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El gobierno invisible y los asesinos de Kennedy

Gabriel Molina Franchossi. (Foto: Alberto Borrego)
Gabriel Molina Franchossi. (Foto: Alberto Borrego)

Fecha: 

09/11/2017

Fuente: 

Revista Bohemia

Autor: 

Robert Kennedy nunca olvidará “el frígido tono” de J. Edgar Hoover, director del FBI, para comunicarle el apocalíptico suceso del asesinato de su hermano, el Presidente de EEUU.
 
A la una y 45 de la tarde del 22 de noviembre de 1963, Hoover telefoneó al Secretario de Justicia en su residencia de Hickory Hill: y le dijo “tengo noticias para usted, el presidente ha sido tiroteado”. Veinte minutos después volvió a llamar para decir: “el Presidente ha muerto.” Y colgó enseguida.
 
“Creo que me lo dijo con placer”, comentó Robert Kennedy.
 
La primera llamada de Robert fue al jefe del Servicio Secreto, Ken O’Donnell, quien a unos 10 pies de la limosina descapotada del Presidente, corría junto a Dave Powers y eran por tanto excepcionales testigos del atentado. Ambos dijeron a Robert que el presidente había sido tomado en “un cruce de disparos”. “Fue una conspiración” aseguraron, pero después, con las distintas versiones no pudieron mantener ese criterio.
 
Ante el magnicidio de su hermano, Robert reaccionó preguntando al nuevo director de la CIA, John McCone, quien acudió a la residencia de Robert a tiempo para recibir la segunda llamada de Hoover, si “el tenebroso organismo” que éste dirigía, tuvo algo que ver con el asesinato. Robert sospechaba desde la crisis de los cohetes que pusieron al mundo al borde de una guerra nuclear, sobre algunos jefes de la CIA y sus aliados de origen cubano. La evolución en las ideas políticas de los Kennedy, estaban convirtiéndolos en enemigos tras haber trabajado con ellos cuando estuvieron muy cercanos. Paulatinamente fueron conociendo sobre la participación de las pandillas de origen cubano e italiano al servicio de la CIA en los planes contra Cuba.
 
Las informaciones arrojaron nueva luz, especialmente sobre la protección de la familia Bush al terrorista Luis Posada Carriles.
 
El diario Chicago Tribune reveló que Robert F. Kennedy sospechó, desde el momento del magnicidio, que el asesinato del Presidente fue una conspiración de esos grupos, pues conocía mejor que nadie las motivaciones que los movían, por haber trabajado con ellos para derrocar a Fidel Castro y ahogar a la Revolución Cubana, después del fiasco de Playa Girón, en la Bahía de Cochinos.
 
Las revelaciones se publicaron en un artículo aparecido del escritor David Talbot, sobre su libro: Hermanos: La escondida historia de los años de Kennedy (Brothers: The Hidden History of the Kennedy years).
 
Robert Kennedy había aprendido que en Washington lo mejor era guardar secreto cuando se trabajaba en algo importante. Por eso desinformó varios años diciendo en público que ninguna investigación traería a su hermano de regreso. Pero en realidad, desde esa misma tarde del 22 de noviembre de 1963, no era imposible seguir la pista de su investigación: Robert comenzó enseguida a utilizar frenéticamente el teléfono desde su casa en Hickory Hill, y a convocar allí a sus ayudantes principales, para reconstruir los hilos del crimen.
 
El entonces Secretario de Justicia concluyó que la senda del atentado estaba bien lejos del ex marino Lee Harvey Oswald, quien ya estaba arrestado. Así se convirtió secretamente en el primer –y más importante– teórico de la conspiración. Aún no parece estar cerca conocer la verdad de este magnicidio conocido como el crimen del siglo XX. La verdad se sigue abriendo paso, aunque continúe mucho en la incógnita. Al menos la Historia no absolverá a los culpables.
 
A 54 años de misterio
 
El presidente Donald Trump anunció 54 años después, el jueves 26 de octubre del 2017 la desclasificación de documentos de la CIA y el FBI relacionados con el asesinato del Presidente Kennedy, más de medio siglo después del magnicidio. Pero los autores continúan siendo protegidos por el stablishment y el Gobierno Invisible.
 
Las consecuencias del caso Kennedy continúan alimentando una serie de agresiones y medidas, como el bloqueo que aún se ejecutan contra la Revolución Cubana en este siglo XXI.

Los 2 800 archivos llamados “Documentos JFK” (JFK Files), revelados por el presidente Donald Trump, de acuerdo con la ley de 1992 que lo ordena, constituyen una fracción de lo previsto. Aunque aparece con muchos nombres y situaciones tachadas “para proteger el interés de la nación”, según expresaron. Por eso deben transcurrir los 6 meses de plazo que decretó Trump para decidirse sobre la eventual publicación de los restantes.
 
Los documentos desclasificados confirman ya, sin embargo, los intentos de asesinato, envenenamientos masivos, ataques de falsa bandera y otros planes contra Cuba. El nuevo presidente de EEUU pretende dejar sin efecto los pasos del gobierno Obama para tratar de hacer olvidar esos desatinos. Pero estos documentos muestran planes desesperados para asesinar a Fidel Castro por medio de un habano explosivo o un traje envenenado, y avanzadas complicidades con la mafia italoamericana para llevar acabo el magnicidio. Otros archivos muestran más planes criminales:
 
Un documento de 1975 detalla los de 1962, donde el objetivo era disparar al sector más importante de la economía cubana: la industria azucarera, mediante la “incapacitación de gran parte de sus trabajadores con el uso encubierto de agentes de guerra biológica de uso militar”.
 
Los planes también incluían otras dos grandes operaciones:: Mangosta, para prestar asistencia al derrocamiento desde adentro y Bounty, que ofrecía recompensas en millones de dólares por las vidas de los principales dirigentes como Fidel, Raúl, el Che Guevara y entre 47 000 y 97 000 dólares por cada comunista extranjero. EE.UU. planeaba informar a la población cubana de estas recompensas mediante el lanzamiento masivo de panfletos por aeronaves.
 
Otro documento llamado “Pretextos”, enumeraba las potenciales justificaciones para la intervención militar directa en Cuba, entre ellas, se recomendaba al gobierno estadounidense llevar a cabo una operación encubierta de bandera falsa, destinada a desatar una “campaña de terror en Miami y otras ciudades del estado de Florida, e incluso en Washington D.C.” donde se pretendía atentar contra contrarrevolucionarios cubanos dentro de territorio estadounidense y así culpar a La Habana por ataques terroristas, justificando una invasión.
 
La campaña de terror podría también dirigirse contra cubanos que buscan asilo en EEUU
 
“Podemos hundir embarcaciones con cubanos que se dirigen a Florida (en realidad o simplemente como un simulacro). Podemos fomentar atentados contra los refugiados cubanos en EE.UU., de tal forma que las secuelas de esos ataques sean ampliamente publicitadas”, dice el documento donde además no descartaban detonar bombas con explosivos en lugares cuidadosamente seleccionados. Los documentos incluían planes de financiamiento a grupos anti-comunistas en muchos países del continente, así como planes de desestabilización de algunos gobiernos.
 
Se deben esperar otros 6 meses para que se cumpla el plazo que dio Trump a sus servicios de inteligencia para justificar la retención de los JFK Files, y saber si tomará la decisión de publicar la totalidad de los documentos o mantener la retención.
 
Brillantes personalidades
 
En los libros editados con las declaraciones de Fidel a Ignacio Ramonet, se establece que Johh F. Kennedy ha sido una de las personalidades más brillantes de Estados Unidos. “Después de Girón y de la Crisis de Octubre quedó muy impresionado.

 

“Su muerte me dolió –expresa Fidel–. Me dolió también la forma en que lo mataron, el atentado cobarde, el crimen político. Experimenté un sentimiento de indignación, de repudio, de tristeza tenía, cuando desaparece de la escena, suficiente autoridad en su país para imponer una mejoría de las relaciones con Cuba”.
 
Cuba no fue para Kennedy un problema nuevo, ni su punto de vista sobre Fidel Castro era negativo, escribió Arthur Schlesinger, asesor y amigo de la familia en su libro Los Mil Días de Kennedy.
 
John F. Kennedy había descrito antes, cuando era senador, al guerrillero victorioso como “parte de la herencia de Bolívar”, en su obra La Estrategia de la Paz. Según Schlesinger, quien escribió algunos de los discursos del Presidente, el líder guerrillero posiblemente habría seguido “un curso más razonable” si el gobierno de EEUU no hubiese apoyado tanto tiempo la “sangrienta, brutal y despótica dictadura de Fulgencio Batista y dado a Castro una acogida más cálida en su viaje a Washington”.
 
“Creo que no hay un país en el mundo, incluyendo todos los que han estado bajo dominación colonial, donde la colonización económica, humillación y explotación fueran peores que en Cuba, en parte debido a la política de mi país durante el régimen de Batista, declaró Kennedy a Jean Daniel el 24 de octubre de 1963 en Washington.
 
“Yo estoy de acuerdo con lo que planteó Fidel Castro en la Sierra Maestra, cuando con toda justificación reclamaba justicia y especialmente anhelaba era como si Batista fuera la encarnación de un número de pecados cometidos por Estados Unidos.
 
“Ahora debemos pagar por esos pecados. Sobre el régimen de Batista, yo estoy de acuerdo con los primeros revolucionaros cubanos. Eso está perfectamente claro”.


 No le faltaba razón a Kennedy, Fidel dio entonces y durante mucho tiempo pruebas de que hubiera preferido que la lucha nacional contra el neocolonialismo hubiesen sido comprendidos por Estados Unidos, en lugar de continuar apoyando los estrechos horizontes de la United Fruit y el complejo militar-industrial, quienes, no se percataron de cómo había ido cambiando el mundo después de la II Guerra Mundial. Dos días después de investido como presidente, Kennedy se enfrentó a los hechos consumados. Estos le eran expuestos por Allen Dulles, un verdadero enemigo. Precisamente los secretos y el poder real que amasaban los hermanos Dulles hacían difícil para el joven y nuevo Presidente que fue Kennedy medir con mayor rigor la trascendencia que sus decisiones sobre Cuba, que iban a imponer una concepción represiva, de gendarme del mundo.
 
El hombre fuerte de la CIA
 
Kennedy comentó en privado que había confiado excesivamente en los hombres de la CIA, el Departamento de Estado y el Pentágono.
 
En efecto, el 23 de julio de 1960, ya como candidato a la presidencia, Allen Dulles le informó de la operación anticubana que pensaban justificar en agosto, durante una reunión de la OEA. De hecho John Kennedy dudó de la pertinencia del plan que le presentó Dulles poco después de su elección como Jefe del Estado. Sin embargo lo aprobó porque pensó no le quedaba otro remedio ante una operación ordenada por su antecesor. Le preocupaba qué hacer con los cientos de cubanos exiliados reclutados por la CIA.
 
La negativa a anular el 19 de abril la operación que en EEUU conocían como Bahía de Cochinos y a intervenir directamente, como hacía casi siempre Estados Unidos, el 19 de abril de 1961, a pesar de las impresionantes presiones de los jefes militares, según el escritor Seymur Hersh, “no fue producto de la indecisión, sino un verdadero cálculo político y cínico para desembarazarse del problema sin pasar como un débil a los ojos de la opinión pública”.
 
Ante las dudas sobre las decisiones tomadas en relación con la invasión de Playa Girón de no utilizar a las fuerzas armadas de EEUU aquel día de abril, Robert propuso ir los tres hermanos a consultar al padre, Joseph Kennedy, quien opinó: “a la gente les gusta que los dirigentes asuman su responsabilidad; es una de las mejores cosas que te ocurrieron”.
 
El menor de los hermanos, Edward, opinó pasados 49 años: “Cuando un año y medio después nuestra nación afrontó la crisis de los misiles en Cuba y la posibilidad de aniquilación nuclear, la experiencia de mi hermano gracias al desastre de Bahía de Cochinos, se convirtió en una de las mejores cosas que le ocurrieron, tanto a él como al país: generó un saludable escepticismo en relación con los consejos militares que recibió, cuyo resultado fue la solución pacífica de la crisis de los misiles. Papá tenía razón cuando, después de Bahía de Cochinos, consoló a Jack (como lo llamaban en familia) diciendo que sería una de las mejores cosas que podían ocurrirle”, opinó Edward.
 
Seis meses para que el velo se levante
 
“Hoy ordeno que el velo finalmente se levante” para que “el público pueda estar informado de todos los aspectos sobre este acontecimiento crucial”, dijo Trump en un memorando presidencial.
 
El mandatario reconoció que su equipo le había pedido que retuviera parte de la información de los documentos, un 10 por ciento del total (unos 300) y que no tenía “otra opción” que aceptar esas censuras en lugar de permitir un “daño potencialmente irreversible a la seguridad” de Estados Unidos. De lo publicado destacan varias revelaciones, como la de que el FBI había advertido a la policía de Dallas sobre la amenaza que suponía Lee Harvey Oswald y que los funcionarios soviéticos temían que un general estadounidense “irresponsable” pudiera lanzar un misil a raíz de la crisis.
 
Pero Trump dio seis meses a sus agencias –hasta el 26 de abril de 2018– para que revisen las razones por las que han decidido mantener ocultos ciertos documentos y “minimicen los extractos censurados” para publicarlos cuanto antes, según explicó la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, en un comunicado.


A la CIA y el FBI les preocupaba que los archivos expusieran “la identidad de individuos” que fueron sus “informantes” y pueden seguir vivos hoy; y que dieran detalles sobre “actividades que se llevaron a cabo con el apoyo de organizaciones extranjeras aliadas”, explicó a periodistas un alto funcionario, que pidió el anonimato.
 
Varios expertos en la historia han adelantado que los archivos del Gobierno que aún están ocultos, “no contendrían ningún bom-bazo”. Esta es la posición de la CIA. Pero, como se sabe, desde el primer despacho sobre el crimen, fue confeccionado por la agencia. Si se aceptaba la falacia, temieron algunos que desatase la gue-rra nuclear que era terreno prohibido. El verdadero bombazo es la participación de la propia CIA en el magnicidio. En efecto hay encumbrados exdirigentes del Gobierno Invisible aún vivos, que las evidencias acusan, aferrados a que no emerja la verdad. Vivir para saber.