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A tres décadas del monstruoso crimen de Tarará

El Comandante en Jefe Fidel Castro despidió el duelo del combatiente Rolando Pérez Quintosa, el 17 de febrero de 1992. Foto: Liborio Noval
El Comandante en Jefe Fidel Castro despidió el duelo del combatiente Rolando Pérez Quintosa, el 17 de febrero de 1992. Foto: Liborio Noval

Fecha: 

07/01/2022

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

«Asesinar es repugnante. Asesinar a hombres desarmados y amarrados es sencillamente monstruoso. Y da idea de lo que podría esperar nuestro pueblo, de lo que podrían esperar nuestros jóvenes, nuestros estudiantes, nuestras madres, nuestros combatientes, de la contrarrevolución, de la reacción y del imperialismo si lograra imponer sus designios en esta tierra, si lograran aplastar la heroica resistencia de nuestro pueblo».
 
Son las vigentes palabras del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la despedida de duelo del Héroe de la República Rolando Pérez Quintosa, en febrero de 1992, el único de los cuatro jóvenes víctimas de los sucesos atroces de Tarará, que aquella madrugada sangrienta del 9 de enero sobrevivió, pero mortalmente herido por cuatro proyectiles que le afectaron órganos vitales y resistió 37 días entre la vida y la muerte, acompañado de la preocupación permanente de su pueblo y de las hazañas de los médicos y científicos cubanos que libraron una batalla sin precedentes por su vida.
 
Sus tres compañeros fueron asesinados con ráfagas de fusil AKM, a quemarropa, y rematados por los criminales, protagonistas de un intento de salida ilegal del país, incitados por la mafia de origen cubano desde territorio de Estados Unidos, y por la histórica manipulación política del tema migratorio por los gobernantes de ese país.
 
INFIERNO DE LOS PLOMOS EN CIUDAD DE SUEÑOS
 
La Ciudad de los Pioneros José Martí, el 9 de enero de 1992 albergaba, en parte de sus instalaciones, a niños procedentes de Ucrania, afectados por los desastres radiactivos de Chernobil, que dormían en edificaciones situadas a un kilómetro aproximadamente del lugar de los hechos. Muy cerca de la Base Náutica, la escena del crimen, se encontraba el Internado para niños diabéticos y asmáticos Celia Sánchez Manduley, donde 170 menores soñaban con la vida. Así lo pudo reconstruir poco tiempo después la sagacidad investigativa del escritor Julio Antonio Martí Lambert, en su libro La madrugada de los perros (Editorial Capitán San Luis, 2018), narración imprescindible y rigurosa de los acontecimientos.
 
Rafael Guevara Borges, de 30 años, custodio de la Base Náutica,  y el sargento de tercera de las Tropas Guardafronteras, Orosmán Dueñas Valero, de 20, se encontraban de guardia en el lugar cuando ven acercarse a un individuo que Orosmán reconoce por haber trabajado allí.
 
Fingiéndose amigo, el extraño entabla una conversación con ellos para permitir que otros cuatro delincuentes se acerquen traicioneramente y los agredan con machetes, una bayoneta de fusil de ceremonia, una navaja, tubos de hierro y otros objetos contundentes de metal, prestos a la carnicería humana.
 
Maniatados, golpeados y heridos son abandonados en la garita por los contrarrevolucionarios que intentaron infructuosamente arrancar una lancha para abandonar de manera ilegal el país. Fracasado el intento, regresan a la instalación y ametrallan a boca de jarro a los combatientes que, en ese momento, eran auxiliados por los agentes de la Policía Nacional Revolucionaria Yuri Gómez Reinoso, de 19 años, y Rolando Pérez Quintosa, de 23.
 
A Pérez Quintosa también lo dan por muerto, y los criminales huyen con las manos ensangrentadas. Las últimas palabras que pudo pronunciar aquel muy joven policía, en esfuerzo sobrehumano, fueron decisivas para poder identificar a uno de los asesinos y capturarlos a todos en apenas 24 horas. Las había escuchado de Orosmán y Rafael en sus últimos instantes con vida, mientras los desataban.
 
CUATRO JÓVENES ACRECIDOS Y MULTIPLICADOS
 
En condiciones desventajosas y traicioneras, los cuatro se batieron, uno con sus armas y otros con sus puños y palabras, ante delincuentes contrarrevolucionarios que descargaron en sus cuerpos balas y odio. El cuerpo de Rafael lo abatieron con nueve proyectiles, incluido un tiro de gracia que le destrozó el corazón, y a Orosmán con una descarga de fusil automático cuando trataba de incorporarse.
 
A tres décadas de uno de los hechos terroristas más atroces contra Cuba –como expresara Fidel–, nos sentimos acrecidos, multiplicados e inspirados en el ejemplo de aquellos jóvenes combatientes que supieron entregar su vida valientemente por defender la Revolución y la Patria.
 
Ellos integran la lista sagrada de 3 478 compatriotas fallecidos como resultado de las agresiones de Estados Unidos a lo largo de décadas, y de los 2 099 lesionados por acciones violentas, la guerra económica, biológica, sicológica, diplomática, mediática, el espionaje y la no convencional, que sigue incluyendo la creación de situaciones de crisis internas que propicien el estallido social y el éxodo masivo, o la intervención militar directa.
 
La explosión del vapor francés La Coubre, en marzo de 1960 (101 fallecidos y 401 lesionados); el atentado contra un avión de Cubana en pleno vuelo, en 1976 (73 muertos); el intento de quemar vivos en 1980 a los 570 niños del círculo infantil capitalino Le Van Tam, el más grande del país; son apenas algunos ejemplos macabros que se suman y precedieron al horrendo crimen de Tarará, en 1992, como páginas reveladoras de la calaña y el carácter genocida de las políticas, los políticos y los servicios de inteligencia que utiliza la Casa Blanca en la vil obsesión de apoderarse de Cuba.
 
Se trata de los mismos que auguraron y procuraron con saña la hora final de la Revolución a principios de los años 1990, tras el derrumbe del campo socialista, que ofrecieron millones para poner bombas en los hoteles, organizar infiltraciones y ametrallamientos, derribar aviones comerciales procedentes de Miami, estimular éxodos masivos, campamentos de balseros en la Base Naval en Guantánamo, flotillas, violaciones del espacio aéreo y pretextos injerencistas de todo tipo, para espantar cualquier normalización o entendimiento civilizado; los promotores de las leyes Torricelli y  Helms-Burton, de las más de 240 medidas hostiles, sanciones, mentiras y coaliciones con terroristas miamenses.
 
Los humos del extremismo, la violencia y el terrorismo contra Cuba, estimulados por la administración de Donald Trump y seguida al pie de la letra por su sucesor Joseph Biden, en tiempos de furia anticomunista y neofascismos de ambos lados del Atlántico, disparan las alarmas sobre las posibilidades reales de que se repitan hechos crueles como los citados, que pudieran formar parte de los no se sabe cuántos proyectos subversivos al unísono y acciones encubiertas, propias del manual de guerra no convencional, que estén en marcha desde Washington.
 
¿POR QUÉ ESTIMULAN LAS SALIDAS ILEGALES DEL PAÍS?
 
Pese a los acuerdos migratorios suscritos con EE. UU., las preguntas del Comandante en Jefe a raíz de los hechos de Tarará, y su respuesta a los orígenes de estas acciones tienen plena vigencia: «¿Por qué estimular las salidas ilegales del país? Se ve claramente que tal política ha sido un instrumento para desestabilizar, para crear dificultades, para amparar a esta clase de gente, hostigar a la Revolución, ofender a la Revolución, y lesionar los intereses de nuestro pueblo».
 
Afirmó Fidel, en aquella ocasión, «que estos señores, si logran escapar, a pesar del cuádruple asesinato, y de la triple violación, habrían sido recibidos en Estados Unidos como héroes, como han recibido a tantos otros, como recibieron a los principales asesinos que mataron a miles y miles de cubanos durante la tiranía de Batista. Los recibieron con todo su dinero, con toda su fortuna y con absoluta impunidad. Como han recibido a lo largo de estos años a tantos delincuentes que buscaron amparo allá en Estados Unidos».
 
Y añadía: «Se han dado casos –y lo conocemos– en que han secuestrado embarcaciones y después han lanzado a la tripulación o parte de ella al mar, en alta mar. Conocemos casos que milagrosamente se salvaron. Hemos denunciado esos hechos, y tales individuos no reciben ni siquiera el menor reproche por tales monstruosidades».
 

Los cuatro se batieron, uno con sus armas y otros con sus puños
y palabras, ante delincuentes contrarrevolucionarios que descargaron
en sus cuerpos balas y odio. Foto: Archivo de Granma