La épica de la resistencia y el recuerdo de Numancia
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Se cumplieron ya 60 años de la oficialización del bloqueo de los EE. UU. contra Cuba. En estos días muchos han denunciado la guerra económica que fue creciendo en espiral hasta la oficialización del bloqueo total impuesto por el presidente John F. Kennedy el 3 de febrero de 1962 y puesta en marcha el día 7 del propio mes, así como el memorando secreto y odioso del Subsecretario de Estado Lester D. Mallory, con el propósito de someter a los cubanos al hambre y la desesperación para que dejaran de apoyar a la Revolución y a Fidel.
La supresión de la cuota azucarera en el mercado estadounidense, el corte del suministro de combustible y la negativa de las refinerías de procesar el petróleo que obteníamos de la URSS, la paralización de la industria del níquel, la supresión del turismo y la prohibición de créditos, constituyeron golpes demoledores, agravados por la campaña de terrorismo de Estado concebida por la Casa Blanca bajo el nombre de «Operación Mangosta», con 716 acciones de terror contra objetivos económicos realizados en 14 meses.
Realmente son el mentís de eso que llaman «embargo» y lo caracterizan como bloqueo y como guerra económica, comercial y financiera contra Cuba.
Hubo que hacer magia para hacer posible el funcionamiento de la economía nacional y sustituir todo lo que tradicionalmente venía de EE. UU. por tecnologías distintas, equipos distintos, materias primas distintas y mercancías de amplio consumo distintas que venían del campo socialista. No siempre fueron las mejores o las que específicamente más convenían o interesaban, pero eran las que se podían adquirir.
Aceleradamente sobre la marcha, muchas veces en condiciones muy dramáticas, hubo que realizar ajustes y cambios en los procesos productivos y entrenar a los trabajadores en la nueva técnica.
Se alcanzaron logros extraordinarios. Se acabó el hambre, la miseria y la incultura; se construyó un sistema de Salud que cubría a absolutamente toda la población; se mecanizó la agricultura; se multiplicaron las universidades, los profesionales y los especialistas que sustituyeron a los que se fueron del país en los primeros años. Cuba se llenó de fábricas y talleres y se introdujeron nuevos renglones en la economía a partir del desarrollo científico en la biotecnología y la informatización. En los 80 se restableció e inició un mercado de mercancías de amplio consumo que mejoró notablemente los niveles de vida y acrecentó la expectativa de un futuro mucho más agradable.
Se produjo entonces la disolución del llamado campo socialista y el derrumbe de la Unión Soviética. Fue un golpe devastador, destructivo. Cuba perdió su mercado de exportaciones y fuente de suministros, el PIB cayó más del 34 %.
El país quedó a merced del bloqueo económico, que se convirtió en doble bloqueo cuando se le sumaron los contrarrevolucionarios, oportunistas y agentes de la CIA que entonces tomaron el poder en los países exsocialistas. Cuba estaba en peligro de desaparecer como Estado, como nación y como pueblo. Realmente la situación hubiera sido letal para cualquier país del planeta.
Con esa expectativa y a solicitud de los gobernantes norteamericanos, en marzo de 1990 algunas personalidades relevantes de la socialdemocracia neoliberal iberoamericana, deseosas de ganar méritos ante el imperio, trataron de convencer a Fidel de desistir en la voluntad de resistencia y buscar una forma de rendición. Argumentaban que a las graves perspectivas de la economía se sumaba la decisión de Washington de proceder a la eliminación del socialismo en Cuba, aún calculando que tendrían 250 000 muertos en sus fuerzas.
Uno de los mensajeros recordó a Numancia, la ciudad celtíbera en las riberas del río Duero que se negó a someterse al Imperio Romano y resistió los asaltos y el bloqueo del ejército invasor durante 20 años, entre el 153 y el 133 a.C.
La ciudad fue objeto de un cerco cerrado de 9 kilómetros con una muralla de 10 pies de altura y torres, fosos y miles de soldados. El paso por el Duero fue bloqueado.
El asalto final duró 15 meses, Roma tuvo que emplear 40 000 soldados. Los numantinos sucumbieron y cuando no podían seguir resistiendo, decidieron incendiar la ciudad y el suicidio. Los que sobrevivieron, fueron esclavizados.
Esa era la misma idea de los estrategas de Washington en 1959. Fidel rechazó la oferta. Cuba optó por resistir igual que los numantinos. Fue el momento de la sobrevivencia, de la consigna «¡Salvar la Patria, la Revolución y las conquistas fundamentales del socialismo!», que combinaba la resistencia con la lucha por el desarrollo, incluso en lo que se denominó «opción cero».
Había que concentrarse en asegurar la vida al día siguiente y se desatendió todo aquello que no era imprescindible para sobrevivir y funcionar.
El Comandante en Jefe de la Revolución Cubana concibió lo que denominó Periodo Especial en Tiempo de Paz, como estrategia de resistencia, que resultó exitosa. Sí, fue un periodo de privaciones y escasez extraordinarias en la economía nacional y el consumo personal, apagones que parecían infinitos, fábricas cerradas, parálisis del transporte, desigualdades no asociadas al trabajo, la emergencia de conductas y valores antagónicos con el socialismo…
Algunos recuerdan la victimización, otros prefieren recordar la épica de la resistencia heroica: estamos en el poder, somos libres, soberanos y dignos, no hubo hambrunas; la pandemia que sufrimos afligió al mundo entero y nosotros no estamos entre los más afectados; no se cerraron escuelas ni servicios médicos, ni la seguridad social, ni la atención a los más vulnerables y muchos otros derechos, que en definitiva determinan el respeto que gozan Cuba y los cubanos en el mundo de hoy.
Después del doble bloqueo, se incrementó la guerra económica, comercial y financiera, así como las actividades subversivas. En 1992 aprobaron la Ley Torricelli para intensificar la asfixia y combinarla con la utilización de ONG extranjeras para sobornar y subvertir la sociedad. En 1996 promulgaron la Ley Helms-Burton, que no solo intensifica el bloqueo, sino que lo codifica, esto es, deja de ser una decisión política del gobierno para convertirla en ley.
Tampoco fueron suficientes para vencer la resistencia de los cubanos y los 2000 trajeron entonces el Plan Bush. A partir de 2017 Trump impone 243 medidas punitivas que Biden las continúa y eufemísticamente las llaman «sanciones», que no están en ningún código del derecho internacional ni ellos tienen mandato reconocido o aceptado para ello en la comunidad internacional.
Lo que no han dicho es que las tales «sanciones» son, realmente, las de la ley de la selva, la de la fuerza y el abuso. Nada, King Kong quedó pequeño.
Son 60 años de bloqueo económico, comercial y financiero de EE. UU. contra Cuba. Habría que ver si países grandes y poderosos, incluso europeos, pueden soportar algo parecido sin sufrir un infarto, una apoplejía o un golpe de Estado.