Un crimen que sigue impune
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A 57 años del sabotaje, no se ha podido rendir justicia a los familiares y víctimas de La Coubre, a pesar de las repetidas denuncias de nuestro país y las evidencias incriminatorias
Hay días que pesan en la historia y dejan cicatrices en la memoria de un pueblo..., a veces, por la angustia que desencadenan los recuerdos, en otras, por la injusticia del hecho en sí. El 4 de marzo encierra ambos sentimientos para Cuba.
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La Habana, 1960. Nuestra Revolución apenas nacía, haciendo, obrando a favor de los más pobres, y ya querían verla morir. El sabotaje al buque francés La Coubre nos los enseñó, y de la forma más cruel posible.
Procedente de Amberes, Bélgica, el vapor había llegado esa mañana al puerto; en cinco bodegas transportaba carga general y en la número seis, al final de la popa, 31 toneladas de granadas y 44 de municiones. Eran armas para defendernos. Pero los que apostaban en contra de la Revolución, querían desestabilizar, no que aunáramos fuerzas.
Desde la rada habanera, un primer estallido dejaría el barco en llamas y también los derredores del antiguo muelle de la Pan American Docks. El reloj marcaba las 3:10 p.m.
Llegó la ayuda, de todas partes. Miembros de la Policía Nacional Revolucionaria, y de la Cruz Roja, bomberos, milicianos, vecinos y trabajadores cercanos al lugar acudían a socorrer a las víctimas entre la ignición y los escombros. Una segunda explosión, media hora después, terminaría de saldar el acto de terrorismo: cerca de 400 heridos y un centenar de muertos.
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Aquella estela de humo, y de dolor, nos ha sobrecogido por más de 57 años. Por la pérdida. Por la impunidad. Porque muchas han sido las veces que Cuba ha alzado su voz para denunciar el crimen y señalar las evidencias que demuestran que no fue un accidente, sino un sabotaje preparado en algún punto de embarque o durante la travesía.
Porque tras fracasar los intentos del gobierno norteamericano de cancelar la venta de esas armas a nuestro país, la violencia y la muerte fueron las siguientes fichas a mover. Y sin embargo, la verdad sigue sin reconocerse.
Porque es imposible olvidar. Al menos para los de aquí.