este Estado y este país puedan volver a ser propiedad del imperio o puedan volver a ser propiedad de un puñado de egoístas y de privilegiados, o este poder pueda pasar a aquellas manos repugnantes de las cuales se deshizo la Revolución hace ya casi 40 años, y no nos podrán confundir, ni engañar, ni embaucar con ningún cuento ni con ninguna teoría de ninguna clase, porque aun allí donde la experiencia no tuvo la posibilidad de conocer los fenómenos, la razón es capaz de conocerlos y captarlos en toda su trágica dimensión.

Como nosotros también fuimos herederos de ideas de los que lucharon por la independencia de nuestro país y de los que lucharon por la justicia social, el campesino se volvió dueño de las minas, se volvió dueño de las empresas fundamentales del país, se volvió dueño de la industria eléctrica, y la mejor prueba de ello es que la electricidad llegó a más del 92% que mencionó Antonio aquí; tengo entendido que la electricidad llegó, aproximadamente, al 95% de la población de nuestro país. Claro, ahora la tenemos y cuando se tiene ya no se puede renunciar; ahora lo que hay que buscar es mucho petróleo para mantener encendidos los bombillos.

Se hizo dueño de las escuelas, o, mejor dicho, creó las escuelas que no tenía, porque no tenía ni escuelas ni maestros, y, desgraciadamente, había muy pocos maestros dispuestos a ir al campo o a las montañas. El campesino se convirtió en dueño de la más elevada fuerza educacional que tenga hoy ningún país sobre la Tierra: maestros que sustituyen a otros para que estudien, y ninguna escuela cerrada por falta de maestros; casos de maestros que recibían el salario del Estado para dar clases a sus hijos en las montañas. No quedó un solo campesino sin maestros en ningún rincón de esas montañas. Ya no hablo de las ciudades, porque era más fácil encontrar maestros para ir a las ciudades, realmente, así como médicos.

El campesino se hizo dueño de los hospitales, que no tenía; creador de hospitales, porque la Revolución es la que ha creado esta red de hospitales de que hoy dispone, de especializaciones, del más numeroso conjunto de médicos que posee ningún país, en relación con su población.

En el exterior ya reconocen que la Revolución hizo algunas cosas. Bueno, ya casi nadie discute; hasta el Presidente de Estados Unidos ha hablado —extraña cosa— con elogios. Recientemente, no hace mucho, dijo tres cosas: que comprendía que era justo o comprendía que era natural que la Revolución quisiera conservar aquellas conquistas que hizo para los pobres. ¡Ah!, y los éxitos en la salud y en la educación.

No, nadie dijo que este país se llenó de presas; donde se embalsaban 30 millones de metros cúbicos, pasó a disponer de embalses con capacidades trescientas

veces mayores, de 10 000 millones de metros cúbicos. Nadie dice que la Revolución hizo de 30 000 a 40 000 kilómetros de carreteras. Nadie habló de grandes valores, que la Revolución trajo la justicia a nuestra sociedad; que la Revolución erradicó las odiosas prácticas de la discriminación que se ejercía en este país; que la Revolución liberó al hombre de las humillaciones que recibía todos los días, de los abusos que recibía todos los días; que la Revolución convirtió al pueblo en poder; que la Revolución convirtió al pueblo en ejército; que la Revolución convirtió al pueblo en guardián del orden, que erradicó todos aquellos instrumentos con los cuales se le oprimía y se le explotaba.

¡Ah!, llegan a admitir que ha habido éxitos en el deporte, y una loca por ahí dijo ayer o antes de ayer que en el deporte era donde único había tenido éxitos la Revolución, justificando la política de comprar y sobornar atletas y promover deserciones de atletas. ¡Ah!, pero no lo niegan, dicen que Cuba es la séptima o la octava potencia. Y no, somos la primera, porque somos los que más medallas de oro per cápita obtenemos en las olimpiadas; es decir, estamos en primer lugar, somos la primera potencia. Otros podrán ganar más medallas porque tienen muchos más recursos y mucha más población, pero no ganan más medallas per cápita que nosotros.

No se habla de que no existen playas exclusivas para ricos, círculos sociales para ricos, ni ciudadanos abandonados, ni uno solo, sin el apoyo, sin el amparo del Estado. No se habla de que en este país la seguridad social abarca a toda la ciudadanía. No se dice lo que les recordaba hace unos momentos de que Cuba es el país donde más alto porcentaje de ciudadanos es propietario de sus casas. En muchos países de Europa, desarrollados, ricos, el 60%, el 70% paga rentas, y en Cuba el 85% es propietario de su vivienda, y el resto son, fundamentalmente, viviendas constituidas en medios básicos de las fábricas para sus trabajadores.

Enumerando algunas cosas nada más, entre las que se pudieran enumerar, este país humanizó el trabajo. Se acabaron prácticamente las cargas al hombro de aquellos sacos de azúcar voluminosos, millones de toneladas cargadas a mano por los trabajadores; todo eso se transformó en exportaciones a través de plantas terminales donde el hombre no toca el azúcar. La preparación de la tierra se mecanizó completa, el corte de caña se mecanizó, las construcciones se mecanizaron; aquellas que se hicieron cuando la época de la Carretera Central se hacían a mano muchas veces, se picaba la piedra con martillo.

Lo que humanizó el trabajo la Revolución, eso solo ya de por sí es superior a cualquier otro de los méritos que le quisieran atribuir.

Creó capacidades de producción de cemento, de acero para la construcción, de materiales, industrias nuevas, en medio del bloqueo y del sabotaje —porque nosotros llegamos a comprar fábricas en Occidente que llegaban aquí saboteadas—; cuando podíamos disponer de algún recurso para comprar una fábrica, la saboteaban.

El esfuerzo industrial que hizo la Revolución, la exploración de las tierras, de los subsuelos del país en busca de recursos, de combustible, de minerales y otros recursos.

La repoblación, la siembra de miles y miles de millones de árboles incluso; llegar a tiempo para salvar de la deforestación total todas las montañas de Cuba, cuyos bosques se habían reducido casi a cero. Salvar La Habana Vieja, que ya la estaban destruyendo completa, lo que hoy admira el mundo como Patrimonio de la Humanidad, toda esa arquitectura que tiene un valor incalculable, protegida, donde ya empezaban a hacer helipuertos y edificios altos. Se tarda unos pocos años más la Revolución y no quedaría nada de La Habana Vieja, que es hoy ya no solo un centro cultural admirado por el mundo, sino hasta un centro de riquezas y de ingresos para el país. No hay ciudadano que venga a la capital que no quiera ir a visitar La Habana Vieja, que ha sido preservada por la Revolución.

No había ni árboles en las calles, ni nada que se pareciera a un jardín botánico como el que tenemos nosotros en las proximidades de la capital de más de 400 hectáreas, finca colectiva de los 2 millones de ciudadanos de La Habana; o el Parque "Lenin"; o el nuevo zoológico, que está por reparar y terminar, pero que es una de las grandes obras de recreación y cultura, ¿para quién?, para el pueblo.

Todas las playas liberadas y todos los lugares de recreación, sin excepción alguna, fueron para todos los ciudadanos.

Los valores artísticos salvados por la Revolución se calculan en no menos de 600 millones de dólares, los cuadros y obras de arte salvados o recuperados que hoy pertenecen a nuestros museos, que están siendo reparados, renovados, modernizados y ampliados. Una parte de ellos fueron robados del país y salieron por valijas diplomáticas y otras formas de saqueo.

¡Pero como la Revolución ha preservado todos esos valores!, ya sin hablar de patria, ya sin hablar de historia, ya sin hablar de la gran reivindicación histórica que significó la Revolución, que vino a ser la reivindicación de todos aquellos que lucharon, murieron y se sacrificaron por este país durante tanto tiempo, para llegar a ser hoy lo que les dije esta tarde —y me atrevo a repetirlo aquí sin temor de que se ofenda nadie, porque no habría razón—, para llegar a ser lo que somos hoy: el país más libre del mundo. Y quienquiera contradecirnos, que le haga una pequeña crítica al dueño del mundo. De tal manera nos quedamos sin dueño que somos el país más libre de dueños en el mundo (Aplausos), y se demuestra en todas las organizaciones internacionales donde están presentes los representantes del mundo, no en aquellos clubes exclusivos donde no quieren que esté Cuba.

¡Qué imperio valiente que teme la presencia de Cuba en una reunión! Es que se da cuenta de que, moralmente, donde esté Cuba no pueden estar ellos, o al menos no pueden sentirse cómodos; porque habrá alguien, habrá un país que les diga lo que merecen que se les diga, un país que denuncie lo que es necesario denunciar.

Realmente hoy, así, ¿quién lo hace? ¿Qué país ha venido a convertirse en una especie de vocero de los oprimidos y explotados del mundo, de la conciencia del mundo, vocero de la verdad del mundo, de un mundo donde se cometen tantas, tantas y tantas injusticias? Este país, y eso lo hizo posible la Revolución. Eso hay que recordarlo, eso hay que enseñarlo, eso hay que inculcarlo a las nuevas generaciones, a los niños, a todos.

Ellos tratando de sembrar toda la mentira, la calumnia, el veneno del mundo, y nosotros tratando de sembrar los mejores valores de ese mundo, en el alma, en la mente y en el corazón de nuestros compatriotas. Ellos luchando por pervertir a nuestro pueblo, no solo engañarlo; nosotros luchando para que nuestro pueblo resista, nosotros luchando para que nuestro pueblo sea cada vez más virtuoso, cada vez más revolucionario, cada vez más puro.

Como les decía, esa es una de las batallas que se libra hoy, no solo en el terreno económico. Ellos utilizan la economía como instrumento para conducir al pueblo al pesimismo, al desaliento, para tratar de quebrar su heroica capacidad de resistencia, quebrar su espíritu, su conciencia, su patriotismo, su moral, alentados por algunos que no tienen suficiente solidez de alma para preservar esos valores. Creen que todos los demás puedan ser como esa exigua minoría blandengue, incapaz de asimilarse a los principios y valores que nosotros defendemos hoy y que estamos defendiendo no solo para nosotros, estamos defendiéndolos para el mundo y con la esperanza de que esos valores y principios un día sean no solo de un país, sino del mundo.

Esas hoy constituyen las aspiraciones de miles de millones de personas en el mundo; que no lo puedan decir es una cosa, o que no tengan los medios para decirlo y propagarlo; pero son tantas y tantas y tantas las personas que piensan como nosotros, que admiran y respetan a nuestro país, y son tantos los mensajes que desde dondequiera llegan y que cuando viajamos nos trasmiten para nuestro pueblo, exhortándolo a luchar y recordándole que es la esperanza, que constituyen para nosotros no solo estímulo sino motivo de orgullo, porque nadie podría imaginarse que un país tan pequeño como Cuba, un país que estaba empezando a desarrollarse económicamente y avanzando por ese camino, no ya culturalmente y en otros muchos campos, incluido el de la ciencia, donde habíamos dado pasos de gigantes, se convirtiera en un símbolo para miles de millones.

Todos los que en un momento dado nos encontramos con un libro de aritmética de aquellos años en que estudiábamos la secundaria, sabemos que se hablaba de un instrumento de medida, que era el metro, de ahí salió el sistema métrico decimal, y si mal no recuerdo lo definía como la distancia existente entre dos marcas de una barra de platino, una temperatura determinada de no sé cuántos grados, en no sé qué museo de París, esa fue para mí la primera noción del metro. Hacía falta algo que sirviera de medida, ¿no? Para saber lo que es un kilómetro de distancia, o para saber lo que es una hectárea, o para saber lo que es, por ejemplo, un litro o una tonelada, hace falta una medida; pero también para medir el coraje de un pueblo, para medir los méritos de un pueblo, para medir el heroísmo, la inteligencia, la habilidad y la capacidad de un pueblo hacía falta una medida, y algún día esas cuatro letras que dicen Cuba serán como ese metro que sirvió para medir el volumen del mundo, la circunferencia de la Tierra, la distancia que hay entre los planetas y las estrellas, esa unidad de medida se llamará Cuba (Aplausos).

Ya la han ido descubriendo, y así nos miran muchos habitantes del planeta, a pesar de todas las campañas, porque ellos aprenden en el sufrimiento y la injusticia. Ocurre lo que ocurrió con los campesinos que conocimos en la Sierra: no necesitaban discursos, no necesitaban más que recordar a la Guardia Rural dando planazos, insultando, ofendiendo, humillando, ofendiendo incluso a veces a las familias, sin respeto por las hijas o los familiares de los campesinos; no tenían más que recordar a los mayorales, a los latifundistas que les quitaron su cafetal cuando habían estado construyéndolo con tanto trabajo, a aquellos que los echaban a la calle, a aquellos que les quemaban las casas, recordando a aquellos nada más y comparándolos con aquel pequeño contingente de hombres que tenían barba por pura casualidad, por la simple ausencia de maquinitas de afeitar y de tijeras —así surgió la barba, y surgieron las melenas, y luego se convirtieron en un símbolo de la Revolución—, pero en aquel puñado de hombres, que en ocasiones fue muy reducido, con unas mochilas de saco de azúcar, en las peores condiciones, unas armas muy modestas, que no quemaban casas, que respetaban al campesino como cosa sagrada, a ellos, a su familia, sus propiedades, sus bienes, que pagaba hasta el último centavo, que daba lo que tenía, si era un medicamento, cualquier cosa, que los trataba como seres humanos, adivinaron que allí estaba el porvenir, adivinaron que allí estaba la liberación y adivinaron que allí estaba algo más que la posesión de la tierra. Adivinaron ese inmenso mundo de dignidad de que les hablaba anteriormente, y todos simpatizaron inmediatamente con los guerrilleros y fueron perdiendo el temor a los aviones y a los abusos.

Ellos sabían que hablar con el guerrillero significaba que la casa la quemaban, y algunas veces quemaban las casas con las víctimas adentro; y que a los hijos los asesinaban, a los jóvenes; y que al marido lo asesinaban, eso lo sabían. No

sabían leer y escribir, y, sin embargo, ¡cómo se orientaron y descubrieron la verdad aquellos campesinos!

Una vez vi una película de los primeros tiempos de la Revolución que trataba de explicar cómo esta se había ganado a los campesinos, y reflejaba un diálogo en que el barbudo revolucionario hablaba con el campesino y le hablaba de las tierras y le ofrecía que le daría la tierra. Estaba muy esquematizado todo aquello. La vida de un hombre no se compra con una caballería de tierra, la sangre de un hombre no se compra con una caballería de tierra, la seguridad de sus seres queridos y de su hogar no se compran ni con una, ni con dos, ni con cien caballerías de tierra.

Digo: Claro que necesitaban la tierra y la querían, porque tenían derecho a ella, porque era justo poseerla, porque la explotaban, la trabajaban; pero en el esquematismo de que la tierra había convertido a los campesinos en revolucionarios había un error. Yo tengo un concepto mucho más alto del campesino, no pienso que el campesino se conquista porque le prometen que le van a dar la tierra. No, los campesinos lo que descubrieron fue que la tierra era suya, desde el momento en que empezaron a ver por allí al pequeño grupo de guerrilleros luchando contra aquellos soldados del plan de machete y del gran caballo, del rifle, de los abusos y de todas aquellas cosas.

A los campesinos no les ofreció nadie la tierra, sino que descubrieron que era de ellos; la descubrieron con la presencia de aquellos combatientes luchando por ellos, adivinaron quiénes eran y lo que significaban.

¿Acaso los campesinos no se sentían horriblemente humillados por ser analfabetos, por tener que usar las huellas digitales para firmar un documento? ¿Y no se sentían terriblemente angustiados cuando sabían que se les moría el hijo allí, en la orilla del mar, mucho antes de que llegara una goleta a recogerlo?, y sin un camino, sin un médico, sin un maestro, sin nada, solo la vida sufrida que llevaban, de trabajo duro, rudo, en las montañas y ninguna esperanza.

¿Ayuda de qué, crédito de qué? ¿Qué banco le iba a dar a un campesino en aquellas montañas un crédito?

Cuando yo pienso en la reforma agraria y pienso en el campesino, estoy pensando en todo el conjunto de lo que fue la Revolución, estoy pensando en la esencia de la Revolución y el papel que desempeñó ese campesino en las guerras de independencia y en nuestra guerra de liberación.

¿No lo entienden o no entienden las razones nuestros enemigos? Pues entiéndanlas o se van a seguir equivocando 500 años o quizás hasta 500 000 años. No entienden, sencillamente, el milagro de lo que nuestro país ha sido capaz de hacer. Sin proponérselo ha adquirido ese prestigio en el mundo; sin proponérselo, porque habría sido cosa absurda, se ha convertido en una esperanza, en ese símbolo de lucha o de resistencia, de capacidad de los pueblos para luchar. Sin proponérselo se ha convertido en un instrumento para medir aquello de lo que es capaz el hombre, para medir el patriotismo, para medir la dignidad humana, para medir el heroísmo; heroísmo que se ha invertido no solo en nuestra tierra con nuestra sangre, sino que en un ejemplo de generosidad, sin precedente en la historia, se ha invertido también en muchas otras tierras del mundo.

Hoy somos tan internacionalistas como antes. Sería mejor decir que somos más, porque hoy, defendiendo nuestra tierra, estamos defendiendo a miles de millones de personas en el mundo. Digamos, estamos defendiendo valores que pertenecen a la humanidad; incluso a muchos de los que viven en el poderoso imperio —sí, a muchos, a millones—, y que no están de acuerdo con el bloqueo ni las agresiones a Cuba, ni mucho menos.

Ayer tuve el privilegio de reunirme con un grupo de representantes religiosos de Estados Unidos, que representan a 33 instituciones de las más importantes iglesias protestantes de Estados Unidos, que tienen 53 millones de miembros, y de una manera clara, franca, abierta, decidida y firme esos dignos hijos del pueblo norteamericano que nos visitaron se oponen al bloqueo y apoyan la propuesta de ley que elimine el bloqueo en la venta de alimentos y medicinas; pero no es que piensen que esa es la solución. Están contra el bloqueo completo y no aceptan el menor derecho a que le pretendan imponer condiciones a nuestro país. Gente verdaderamente honorable, admirable, y no viven en Africa, ni están en Suramérica; están allí, en el corazón de Estados Unidos. Y no son solo dirigentes

religiosos; hay, incluso, empresarios, hombres de negocios, personalidades destacadas, científicos, intelectuales, editores de prensa, un número creciente de personas que razonan, que son capaces de ver las realidades del mundo y que están contra tales crímenes, contra tales injusticias. Sienten respeto por Cuba, admiración por Cuba, incluso, en muchos casos, simpatía por Cuba, aunque puedan diferir en determinados aspectos, ideas y cuestiones ideológicas —no se puede pretender que todo el mundo piense exactamente igual—; pero que realmente sienten admiración por la entereza, la firmeza de este pueblo, firmeza inconmovible.

Consolándose los más acérrimos enemigos con la esperanza de que esto no puede durar, que no es posible, y después que tanto hicieron por liquidar a los dirigentes de la Revolución, ahora, con un cinismo tremendo —y lo dicen, hay que ser cínico, ¿no?—, dicen: "Bueno, la solución biológica", como diciendo: Cuando se mueran estos que están ahí dirigiendo ahora, se va a acabar la Revolución. Dicen: El bloqueo ha fracasado en estos 40 años, pero vendrá —lo dice un alto funcionario de ese país, una grosería¾ la llamada solución biológica.

Díganme la verdad ustedes, campesinos, gente sabia: ¿Creen ustedes en soluciones biológicas cuando se trata de ideas, cuando se trata de la justicia, cuando se trata de la causa más noble que se pueda defender hoy en el mundo? ¿Creen que es problema biológico y que las ideas mueren con los hombres o puedan morir con los hombres? (Exclamaciones de: "¡No!") ¿Cómo se puede despreciar así a un pueblo, a millones y millones de personas, creyendo que un individuo, o dos, o tres, o un puñado son los que deciden o resuelven? Eso significa un enorme insulto y una ofensa para el pueblo.

Nosotros sí creemos en las ideas con una firmeza inconmovible, y las defendemos y las defenderemos; y creemos en el socialismo, creemos en el comunismo. Hoy, cuando muchos se asustan de haber hablado alguna vez de comunismo —y los hay por ahí—, nosotros con qué gusto les decimos a periodistas y a estadistas: Nosotros somos socialistas, somos comunistas, y seguimos pensando en el socialismo y en el comunismo (Aplausos).



Sin embargo, a ese país que así se expresa es al que apoyan, y ustedes lo han visto en las imágenes gráficas, simplemente, es casi unánime, en conferencias internacionales, y no son comunistas, no quiere decir que compartan nuestra ideología revolucionaria como nosotros, no; pero saben que hay un mundo al que una poderosa potencia tiene tomado por el cuello y que lo quiere todo para sus privilegiados grupos de interés; que está constantemente insultando, ofendiendo, afectando los intereses de la economía del resto del mundo; que se quiere apoderar de todo y darle órdenes a todo el mundo, y desconocer la soberanía y la independencia de los demás países.

Están cansados de ver que no respetan a nadie; lo mismo se trate de un país pequeño que de un país grande a los que quieren dar lecciones de lo que tienen que hacer.

A China, que tiene miles de años, vieja civilización, profunda sabiduría, pretenden decirle cómo tiene que organizarse el Estado chino, cómo tiene que ser China.

Cuando Marco Polo descubrió a China, todavía los europeos no habían llegado a este hemisferio, ya China tenía una civilización milenaria, y estos señores tratan de decirles a los chinos cómo tiene que estar organizado el ayuntamiento, el gobierno, el Parlamento, qué teorías tienen que presidir el Estado. Pero si no se topan con China, se topan con un país muy pequeño, que tenga 10 000 habitantes, y le dicen lo mismo. Es una mitomanía, una cosa loca que ofende a mucha gente, a las que realmente, ultrajan.

Cada país tiene su orgullo, cada país tiene su honor, independientemente de sus ideas, su cultura, sus creencias de distintos tipos. Ellos pasan por alto todo eso. Hablan del respeto por las familias o por los seres humanos, y a cualquier hora del día o de la noche, donde hay niños, donde hay niñas, donde hay adolescentes, exhiben cualquier tipo de película pornográfica, o de violencia, de crímenes, o cosas por el estilo.

En el propio Estados Unidos están desesperados porque a los muchachos les ha dado por empezar a matar niños en las escuelas. Casi no hay una semana en que no se produzca un fenómeno de ese tipo o de uno que llegó con una escopeta cargada dispuesto a disparar. Una sociedad que no hace más que recibir veneno y más veneno de todo tipo, terminan los niños aplicando la violencia; es escandoloso lo que pasa allí a través de la utilización de los medios masivos: Violencia en las escuelas, entre los jóvenes, entre los adolescentes. ¡Increíble! No se sabe dónde van a parar.

Esa es la cultura, esa es también la globalización de la cultura, de la monocultura, o se podría decir mejor la globalización de la incultura, la globalización del salvajismo, la globalización de la violencia, de los vicios, la corrupción, de los hábitos de pensar y de ver las cosas de modo egoísta, prepotente e imperial. ¿Qué hogar respetan, qué familia, qué derechos humanos?

¿Cuántas películas pornográficas se exhiben en nuestra televisión? Comprendo todas las debilidades que tiene y pueda tener y las escaseces de recursos, y lo difícil que les resulta a veces encontrar una película que entretenga y no sea veneno; pero nuestra televisión no se caracteriza por eso, por convertir la violencia en filosofía de vida, el egoísmo, la deformación del ser humano.

No respetan nada, ningún hogar, ningún país, ningún ciudadano del mundo, lo engañan miserablemente, le mienten todos los días a todas horas; dividen los países en mil fragmentos, los enajenan, los hacen impotentes. Es lo que quieren y quisieran hacer con nosotros.

Claro, a los demás campesinos, que ¾ como les decía al principio¾ no participaron en nuestras conversaciones, a ellos no les podía repetir todo lo que hablamos sobre la agricultura y otros temas, sería demasiado largo y no como dije cuando prometí ser breve. A ellos, a los campesinos nuestros, de todo el país, deseo decirles que hemos discutido, que hemos tenido una excelente reunión, ¡excelente!, provechosa, útil, que nos ha enseñado mucho a todos, nos ha dado luces, nos ha abierto perspectivas, caminos.

Esta reunión es fruto de dos años de trabajo en un proceso de fortalecimiento de las cooperativas de créditos y servicios, una de las más difíciles, más complicadas instituciones, porque están repartidas en muchos lugares diferentes; siempre se hace mucho más difícil el trabajo, incluso el empleo de los recursos. Tienen, además, relativamente pocos recursos, como hemos visto, pero llevan dos años en un movimiento, yo diría que muy sabio, con toda la sabiduría campesina, lo han hecho poco a poco; ahora pueden ir algo más rápido, porque han ido acumulando experiencias, en este proceso de fortalecimiento de las cooperativas de créditos y servicios, que fueron las primeras que se crearon.

Después se crearon las cooperativas de producción agropecuaria y, como aquí se habló, muchos de los grandes latifundios fueron convertidos también en empresas estatales. En ellas tuvieron empleo cientos y cientos de miles de campesinos y mejoraron notablemente sus condiciones de vida, tuvieron escuelas, asistencia médica, vivienda muchos de ellos, se construyeron muchas, empleo asegurado todo el año, condiciones de vida mucho más humanas en todos los sentidos.

Las circunstancias actuales hicieron imprescindible nuevas cosas, nuevas ideas, nuevas fórmulas. También las circunstancias actuales nos ayudaron a descubrir que veníamos de una época de vacas gordas, muy gordas, de abundancia, de mucha abundancia de recursos, a una época de escasez muy grande, de vacas flacas, muy flacas, y nos ayudaron a descubrir la forma en que se utilizaban los recursos o se dilapidaban incluso muchos recursos.

Es verdad que se hicieron cosas importantes, grandes, grandes sistemas de regadío, por ejemplo, canales, presas. Se llegó a producir en esta sola provincia de La Habana hasta un millón de litros de leche diarios. ¡Mil vaquerías se construyeron en la provincia de La Habana, y miles en otras provincias! Cuando el período especial viene, estábamos desarrollando nuevos planes de vaquerías en Pinar del Río, en Matanzas, en Ciego de Avila, en Camagüey, en las provincias orientales. Yo recuerdo ahora como siete u ocho nuevos y ambiciosos planes de nuevas vaquerías que estábamos llevando a cabo; se estaban construyendo para llegar a disponer de cantidades considerables de leche, adicionales a las alcanzadas.

Se estaban construyendo miles de naves de producción avícola, de producción porcina cuando nos sorprende y llega el derrumbe del campo socialista y perdimos los mercados, perdimos todo, combustible, materias primas, alimentos, créditos, y empieza esta época tan tremendamente dura.

Pero se habían hecho planes como el de cítrico de Jagüey sobre el pedregal. Quiero que sepan ustedes que los cítricos de Jagüey, que hoy tienen una elevada y creciente producción, se hicieron con dinamita, perforando y rompiendo la roca entremezclada con la tierra, y así se hizo un plan que es hoy uno de los mejores del país. Han mejorado los otros planes, el de Ceiba, el de otros lugares. Están haciendo un esfuerzo en la Isla de la Juventud; se habían perdido los mercados, aquellos cítricos todos iban para la URSS y el campo socialista. Se perdieron los mercados y se perdió el fertilizante y el combustible, se perdió todo. Se han ido salvando y recuperando sin embargo importantes planes cítricos. La ganadería sufrió terriblemente.

Los planes de miles de naves para incrementar la producción de huevo, de carne de ave y de cerdo, unido a la piscicultura para utilizar los residuos de aquellos en la alimentación de los peces, aquellos planes estaban marchando a un gran ritmo, todas las brigadas organizadas y trabajando. Un canal que iba a llevar agua desde la presa del Zaza hasta Camagüey, casi al sur de Camagüey, en construcción, y la presa de Agabama se estaba haciendo para conectarla con el Zaza, toda el agua que quisiéramos. Y los sistemas ingenieros en el arroz para 200 000 hectáreas, tierras bien niveladas, para ahorrar agua y elevar considerablemente la productividad; los sistemas ingenieros de la caña, y una fábrica de máquinas Fregat que podía producir de 1 000 a 1 500 máquinas, en Bayamo. Es decir, se venían haciendo grandes y prometedoras cosas con nuestra agricultura socialista, y, a pesar de las deficiencias, los programas marchaban aceleradamente.

Buena falta que nos haría en este momento la leche que producíamos en La Habana; La Habana sola producía casi tanto como hoy produce el país. Hay que ver lo que tenemos que gastarnos todavía y tendremos que gastarnos para garantizar la leche de todos los niños hasta una edad determinada.

Es decir, la agricultura tuvo muchas fallas, pero había recursos y se avanzaba. La desaparición prácticamente repentina de todos esos recursos fue lo que obligó a tomar una conciencia plena de cómo había que usar de forma óptima los recursos y superar tendencias negativas, cómo debíamos adaptar todo nuestro trabajo en la agricultura a las condiciones que tenemos hoy y buscar nuevas fórmulas que son duraderas, no transitorias o coyunturales.

Hemos tenido que aprender a trabajar en condiciones muy difíciles, con otros métodos y con muy pocos recursos. Así surgieron nuevas formas de producción.

En aquellas condiciones era imposible mantener aquellas empresas cañeras demasiado grandes, y se dio un paso revolucionario, que fue convertir en propietarios de las más importantes producciones agrícolas estatales a los trabajadores. En una unidad básica de producción agrícola, los trabajadores son dueños de los equipos, usufructuarios gratuitos de la tierra y dueños de la producción.

La administración estatal tenía deficiencias, bastantes deficiencias, a pesar de lo cual alcanzaba éxitos por el impulso de aquella dinámica constructiva; si estaban las naves, si estaba el pienso, si estaba la gente que podía trabajar allí, las gallinas ponían huevos y ponían hasta casi 300 en algunos casos por gallina, más de 250, y el pienso se convertía en carne de ave y de cerdo, aunque con deficiencias que impedían ahorrar recursos y obtener resultados superiores.

La nueva situación nos obligó a reanalizar, reelaborar y acelerar el desarrollo de nuevas ideas. Como yo les decía hoy, las soluciones de los problemas en las duras condiciones en que lucha actualmente nuestro país, con el bloqueo endurecido de la potencia hegemónica, no están escritas en ningún libro, porque no ha pasado nunca en ninguna parte; sencillamente, nuestro país se ha convertido —como dije— en creador de fórmulas para enfrentar resueltamente nuestras actuales dificultades.

Se trabaja hoy con ese espíritu en todo, es un campo de batalla difícil, muy difícil, precisamente por todas esas escaseces de recursos, en parte; por la necesidad de trabajar con nuevas fórmulas, adaptadas a esas circunstancias, con mucha más eficiencia en la agricultura.

No podemos olvidar que en nuestro país casi todo el mundo se hizo urbano, vino a vivir a las ciudades. Les expliqué que ese fenómeno es de tipo universal y se dio en un grado más alto, pero bastante más alto que en nuestro país. Pero ocurrió también a pesar de que en el país se desarrollaron todas las provincias.

Señores, quienes conocieron lo que era Las Tunas antes, una aldea, cuando por allí pasaba la Carretera Central, y lo que es hoy Las Tunas, con las cosas que tiene, los hospitales que tiene, instalaciones deportivas, facultades universitarias, y era una aldea; como se ha desarrollado Holguín, Camagüey, Santa Clara, Pinar del Río, a la que llamaban la Cenicienta…

Se trabajó, realmente se trabajó en todo el país, y por eso no es más grave el problema que tenemos hoy, pero es grave, porque no son suficientes las redes de servicios que disponemos para la población en las ciudades más grandes, y los problemas más serios los tenemos en la capital; no en Ciego de Avila, otra aldea que ya no es una aldea; Sancti Spíritus, vamos a llamarlo un histórico pueblito, que sigue siendo histórico, cada vez más histórico, y hoy ya una digna y respetada capital de provincia, con muchas experiencias positivas.

Hemos hecho un esfuerzo en todo el país, pero hay que abastecer a la población, que ha sido el centro del esfuerzo que ellos han estado realizando. Me agradaría mucho que hubiesen escuchado algunas palabras aquí pronunciadas por los delegados presentes y su preocupación por suministrar más productos, pero no solo suministrar más productos agrícolas, sino más baratos.

Hace falta abundancia de todos esos productos que ustedes pueden sacar de los campos y hace falta que sean asequibles al pueblo, con mejores precios, y hace falta incluso que busquemos fórmulas que eviten que minorías parasitarias actuando como intermediarios se enriquezcan y se hagan millonarios con el sudor de ustedes y los bolsillos de los trabajadores de nuestro país. Esos temas se han discutido bastante.

Estábamos impacientes esperando esta reunión porque queríamos saber en detalle qué habían hecho, qué trabajo habían realizado con este movimiento para fortalecer las CCS, y, realmente, de lo que había visto, algunos documentos, y de la reunión de hoy me llevo una excelente impresión. Creo que hemos encontrado un camino en una de las áreas más difíciles; empezamos a encontrar soluciones.

En la caña hemos tomado medidas, creo que van a facilitar mucho el avance, tanto a las cooperativas de producción agropecuaria cañeras como a las CCS que cultivan caña.

Hoy estuvimos tratando de precisar problemas que tenemos que resolver en esta área; pero realmente hay que felicitar a la dirección de la ANAP por el trabajo que ha hecho calladamente —puede decirse—, sin mucha publicidad, en estos dos años, llevar el movimiento de fortalecimiento a 664 cooperativas y, sobre todo, haber reunido una cantidad de experiencias valiosísimas y estar en pleno proceso de creación en este momento.

Se trabaja en la caña muy seriamente también en la búsqueda de soluciones a los problemas, y se trabaja en las UBPC con mucha seriedad en la búsqueda de soluciones a los problemas, y en las granjas integrales, en las granjas del Ejército Juvenil del Trabajo y en otras formas, y se han ido acumulando valiosas experiencias. De modo que pienso que estamos en condiciones, aun con la gran escasez de recursos, de dar pasos de avances importantes en las cuestiones que se refieren a la producción y distribución. Hay experiencias que se han ido aplicando que son muy necesarias en este momento, no para recuperar en lo inmediato lo que teníamos, no es posible. Llevará tiempo, en las condiciones en que tenemos que trabajar, para disponer de los recursos abundantes que, bien administrados, como lo serán en el futuro, darán mucho más de lo que habrían dado sin estas experiencias.

Hay que arreglar todas las UBPC, cañeras y no cañeras. No hablo de las CPA, una de las mejores instituciones que han funcionado en el sector agrícola y han aportado experiencias. Creo que con las medidas que se están elaborando, todas van a ir logrando alcanzar la condición de rentables. El mayor número de las no rentables estaba precisamente en la caña, y nos quedan por otro lado más de 2 000 cooperativas de créditos y servicios por fortalecer, por aplicarles las ideas que han expuesto aquí los compañeros y alcanzar los beneficios que significan para los campesinos las innovaciones, las creaciones que se han elaborado.

Tengo la convicción de que estamos en condiciones de lograr esos avances, y tenemos que tener presente que eso será lo que más agradecerá el pueblo, el

impulso a estas actividades, desde el huertecito urbano, que produce kilogramos de vegetales por metro cuadrado, que se está impulsando en todo el país; todo, no debemos desechar ninguna posibilidad y buscar las fórmulas más prácticas, más inteligentes de cómo comercializar, cómo distribuir.

De esos temas —yo no sé dónde están los campesinos invitados, me imagino que estén en los dos lados de la sala, ¿no?— se habló aquí y se discutió. Esta no va a ser la última reunión, al contrario; ahora con el entusiasmo que nos deja hay que ir pensando. Aquí están 500 directores de cooperativas de créditos y servicios, puede ser que un día se reúnan más de 500, en la medida en que avance el movimiento.

Yo les expresé mi convicción de que encontraríamos soluciones a los distintos problemas planteados, estoy absolutamente seguro, y que vamos a avanzar con toda la fuerza, en todos los frentes, en cada uno de los frentes de la agricultura, tan necesarios, tan importantes; y no será para las calendas griegas, siguiendo aquel refrán de vísteme despacio que estoy apurado, porque estamos apurados en algunas cosas, pero hay que hacerlo bien, sobre bases sólidas, y analizar todas las experiencias.

No saben lo que nos alegran estas perspectivas, que se ven claras, que se han abierto con este movimiento, y las posibilidades que se aprecian cuando escuchábamos hablar a uno de los directores de cooperativas de créditos y servicios de lo que significa un camión y de lo que puede hacer un camión.

Yo les he hablado de alimentos como cosa clave, pero ustedes sostienen el peso principal de una de las ramas económicas del país que más recursos produce: la producción tabacalera, esa que queremos seguir ampliando, que, como saben, en los últimos dos o tres años hemos estado haciendo pruebas en toda la isla, y en toda la isla se da bien el tabaco y buen tabaco, en todas las provincias.

Nosotros vimos las tierras rojas de San Antonio de los Baños, y dijimos: ¿Y acaso Matanzas no tiene tierras como estas que puedan producir capas?, y empezamos con los experimentos de las capas, y ya se han hecho experimentos de capas en varias provincias.

¿Cuánto tabaco vamos a producir? Hay que llegar a producir 300, 400, 500 millones, es ilimitado el mercado del tabaco; y el prestigio de Cuba con el tabaco, en cuanto a la calidad de su tabaco y las preferencias que demuestra el mundo, es enorme también, realmente.

Ahí tienen un producto que es fuente de trabajo para muchas personas, para muchas mujeres —en algunos lugares nos falta, en otros tenemos excedente de fuerza de trabajo—, una fuente de divisas importante para el país. Si producimos 300 ó 400 millones de tabacos, ¿cuánto ingreso le produciría al país y cuántas cosas no podríamos hacer por el país, por la agricultura y por las cooperativas de créditos y servicios?

Hoy hablábamos de un motor que valía 5 000 ó 6 000 dólares, o si era uno de uso o no, y de un camión en cualquiera de estas cooperativas. Pero nosotros podemos alcanzar cientos de millones de dólares al año solo con la producción tabacalera, en exportación de productos elaborados, no estamos pensando en materias primas, hay que pensar en el producto elaborado; cuántos miles de empleos en todas las provincias, de un empleo bien remunerado, que hoy, curiosamente, realizan en su mayoría las mujeres. Era tal el desempleo y las condiciones de vida del pasado que las mujeres prácticamente tenían prohibido ingresar en la producción tabacalera, y hoy son la mayoría, tengo entendido, de las torcedoras, en las escogidas trabajan también muchas.

Vean qué idea la que surgió en Consolación del Sur de las escogidas, y hasta ya pensando en una fábrica de tabacos en una CPA. Y cuántas ideas como esas, a medida que profundicemos, pueden aparecer, y posibilidades nuevas, con espíritu abierto, creador, para ir aplicando todas aquellas recetas que sean las que convenga aplicar a nuestra economía.

Con ese espíritu se está trabajando en todos los demás sectores, en la administración central del Estado, en todas las ramas de la economía, en todas las empresas, preparando cuadros, haciendo conferencias, impartiendo cursos, desarrollando estudios de administración, de computación, de dirección, porque eso es una técnica, es una ciencia, no se puede subestimar, igual que la de cultivar tabaco que alcance de un 60% a un 70% de capas exportables.

Se hace un esfuerzo serio en el aparato del Estado; se hace un esfuerzo muy serio, les puedo asegurar, en todo lo que se refiere a controles e inspecciones necesarias por parte del Partido, por parte de la administración central del Estado, por parte de los organismos y tenemos que hacerlo cada vez más, porque las aperturas que hemos hecho traen riesgos. La presencia de dos monedas, la realidad de que miles de personas diferentes administren recursos importantes y administren divisas, todo eso requiere una organización tremenda.

No se olviden lo que decía Lenin de que el capitalismo fue desarrollando formas de organización y de producción de tal carácter que venían a ser casi el esqueleto de lo que debe ser una producción socialista. Hay cadenas que tienen miles de tiendas, pues aquí hay empresas que tienen cientos de tiendas.

Hay la ciencia de controlar, de administrar, hay la ciencia y estamos tratando de captarla, de aprenderla aceleradamente, perfeccionando los conocimientos de los cuadros, cuidándolos de todos esos riesgos que la apertura trae, riesgos que las medidas tomadas por la Revolución traen. Nuestro país se ha abierto ahora, el turismo abre el país y desde muchos países no necesitan ni siquiera visa para venir, porque ya ni se usa hoy en muchos casos.

Calculen el trabajito de los que tienen que velar por la seguridad del país, cómo tienen que desarrollar la inteligencia, la capacidad; aquí hay que defenderse con inteligencia, no solo con perros amaestrados —que ayudan, ¿no?— que pueden descubrir por el olor si entra alguna cantidad de droga o de explosivos. Es un trabajo inteligente, pero es una batalla que ganaremos también, no le quepan dudas a nadie. El enemigo tratará de seguir entorpeciendo estos esfuerzos tremendos que vamos logrando con el turismo. No descansará, pero tampoco descansamos nosotros, por todas las formas vamos contrarrestando eso.

Es, además, un tipo de problema que tiene la antipatía universal. Esos actos contra visitantes, contra turistas, tienen un repudio universal, y tengo la convicción de que Estados Unidos no está interesado en que se realicen esas actividades contra Cuba en las circunstancias actuales. Los propios norteamericanos capturaron en Puerto Rico el yate de la Fundación, las armas y los tripulantes que preparaban un atentado contra mí en la Cumbre de Margarita; pero ellos subestimaron lo que eran capaces de hacer las alimañas aquellas que crearon y su falta de escrúpulos para contratar mercenarios para terrorismo en el exterior.

Eso va a tener el repudio mundial, y el país tendrá el apoyo de todo el mundo en esa lucha.

Ningún país hoy, cualquiera que sea, no importa su ideología o su sistema, puede estar de acuerdo con tales métodos repugnantes. Figúrense, en ciudades que tienen hoy 20 millones de habitantes, que tienen metros, trenes subterráneos, lo que significa el terrorismo.

El delito es uno de los fenómenos que se está manifestando con tremenda fuerza en todas esas grandes ciudades. Pero el propio Estados Unidos tiene peligro, porque allí han ocurrido algunos graves actos de terrorismo, el de Oklahoma, por ejemplo: hicieron volar un gran edificio, una locura, destruyeron, mataron ciento y tantas personas, una cosa monstruosa; han tratado de hacer sabotajes en el subway de Nueva York, y el problema es que en Estados Unidos existen alrededor de 800 grupos extremistas, reaccionarios y, por lo menos, 400 de ellos armados.

Según noticias que nosotros vamos viendo en los cables casi no hay mes en que no descubran algún complot para cosas graves, y ahora tienen el temor, incluso, de que vayan a utilizar terrorismo químico y biológico.

Es decir, no se puede cuestionar que es imposible que Estados Unidos pueda ser indiferente a las actividades de grupos criminales que estén tratando de sabotear la economía cubana mediante actos de terrorismo, teniendo que combatir, desalentar y proteger a su propia población contra cientos de organizaciones extremistas, fascistas armadas, que proliferan en ese país.

No se puede olvidar lo que ocurrió con los secuestros de aviones. Se inventaron los secuestros de aviones contra Cuba y se convirtió en una epidemia mundial. ¿Quién lo resolvió? Cuba, el día en que clara y anticipadamente dijimos que no toleraríamos un solo desvío más de avión, a cuyos autores se aplicaban fuertes sanciones de cárcel, pero no resultaba suficiente y advertimos que los autores, cualquiera que fuese su nacionalidad, serían devueltos a Estados Unidos. Pero ocurrió otro hecho y nos vimos en la amarga necesidad de devolver a dos, que resultaron ser de origen cubano; y lo hicimos por iniciativa nuestra, eso no nos lo pidió nadie, ni nos lo exigió nadie, pero era un fenómeno que debía ser erradicado. Había veces que aterrizaban aquí dos o tres aviones, siempre con el riesgo de una catástrofe.

Una vez, recuerdo, fui al aeropuerto y llegó uno de esos aviones, y la policía allá, en Estados Unidos, le había entrado a tiros a las ruedas del avión —ha cometido el disparate— y el avión aterrizó sin gomas, con todas las gomas ponchadas, un avión grande, un Jumbo de esos, los bomberos llenaron de espuma la pista, yo fui y recuerdo que me preguntaba: ¿Qué va a pasar aquí? Soltó chispas y todo eso, pero aterrizó sin gomas, con todas las gomas ponchadas por la policía norteamericana.

Nosotros le dimos una verdadera lección a Estados Unidos en la solución de este grave problema. La medida adoptada que ya mencionamos, implicaba a dos ciudadanos que habían emigrado ilegalmente y deseaban simplemente regresar. Pero habíamos advertido y reiterado con suficiente antelación: "No secuestren un avión más."

Quiero que ustedes sepan, para que vean la mentalidad de las autoridades norteamericanas, que a esa gente la sancionaron a un montón de años. Sin embargo, con Estados Unidos, que siempre está pidiendo que pongan en libertad a alguien, a cualquier terrorista de esos, el gobierno de Cuba no pudo ni conseguir que dieran permiso, lo recuerdo, para que la familia los fueran a visitar, los condenaron como a 40 años y nunca se han dignado a enviar noticias de aquella gente que sancionaron severamente en virtud de una decisión de nuestro país que puso fin a los secuestros de aviones. Desde entonces no se produjo un solo secuestro de avión de Estados Unidos; fue Cuba la que resolvió ese problema. Pero qué vecinos tenemos, que ni siquiera se dignaron a dar noticias, porque yo creo que frente al gesto nuestro debieron dar facilidades a las familias para que los visitaran o los enviaran aquí a cumplir la sanción. Tienen una mentalidad especial, hay que conocerlos bien.

Cuba acabó con la cuestión de los secuestros de aviones, pero aquello fue una experiencia amarga al convertirse en una epidemia mundial.

Este tipo de actos terroristas como los que realizó el mercenario salvadoreño, que en un solo día quiso poner cinco bombas, utilizando mecanismos sofisticados, pero accesibles, si se extienden por el mundo se convierten en una tragedia.

En Estados Unidos hay suficiente gente consciente y las autoridades de ese país por lo que hemos leído en determinados cables públicos están conscientes y están preocupadas, porque si los locos extremistas que abundan en ese país se familiarizan con tales procedimientos, más fáciles de utilizar que los secuestros, para exigir dinero, para realizar sabotajes, para sembrar el terror, para llevar a cabo actos de fanatismo y extremismo, sería un peligro serio no solo para Estados Unidos, sino también para todo el mundo.

Hay algo sobre lo que no albergamos dudas: ellos tienen responsabilidad; primero, enseñaron a toda esa gente; segundo, les toleraron durante muchos años cometer todo tipo de fechorías contra Cuba; tercero, los santificaron, y fueron los de la famosa Fundación los que idearon y organizaron los macabros planes de contratar mercenarios extranjeros para realizar esas acciones, aprovechando la facilidad que brinda la apertura y el desarrollo del turismo en nuestro país. Sí, eso es así, fueron advertidos por nosotros y les señalamos las responsabilidades que tenían esos grupos; pero aquellos con gran influencia, gran lobby, estuvieron proponiendo leyes y más leyes contra Cuba y haciéndose pasar por gente que actuaba en el terreno legal y pacífico. Ya nosotros teníamos todos los elementos de juicio y se lo advertimos a las autoridades de ese país hace tiempo.

Del mismo modo, debo decir que en la actualidad están sinceramente preocupados por estos problemas. Hay allí, repito, grupos de extremistas, fascistas, racistas, capaces de hacer cualquier cosa. Luego, es un interés no solo de Cuba, es un interés de los demás países y es un interés del propio Estados Unidos que tales prácticas no proliferen en el mundo.

Esas cosas se idearon por los inescrupulosos e irresponsables autores para afectar los esfuerzos que hace el país; pero frente a cada esfuerzo de los enemigos de nuestra patria, el esfuerzo nuestro —como les decía— y el trabajo en todos los aspectos para contrarrestarlos, a lo que se une nuestra decidida voluntad de cooperación con los demás países, para hacer frente a estas y otras calamidades del mundo de hoy.

Decía que en todos los frentes se trabaja para controlar bien, para ser más eficientes, para evitar desviaciones, para evitar robos, para evitar hábitos negativos y los vicios que engendra y extiende por el mundo el sistema capitalista.

El enemigo predica el hábito de robar y en sus medios de comunicación trata de insistir, insinuar, inculcar la idea del robo, de la violación de las leyes, en medio de escaseces y dificultades, que es lo que nos tiene que llevar a fortalecer todas las medidas contra eso, y fortalecer todas las medidas contra las manifestaciones de prostitución, y castigar de manera muy severa, como está en el último decreto-ley que se hizo, toda corrupción de menores. Los que quieran corromper y desmoralizar a nuestro pueblo deben saber que se estuvo discutiendo bastante incluso si se aplicaba o no la pena capital en caso de corrupción de menores. Para no llegar a medidas que pudieran parecer extremas, se decidió elevar considerablemente las sanciones de privación de libertad contra todo intento de corrupción de menores y actividades similares. Esperamos que con esto baste.

La batalla contra algunas de estas manifestaciones que puedan surgir tiene que ser con las masas, con el pueblo; tiene que ser política, tiene que ser educativa, tiene que librarse en todas partes, sin bajar la guardia en ningún momento. Tenemos las organizaciones de masa, tenemos el Partido, tenemos las instituciones del Estado y tenemos las instituciones que se ocupan del orden interior, que han adquirido gran experiencia en estos años.

Se trata de nuevas formas de batalla. El enemigo está usando nuevas formas de lucha para afectar lo económico, golpear la economía se vuelve la tarea número uno y priorizada por ellos, acompañada de nuevas e incesantes ofensivas ideológicas contra el país.

Haremos todo lo que dependa de nosotros y todo lo que depende de lo que haga el pueblo, de lo que haga el Partido, de lo que haga el Estado, de lo que hagan las organizaciones de masa para salir victoriosos; son muchas las batallas que tenemos que librar, dentro y fuera, porque no vamos a dejar de luchar nunca. Conocemos las ideas, los planes de la potencia hegemónica, sus teorías, su filosofía, y no pararemos de denunciar cuanto invento hagan para someter a los pueblos, cuanta maniobra realicen para saquear al mundo. Tendrán que contar con nosotros en los organismos internacionales, donde participamos, que son los más importantes.

Sus reuniones exclusivas no nos importan, para qué.

Ahora hubo una reunión en Ginebra y pasaron cosas raras, se inventaron cosas raras. Había una reunión programada, un grupo de jefes de Estado. Inventaron sin embargo programas especiales y cosas por el estilo. Parece que no les agradaba mucho la presencia de Cuba por allí, es la verdad; pero, bueno, todo muy bien: nosotros asistimos a todas las reuniones, a todas las actividades, cumplimos el programa rigurosamente.

Al adversario hay que darle lecciones de caballerosidad y de cortesía, además; no cuesta nada, no cuesta nada comportarse como personas decentes y civilizadas cuando se es decente y civilizado. Debe costar trabajo hacer el papel de civilizado sin serlo. Es un problema que tiene mucha gente en el mundo.

Pueden ustedes salir de esta reunión con la convicción de que un trabajo generalizado en todos estos terrenos se está haciendo en el país, y todos los días del año y a todas horas; sábado, domingo, lunes y martes se emplean en buscar soluciones. Son muchos y muy variados los temas, los asuntos que tienen que discutir la dirección del Partido y la dirección del Estado; pero se está trabajando en todo. Es decir que vamos a marchar parejo y queremos que el frente agrícola se destaque y dé todo lo que puede dar.

Esta batalla no solo es por los alimentos; esta es también una gran batalla política, es una batalla ideológica. Cuando el enemigo quiere ensalzar todos los méritos de la podrida y corrupta sociedad capitalista, nosotros tenemos que exaltar y cultivar todas las virtudes del socialismo y del comunismo, que significa fraternidad, hermandad, generosidad, y este pueblo que fue capaz de dar su sangre, cómo no va a ser capaz de dar su alma, todo su espíritu y su conciencia a la causa de la Revolución.

Esa es la idea que nos llevamos de este encuentro, muy estimulante, aunque sé que podíamos haber estado aquí una semana. Procuraremos seguir de cerca lo que están haciendo ustedes y lo que está haciendo la ANAP con este movimiento.

No saben cuánto nos alegra ver que van surgiendo fórmulas. Yo pude apreciar hoy algo que nadie dijo expresamente, no se pronunciaba con palabras, pero pude captar la irritación de ustedes no por problemas de tipo económico o material; no he escuchado una sola expresión aquí entre los cientos de compañeros que estuvieron y hablaron que reflejara una primacía de los intereses económicos por encima de los intereses de la patria y de la Revolución, ni una sola palabra, y escuché muchas de aquellos que amargamente planteaban la cuestión de la necesidad de bajar los precios, cómo bajarlos para la población. ¿Por qué lo hacían? Por un elevado sentido del honor. Un campesino se siente muy irritado y muy indignado de que lo vayan a confundir con algunos de estos estafadores que andan buscando la forma de ganar mucho dinero sin sudar la camisa, a costa de los demás. Lo percibí claro y lo percibieron todos los compañeros cuando ustedes hablaron, que ustedes estaban defendiendo, por encima de todo, el honor de los campesinos.

Podemos hacer cosas que convengan a los campesinos desde el punto de vista social, desde el punto de vista económico y desde el punto de vista del honor. El campesino no tiene nada que perder en todo lo que estamos haciendo, y tiene mucho que ganar en todos los sentidos, sobre todo en el aspecto moral, en su prestigio, en su autoridad, en su Revolución, en su alianza con los obreros, los estudiantes, los intelectuales, los científicos. Por eso le veo tanto porvenir a este esfuerzo, y créannos que vamos a hacer todo lo posible por apoyarlo, vamos a hacer todo lo posible por estar informados de todas las experiencias. Vamos a hacer lo posible por conocer cada una de las preocupaciones que ustedes puedan haber traído hoy y no hayan tenido oportunidad de plantearlas, porque se vio claro que algunos hicieron un enfoque de una forma, otros de otra, cuando se hablaba



de las placitas, cómo hacerlo, y quienes hablaron de que no querían mandar a nadie al mercado, porque lo preferían allí trabajando en el campo.

Claro, como les decía, habrá que hacer muchos trajes a la medida, según las situaciones, incluso según las provincias. No son iguales las condiciones, como explicó José Luis, en La Habana y en las otras provincias. Es muy diferente en Ciego de Avila, pero han aportado muchas y muy buenas lecciones, y estoy seguro de que en todas partes, en todos los municipios hay muchas y muy buenas lecciones, hay que recogerlas, hay que aprovecharlas, hay que aplicarlas con agilidad, con sentido común.

Vamos a celebrar el 40 aniversario de la reforma agraria, yo diría que por todo lo alto, porque es como un renacer de todos aquellos sueños, de toda aquella alegría de entonces, con un carácter nuevo, porque como les decía al principio, con un campesinado culto, con un campesinado que sabe leer y escribir más que cualquier otro campesino de América Latina, más que cualquier otro campesino del mundo, o al menos, digamos, del Tercer Mundo, aunque en el Primer Mundo, quiero que sepan que hay mucha gente que son analfabetos, y que algunos que a lo mejor saben firmar no pueden leer un periódico, ni pueden leer un libro.

Así vamos a celebrar, Pepe, el 40 aniversario. Tenemos que ver cómo lo hacemos, pero tiene que ser con un esfuerzo grande por hacer avanzar, por perfeccionar e impulsar todo lo que tenga que ver con la agricultura, y todo el pueblo conmemorará con ustedes y con nosotros ese 40 aniversario, esa ley, que fue la que determinó la decisión del Gobierno de Estados Unidos de derrocar al gobierno revolucionario; porque fue la reforma agraria, vinieron después otras muchas leyes, pero fue esa ya la que los llevó a la decisión de destruir la Revolución, eso se conoce históricamente. Y celebrar ese 40 aniversario con miles de CPA, con miles de cooperativas de créditos y servicios, con miles de UBPC y de empresas de distinto tipo que tienen que ver con la agricultura, y con una tierra nuestra, muy nuestra, porque lo vemos como un tesoro de la nación. Lo podemos hacer con ella, porque somos libres de hacerlo, usarla y sacarle provecho de la forma que consideremos más conveniente. Y todo lo que hagamos, como siempre, habrá que hacerlo así, por consenso entre nosotros, discutido entre nosotros.

Los felicitamos por esa declaración, una magnífica y muy oportuna declaración, que van a discutir y presentar con motivo del aniversario del Congreso en Armas. Pero hay que ir pensando ya en el 40 aniversario de la Ley de Reforma Agraria, y tiene que ser bajo ese signo, de un impulso fuerte, muy fuerte, un impulso decisivo a todas las actividades en el campo de la agricultura. Y, como siempre, cuenten con nosotros, pero cuenten con nosotros de manera especial.

Es verdad que todos tenemos muchas tareas, pero siempre hay un lugarcito. Lugo, yo voy a dedicar un lugarcito a saber todo lo que esta gente hubieran podido decir hoy aquí, todas sus experiencias y todas las nuevas experiencias que adquieran, y a pensar y pensar cómo podemos consolidar el movimiento, cómo podemos impulsar este movimiento, al que realmente le veo muchas perspectivas económicas y políticas.

Les puse un solo ejemplo de lo económico: el tabaco nada más, y cuando les puse ese ejemplo no les mencioné que es también la mayor fuente de recaudación interna que tiene el país. Pensamos en las divisas, pero la finanza interna recauda mucho dinero con esa materia prima que ustedes producen, y he mencionado solo una. Sí, si puede haber más cacao, excelente, bien; pero no destruyamos la naturaleza. Si puede haber más café, debemos hacer para que haya más café; pero preservemos la naturaleza, no lo hagamos nunca a costa de la naturaleza. Racionalicemos el esfuerzo que estamos haciendo en las montañas.

En viandas y vegetales, es importantísimo todo lo que ustedes puedan producir en sus tierras, en todos esos huertos, en las distintas formas de huertos, y aplicando la técnica, la ciencia. Tenemos bastantes científicos, existen conocimientos, los niveles culturales son altos, como les decía. Aquí se vio la cantidad de técnicos medios que tienen, profesionales universitarios, en números. Si hacen una estadística, por lo que yo oí aquí debe haber algunos miles, unos cuantos miles de profesionales universitarios en las cooperativas de créditos y servicios.

A nosotros nos estimula mucho saber que esos son los delegados de ahora; los herederos de aquellos primeros, con los cuales surgieron los primeros planes. Hoy hay una experiencia acumulada tremenda, no solo nacional, sino incluso internacional. Unir todo eso y avanzar.

¡Qué diferencia de aquel dos de diciembre cuando desembarcamos en el Granma! Pero, ¿por qué teníamos tanta confianza en nuestros campesinos? Porque conocíamos la historia de Cuba. Sabíamos que había que luchar contra un ejército armado por Estados Unidos, entrenado por Estados Unidos y suministrado por Estados Unidos, que le enseñaba tácticas, estrategias, sistemas de comunicaciones, que tenía tanques, aviones, todo tipo de armas, todo tipo de medios de combate. Nosotros nos preguntábamos: ¿Dónde está la solución?, aun cuando el Moncada.

En el Moncada pensábamos capturar la fortaleza para ocupar las armas y tratar de derrocar al gobierno con el apoyo de las masas; pero estaba clara la idea de que si no se obtenía eso, con todas las armas iríamos para la Sierra Maestra, estaba clarísimo eso.

Después del Moncada, en la prisión de Isla de Pinos estaba concebido todo el plan ulterior. Ya iba a ser difícil, con lo conocidos que éramos todos nosotros, trabajar aquí, y dijimos: Ahora no nos queda más remedio que ausentarnos un tiempito, trabajar, organizar, entrenar, adquirir las armas y volver. ¿Para dónde? Para la Sierra Maestra. ¿Y quiénes estaban en la Sierra Maestra? Los campesinos. ¿En quiénes confiábamos? En los campesinos.

No es que no confiáramos en los obreros, sabíamos que ese era el brazo derecho en el momento que hubiera que dar esos golpes que daba Stevenson --¿ustedes no saben nada de boxeo?; este con la izquierda es el jab (Se pone en posición), ¿no?--; la clase obrera estaba como el puño derecho esperando, y cuando intentaron dar el golpe aquel de última hora contra la Revolución, ¿cuánto duró? Descargamos el brazo derecho, con toda su fuerza: la clase obrera librando la batalla final junto al Ejército Rebelde. Habían pasado apenas unos meses de la huelga de abril y no había movimiento sindical, el movimiento sindical lo tenían controlado totalmente los mujalistas, y fue la conciencia de los trabajadores, ese brazo derecho, el que actuó, sobre todo actuó aquel Primero de enero, y después en otras batallas decisivas, porque después vino la limpia del Escambray, vino Girón y todos los acontecimientos en que tan importante papel desempeñó la clase obrera.

Nosotros desembarcamos ese día 2 de Diciembre de 1956 allí donde estaban los campesinos. En aquellos campesinos, que no sabían leer ni escribir y en aquellos campesinos explotados confiábamos, y confiábamos no solo cuando éramos 82, confiábamos cuando quedábamos reducidos a grupos de dos o tres, y confiábamos cuando éramos 10 ó 12, y seguimos confiando, nunca nos falló la confianza. Pero conocíamos la historia de Cuba, sabíamos el papel del campesino en la historia de Cuba, conocíamos el corazón de nuestros campesinos, el alma de nuestros campesinos. Con los campesinos fue posible destruir aquel ejército moderno, entrenado y armado por los expertos en eso, y desarmarlo completo, de modo que no quedara ni un solo machete de aquellos con los que daban planazos. Era la confianza infinita en esos campesinos.

Un día como hoy, que siento gratitud hacia lo que ustedes están haciendo, hacia las ideas de ustedes, hacia las cosas que hoy han expresado, les quiero decir nada más que tengo en nuestros campesinos la misma confianza que tenía aquel día 2 (Aplausos), la misma confianza de aquel 17 de Mayo en que se firmó la Ley de Reforma Agraria (Aplausos). Pero dije mal: Después de casi 40 años de Revolución, tengo todavía más confianza que la que tenía entonces (Aplausos).

¡Socialismo o Muerte!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(Ovación)

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