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Llevo sobre mis hombros el mismo peso que llevan todos los revolucionarios

Date: 

20/03/2014

Source: 

Periódico Granma

Enrique Carreras en el momento en que Raúl y Almeida le ponen los grados de General de DivisiónComo homenaje sencillo al hombre humilde que siempre fue, Granma reproduce fragmentos de la entrevista al General de División Enrique Carreras Rolás que hiciera el periodista Luis Báez para el libro Secretos de Generales, y que fuera publicada en este diario el 21 de octubre del 2006 bajo el título de Bueno... estamos cumpliendo.

Antes de conocerle personalmente, le admiraba. Después de tratarlo, le admiro mucho más. En él hallé un extraordinario ser humano. A un hombre de valor y modestia ilimitados. Estoy hablando del General de División Enrique Carreras Rolás. Siempre recuerda con amor las fantasías que formaron parte indeleble de sus sueños e inquietudes de joven. Años después, ya piloto militar, en él influirían otros factores que le sirvieron de acicate y estímulo en grado tal, como para resistir las atracciones voluptuosas de su medio y preferir el sacrificio sin gloria. Sobre su pecho brillan numerosas condecoraciones en las que sobresale la de Héroe de la República de Cuba y la Orden Playa Girón. A sus 83 años sigue siendo un enamorado de la aviación. Visita las bases. Conversa con los pilotos y como ya no puede volar, se dedica a leer todo lo relacionado con las nuevas técnicas aéreas. Padre de siete hijos, con doce nietos y cuatro biznietos, aún conserva su afición por la música cubana y mexicana. La entrevista se realizó en su pequeño despacho en el quinto piso del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Nos reunimos en dos ocasiones. Me relató la historia de su vida. ¡Qué vida más hermosa! No incluí en el diálogo cuestiones relacionadas con sus primeros años como piloto, su actitud ante los sucesos del 5 de Septiembre, en Cienfuegos, la prisión en Isla de Pinos, aspectos de su participación en Girón, sus vuelos en MIG, su papel como internacionalista. Todo está recogido en un amplio relato escrito por él en forma de libro y que lleva de título: “Por el dominio del aire”. Traté de buscar en su personalidad detalles poco conocidos. Me respondió todo cuanto le pregunté. Al terminar la conversación, le manifesté que como muchos otros cubanos que habían combatido en Girón tenía una deuda con él, pues probablemente estaba vivo debido a su actitud, a su valor. Le pedí que me permitiera darle las gracias aunque fuera con 34 años de retraso. Carreras sonrió. Con esa sencillez que tienen los grandes hombres, me recordó una frase martiana: Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.

—¿Cuándo empezó a atraerle la aviación?

—Desde muy pequeño. No se me ha olvidado cómo me llamaban la atención los hidroaviones que acuatizaban cerca de la bahía matancera. También atraía mi curiosidad cualquier avión que sobrevolaba la ciudad. (...)

—¿Cómo lo logró?
—Mediante el Servicio Militar de Emergencia (SME). Ya en el ejército, aspiré a una plaza de Cadete de Aviación. Pasé todas las pruebas que me hicieron. Fui uno de los cincuenta aceptados de los quinientos que se presentaron. Eso fue a fines de 1942. Terminé los estudios el 25 de marzo de 1944. Había logrado mi sueño.

(…)

—¿Dónde lo sorprendió el ataque al cuartel Moncada?

—En Montgomery, Alabama, pasando un curso para oficiales superiores y primeros oficiales en la Air University.
Un día se me acercó un oficial norteamericano con un periódico de la ciudad, que traía un titular sobre el ataque al cuartel Moncada. Más abajo decía que estaba liderado por el doctor Fidel Castro.
En esos momentos vino a mi mente el nombre de Fidel al recordar que era el estudiante que en el año 1946, había sido acusado de participar en los sucesos del Bogotazo, en Colombia.

(...)

—¿En qué momento el Movimiento 26 de Julio hizo contacto con usted?

—A mediados del año 1957, por conducto del teniente Álvaro Prendes Quintana. Solicitaron mi colaboración para cuando se llevara a cabo una acción. Expresé mi conformidad.

Después supe que la acción estaba relacionada con un plan para derrocar a la dictadura, el 5 de septiembre, en el que participarían oficiales de la Marina de Guerra y militares pertenecientes a otros cuerpos. Por esos hechos fui detenido y condenado. Estuve en prisión hasta el 1ro. de Enero de 1959 en que triunfa la Revolución.

(...)

—¿Recuerda su primer encuentro con Fidel?

—A mediados de 1959, en una visita que él hiciera a la jefatura de la Fuerza Aérea del Ejército Rebelde en Ciudad Libertad. También estaba el Comandante de la Revolución Juan Almeida, quien había sido nombrado jefe de ese cuerpo.
Fidel nos reunió a los pilotos que habíamos estado presos. Miró para mí y me dijo: “Carreras, tú eres el más viejo, el de más experiencia; la tarea que te voy a dar es la de preparar a los futuros pilotos que necesitamos para defender la Revolución desde el aire. Sabemos que tarde o temprano nos van a atacar”.

Le respondí que estaba en la mejor disposición, pero que era necesario irnos de Ciudad Libertad. Días después, Almeida me dio la orden de recoger todos los aparatos que estaban en Libertad y llevármelos para San Antonio de los Baños. Ahí comenzamos a dar las primeras clases. En medio de las dificultades y con grandes esfuerzos, se forjaron esos primeros pilotos que pasaron a integrar la primera unidad combativa de nuestra Fuerza Aérea. Muchos de ellos serían después jefes de escuadrillas, de escuadrones e inclusive de bases aéreas.

(...)

—¿Con cuántos pilotos contaban?

—Las FAR contaban con diez pilotos de combate, pero solo tres éramos experimentados.
Los demás tenían pocas horas de vuelo en los diez aviones dados de alta, por el tesón de los técnicos y mecánicos, que hacían adaptaciones para que volaran aquellos vetustos equipos, prácticamente a riesgo de los tripulantes.

—En los momentos en que se está produciendo el desembarco de Girón, ¿habló con Fidel?

—Sí. Eso ocurrió en la madrugada del 17 de abril. A las 04:45 Fidel llamó a la base y pidió que me pusiera al teléfono. Me recogieron en un jeep.

Al llegar a la Torre de Control tomé el auricular y respondí: “A sus órdenes, Comandante en Jefe”.

—Fidel, ¿qué le dijo?

—“Carreras, en Playa Girón se está llevando a cabo un desembarco. Despeguen y lleguen allí antes del amanecer. Húndanme los barcos que transportan las tropas y no me los dejen ir. ¿Entendido?”.

“A sus órdenes, Jefe”, respondí esperando ansioso unos segundos. “¿Eso es todo?”.

A mi requerimiento agregó: “¡Patria o Muerte!”.
“¡Venceremos!”, contesté lleno de entusiasmo.

—¿Qué sintió en esos momentos?

—¡Imagínate! Yo era un simple capitán y de repente estaba recibiendo las órdenes directamente del Comandante en Jefe.
Para mí, no en aquel momento, hoy en día si me vuelve a llamar, me siento profundamente emocionado.
Me habló con una firmeza, un entusiasmo, que me dejó estremecido por dentro y realmente me inyectó más valor para cumplir la misión que me había encomendado porque, de verdad, nuestros aviones estaban destartalados.

—Al comenzar las hostilidades, ¿cómo estaba la correlación de fuerzas?

—Cuatro días antes del inicio de la agresión, la correlación con el enemigo era aproximadamente a su favor 5-1 en el caso de los aviones, y 12-1 en el de los pilotos.

—¿Cuántas misiones realizaron?

—En menos de setenta y dos horas, diez pilotos con ocho desvencijados aviones, realizamos setenta misiones.

—¿Cuántos aviones derribaron?

—Nueve bombarderos B-26. Hundimos dos barcos de transporte de tropas, tres barcazas LCT de transporte de tanques y cinco barcazas de desembarco.

(...)

—Durante la Crisis de Octubre, ¿qué misión le asignaron?

—Representé a la aviación ante el Jefe de Operaciones de las Fuerzas Armadas, capitán Flavio Bravo, en el puesto de mando del Comandante en Jefe. Algunos años después, viajé a Vietnam en medio de la guerra al frente de una comisión de la DAAFAR (defensa antiaérea).

También he sido diplomático al representar a Cuba como agregado militar, naval y aéreo en Perú, Portugal y México.

(...)

—¿Cuándo realizó su último vuelo?

—En febrero o marzo de 1988. No recuerdo bien la fecha.

—¿Cómo reaccionó cuando la comisión médica le informó de la decisión?

—Realmente la comisión médica no fue quien me lo comunicó. Ellos sabían que iba a rechazar la decisión por el cariño, el amor, el olor a kerosén de los aviones. Volar era una necesidad para mi vida. Lo que hicieron fue informarle al mando superior. El mando superior fue el que me dijo que ya era hora que dejara de volar.

—¿De qué manera se lo comunicaron?

—En una recepción que se estaba celebrando en la embajada de la Unión Soviética se me acercó el General de División Senén Casas y me planteó la situación.
Me habló de que no cometiera el error de seguir volando. Que si me pasaba algo la responsabilidad no era mía, sino del Ministro de las Fuerzas Armadas, Raúl Castro. Cuando me dijo eso, le respondí que si le estaba creando problemas al Ministro dejaba de volar inmediatamente. Días después hablé con Raúl y le comuniqué mi decisión.

—Ya que ha mencionado a Raúl, ¿nárreme cómo lo conoció?

—Por intermedio del capitán Arturo Lince, quien estaba recibiendo entrenamiento como piloto y había estado con Raúl en el II Frente. Ahí nació una entrañable amistad que se mantiene hasta el día de hoy.
Raúl visitó mi casa, conoció a mi familia, a mis hijos, a mi suegro. Por primera vez había visitado mi casa un jefe de ese nivel, de esa historia.
Me sentía como el hombre que había recibido un gran premio al tener en el seno de su hogar a un revolucionario de la estatura del Ministro de las Fuerzas Armadas. Me sentí muy orgulloso. Fueron momentos inolvidables.

(…)

—¿Qué significa para usted ser Héroe de la República de Cuba?

—Es la máxima responsabilidad que puede tener un revolucionario. Jamás pensé llegar a ostentar ese gran honor que me ha conferido la Revolución. Me siento con una gran responsabilidad ante mi pueblo y ojalá la vida se me alargue un poquito para poder ayudar más. Me siento muy orgulloso de poder llevar esa estrella en mi pecho.

—¿Pensó alguna vez llegar a General?

—Nunca. Mi aspiración, te voy a decir la verdad, era llegar al grado de capitán. Para mí, todos los ascensos que me han dado han sido sorpresivos. En el acto de ascenso en que me hicieron General de División —19 de marzo de 1994—, invitaron a toda mi familia, a mis compañeros. Cuando vi a Raúl poniéndome por un lado los grados y por el otro a Almeida, me vino a la mente cuando conocí a aquellos jóvenes que acababan de bajar de la Sierra. Sentí una profunda emoción.

Algunos me han preguntado si no me pesan mucho las estrellas. Les he respondido que el peso que llevo sobre mis hombros es el mismo peso que llevan todos los revolucionarios.