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El Terrorismo de Estado contra Cuba (I)

Fecha: 

02/06/2005

Fuente: 

Cubadebate

Autor: 

La extensión territorial de Cuba es insignificante en comparación con los   17 075 400 Km² de Rusia o los 9 809 155 Km² de los Estados Unidos de América; sus 110 922 Km² (incluidos los 117.6 Km² ocupados ilegítimamente por una base militar yanqui) representan  apenas el 1.13 % del territorio estadounidense; sus 11 millones de habitantes equivalen al 4 % de la población norteamericana y no constituyen el atractivo mercado de los 1300 millones de personas que viven en la República Popular China.

Tampoco el desarrollo alcanzado por la mayor de las Antillas pese a la  perenne  hostilidad  y   el prolongado  bloqueo imperial, la sitúa -como al gigante asiático- en condiciones de desafiar el liderazgo económico al coloso del norte.
Los efectivos regulares de las Fuerzas Armadas cubanas representan una ínfima parte de los que componían el numeroso contingente militar estadounidense antes de la escalada guerrerista protagonizada  por  la  actual  administración, estimado en 1996 en 1 705 000 hombres[1] y el armamento exclusivamente defensivo de la Isla, cuya tecnología más avanzada fue fabricada en la década del 80, no resulta en modo alguno comparable con la abrumadora capacidad bélica ofensiva, letalidad y precisión de los llamados “armamentos inteligentes” con que cuentan en el presente las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.

Si Cuba no representa una amenaza para la Seguridad Nacional de la superpotencia, como en su momento lo reconociera objetivamente el Pentágono, ni constituye un rival en el terreno económico ante la declinante pero aún abrumadora supremacía estadounidense, a la vez que representa un potencial mercado para sus empresas y un destino turístico próximo y seguro  para  sus  ciudadanos,  ¿por  qué  perdura  -transcurrido casi medio siglo- la fracasada política y la furibunda animadversión contra la Revolución cubana?

UNA HISTORIA NECESARIA DE PRETEXTOS Y AGRESIONES.

Los pretextos esgrimidos para sustentar la perenne hostilidad de los círculos de poder norteamericanos contra la Revolución Cubana han sido disímiles. Resulta ilustrativo contrastar los presuntos motivos divulgados por el imperio en los 60s en su visceral campaña para aislar a Cuba y “justificar” su agresividad, con los enunciados en los 90s o en el siglo XXI, pues ponen en evidencia cómo la mentira, defendida por connotados ideólogos imperiales como Goebbels o Kennan, puede emplearse a conveniencia como instrumento “legítimo” dentro de la flexible axiología de la oligarquía yanqui, en su sempiterna carrera por la consecución de sus objetivos y la protección de sus intereses a nivel planetario.

Por más de cuatro décadas diversas personalidades políticas, intelectuales, académicos y funcionarios estadounidenses han alegado que los recelos con el proceso revolucionario cubano comenzaron cuando las autoridades norteamericanas conocieron las intenciones del nuevo gobierno de la Isla de “alinearse a los intereses del bloque comunista en la región”. El propio presidente Einsenhower plasmaría en sus memorias: “Aunque nuestros expertos de Inteligencia estuvieron indecisos durante algunos meses, los hechos gradualmente le fueron llevando a la conclusión de que con la llegada de Castro, el comunismo había penetrado en el hemisferio”, a la vez que reconocía: “En cuestión de semanas después de que Castro entrara en La Habana, nosotros en el gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza” [2].

Comenzando el primer año del nuevo siglo y milenio, cuando se analizaban en el contexto de la ilustrativa y esclarecedora conferencia académica “Girón 40 años después”[3], los motivos y circunstancias que alentaron la creciente indisposición norteamericana con relación al incipiente proceso revolucionario cubano, varios participantes del evento recalcarían que las autoridades norteamericanas habían “detectado” el interés de la máxima dirección cubana por establecer y estrechar relaciones con la Unión Soviética y el Campo Socialista, lo que había concitado el “lógico” rechazo de Washington.

Quienes hicieron esas afirmaciones eran ex-miembros del Departamento de Estado y de la CIA, quienes tuvieron diversas responsabilidades en la formulación de la política de aislamiento hacia la Isla y en la  elaboración de los primeros planes subversivos contra la Revolución, concebidos por el gobierno de Einsenhower y heredados por Kennedy, que pretendieron consumarse con la invasión mercenaria de “Bahía de Cochinos”, como estos suelen llamar a su fracasada operación militar.

Sin embargo se demostró una vez más en dicho encuentro a partir del análisis contextual de los hechos, complementados con elementos aportados por protagonistas y testigos excepcionales de aquellos acontecimientos históricos, validados por concluyentes documentos desclasificados, que los planes hostiles comenzaron a fraguarse desde los primeros meses de 1959, mucho antes de que existiera proyecto alguno de vínculos con la URSS, respondiendo realmente a la acelerada radicalización de la Revolución, cuyas medidas en beneficio popular iniciadas con la promulgación de la Ley de Reforma Agraria, afectaron severamente los intereses de influyentes sectores de poder estadounidenses, erigiéndose en incuestionable evidencia de la legitimidad del proceso democrático-popular que se iniciaba en Cuba, que ponía fin definitivamente a las seis décadas de dominación neocolonial yanqui, lo que casi medio siglo después continúa siendo la piedra angular del rencor y la actitud agresiva de la clase dominante norteamericana contra el sistema político cubano, que proclamara precisamente su carácter Socialista cuando sepultaba a las victimas de los arteros ataques aéreos que antecedieron a la agresión mercenaria de abril de 1961.

Esos definitorios acontecimientos alimentarían en grado sumo el diferendo entre EE.UU. y la Isla, estimulando lógicamente el estrechamiento de las relaciones con la URSS, iniciadas con el oportuno apoyo ofrecido por esa nación a raíz de desatarse el boicot estadounidense a la economía cubana[4], que marcaría el comienzo de la guerra no declarada de las elites de poder estadounidenses contra la Revolución, cuya escalada revanchista después de la derrota inflingida en Girón, tendría en la desesperada e inescrupulosa Operación Mangosta el más abarcador y lesivo plan de acción encubierta que hasta donde se conoce, haya concebido administración estadounidense alguna para subvertir y derrocar un gobierno extranjero, indicando claramente los objetivos riesgos de invasión norteamericana que se ceñían sobre Cuba, que incidirían decisivamente en el establecimiento del acuerdo soviético-cubano de introducción en el país con fines defensivos, de las armas nucleares que daría origen a la “Crisis de Octubre” de 1962[5].

Una vez superada en el terreno político-militar la “Crisis de los mísiles” como también se le llamó, se convertiría en el recurso propagandístico supremo de los “think tanks” imperiales para estigmatizar al proceso revolucionario cubano y sus relaciones con el campo socialista mundial, articulando colosales campañas difamatorias que en pleno apogeo de la Guerra Fría, tenían enorme impacto en las sociedades occidentales, especialmente en la norteamericana, abrumadas por la incesante propaganda anticomunista y el alentado terror a la hecatombe global que supondría la confrontación termonuclear entre las superpotencias, presentando a Cuba, a través de su poderosa maquinaria mediática como “satélite de la URSS para propagar el comunismo”, “exportar revoluciones”, “derrocar gobiernos democráticos para imponer regímenes totalitarios” u otros sofismas de corte similar, que por más de tres décadas intoxicarían el pensamiento racional de una buena parte de la humanidad en torno al notorio y prolongado conflicto entre el coloso del norte y la mayor de la Antillas, impidiéndoles apreciar sus orígenes y verdaderas causas, asociadas a la temprana vocación imperial de los hacedores del “Sistema” yanqui contemplada en la añeja doctrina Monroe y más específicamente en la conocida teoría de la “Fruta Madura” de McKinley, quien en la más desatinada evocación newtoniana, aseguraba con su oportunista intervención militar en la guerra hispano-cubana, la “ineludible atracción gravitatoria” que haría caer a Cuba por su propio peso en el seno de la unión norteamericana[6].

Para contrarrestar la innegable influencia antiimperialista emanada del proceso revolucionario cubano, los estrategas del establishment complementarían su predominio en América Latina con la cruenta “iniciativa de defensa estratégica regional”, supeditada a presuntos “intereses” de Seguridad Nacional estadounidense, promoviendo y apoyando hasta bien avanzada la década del 80, el acceso y control del poder por parte de sangrientas dictaduras militares, instruyendo en campos de entrenamiento al estilo de la tristemente célebre “Escuela de las Américas”, a torturadores y asesinos que segarían la vida de cientos de miles de personas en el subcontinente, incluidos ciudadanos norteamericanos, que se instituyeron en especializados y pródigos centros de “altos estudios” para terroristas, quienes con el advenimiento del nuevo orden mundial regido por el unipolarismo yanqui, serían desechados por sus pragmáticos mentores (como también lo hicieron en muchas latitudes), y se convertirían en escoria letal de post-Guerra Fría, pasando a engrosar los elevados índices de violencia y criminalidad de las naciones del hemisferio, fenómeno sociológico que no puede en modo alguno soslayarse al analizar las verdaderas causas que promueven el terrorismo a escala planetaria.

MUTACIONES DE LOS PRETEXTOS

Durante la pasada década los pretextos y la diatriba contrarrevolucionaria mutaron en correspondencia con las nuevas circunstancias. Tras el colapso del Campo Socialista y la desaparición de la Unión Soviética, los alentados enemigos de la Revolución Cubana comenzaron entonces a cuestionarla por no seguir el camino adoptado por sus otrora aliados ideológicos de Europa del Este, empeñándose en su pretensión de aislarla políticamente en el concierto internacional, lo que de acuerdo con sus cálculos sería el tiro de gracia al Socialismo cubano, bloqueado en el imprescindible terreno económico por medidas unilaterales y extraterritoriales norteamericanas, cuando la Isla perdía súbitamente las justas relaciones de intercambio establecidas con los países que conformaban el desaparecido campo socialista, con quienes Cuba realizaba a fines de los 80s alrededor del 85 % de su comercio exterior, constituyendo sus principales fuentes de financiamiento, recursos esenciales y mercados de exportación.

Cuando los estrategas imperiales, así como politólogos, expertos y analistas de reconocido prestigio internacional, daban por sentado el ocaso de la Revolución cubana, y muy pocos confiaban en la actitud de su pueblo y capacidad de su sistema político para enfrentar las graves dificultades que sobrevendrían en lo que se denominó Período Especial en “Tiempo de Paz”, la máxima dirección del país convocó a sus compatriotas a resistir tenazmente, que sería el único camino transitable y digno para vencer las adversidades derivadas del drástico cambio del orden mundial y las acciones hostiles del agresivo vecino del norte que se erigía en superpotencia unipolar, defendiendo los genuinos ideales, la generosa obra y valiosas conquistas del Socialismo cubano, cuyo carácter autóctono y peculiaridades socio-históricas que lo distinguen de la experiencia Este-europea, pocos reconocían entonces fuera de la Isla.

Con el fin de la colaboración militar cubana en el exterior, concluida con la retirada en 1991 del contingente castrense de la República Popular de Angola, que había contribuido a preservar con su intachable presencia y actuación desde 1975 su integridad territorial y soberanía, favoreciendo la independencia de Namibia y la desarticulación del abominable régimen racista del Apartheid en Sudáfrica, que prácticamente hasta su deceso contó con el favor y la simpatía de Washington, se desvanecían  los últimos pilares de la propaganda anticubana de Guerra Fría, lo que indujo a los ideólogos imperiales a concentrar sus esfuerzos de subversión política contra la Revolución, en la infame campaña para condenar a la Isla por supuestas “violaciones” de los derechos básicos de sus compatriotas, presionando recurrentemente a los países miembros de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU con ese propósito, ejercicio diplomático viciado que se iría desacreditando en la misma medida que la comunidad internacional reaccionaba, ante las mentiras e insolencias del inquilino de turno en la Casa Blanca para imponer a toda costa sus designios, a la vez que la Asamblea General de ese importante foro exigía con mayoritario y creciente respaldo el cese del bloqueo yanqui contra Cuba.

Mientras se agudizaban las dificultades económicas y se acentuaba su repercusión social en la Isla, la cúpula reaccionaria norteamericana junto al lobby “cubano”-americano en el Capitolio, planificaban la repartición del “botín cubano” ante lo que estimaban el “inminente derrumbe” de la Revolución, e intentaban acelerar sus proyectos anexionistas involucrando al débil ejecutivo demócrata en una nueva campaña anticubana de descrédito, valiéndose de la manipulación política del acrecentado flujo migratorio entre ambas naciones, estimulando por todos los medios a su alcance las salidas ilegales de ciudadanos cubanos hacia los Estados Unidos, mientras su Sección de Intereses en La Habana negaba el otorgamiento de visas y obstaculizaba los trámites legales presentados con ese fin, promoviendo la ocurrencia de actos vandálicos perpetrados por elementos antisociales que alentados desde aquel país, no vacilaron en secuestrar embarcaciones o aeronaves y en asesinar personas para materializar el viaje a la “tierra prometida”.

Una vez más, delincuentes y asesinos fueron recibidos como “héroes” por la mafia anticubana y admitidos impunemente por las autoridades norteamericanas, sin que sus actos pudiesen ser acreedores entonces del calificativo de terroristas, a la vez que intentaban responsabilizar al gobierno revolucionario con las trágicas muertes provocadas por el riesgoso tránsito de personas en inseguros medios de navegación a través del Estrecho de la Florida, maniobra genocida que no concluiría con la firma de los nuevos acuerdos migratorios establecidos entre ambos países en 1995, al mantenerse vigente la oprobiosa “Ley de Ajuste Cubano”, que asegura la residencia automática en EE.UU. de cualquier ciudadano de la Isla que ingrese legal o ilegalmente al territorio de dicho país y la solicite.

La extrema derecha “cubano”-americana impotente y colérica ante los perceptibles signos de recuperación que comenzaba a exhibir el país a mediados de los 90s, pese a sus recurrentes agresiones terroristas dirigidas a sabotear la economía, especialmente los sectores definidos como estratégicos por el gobierno cubano, no cejaría en sus tentativas macabras para eliminar físicamente al máximo líder de la Revolución, ni en sus propósitos de orquestar provocaciones que pudiesen devenir pretexto para generar un conflicto bélico entre los EE.UU. y  Cuba.

En tal sentido incrementarían sus actos provocativos mediante el ingreso de embarcaciones y aeronaves en aguas jurisdiccionales y espacio aéreo  cubano, en insolente afrenta a su soberanía y en franco desacato al derecho internacional. Entre febrero de 1992 y marzo de 1996, 39 aviones procedentes de Miami violaron el límite fronterizo de la República de Cuba, sobrevolando zonas densamente pobladas, poniendo en grave riesgo la seguridad de la aviación civil internacional y del país, lo que ante la indulgencia de las autoridades norteamericanas alertadas recurrentemente sobre tales actos, terminarían propiciando el incidente del derribo de dos avionetas tripuladas por elementos terroristas provenientes de los EE.UU., durante una de sus reiteradas incursiones violatorias sobre el espacio aéreo cubano, que los ultraconservadores del Congreso estadounidense y sus socios cubanoamericanos emplearían para tratar de incitar al ejecutivo a responder con una represalia de carácter militar, enfatizando en que los aparatos abatidos y sus tripulantes eran “norteamericanos”, consiguiendo finalmente con su cruento estratagema comprometer al ambivalente presidente Clinton, con la aprobación del engendro jurídico Helms-Burton, que recrudecería hasta limites inconcebibles las medidas de bloqueo contra Cuba.

TERRORISMO VERSUS FLEXIBILIZACIÓN

Colateralmente las organizaciones contrarrevolucionarias radicadas en los EE.UU., valiéndose de elementos terroristas encabezados por Luis Posada Carriles, incrementarían sus desesperadas acciones genocidas contra la Isla, dirigiéndolas fundamentalmente contra la dinámica industria turística cubana, contratando mercenarios para desatar una violenta campaña terrorista de atentados con bombas en diversas instalaciones hoteleras, gastronómicas y aeroportuarias, que cobraría la vida del joven ciudadano italiano Fabio Di Celmo, lesionando además a varias personas y causando considerables daños materiales, lo que no logró revertir el acentuado crecimiento de ese importante sector y su decisivo influjo en la consolidación de la tendencia recuperativa de la economía cubana, que incidiría sin lugar a dudas en la posición asumida por reconocidos voceros del “Sistema”, conservadores y liberales, que le harían saber al ejecutivo demócrata la voluntad creciente de determinados estamentos de poder, que abogaban por promover la revisión de la fracasada política mantenida por nueve administraciones norteamericanas sucesivas con relación a la Isla.

Pese a las maniobras obstruccionistas de los ultraconservadores, esos reclamos irían adquiriendo connotación por razones de política interna, hasta involucrar a un número considerable de congresistas estadounidenses en proyectos legislativos puntuales, dirigidos a “flexibilizar” las arbitrarias leyes del bloqueo a Cuba, que tendría su resultado más notable en la aprobación de una enmienda que permitiría en condiciones muy limitadas la adquisición de alimentos y medicinas en los EE.UU., a la vez que cobraban adeptos en el Capitolio iniciativas asociadas al levantamiento de las restricciones de viaje de los ciudadanos norteamericanos a la Isla.

Esto ocurría en momentos en que la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), era desenmascarada ante la opinión pública cuando el connotado terrorista Luis Posada Carriles, revelaba al diario The New York Times que dicha “Fundación” financió durante años las acciones violentas contra la mayor de las Antillas, incluida la campaña de atentados contra las instalaciones turísticas cubanas coordinadas por ese sicario desde Centroamérica, lo que se complementaría con la detención en Puerto Rico por la guardia costera estadounidense de cuatro cubanoamericanos, en cuya embarcación encontraron dos fusiles especiales calibre 50 con miras telescópicas, asegurando el jefe de dicho grupo que tenían la misión de asesinar al Presidente de Cuba durante su participación en la Cumbre Iberoamericana que se celebraría en esos días en Isla Margarita, Venezuela.

El hecho tuvo particular resonancia al establecerse durante las investigaciones ulteriores que una de las armas, la embarcación y el muelle privado desde donde zarpó en la Florida, pertenecían al Presidente de la FNCA y a dos de sus directivos.

Esa organización contrarrevolucionaria desde su creación a principios de los 80s por el gobierno de Reagan y Bush (padre), había ganado el calificativo de tristemente célebre por el historial terrorista de sus principales directivos y notorios vínculos con los servicios especiales yanquis, sus cuantiosos activos y propiedades de origen dudoso y su “inusitada” capacidad de lobby en el Sistema político estadounidense, devenida en el “enésimo” intento yanqui por reagrupar a los fraccionados grupos anticubanos residentes en su territorio, en función de utilizarlos en sus proyectos agresivos contra la Revolución, que pese a las evidencias aún presentan como una institución “filantrópica”, “no” lucrativa y que “rechazaba” la violencia.

Su desenmascaramiento en la propia prensa norteamericana, los negativos estados de opinión internos generados por la tolerancia de las autoridades estaduales y federales ante la escalada terrorista que desde los EE.UU. se  realizaba contra la Isla, unido a las reiteradas denuncias del Estado cubano, que incluían el envío al presidente Clinton el 3 de mayo de 1997 de un detallado informe que recogía numerosas acciones terroristas perpetradas contra Cuba desde territorio estadounidense entre 1992 y 1997, y otro un año después que contenía información precisa sobre los planes terroristas de la FNCA mediante el empleo de mercenarios centroamericanos, evidencias de nuevos ataques con bombas contra objetivos turísticos y sus proyectos de atacar en pleno vuelo aeronaves con destino a la Isla, que obligarían finalmente al ejecutivo demócrata a aceptar la propuesta cubana que propiciaría el viaje de una delegación de alto nivel del FBI a La Habana en junio de 1998, entregándosele información pormenorizada que complementaba la enviada previamente al presidente norteamericano.

La respuesta norteamericana al legítimo y diáfano llamado de Cuba para concertar un necesario esfuerzo bilateral antiterrorista, fue paradójicamente la detención, procesamiento e injusta condena de Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y Rene González Sehwerert, auténticos patriotas que velaban por la seguridad del pueblo cubano y del norteamericano, ante el accionar genocida de organizaciones, grupos y elementos terroristas radicados en los Estados Unidos, que entrenados, financiados, dirigidos y protegidos por la CIA, fueron precursores precisamente de los secuestros aéreos y del empleo de aviones civiles con fines bélicos entre otras tantas acciones de carácter violento[7].

En las últimas cuatro décadas, esas acciones terroristas causaron la muerte de 3478 cubanos, provocando además graves lesiones a 2099[8] y cuantiosos daños económicos[9].  Esos grupos genocidas integrados por elementos de ideología fascista, excluidos de las listas negras elaboradas por sucesivas administraciones estadounidenses, pero no de las “viejas” nóminas de sus servicios especiales, han perpetrado dentro del propio territorio de EE.UU. al menos 360 actos de terror que afectaron en alrededor de 155 casos sensibles intereses norteamericanos, incluidos atentados con el empleo de explosivos contra la Casa Blanca (1)[10], oficinas y funcionarios del FBI (6), del INS (1), locales de correo (5), agresiones a aerolíneas y servicios aeronáuticos (16), aeronaves (4), medios de prensa (14), museo (3), a negocios o a empresarios estadounidenses (38) y emigrados cubanos (67), también en 86 ocasiones contra intereses de la comunidad internacional en ese país, al agredir en 4 oportunidades las sedes de la ONU (2) y de la OEA (2), así como las de otras 11 naciones(36), atentados contra buques mercantes de 7 países (14), ataques con bombas a agencias de turismo de 4 naciones (14) y acciones lesivas contra servicios diplomáticos o aerolíneas de 10 nacionalidades (18), sin incluir los ataques terroristas y actos violentos contra las sedes diplomáticas y otras oficinas de Cuba (40) o las agresiones sufridas por el personal cubano fuera de dichas dependencias (20)[11], resultando peculiar la coincidencia histórica del asesinato el 11 de septiembre de 1980 de un funcionario de la misión de la Isla ante la ONU, con la fecha escogida por los elementos extremistas que perpetrarían 21 años después el más cruento de los atentados terroristas contra los Estados Unidos de América.

De acuerdo con los datos aportados por el propio FBI con relación a la preparación de tan abominables actos, cuando sus agentes en Miami se afanaban en detener, encausar y sancionar a los cinco héroes cubanos que hoy cumplen ignominiosas condenas en las ergástulas del imperio justamente por luchar contra el terrorismo, 14 de los 19 presuntos autores de los atentados del 11 de septiembre del 2001 se entrenaban en la Florida para llevar a cabo sus horrendos crímenes.

Una vez más el pueblo norteamericano pagaba las consecuencias de la arbitraria obstinación, de reducidos pero influyentes estamentos de poder yanquis y de los mercenarios anticubanos a su servicio, quienes con sus mezquinos propósitos de fabricar y alimentar nuevos pretextos, para entorpecer a cualquier precio la normalización de las relaciones entre EE.UU. y Cuba, habrían sustraído la atención de las autoridades estaduales y federales del sureño Estado, en especial del FBI y la CIA, limitando la capacidad del costoso aparato de seguridad para detectar oportunamente, los tenebrosos planes que contra el corazón de la nación fraguaban terroristas tan desalmados como los que han agredido por más de 40 años a la Isla desde territorio norteamericano.  (Continuará)