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Ser coherente y consecuente no era una opción

Fecha: 

04/10/2023

Fuente: 

Granma

Autor: 

«Si queremos expresar cómo queremos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación alguna, ¡que sean como el Che!»

Esta expresión de Fidel sobre el Che se incorporó a la cultura política del pueblo cubano aquel 18 de octubre de 1967, en una Plaza de la Revolución dominada por la emoción y el silencio de quienes, en la época, ya teníamos vivencias directas sobre su grandeza humana y político-revolucionaria.
 
Pero el tiempo pasó, y los que nacieron después de esa fecha se acostumbraron a la foto impresionante de Korda; escucharon hablar de un Che que les parecía inalcanzable por sus virtudes; repitieron el «seremos como el Che», a veces, sin mayores elementos, y algunos nunca supieron cómo el Ernesto, que a los diez años leyó El Quijote de Cervantes y se impresionó por la generosidad del Caballero Andante, que a los 15 ya había leído una voluminosa bibliografía de la mejor literatura de la época, que a los 17 se propuso hacer un diccionario filosófico y que, entre viajes, contactos fortuitos o buscados con los más pobres, y no pocas aventuras dignas de ser conocidas, terminó convertido en el Che.
 
Jóvenes, con la misma edad que él tenía cuando inició su primer viaje por el continente, hoy piden detalles sobre cómo fue su evolución política; cómo logró ser un autodidacta y un humanista culto a la vez; cómo combinó la poesía con los más rigurosos análisis de corte sociológico y politológico; y por qué salió a pelear por los pobres de la «Mayúscula América», dejando atrás lo más querido entre sus seres queridos. Les inquieta el qué hizo, pero buscan más el cómo y el por qué actuó así.
 
Todo indica que los jóvenes de hoy prefieren acercarse al Che a partir de su historia como ser humano en permanente proceso de cambio, audaz frente a cualquier desafío, capaz de encarar los debates de ideas más agudos, sin temor a las contradicciones que terminan favoreciendo el progreso. Les llama la atención cómo amó a sus hijos y a su «única», según consta en un poema de despedida a Aleida March.
 
A la vez, les «intriga» saber de qué manera combinó el amor a su familia con sus deberes revolucionarios, y cómo su hogar fue ejemplo de la austeridad que él defendía como regla de oro del dirigente revolucionario.
 
Esta es, apenas, una breve muestra de interrogantes hoy presentes en este sector etario del país. Así lo confirmó, entre otros, un diálogo aleccionador sostenido con jóvenes de la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo, el pasado 13 de junio.
 
¿Cómo lograr entonces la socialización de la vida y la obra revolucionaria e intelectual del Che, que hoy necesitan Cuba y sus jóvenes, de modo veraz y convincente, motivador y abierto al intercambio?
 
Un camino posible es mostrar, en su evolución y contextos, su trayectoria ética. Es lo que pretende lograr, de forma sumaria, este enfoque sobre dos valores asociados: la coherencia y la consecuencia en su actuación humana y revolucionaria.
 
En grados que, comprensiblemente, cambian entre un grupo social y otro, suele juzgarse a los demás a partir del nivel de «coherencia» que muestran entre lo que «dicen» y «hacen».
 
El calificativo aplica a toda persona, cuya conducta, sobre todo cotidiana, guarda correspondencia lógica con los principios e ideales que proclama y afirma profesar. Y se adjudica el adjetivo «consecuente» a quien, además, es capaz de asumir todos los costos de sus opciones de vida, con sacrificios y pérdidas incluidas, a la hora de decidir cómo actuar en función de las ideas que defiende.
 
Dos ejemplos entrelazados, basados en ideas y decisiones suyas, ilustran en qué grado el Che logró ser coherente y a la vez consecuente. El primero guarda relación con su vocación y compromiso latinoamericanista, y el segundo con el antimperialismo radical que desarrolló, desde un profundo conocimiento sobre el desarrollo del capitalismo y sobre ee. uu.
 
En Notas de Viaje, crónica vibrante sobre su primer viaje por América Latina, subrayó esta afirmación premonitoria: «El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las ordena y pule, “yo”, no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo anterior. Ese vagar sin rumbo por nuestra Mayúscula América me ha cambiado más de lo que creí». El 14 de junio de 1952, en Perú, fue agasajado por su 24 cumpleaños. Al agradecer el gesto amigo, concluyó brindando por Perú y por América Unida, idea de clara inspiración bolivariana en su caso.
 
Luego de este primer periplo por Chile, Perú, Colombia y Venezuela, logró una primera y documentada visión sobre el estado de las relaciones de dominación en el continente, sus desigualdades y dependencias de quienes llegó a llamar «gringos imbéciles».
 
Comenzó por Bolivia su segundo viaje latinoamericano, el 7 de julio de 1953. Quiso conocer la llamada Revolución de 1952.
 
La experiencia no le satisface. Al comentar una de las manifestaciones de apoyo al Gobierno, la calificó de «pintoresca, pero no viril».
 
Sintió que al proceso «le faltaban los rostros enérgicos de los mineros». Ya para esta época conocía bien las enseñanzas de San Carlos, como solía llamar a Marx, y tenía perfectamente claro el papel del proletariado como factor de cambio revolucionario. Le preocupaba, además, la conciliación entre la burguesía aliada al Movimiento Nacionalista Revolucionario y el Gobierno de EE. UU. La vida le dio la razón.
 
Decidió seguir viaje. Vía Perú llega a Ecuador. Aquí conoció de la gesta nacionalista de Jacobo Árbenz en Guatemala. Viajó a Panamá, y de ahí se traslada, por los más variados medios de transporte, a Costa Rica.
 
La experiencia le permitió conocer más directamente sobre la presencia económica y la influencia política de EE. UU. en la región centroamericana. El 23 de diciembre arribó a Guatemala. Esta será su primera gran escuela en su formación revolucionaria. Se dispuso a defenderla, y la ve caer con apoyo de EE. UU. y los gobiernos lacayos al amparo de la OEA. Lo observado le radicaliza más.
 
Escribió al respecto a su tía Beatriz, el 10 de diciembre de 1953, desde Costa Rica: «tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit, convenciéndome una vez más de lo terrible que son esos pulpos capitalistas. He jurado ante una estampa del viejo y llorado camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos capitalistas. En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico». El 5 de enero de 1954 le volvió a escribir a Beatriz, pero ahora desde Guatemala. Luego de decirle que «el dinero para mí no significa nada», agregó esta observación: «Hay cada diario que mantiene la United Fruit que, si yo fuera Árbenz, lo cerraba en cinco minutos, porque son una vergüenza… y contribuyen a formar el ambiente que quiere Norteamérica…».
 
El 12 de febrero de 1954 expresó a Beatriz: «Mi posición no es de ninguna manera la de un diletante hablador y nada más; he tomado posición decidida junto al Gobierno guatemalteco y, dentro de él, en el grupo del PGT, que es comunista».
 
A fines de 1954, desde México, relató a su madre las dificultades que tiene con «Don Dinero»; le cuenta que es redactor de la Agencia Latina y ello le da para subsistir; le informa que está escribiendo un «librito» sobre «La función del médico en América Latina» y, en tono jocoso, admite que «si no conozco mucho de medicina, a Latinoamérica la tengo bien junada» (calada).
 
Luego le agregó, respecto a decisiones que tomó en materia de qué hacer como el luchador que ya se siente: «La forma en que los gringos tratan a América (acordáte que gringos son yanquis) me iba provocando una indignación creciente, pero al mismo tiempo estudiaba la teoría del porqué de su acción y la encontraba científica…».
 
La estancia en el país de los aztecas fue definitoria en su vida. En el plano intelectual, sometió a una última revisión su Cuaderno Filosófico. Persistió en sus estudios generales y profundizó en el Marxismo. En lo político, tuvo el encuentro que le dió la posibilidad de transformarse en el Che: conoció a  Fidel el 8 de julio de 1955, y terminó siendo, junto a Raúl, el segundo expedicionario del Granma. Un detalle relevante de este encuentro fue relatado así por Fidel: «…él había planteado en el momento en que se unió a nosotros una sola condición: que una vez finalizada la Revolución, cuando él quisiera regresar a Suramérica, no surgiera ninguna conveniencia de Estado o razón de Estado que interfiriera en ese anhelo…».
 
Este compromiso fue honrado, tanto por la parte cubana como por el Che: la gesta boliviana fue el testimonio inequívoco de su decisión inquebrantable de luchar a favor de la segunda y verdadera independencia del continente, en oposición directa al secular intervencionismo imperial de EE. UU.
 
Mostró, de forma incontrovertible, que hombres como él tienen solo una opción digna por delante: ser coherentes y consecuentes con lo que han dicho y con lo que piensan.