Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Clausura de la IX Cumbre Iberoamericana, efectuada en el Palacio de las Convenciones, el 16 de noviembre de 1999
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Me habría gustado hacerlo desde aquí (Señala la presidencia), porque me parece que se escucha mejor —al menos yo escucho mejor— este micrófono por el eco de las palabras; pero como ya comprometí a todo el mundo, no me queda más remedio que ir allí a ese podio, así que marcho hacia allá (Aplausos).
No asustarse, seré lo más breve posible (Risas).
Voy a comenzar diciendo estimados amigos, porque más que majestades, como nuestro amigo y admirado Rey Juan Carlos y la Reina Sofía; más que distinguidos jefes de Estado y de Gobierno, y más que ilustres invitados, tengo la impresión de que hoy, en este momento de clausura, somos todos amigos:
Si mal no recuerdo —más bien no recuerdo su autor—, se hizo famosa una novela inglesa llamada Cumbres borrascosas, y muchos auguraron que esta IX Cumbre sería una cumbre borrascosa; sin embargo, con gran satisfacción puedo afirmar que esta ha sido, a mi modesto juicio, una de las más sosegadas cumbres que he visto en mi vida (Aplausos). Ha sido fructífera, ha sido fecunda, y no porque haya sido la IX Cumbre en La Habana, sino porque todos hemos adquirido mucha experiencia, y porque todos hemos ido experimentando la sensación y la impresión de la enorme importancia que han ido adquiriendo estas cumbres.
Se discutió con una enorme seriedad. La reunión de la mañana duró algo más de cuatro horas y se trabajó intensamente. Tratamos de abordar allí el mayor número de problemas posibles, reservando la tarde para una reunión en que estarían presentes únicamente los jefes de Estado y de Gobierno; pero se trabajó, a mi juicio, con tal seriedad y tal productividad durante la mañana, que en esa sesión prácticamente quedaron abordados y resueltos los problemas fundamentales.
En primer lugar, hablaron todos los jefes de Estado y de Gobierno; hablaron, además, representantes de importantes y decisivos organismos internacionales, cuya tarea estaba asociada con los temas que discutíamos; hablaron todos los cancilleres que estaban presentes, en representación de los jefes de Estado que por una razón u otra no pudieron participar o no participaron en la cumbre. Los argumentos fueron francos, profundos y serios.
Realmente, en mi caso, puedo hablar solo por mi propia experiencia, muy pocas veces, tal vez nunca, presencié una reunión con aquellas características, con aquella franqueza, con aquella sinceridad con que se expresaron los puntos de vista de todos los presentes.
Como ustedes vieron, por un detalle técnico, por una pequeña confusión, no había hecho uso de la palabra alguien que deseaba hacerlo, que representaba nada menos que a los países del CARICOM, y ahora en este acto de clausura pudimos resolver ese problema ofreciéndole la oportunidad de hacerlo. No ha quedado nadie absolutamente que deseando expresarse no se haya expresado.
Se acordó la Declaración de La Habana propuesta por los cancilleres. No se puede esperar nunca de una declaración que hay que consensuar recogiendo todos los criterios, un documento extraordinario que dé respuesta a todos los problemas; pero fue un documento constructivo, positivo y, sobre todo, consensuado, fruto del trabajo de meses que precedieron a la cumbre.
Así se aprobó la declaración propuesta por los cancilleres; mas no solo eso, sino un conjunto de declaraciones especiales relacionadas con importantísimos problemas y que dan fe de cómo vamos avanzando, de cómo vamos poco a poco construyendo.
El trabajo de las cumbres no es trabajo de un año ni de dos, sino un trabajo de tiempo, y sus frutos no son los que se ven de inmediato, sino los que se verán en el futuro como consecuencia de este gran esfuerzo de unidad y de integración que vamos haciendo, y sin desanimarnos, porque la Europa unida o integrada, o en la primera fase de la unión y la integración de hoy, comenzó hace más de 40 años, aunque ellos tuvieron la posibilidad de disponer de más tiempo.
Nosotros estamos más urgidos, pero importantes problemas se han resuelto en este período desde la Cumbre de Oporto hasta la de La Habana. Así, por ejemplo, se hicieron declaraciones especiales sobre importantes temas: La primera, sobre la proclamación de Guayasamín como El pintor de Iberoamérica; es un acuerdo histórico, en el año en que tuvimos el infortunio de perder tan extraordinaria figura.
Declaración sobre el Canal de Panamá, en el año en que una gran reivindicación histórica de nuestro hemisferio se cumple con el apoyo de todos y la felicidad de todos.
Declaración sobre la reconstrucción y transformación de Centroamérica, algo vital para decenas de millones de hermanos en esa región de nuestro hemisferio, tan necesitada de apoyo, y tan necesitada de que se cumplan los compromisos y promesas. Me refiero a las grandes promesas, porque sé que algunos países, como la propia España y otros, han cumplido sus promesas, que fueron generosas pero limitadas a sus posibilidades. Por eso ayer hablé de las grandes promesas que jamás se cumplen.
Declaración sobre las islas Malvinas, importantísimo tema que ha dado lugar a guerras sangrientas, y algo que debe resolverse pacíficamente y no mediante la fuerza de las armas, sino mediante la fuerza de la moral y del derecho.
Declaración sobre el proceso de paz en Colombia, uno de los temas que más nos inquietan, que más nos preocupan y cuya solución tendrá enorme trascendencia en nuestros sueños de unión e integración, con la urgencia con que lo necesitamos.
Declaración sobre los acuerdos de paz entre Ecuador y Perú, un extraordinario acontecimiento histórico, relacionado con un problema centenario, que ha tenido lugar este año, y gracias a la iniciativa de los líderes latinoamericanos, y de los propios líderes de ambos países que valientemente desafiaron los obstáculos que la solución de tan largo litigio requería.
Declaración sobre el seguimiento de la Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe, asunto de extraordinaria importancia estratégica.
Declaración sobre la consolidación de la amistad e integración entre Chile y Perú, algo inédito y tan reciente, de lo cual nos enteramos hace apenas unas horas o, si acaso, unos días.
Ocho cuestiones importantes, exitosamente resueltas o, con toda justicia, apoyadas por todos nosotros. ¿Podría afirmarse o no que ha sido fecundo este año transcurrido?
En los debates, desde luego, cada cual expuso sus puntos de vista, como era obvio, con entera libertad. Cada cual reflejó sus experiencias particulares, ya que hay diferencias muy variadas ante la situación de cada país, sus renglones principales de producción, sus posibilidades en un sentido o en otro; pero todas marchaban en la misma dirección, en la búsqueda de solución de los problemas más cruciales de nuestros países, de nuestro mundo iberoamericano, y también de problemas cruciales del mundo que están por resolver.
Se manifestó un espíritu de unidad y de gran conciencia. De modo que al llegar la tarde, que —como dijimos antes— estaba reservada para resolver aquellas cosas más complicadas, nos encontramos con que no había ninguna cosa complicada que discutir, y entonces dedicamos el tiempo no a estos temas, sino a hablar amistosamente, fraternalmente, familiarmente de diversos temas de todo tipo, desde cuestiones históricas hasta cuestiones filosóficas, y lamentando no disponer de más tiempo para seguir discutiendo. Allí quedó demostrado la importancia del diálogo franco, familiar, en que pudimos observarnos y conocernos mejor cada uno de nosotros.
Así transcurrió la tarde.
Me parece que tenemos derecho a afirmar que ha sido una excelente cumbre. Y no lo decimos con orgullo nacional por el hecho de que haya tenido lugar aquí, sino porque —como dije— hemos acumulado experiencia y tenemos la esperanza de que cada cumbre sea cada vez mejor.
Es lo que debo decir. Como me comprometí a ser breve, tengo la obligación de cumplir.
Me despido de ustedes optimista, confiado en nuestro futuro, a pesar de que el camino será arduo. Las luchas futuras serán más duras que las luchas pasadas; pero confío en el porvenir.
¡Hasta la victoria siempre!
(Ovación.)